“¿Cómo describir
físicamente a Gramsci? Imaginemos el cuerpo débil de un pigmeo y sobre este
cuerpo la cabeza de Dantón” / Sandro Pertini, 1986
“La utopía consiste precisamente en no poder ver la historia
como movimiento libre”, escribe un preso de Mussolini en un vulgar cuaderno
escolar a rayas. En cada página hay una numeración correlativa hecha con pluma en tinta verde, lleva un sello burocrático y ominoso:
“Casa-Penale-Speciale-di-Turi” (Casa Penal Especial de Turi), un lugar de
reclusión en Bari del Stato Totale. El detenido es el preso Nº 7047, un tal
Antonio Gramsci, arrestado desde 1926 cuando ejercía como diputado y al mismo
tiempo como Secretario General del Partido Comunista. Un tribunal político
especial le condena en 1928 a 20 años, cuatro meses y cinco días de reclusión.
La carrera revolucionaria, decía Horkheimer, no
conduce a los banquetes y títulos honoríficos, a investigaciones interesantes y
sueldos de profesor, sino a la miseria, a la calumnia, que sólo una fe casi
sobrehumana puede iluminar. Sin esperanza, y para la eternidad (für ewig escribe
en una carta, tomado la expresión de Goethe) comienza a reunir una gran teoría
a partir de segmentos (de “fragmentación formal” podrían definirse
filológicamente sus Quaderni), reflexiones y una potente autocrítica del
movimiento comunista internacional y de su propia praxis. Los Quaderni se
escribieron en este curioso circuito panóptico mussolinianne: un derrotero
de la celda al almacén de libros y del almacén de libros a la celda. En ellos
queda claro que la autocrítica, en términos gramscianos, no es otra cosa que la
constatación de una verdad concreta. ¿La filosofía como consolación de la
derrota de la izquierda en toda Europa? ¿Una consolatione philosophiae en
clave comunista? En parte sí, en parte no: Gramsci apunta con urgencia y
ansiedad las claves para releer a Marx, para volver a reconstruir su teoría
separada de todo Idealismo y volver a empezar en la práctica con nuevas
herramientas críticas. El método gramsciano es, visto en líneas generales, bien
simple: tornare a Marx, pero un texto de Marx lo más fiel posible y
críticamente controlado, para recomenzar desde allí su hilo filosófico-político
perdido.
Como un intento de refundación teórica, la idea que el
marxismo debe ser una anticipazione teorica, que no “retorna” a Marx, sino
que “vuelve” por primera vez al original, y Gramsci es consciente de ello:
siempre habla de la búsqueda vital de un “Marx auténtico”. Lo más importante
era que Gramsci descubría el estrecho nexo, mediato, entre la carencia teórica
y la miseria práctica de la izquierda. Como señalaba en un escrito de juventud
“el primer paso para emanciparse de la esclavitud política y social es la
liberación de la mente”. Es la más revolucionaria de las virtudes, la bondad
del pesimista. Como decía Silone, toda derrota es siempre menos desalentadora
que la más alentadora de las mentiras. Pero, ¿cuál es la situación real del
legado gramsciano hoy? “Casi ya nadie lee sus escritos” se lamentaba el
historiador Paolo Spriano en los 1980’s, sentencia que podría trasladarse a
2017. Gramsci es nuestro pensador más “inactual”, aunque todavía no es un
póstumo. Un inactual, como lo sabía Nietzsche, siempre puede anticiparse a su
tiempo, siempre esconde la posibilidad de devenir actual, aguarda con paciencia
no solo el ser escuchado, sino el ser comprendido.
La imagen pública de Gramsci ha oscilado entre la
epifanía y la desaparición total, entre el Gramsci “político del PCI” y el
Gramsci “de y para todos”. La oscilación entre uno y otro polo nos ha
presentado a un Gramsci mártir, Gramsci ortodoxo, Gramsci heterodoxo, Gramsci
herético, Gramsci nacional-popular, Gramsci hermano mayor de Togliatti, Gramsci
maoísta, incluso un Gramsci liberal que puede citar en público sin problemas
hasta Sarkozy. Las ideologías partidarias ejercían el papel de regidor, una
puesta en escena en la que Gramsci representaba la trama, la materia prima.
Recibimos un Gramsci “embalsamado”, sublimado, retratado como un alma bella.
Hay que decirlo con claridad: el modo en el cual Gramsci penetró en la cultura
de izquierda terminó por obstaculizar el desarrollo posterior de la recepción,
conocimiento e interpretación de sus ideas. Todavía no conocemos bien a
Gramsci, no estamos a la altura de su filosofía de la praxis. Pero Gramsci ha
devenido, a pesar de voluntades políticas y circunstancias editoriales, un
arabesco ineliminable del mosaico del pensamiento universal. Porque la
reflexión gramsciana in toto (no reducida a sus famosos “Cuadernos de
la cárcel” y sin la mediación “togliattiana”) tiene un virtuoso doble uso en la
política del cambio: instrumento precioso de análisis materialista del
acontecimiento histórico-político, y, simultáneamente, intervención
esclarecedora en la práctica. La teoría de Marx es eminentemente una ciencia
“abierta”, no puede ser una ciencia de la legitimación, o como dice el propio
Gramsci “Marx no ha escrito un credillo, no es un mesías que hubiera dejado una
ristra de parábolas cargadas de imperativos categóricos, de normas indiscutibles,
absolutas, fuera de las categorías del tiempo y del espacio”.
Hoy Gramsci es uno de los doscientos autores mundiales
más leídos, traducidos, citados y discutidos de todos los tiempos, en cuanto
autor específicamente italiano se encuentra entre los cinco más traducidos de
esa lengua desde el siglo XVI. Pero su teoría todavía no tiene “traducibilidad”
en la política cotidiana, en los oficios terrestres, en el diseño de programas,
organizaciones y estilos de gobierno. Se trata de “usar” a Gramsci, no solo de
citarlo. Nuestra tarea hoy es precisamente todavía el explorar y mapear el
archipiélago Gramsci. Gramsci jamás cayó en el personalismo, odiaba el culto a
la personalidad, todo lo alejaba del narcisismo del “líder” político. Desde la
cárcel escribía a su hermano Carlo: “Mi posición moral es óptima: hay quien me
cree un satanás, hay quien me cree casi un santo. No quiero ser ni un mártir ni
un héroe. Creo que soy simplemente un hombre común y corriente, que tiene sus
convicciones profundas, y que no las cambiaría por nada en el mundo”.Un uomo medio que poseía, como lo describe
el líder liberal italiano Gobetti en 1924, “la cabeza de un revolucionario”.
Una época se juzga no solo por lo que genera, también y aún más por lo que
valora y en especial, por lo que revalora en su pasado. Gramsci todavía sigue
siendo nuestro gran inactual. Entonces, ¿qué hacer? Y aquí Gramsci también nos
da la respuesta: “he aquí un objetivo inmediato: reunirse, comprar libros,
organizar lecciones y conversaciones, formarse criterios sólidos de
investigación y de examen y criticar el pasado para ser más fuertes en el
futuro… y vencer”.
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