Vittorio Petri - http://anccom.sociales.uba.ar/2017/04/27/de-los-martires-de-chicago-a-los-docentes-argentinos/
“He expuesto los que creía justos reclamos de la clase
obrera, he defendido su derecho a la libertad y a disponer del trabajo y los
frutos de su trabajo”, declaraba Albert Parsons minutos después de ser
sentenciado a muerte. Junto a él, George Engel denunciaba: “Aquí he visto a
seres humanos buscando algo con qué alimentarse en los montones de basura en
las calles. Desprecio el poder de un gobierno injusto, sus policías y sus
espías”. Samuel Fielden afirmaba: “La Constitución, cuando dice ‘el derecho a
la libre emisión del pensamiento no puede ser negado’, da a cada ciudadano,
reconoce a cada individuo, el derecho a expresar sus pensamientos. Yo he
invocado los principios del socialismo y de la economía social y sólo por esta
razón me hallo aquí y soy condenado”. Michael Schwab agregaba: “Un movimiento
social no es una conspiración, y nosotros todo lo hemos hecho a la luz del día”. Parsons,
Engel, Fielden, Schwab y otros dos condenados más a la horca son recordados hoy
como “los mártires de Chicago”, y sus alegatos, que datan de 1886, cumplen este
1° de Mayo 131 años.
La injusticia de aquel día daría origen, en todo el mundo,
al Día del Trabajador, cuyo significado ha ido cambiando con el tiempo. Al
principio, los anarquistas se inclinaban hacia la conmemoración y los
socialistas hacia la celebración. Según el historiador y experto en
sindicalismo argentino, Santiago Senén González, el que movió la balanza en
nuestro país fue Perón. “Durante su primer y segundo gobierno se hizo un
festejo hasta con un himno y desfiles”, cuenta, y pone el acento en la dignidad
reparada: “El trabajador, al ver cumplidos muchos de sus reclamos, vio en el 1º
de Mayo un día más bien festivo”. Luego de este período, sostiene Senén
González, “se volvió, hasta hoy, a la conmemoración como lucha”.
En 1890, cuatro años después de la condena a los mártires de
Chicago, en Buenos Aires se distribuyó un manifiesto que decía: “¡Trabajadores!
Compañeras, compañeros: ¡Salud! ¡Viva el 1º de Mayo: día de fiesta obrera
universal!”. Se trató de la primera conmemoración de la fecha en la Argentina,
que incluyó un acto en el Prado Español, ubicado por entonces en la actual
avenida Quintana, pleno Recoleta, entre Ayacucho y Junín. Allí se reunieron
anarquistas y socialistas para debatir acerca del programa a seguir y su
proceder práctico e inmediato. Al día siguiente, el diario La Nación ninguneaba
la manifestación: “El hecho no puede tener gran importancia porque aquí ni hay
cuestión obrera, ni subsisten las causas principales que le han dado
importancia en Europa y los Estados Unidos”. Y la crónica del mitin terminaba
consignando: “Habló primero un señor alemán. Enseguida hizo uso de la palabra
un francés, luego tres italianos y un español. Había, en la reunión, muy pocos
argentinos, de lo cual nos alegramos mucho”.
El manifiesto distribuido en nuestro país fue el de la
Segunda Internacional, que se reunió en París en 1889, y en el que se leía: “No
se mueven nuestros hermanos para obtener pingües aumentos de salarios, casi
siempre inútiles porque se elevan después los artículos de primera necesidad,
sino en demanda de que las ocho horas de producción no sean más que ocho”.
Senén González explica que, en el primer punto de su documento, el congreso obrero
pide “crear leyes protectoras y efectivas sobre el trabajo para todos los
países con producción moderna. Para lograr eso, considera la organización de la
clase obrera por todos los medios que sean posibles y también la manera de
verificar las pretensiones para su emancipación”.
Hoy, a días de la represión contra los trabajadores de la
educación frente al Congreso de la Nación y a menos de un mes del contundente
paro general contra el Gobierno de Mauricio Macri, parece que para algunos no
ha cambiado nada desde aquella infame condena a los mártires de Chicago. El 6
de abril último, por ejemplo, el diario de los Mitre publicaba una nota con
esta bajada: “En una recorrida por el microcentro, se ven locales abiertos,
taxis circulando y estacionamientos casi completos; testimonios de quienes
decidieron no parar”. Al día siguiente, en la edición impresa, un artículo de
opinión se titulaba: “Un paro flaco y tristón empujado por zurditos”.
Con el conflicto docente, el ministro de Trabajo bonaerense
Marcelo Villegas se apresuró a declarar que, ratificada la vigencia de la
conciliación obligatoria, “las medidas de fuerza devienen entonces ilegales”.
Ante la falta de respuestas, los maestros intentaron instalar la Escuela
Itinerante frente al Congreso y allí fueron reprimidos por las fuerzas
policiales. “Nos llevaron esposados como si fuéramos unos terribles
delincuentes”, relató Miguel Acuña, docente de la Escuela 19 del Bajo
Flores. “Si no les gusta que nosotros nos manifestemos públicamente, que vayan
y discutan con sus diputados en el Congreso y que se animen a modificar el
artículo 14 bis que habla del derecho a la protesta y de nuestro derecho como
trabajadores”, desafiaba Acuña en diálogo con ANCCOM.
“Los trabajadores saben que su rol es el del reclamo”, opina
Senén González, “es parte integrante de la esencia del sindicalismo”. “Y deben
seguir por la vía del reclamo en el Congreso -agrega-. Así el sistema se va
erosionando y cambiando, por eso se obtienen las ocho horas, los convenios
colectivos, y tantos otros beneficios”. Senén González es escéptico y realista:
“El Palacio de Invierno ya cayó, la Bastilla no existe más, y la mejor arma es
la que hizo famosa (Augusto Timoteo) Vandor: pega y negocia. “El contexto
sociohistórico del país lleva a reclamar y seguir reclamando. Esas son las
reglas de juego, y por eso la lucha continúa y debe continuar”, concluye.
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