Nora Merlín - http://lateclaenerevista.com/2018/01/25/una-nueva-religion-la-creencia-los-medios-comunicacion-nora-merlin/
No hay diferencias sustanciales entre la forma de mirar
televisión y el altar de una Iglesia.” – Víctor Hugo Morales[1]
El poder amenaza con peligros que el mismo construye, impone
prejuicios y creencias, al estilo de que el pueblo en la calle es violento, que
la oposición es desestabilizadora, que Venezuela es una dictadura, etc. A
través de los medios de comunicación primero se instala el miedo y luego se
promete protección, inoculando en los individuos la ingenua ilusión de que si
obedecen estarán a salvo bajo una supuesta seguridad protectora, que en verdad
enmascara lo peor: un violento disciplinamiento social.
Con el objetivo de configurar el pensamiento y colonizar la
subjetividad los medios de comunicación concentrados utilizan, de forma
irresponsable y sin escrúpulos, una manipulación de la opinión pública
instalando creencias y prejuicios.
Walter Benjamin afirmó, en uno de sus fragmentos
redactado en 1921, que el capitalismo es una religión. Esta
definición de asombrosa actualidad, anticipa lo que podemos denominar una nueva
religión sostenida en la fe ciega en los medios de comunicación.
La creencia en los mensajes comunicacionales que imponen los
medios concentrados tiene una eficacia muy superior a la de cualquier religión.
Constatamos a raíz de la visita del Papa Francisco a Chile y Perú que
muchos católicos en lugar de desempeñarse con fidelidad al jefe de la Iglesia,
lo cuestionan repitiendo el relato de Clarín.
A medida que se fueron desarrollando los medios de
comunicación ocuparon el lugar del ideal, construyendo y alimentando día a día
una cultura de masas que cree con una convicción inquebrantable en
los mensajes que aquellos emiten, lo que conforma un acto de fe y sometimiento
a lo que se presenta como una nueva religión.
La masa, una hipnosis
colectiva, constituye el paradigma social del neoliberalismo
Freud en sus inicios comenzó trabajando con el método
hipnótico, advirtiendo tempranamente el tipo de influencia que la presencia y
la palabra del hipnotizador ejercían. El paciente se sugestionaba, creía en el
poder del médico, se volvía obediente, sumiso, obteniéndose como resultado una
curación temporaria en la que los síntomas desaparecían para luego retornar.
Fue ésta una de las principales razones por las que el médico vienés abandonó
definitivamente ese método: comprometido con la búsqueda de la verdad, no se
trataba de sugestionar y de obtener por esa vía pseudo curaciones.
Años más tarde, ya avanzada la teoría psicoanalítica,
Freud pudo demostrar que la masa poseía idéntico mecanismo de formación que la
hipnosis. En ambas, el hecho de ubicar al hipnotizador o al líder en el lugar
del ideal conducía a un estado de fascinación, a una creencia en su autoridad y
a una obediencia a los mandatos que aquel profería sin importar si eran comprensibles
o racionales: los mensajes recibidos funcionaban con una fuerza que impulsaba a
obedecer incondicionalmente.
Freud comprobó que la masa estaba basada en un enlace de
tipo libidinal, amoroso, resultando el mejor sistema social para alimentar la sugestión,
la obediencia colectiva e instalar una serie de construcciones ideativas que le
iban a dar sustento: las creencias.
La creencia
Una manera de definir la subjetividad es considerarla como
un sistema social de creencias compartidas. Las creencias no constituyen algo
exclusivamente mental o íntimo sino que se “apoderan” de la subjetividad, se
ponen en juego en la realidad social efectiva, en los actos y elecciones, para
terminar siendo la envoltura formal de repeticiones rituales. Implican modos de
satisfacción que adquieren fijación, motivo por el cual van a funcionar como
piedras muy difíciles de remover.
Freud investigó el fenómeno de la creencia en varios de sus
artículos. En “Moisés y la religión monoteísta” (1939) analizó la fe en las
religiones dando cuenta de que el creyente deja de lado la racionalidad y, a
pesar de ser capaz de captar la irrealidad de su creencia, se adhiere a ella y
la conserva como una verdad absoluta. Hace referencia a la paráfrasis de Tertuliano credo
quia absurdum, “lo creo porque es absurdo”, para justificar que a pesar de que
los dogmas religiosos sean indemostrables poseen un valor de verdad que no se
fundamenta en lo racional ni en la comprensión, volviéndose irrefutables.
