ARAM AHARONIAN - http://www.cronicon.net/paginas/edicanter/Ediciones104/nota4.htm
Hoy todas las luces de alarma permanecen encendidas en el norte y en el sur del sur ante los intentos restauradores del viejo orden neoliberal. Las fuerzas más reaccionarias del mundo han intensificado sus campañas para desestabilizar nuevamente a varios gobiernos latinoamericanos -el venezolano en lo social, económico y militar, el argentino en lo financiero, por ejemplo-, en una experiencia que bien puede ser aplicada en cualquier otro país latinoamericano cuyos recursos naturales sean apetecidos por las potencias centrales.
La creciente y orgánica participación de los medios de comunicación cartelizados -nacionales y extranjeros- en la preparación y el desarrollo de las guerras y planes desestabilizadores promovidos por y desde Estados Unidos, demuestra que éstos se han convertido en verdaderas unidades militares. Si hace 40 años necesitaban de fuerzas armadas para imponer su proyecto, hoy el escenario de guerra es simbólico y hoy no hacen faltas bayonetas ni tanques: les basta con el control de los medios hegemónicos para imponer modelos políticos, económicos y sociales.
EL ESCENARIO SIMBÓLICO
La guerra se traslada al espacio simbólico, a la batalla ideológica, a la guerra cultural y, por ende, las armas para esa nueva confrontación son diferentes. Ya no son metralletas, sino micrófonos, computadoras, teléfonos, cámaras de video... La guerra por imponer imaginarios colectivos se da a través de medios cibernéticos, audiovisuales y gráficos.
Los medios comerciales de comunicación han incautado la libertad de expresión y, precisamente, la han aprisionado para usarla como rehén. Ante ese poder los individuos no valemos nada. Los medios se han vuelto despóticos y despiadados, como nunca lo llegó a ser reyezuelo o dictadorzuelo alguno. Una vez que acusan-condenan no hay modo de apelar ante nadie.
EL TERROR MEDIÁTICO
El arte de la desinformación ha sido un elemento clave en todos los conflictos bélicos desde la Antigüedad. Hablamos de hace tres mil años: ya entonces no se trataba de escribir la realidad de los hechos, la historia verdadera, sino la de conformar percepciones, imaginarios colectivos de la sociedad a favor, claro, de la cultura dominante, de los poderes fácticos, incluidas -en tiempos más recientes, hacia el siglo 17- las diversas Iglesias.
Es claro que las agencias internacionales de noticias surgieron para afianzar el poder colonial de las potencias europeas, sobre todo en África y Asia, y también es claro que cada vez que surge un conflicto, la prensa del sistema es la encargada de silenciar cualquier opinión independiente, eliminar el debate y el disentimiento, para orquestar las respuestas emocionales en masa a sus intereses.
Ya en 1982 los británicos habían aplicado la férrea censura de prensa y la verdad oficial durante el conflicto con Argentina en el Atlántico Sur, experiencia que sirvió para su aplicación posterior en Granada, Somalia, Irak, Afganistán, y muchas otras regiones. Hoy, el frente de la derecha latinoamericana y mundial -incluyendo el gobierno de Estados Unidos, algunos de sus incondicionales de la región y otros de la Unión Europea- tomó protagonismo activo desde febrero de 2014 en sus ataques mediáticos contra la Revolución Bolivariana y los gobiernos de Argentina y -luego- Brasil.
Las tres redes privadas más importantes de diarios de Latinoamérica se unieron para "difundir informaciones (léase manipulaciones, distorsiones, mentiras, difamaciones) sobre la situación en Venezuela". Internamente, las campañas de prensa quieren provocar cansancio en los ciudadanos, en el exterior sembrar un imaginario colectivo de represión, autoritarismo, una sensación de caos e ingobernabilidad.
Argentina afrontó en 2014 una extorsión financiera sin precedentes. Los especuladores que compraron bonos de la deuda por 48 millones de dólares lograron en Nueva York una sentencia de cobro por 1.500 millones. Este fraude retrata cómo funciona el capitalismo actual, sistema que empuja a nuestros países a más y más padecimiento. Los buitres se disponen a repetir el mismo despojo que ya realizaron en otros lugares como Perú, y amenazan a toda la región.
