EMIR SADER - http://pajarorojo.com.ar/?p=35091
Estar a favor del gobierno de Venezuela no es solo una
cuestión política, sino también de carácter. Es vergonzoso cómo gente que
pretende estar en el campo de la izquierda, instituciones con tradición de
izquierda, partidos que en principio pertenecen al campo popular, quedan
silenciosos o se valen de críticas al gobierno para justificar la falta de
solidaridad con el gobierno de Venezuela.
Uno de los argumentos de mala fe es el de que habría que
sortear la polarización entre gobierno y oposición, como forma de evitar la
radicalización, lo que supondría no estar de ningún lado. Se trata de un
pretexto para no solidarizarse con un gobierno asediado por la derecha
local y por el gobierno de los EEUU. Los intelectuales suman críticas al
gobierno para pronunciarse por la solidaridad “con el pueblo de Venezuela”,
como si el pueblo del país no estuviera involucrado en la polarización.
Se puede no estar de acuerdo con aspectos de las políticas
del gobierno de Maduro, pero ninguna crítica justifica una posición de equidistancia,
porque nadie tiene dudas de que, en caso de que se lograra la caída del
gobierno, este sería sustituido por un gobierno de derecha e incluso de extrema
derecha, con durísimas consecuencias para los derechos de la masa de la
población venezolana y para los intereses nacionales del país.
Existe todavía el argumento de que la izquierda
latinoamericana no debería mostrar solidaridad con el gobierno de Maduro, ya
que esto le daría legitimidad en toda la región, comprometiendo la imagen de
las fuerzas progresistas latinoamericanas. Los que hablan de esa forma tiene un
imagen particular de la izquierda, que no se corresponde con la de la izquierda
realmente existente.
Una parte de esas posturas es reflejo de una ideología
liberal. Lo único que hay para esa visión son democracia y dictadura.
Y como el gobierno de Maduro no cabe en la concepción que tienen de
democracia, lo califican inmediatamente de dictadura y centran su fuego en
contra del gobierno, supuestamente aislado por una “sociedad civil” rebelada en
contra de la “tiranía”.
Para esos, aunque se digan de izquierda, no existen ni
capitalismo, ni imperialismo. No hay tampoco derecha, ni neoliberalismo. Las
clases sociales desaparecen, disueltas en la tal “sociedad civil”, que pelea en
contra del Estado. No tienen en cuenta que se trata de un proyecto histórico
anticapitalista y antimperialista.
Parece que no se dan cuenta de que no se trata de defender
un gobierno, sino un régimen y un proyecto histórico. Que si llegara a
caer ese gobierno, caería todo el proyecto histórico iniciado por Hugo Chavez y
Venezuela se sumaría a la recomposición neoliberal que hoy victima a
Argentina y a Brasil.
Se puede ser de izquierda y ser crítico, pero peleando
dentro de la izquierda, de las fuerzas antineoliberales, por el avance de esos
procesos, nunca por su derrota. Porque la alternativa a esos gobiernos
está siempre en la derecha, como Argentina y Brasil lo confirman, nunca en la
extrema izquierda. Derrocar a gobiernos antineoliberales es abrir el
camino a la restauración neoliberal, que es la única bandera de la derecha.
Lo que está en juego hoy no solo en Venezuela, pero también
en Bolivia, en Ecuador, en Uruguay, en Argentina, en Brasil, es el destino de
los gobiernos más importantes que América Latina ha tenido en este siglo: si se
afirman y avanzan, si recuperan el camino donde la derecha ha retomado el
gobierno o si la contraofensiva neoliberal vuelve a imponer la década nefasta
en que imperó en nuestra región.
Esa es una razón más para que la izquierda exprese su apoyo
y solidaridad con Venezuela. Hay horas en que el silencio es criminal, sea
de dirigentes, sea de militantes, sea de intelectuales, sea de partidos, sea de
instituciones, sea de gobiernos, sea de quien sea.
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