jueves, 10 de agosto de 2017

La hora y la vez de Venezuela


Estar a favor del gobierno de Venezuela no es solo una cuestión política, sino también de carácter. Es vergonzoso cómo gente que pretende estar en el campo de la izquierda, instituciones con tradición de izquierda, partidos que en principio pertenecen al campo popular, quedan silenciosos o se valen de críticas al gobierno para justificar la falta de solidaridad con el gobierno de Venezuela.
Uno de los argumentos de mala fe es el de que habría que sortear la polarización entre gobierno y oposición, como forma de evitar la radicalización, lo que supondría no estar de ningún lado. Se trata de un pretexto para no solidarizarse con un gobierno asediado por la derecha local y por el gobierno de los EEUU. Los intelectuales suman críticas al gobierno para pronunciarse por la solidaridad “con el pueblo de Venezuela”, como si el pueblo del país no estuviera involucrado en la polarización.
Se puede no estar de acuerdo con aspectos de las políticas del gobierno de Maduro, pero ninguna crítica justifica una posición de equidistancia, porque nadie tiene dudas de que, en caso de que se lograra la caída del gobierno, este sería sustituido por un gobierno de derecha e incluso de extrema derecha, con durísimas consecuencias para los derechos de la masa de la población venezolana y para los intereses nacionales del país.
Existe todavía el argumento de que la izquierda latinoamericana no debería mostrar solidaridad con el gobierno de Maduro, ya que esto le daría legitimidad en toda la región, comprometiendo la imagen de las fuerzas progresistas latinoamericanas. Los que hablan de esa forma tiene un imagen particular de la izquierda, que no se corresponde con la de la izquierda realmente existente.
Una parte de esas posturas es reflejo de una ideología liberal. Lo único que hay para esa visión son democracia y dictadura. Y como el gobierno de Maduro no cabe en la concepción que tienen de democracia, lo califican inmediatamente de dictadura y centran su fuego en contra del gobierno, supuestamente aislado por una “sociedad civil” rebelada en contra de la “tiranía”.
Para esos, aunque se digan de izquierda, no existen ni capitalismo, ni imperialismo. No hay tampoco derecha, ni neoliberalismo. Las clases sociales desaparecen, disueltas en la tal “sociedad civil”, que pelea en contra del Estado. No tienen en cuenta que se trata de un proyecto histórico anticapitalista y antimperialista.
Parece que no se dan cuenta de que no se trata de defender un gobierno, sino un régimen y un proyecto histórico. Que si llegara a caer ese gobierno, caería todo el proyecto histórico iniciado por Hugo Chavez y Venezuela se sumaría a la recomposición neoliberal que hoy victima a Argentina y a Brasil.
Se puede ser de izquierda y ser crítico, pero peleando dentro de la izquierda, de las fuerzas antineoliberales, por el avance de esos procesos, nunca por su derrota. Porque la alternativa a esos gobiernos está siempre en la derecha, como Argentina y Brasil lo confirman, nunca en la extrema izquierda. Derrocar a gobiernos antineoliberales es abrir el camino a la restauración neoliberal, que es la única bandera de la derecha.
Lo que está en juego hoy no solo en Venezuela, pero también en Bolivia, en Ecuador, en Uruguay, en Argentina, en Brasil, es el destino de los gobiernos más importantes que América Latina ha tenido en este siglo: si se afirman y avanzan, si recuperan el camino donde la derecha ha retomado el gobierno o si la contraofensiva neoliberal vuelve a imponer la década nefasta en que imperó en nuestra región.

Esa es una razón más para que la izquierda exprese su apoyo y solidaridad con Venezuela. Hay horas en que el silencio es criminal, sea de dirigentes, sea de militantes, sea de intelectuales, sea de partidos, sea de instituciones, sea de gobiernos, sea de quien sea.

