Carolina Vásquez Araya - https://carolinavasquezaraya.com/2017/12/04/los-azotes-del-imperio/
Las libertades democráticas son el mito creado para sostener
la zanahoria en el palo.
Aquí y en todos los países en vías de desarrollo se hace lo
que convenga a las grandes compañías multinacionales y a los objetivos
geopolíticos de un puñado de Estados en los cuales éstas asientan sus reales.
De ahí las guerras bélicas, económicas y mediáticas contra países ricos en
materias primas o recursos energéticos, cuyos líderes han osado rebelarse contra
el mandato de esos centros de poder desde los cuales emanan las directrices
políticas impuestas a los gobiernos. El imperio -siempre se ha sabido- no
perdona las defecciones y, cuando surge alguna, la combate con mano de hierro.
He vivido lo suficiente como para haberlo visto una y otra
vez en los abundantes golpes de Estado y en los documentos desclasificados en
donde se revelan, al cabo de los años, los verdaderos motivos detrás de esos
crueles operativos antidemocráticos. Es tan hábil la estrategia imperialista
como para esperar al paso de una generación, contando con la ignorancia de la
siguiente respecto de sus intenciones. Y así la pobreza y el subdesarrollo se
instalan como algo connatural a nuestra manera de vivir.
Lo acontecido en Honduras no escapa a este esquema de
dominación. Estados Unidos y sus aliados no quieren más gobiernos progresistas,
mucho menos cuando éstos pretenden consolidarse con el voto democrático en una
región tan cercana a sus fronteras. Para ello le sirven los ejércitos financiados
y entrenados como feroces guardianes de sus intereses políticos y económicos,
equipados con todo el arsenal necesario para someter cualquier intento de
manifestación ciudadana. El silencio de la comunidad internacional respecto de
la represión en Honduras y el fraude electoral que ha provocado el estallido
ciudadano, sin duda responde a consignas tajantes del Departamento de Estado,
desde donde se gobierna la mayoría de nuestros países. Los observadores
internacionales, entonces, algunos de los cuales proceden de países vecinos,
terminan siendo meros espectadores del operativo en un silencio que, por
cómplice, se aproxima a lo criminal.
Para los demás países de la región el panorama hondureño es
un cuadro de costumbres; es el recuerdo de lo vivido una y otra vez en carne
propia, siempre con la excusa del resguardo de las “libertades democráticas”,
“la protección del estado de Derecho”, “el imperio de las garantías
constitucionales” y cuanta poesía se les ocurra para acallar las eventuales
protestas y consolidar el estatus. El entramado apretadísimo de intereses
corporativos con las políticas internas de nuestras naciones ha sido una
constante durante siglos, con el conveniente resultado de mantener en el
imaginario social el miedo al fantasma del comunismo y la aceptación tácita de
la explotación y la pobreza como realidades inevitables implícitas en ese
concepto abstracto e indefinido llamado democracia.
¿Qué sucederá en los demás países de la región cuando les
toque el momento de elegir autoridades? ¿Acaso coinciden los eventos de
Honduras con el incremento inexplicable de los presupuestos militares en países
vecinos? El futuro mediato es como una nube negra plagada de amenazas. De ahí
la importancia fundamental de combatir la corrupción y depurar a las
instituciones, elementos clave para la recuperación del equilibrio político de
los países centroamericanos.
Es imperativo entender que la violencia y la miseria en las
cuales se hunde la vida de nuestros países no son naturales, responden a
estrategias bien pensadas para mantener a la población en silencio, temerosa y
sumisa. Será a ella, entonces, a quien le corresponda romper el hechizo.
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