Intentar convencer al creyente utilizando la lógica o la demostración racional
producirá una sensación de impotencia similar a la de hablarle a una pared. En
pocas palabras, las creencias no se fundamentan en errores de comprensión
o aprendizaje sino que conforman un sistema de ilusiones que dan sentido,
estabilizan, de ahí que el sujeto se aferre a ellas con un convencimiento
inquebrantable.
La tesis de Freud en “El porvenir de una ilusión” es que las
creencias religiosas se basan en la añoranza de un padre, dando cuenta de una
necesidad de protección y autoridad que vuelva soportable el desvalimiento
humano; esta añoranza es propia de todo tipo de creencia, más allá del plano
religioso.
Las creencias organizan y sostienen la vida funcionando
como una matriz para interpretarla, condicionan las percepciones al operar como
prejuicios inquebrantables capaces de sortear las evidencias que se le opongan:
se cree y luego se ve. El sujeto, de manera conservadora, tiende a aferrarse a
sus creencias, no está dispuesto a renunciar a ellas aunque pueda reconocer la
irracionalidad de sus argumentos: reniega, realiza una desmentida de un trozo
de realidad, como si expresara “ya lo sé, pero aun así…”.
La necedad expresada en aferrarse a las creencias se
articula con la pasión por la ignorancia que consiste en una inercia
conservadora respecto de lo establecido, una satisfacción por no querer
escuchar, ver, ni saber. Con frecuencia creciente encontramos individuos que
prefieren no saber y se satisfacen en la ignorancia con el mal de la banalidad.
No nos referimos en este caso a la educación formal, que por otra parte no
garantiza la ausencia de esta pasión, sino a un deseo de no querer saber
sostenido, por una parte, en una comodidad homeostática e inercial propia de lo
instituido, y por otra, en una cobardía, un horror al saber capaz de
conmocionar las creencias. Esta pasión va de la mano de la promoción del
narcisismo que estimula un individualismo descarnado que intenta no ser
afectado por el lazo social: “No me quiero amargar”, “no quiero enterarme”.
La pasión por la ignorancia constituye uno de los mayores
obstáculos para transformar la posición del sujeto y la cultura. Resulta
funcional al capitalismo, de ahí que los medios de comunicación
concentrados la promuevan de múltiples maneras, apuntando todas ellas al
totalitarismo comunicacional, a la abolición del pensamiento crítico y, en
definitiva, a la destitución del sujeto. En consonancia con esto, el neoliberalismo
alimenta la cultura del entretenimiento vacío, la frivolidad y la evasión con
distintos “quitapenas”, buscando arrasar con la memoria, los legados históricos
y el “curro de los derechos humanos.
La masa, construcción laboriosa que realizan día a día los
medios de comunicación concentrados, es la vía regia para la obediencia y el
desarrollo de creencias muchas veces disparatadas pero indiscutidas.
El poder amenaza con peligros que el mismo construye, impone
prejuicios y creencias, al estilo de que el pueblo en la calle es violento, que
la oposición es desestabilizadora, que Venezuela es una dictadura, etc. A
través de los medios de comunicación primero se instala el miedo y luego se
promete protección, inoculando en los individuos la ingenua ilusión de que si
obedecen estarán a salvo bajo una supuesta seguridad protectora, que en verdad
enmascara lo peor: un violento disciplinamiento social.
La masa fascinada ante el “altar de la iglesia”, mientras invoca
al dios del consumo por “el pan nuestro de cada día”, incorpora creencias que
promocionan una resignación obediente, sacrificial, temerosa y cobarde.
Una cultura democrática capaz de ir en contra del
neoliberalismo y de la masa, que estimule la pluralidad de voces y cuente con
mecanismos que apunten a la desconcentración del poder, constituye el mejor
antídoto contra esta forma de colonización de la subjetividad que podemos
caracterizar como una nueva religión.
[1] Prólogo de “Colonización de la subjetividad. Medios
masivos de comunicación en la época del biomercado.”
Nora Merlín es Psicoanalista-Magister en Ciencias
Políticas -Autora de Populismo y Psicoanálisis, Edit Letra Viva – Autora de
Colonización de la subjetividad, Edit. Letra Viva
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