sábado, 5 de agosto de 2017

DEVALUACIÓN Y ESTADO LIBERAL BURGUÉS EN LA ARGENTINA




El contexto electoral en el que se produjo la devaluación más fuerte en un año puso en entredicho al discurso de la derecha: ¿intervenir o no intervenir para que el precio del dólar no incida en los precios y el humor social?
El mes de julio cerró con una devaluación del 6,3 por ciento, la más alta en un año y con una tasa de interés en Lebac de más del 27 por ciento. Por su parte, un estudió confirmó que el 30 por ciento de la deuda tomada o emitida por el gobierno nacional fue destinada a la fuga de capitales. Estos datos, que dan cuenta de un acelerado proceso de concentración de la riqueza, saqueo y timba financiera tiene su correlato: inflación y pérdida del poder adquisitivo de los salarios. Así, la Argentina se convirtió en el único país de la región donde, en el último año y medio, cayó el salario mínimo en dólares.
Estos datos de la economía real dan cuenta del difícil momento económico que atraviesan las clases populares. La máxima preocupación del gobierno pasa por “matizar” el impacto que la transferencia de recursos está teniendo sobre los asalariados en el marco del escenario electoral. Se trata de una preocupación genuina: para sostener la bicicleta financiera, el endeudamiento y el acelerado proceso de concentración de la riqueza, la derecha necesita sostener el poder político y, por sobre todo, la legitimidad para continuar con las medidas de ajuste y represión.
En ese sentido, la cotización del dólar es un verdadero dolor de cabeza para un sector del establishment, pero sólo en términos electorales. Como quedó en claro tras el discurso de apertura de la 131 Feria Rural en Palermo, agroexportadores y banqueros se llevan de maravilla con el gobierno nacional. Es una “relación natural” ya que, en la actualidad, la administración del Estado se encuentra en manos de diversos representantes de las diferentes fracciones de clase que conforman el bloque de poder dominante en el país.
En ese marco y tras una semana en la que nuevamente el dólar fue noticia, en los medios de comunicación del establishment, preocupados por el contexto electoral, surgió la pregunta: ¿debe o no intervenir el Banco Central para mantener la divisa “estable”, al menos, hasta después de las elecciones de octubre?
La pregunta es engañosa ya que trae implícita la conclusión de que el Banco Central puede elegir no actuar. ¿Esto es verdaderamente así? Existen dos niveles de análisis al respecto: el primero, responde a decisiones concretas, con orientación táctica, de política económica, que la máxima institución monetaria del país puede adoptar o no. Esto ocurre, no tan a menudo como se piensa, pero suele ser el marco general en el que se desenvuelve la institución.
El otro nivel refiere al diseño del escenario en el que se desarrolla la política económica en general, y monetaria en particular, del país. Allí la intervención del Estado es directa. Sea en su fase liberal burgués o en su fase intervencionistas -que el Partido Comunista cree necesaria- el juego de intereses, disputas y tensiones se desarrolla en un escenario hecho a medida por las clases que lo hegemonizan.
Es en ese juego de tensiones y conflictos que la Argentina selló una sólida tradición de dependencia económica y subordinación a los intereses del gran capital internacional, lo cual, imprimió sobre el Estado nacional una preferencia estructural hacía el negocio financiero y el capital especulativo que se acentuó en las últimas cuatro décadas. Tal es así que en la actualidad, la fracción de clase dominante por antonomasia de nuestra historia, la oligarquía terrateniente, coloca sus cuantiosas ganancias en el sistema financiero.
La renta financiera a la que “apuesta” la oligarquía criolla -y los pooles de siembra y multinacionales que impulsan el paquete tecnológico de Monsanto en el campo- al misma tiempo condiciona fuertemente el mercado cambiario. Se trata de un doble juego en el que, por un lado la cotización de la moneda depende fuertemente de las liquidaciones de la exportación de cosecha y, por el otro, está última es sensible -por su carácter especulativo- a la fluctuación del dólar. La razón es más que clara: un dólar conviene a los sectores agro-exportadores pero también al sector financiero en el marco de una agresiva política de endeudamiento en moneda estadounidense que impulsa el Ministerio de Finanzas.

Mito burgués
¿Los agroexportadores demoran la liquidación de la cosecha a la espera de una devaluación más fuerte? El Ministerio de Agroindustria se encuentra comandado por un hombre de la Mesa de Enlace: Ricardo Buryaile, ex presidente de la Sociedad Rural de Pilcomayo y ex vicepresidente de Confederaciones Rurales Argentinas. Una vez más, como nunca antes en la historia argentina, el fuerte nexo entre el Estado y los representantes de las principales corporaciones económicas queda expuesto a la luz de todos.
¿Será por eso que la liquidación de divisas por exportación de granos cayó por dos semanas consecutivas, justo cuando crecía “la expectativa” por un dólar más allá de los 18 pesos? En este marco y a dos semanas de una elección primaria en la que parece que el oficialismo cosechará una derrota frente a Cristina Kirchner, desde distintos sectores del establishment surgió la pregunta ¿debe intervenir el Banco Central para “planchar” el precio del dólar hasta después de las elecciones de octubre?
Vale aclarar que el fuerte perfil liberal burgués que el bloque de poder real le está imprimiendo al Estado nacional tiene como uno de sus objetivos principales tutelar la relación simbiótica entre Estado y corporaciones. A grandes rasgos, el cuerpo jurídico que el Estado argentino fue construyendo desde su Constitución a nuestros días está diseñado para que, en el marco de las tensiones de una sociedad dividida en clases, la balanza siempre se incline para el lado del capital por sobre el trabajo.
“El Estado no debe intervenir en el mercado” suele ser unos de los arietes discursivos preferidos de los liberales ortodoxos. En realidad, es un enunciado que muestra las dos caras de la misma moneda: se exige la no intervención en un escenario que diseña y determina con todo el aparato jurídico y el monopolio de la violencia que ostenta, al tiempo que los grupos económicos y los medios de comunicación del establishment auguran su retiro del mismo. Pero lo que nadie puede negar es la conciencia de clase con la que cuenta el bloque de poder dominante: por ello, cuando la papas queman no sólo se exige la intervención del Estado, sino que se la estima “necesaria y prudente” como se vociferó en estos días respecto al dólar.

En la práctica el Banco Central interviene todos los días en el mercado cambiario: jugando con la tasa de interés en Lebac, vendiendo o comprando dólares o lisa y llanamente dejando hacer. El laissez faire, laissez passer es, más que nunca, una forma de intervenir.