Jorge Elbaum * - http://www.la-epoca.com.bo/2018/09/13/macri-y-el-becerro-de-oro/
Ellos creen en el capitalismo feroz como un modelo de
repartijas meritocráticas de las cuales ellos siempre saldrán gananciosos.
Tienen fe en ese dios hipostasiado de becerro de oro. Disfrutan de los
beneficios que les entrega esa divinidad y hacen de él un principio de verdad
diseminado, gracias al aporte del bombardeo simbólico de canales, frecuencias y
odios racistas y supremacistas.
Le pagaron a los fondos buitres para lograr una apertura
internacional de los mercado que le permitiesen endeudarse como nunca antes lo
había hecho un gobierno en la historia argentina. Dicha colocación de deuda
incluyó el suculento número de 700 millones en comisiones para pícaros amigos
del poder cuyos nombres algún día tendrá que conocer el pueblo argentino. Esta
globalización externa –basada en el endeudamiento y no en las exportaciones—el
permitió fugar 50 mil millones de dólares: por cada tres unidades del billete
verde, una la destinaron a plazas desconocidas. Quizás paraísos fiscales o
circuitos de dinero negro dispuestos para adornar a jueces o redactores de
cuadernos subrepticios.
Por eso se auto-blanquearon el dinero que previamente
fugaron. De esa manera pagaron menos impuestos de los pobres más pobres de la
Patria. Mientras cada uno de nosotros aportamos el 21 por ciento del IVA ante
cada compra en blanco, ellos “extrajeron” del mercado miles de millones sobre
los que debían haber tributado. Se hicieron un pagadiós (del mismo becerro de
oro en el que creen). Bajaron los salarios mediante la pérdida del valor del peso:
al depreciar la moneda, quienes obtienen divisas del exterior (ellos, las
mineras, los cerealeros, los exportadores en su conjunto) cuentan con una
porción mayor de la riqueza nacional sin hacer nada: son más ricos y tienen más
poder para comprar medios, periodistas, empresas, jueces e imponer las verdades
del becerro de otro el resto de la sociedad.
Al poder comprar u obtener por exportaciones una gran
cantidad de dólares pueden jugar a la ruleta de la especulación financiera a
costa del resto de la sociedad: desde que asumió Macri, las LEBACS difuminadas
por el Banco Central le han costado a toda la sociedad argentina un costo
fiscal inédito, en el mismo lapso que el gobierno macrista ha instalado la
verborragia del necesario ajuste fiscal. Las consecuencias de la ruleta
financiera –como era de esperar—beneficiaron a los amigos del macrismo y
repercutieron en la baja de las jubilaciones, la Asignación Universal por Hijo
y las pensiones, como producto del cambio de la ecuación de su incremento.
Paralelamente les bajaron las retenciones y las cargas
impositivas a los ricos. Beneficiaron a los millonarios sojeros y a las
empresas mineras. Redujeron los impuestos a los bienes personales de los más
ricos y rebajaron los porcentuales a los autos de alta gama. Eliminaron los
controles a la “libre” compra de divisas –incentivando la fuga— y se
empecinaron de destruir los programas sociales mediante su clausura y el
despido de empleados públicos. Mientras recortaban el gasto orientado a los más
pobres y persiguieron a referentes políticos de la oposición y sindicalistas
rebeldes se condonaban deudas propias con el estado, y se viabilizaban
negociados para los propios ministros con eufemismos de “tensión de intereses”.
Lograron disminuir el valor del salario al limitar su
capacidad adquisitiva y sus ejecutores se vanagloriaron de eso en los ágapes
programados por los organismos multilaterales. Le dijeron a la sociedad que
nunca “volverían al FMI” y en la mitad de su mandato –después de endeudarse
irresponsablemente—le entregaron al lleve de la economía argentina a los mismos
que precipitaron la tragedia traumática del 2001.
Como en aquella ocasión, todas las propiedades argentinas se
desvalorizaron y las empresas trasnacionales se abalanzaron a adquirir empresas
locales “a dos pesos” extranjerizando aun más la economía (y las tierras, sobre
todo en el sur de nuestro país). Dicha ajenización derivó en fuga de capitales,
a través de royalties y de beneficios (de dichas empresas y ejecutivos) y la
pérdida de control de espacios estratégicos cercanos a recursos naturales
estratégicos. Dichos mecanismos son el consabido paso previo para que los
imperios “decreten” estados fallidos y se vean en la necesidad de intervenir en
esas geografías para garantizar la protección de las inversiones de sus
conciudadanos. Destruyeron las paritarias y orientaron a una parte de los
jueces (con la colaboración de medios hegemónicos y servicios) para ocultar
detrás de una paranoia de escándalo y vodevil el saqueo imperante.
La reducción salarial impuesta por la financiarización
globalizada (del neoliberalismo fascista) no es otra cosa que la imposición “de
los mercados” para que los potenciales inversores gocen de salarios miserables
(medidos en dólares) y logren paralelamente comprar en oferta (por migajas) las
empresas liquidadas por la propia política macrista. Obvio que para eso tienen
que despedir muchos trabajadores. Y cuánto más despidan más bajarán los
salarios porque “el ejército de reserva” de los laburantes estará dispuesto a
emplearse por poco dinero antes que tener que ver morir de hambre a su familia.
Dolarización, pedida del poder adquisitivo, inflación, desocupación y
extranjerización de economía exigen fuerzas de seguridad orientadas a la
represión y no a controlar el delito.
El abandono de la soberanía es otra de las políticas activas
coherentes con el actual proceso de deterioro social: ni la moneda local (el
peso), ni las Malvinas, ni los próceres, ni la historia local, ni la producción
de conocimiento (universidad/ciencia y tecnología) aparecen como baluartes que
le despierten alguna sensibilidad patriótica. Sueñan que viven en Miami. Hasta
que –más temprano que tarde—suene el escarmiento. La memoria histórica se
acumula en los pliegues de la emocionalidad más profunda. Irrumpe cuando el
cansancio dice “basta”. El tiempo huele a eso. Estamos cerca. Solo habrá que
cuidar a nuestrxs hermnaxs: los cultores del becerro de oro han dado muchas
muestras de su tendencia al derramamiento de sangre de los más humildes. No se
los permitamos. Edifiquemos una esperanza cuya fortaleza los inunde. Para que
por fin, ese becerro de oro que tanto aman se les derrita, como metal fundido,
entre sus huesos.
* Sociólogo,
doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de
Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la).
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