Aunque el escenario afectara a Argentina, deja bajo la garra de estos rapaces cualquier deuda soberana. En 2014, la deuda representaba el 104% del Producto Interno Bruto en EE.UU., 93% en España, 132% en Italia, 129% en Portugal, 78% en Alemania, 175% en Grecia, 123% en Irlanda, 90% en Reino Unido.
El precedente de este fallo judicial va mucho más allá del perjuicio contra Argentina, y pone en riesgo cualquier futura reestructuración de deuda... con la mirada puesta en la periferia europea.
Paralelamente, en Brasil se desató una furiosa ofensiva mediática contra la estatal petrolera Petrobras, apoyando las demandas del fondo buitre Aurelius. Existe, sin dudas, un intento de provocar un descalabro financiero en la región, con apoyo de sectores internos que colaboran con esos intereses sin cuestionar sus "prácticas mafiosas". Hay una estrategia más generalizada que está utilizando la cuestión financiera como campo de batalla contra determinados procesos políticos. En el año que terminó trataron de llevar a la Argentina al default, y atacan a Brasil. Es una guerra sin armas, desde el terreno judicial y con objetivos políticos.
A nadie ha extrañado que los medios hegemónicos argentinos hayan manejado la información y opinión para cooptarse con la posición de los acreedores, denigrando y tratando de ridiculizar la posición de su país e invisibilizando o minimizando la información referida a los apoyos solidarios recibidos de todos los países latinoamericanos y caribeños, del Grupo de los 77 (más de 120 países en desarrollo más China), y de los Brics, entre otros.
La apuesta de las transnacionales y de los fondos buitre, refrendada cartelizadamente por los grupos mediáticos hegemónicos a nivel regional, internacional e interno, ha sido la de crear zozobra en la población ante una "inminente" corrida bancaria y cambiaria, ante el embargo de activos petroleros nacionalizados. Y el libreto se repite en Venezuela, Argentina, Brasil.
En nuestros tiempos, marcados por el neoliberalismo, los vicios como la codicia y el individualismo, se han convertido en virtudes, exaltadas desde Hollywood por la homogeneización de los medios de comunicación.
Debemos recordar que el concepto de terrorismo mediático está relacionado con un entramado de estrategias políticas, económicas, sociales y psicológicas que buscan crear realidades ficticias, miedos colectivos y convertir mentiras en verdades que permitan manipular a la sociedad de acuerdo con el conflicto y el enemigo en cuestión.
Si partimos de la idea de que para el poder todo sujeto que considere una amenaza a sus intereses se concibe como enemigo de guerra, entonces el terrorismo mediático parte de que la guerra psicológica utiliza una caracterización simplista y maniquea (bueno/malo, negro/blanco) para describir al enemigo. La llamada propaganda negra no es otra cosa que la construcción de unos nombres, de unos relatos, de unas categorías, de unas imágenes que ordenan los acontecimientos a partir de un eje de destrucción del otro. Ese proceso se hace ocultando la verdad y sobre todo mintiendo acerca de ella, señala Florencia Saintout, de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata.
Pero la respuesta -de los gobiernos atacados- a estas matrices terroristas mediáticas ha sido reactiva y no proactiva, propositiva, informativa. Ha sido basada en denunciología (propia de una etapa de resistencia y no de construcción) y preocupación por la solidaridad pasiva. En Venezuela, fueron mensajes inundados por consignas, inserciones o solicitadas solidarias (que nadie lee y otros, en el norte, archivan en sus bases de datos), lamentos..., inmovilismo.
La falta de fuentes de información veraz, oportuna y para todos, facilita el trabajo de la derecha de imponer imaginarios colectivos, a través de una prensa -radios, medios cibernéticos fijos y móviles, televisoras, diarios, revistas- totalmente cartelizada detrás del mensaje único, producido por las usinas en el exterior y en cada uno de nuestros países.
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