Les quitaron a sus hijos, les robaron a sus nietos, les
cambiaron para siempre sus vidas. Las dividieron, las enfrentaron, las mataron.
Pero siguieron adelante, con un reclamo vivo de Justicia y Verdad. Buscando a
los suyos y a los de los otros. Sin violencia, con sus pañuelos blancos. Las
Madres de Plaza de Mayo, un ejemplo de la lucha presente.
Hay personas que con la simple mención de sus nombres
sabemos de quién o quiénes se trata sin más que aclarar. Decir Hebe, Azucena o
Adelina es decir Madres de Plaza de Mayo, sinónimos de lucha por la memoria y
la verdad, sin revanchismos, pero con el reclamo de justicia para los
secuestradores de sus hijos y de los treinta mil más que se llevaron los
genocidas bajo el eufemismo de Proceso de Reorganización Nacional. Detrás de
estos tres íconos de la lucha y defensa por la plena vigencia de los Derechos Humanos
hay miles de incansables mujeres que hace 34 años viven una pesadilla que aún
las desvela: la desaparición de sus hijos.
Doce de estas mujeres reunidas por Diagonales recordaron en
la Sala de las Madres de Plaza de Mayo del Pasaje Dardo Rocha 34 años de rondas
y pañuelos blancos, años en los que fueron perseguidas por la dictadura y
reprimidas por la democracia. Un testimonio para no perder la memoria.
CONTEXTO.
El 24 de marzo de 1976, un golpe militar destituyó a la
entonces presidente constitucional María Estela Martínez de Perón. Cuando se
apoderaron del gobierno, los militares golpistas manifestaron que venían a
poner "orden". Pero el orden que impusieron fue el del terror y la
muerte.
Inmediatamente comenzó una verdadera caza de brujas,
terrorismo de Estado mediante. Durante este período los llamados "grupos
de tareas" integrados por elementos policiales, civiles y militares
asesinaron a miles de personas y secuestraron a varios miles más, los que
fueron conducidos a lugares clandestinos de detención (campos de concentración
y exterminio) donde fueron encerrados en condiciones degradantes, salvajemente
torturados y finalmente -casi la totalidad- asesinados.
En la Argentina llegó a haber alrededor de 368 campos de
concentración.
"La detención-desaparición fue inédita en el mundo y
salimos a reclamar incansablemente. Para nosotras no están muertos porque no
tenemos el cadáver, por eso seguimos exigiendo la aparición con vida. Nosotras
no hemos podido hacer el duelo", afirma Nora Centeno, madre de Alejandro
De Sio, quien está desaparecido desde el 4 de septiembre de 1976.
Se menciona la palabra "desaparecidos", esa
categoría terrible se refiere a las personas secuestradas -detenidas
clandestinamente- de las cuáles no se dio más información y que se convirtieron
así en "desaparecidos": la mayor crueldad para sus familiares que
ignoraban si estaban vivos o muertos. "Los testigos que dejaron vivos
fueron para que sembraran el terror en futuras generaciones", considera
Alba Martino de Pernas, madre de Graciela Pernas Martino.
Para Zulema Castro de Peña "la búsqueda es incesante,
permanente. Nadie nos ha respondido quién fue ni por qué". Zulema sufrió
la desaparición de sus dos hijos, Jesús Pedro e Isidoro Oscar Peña. El primero
fue secuestrado el 26 de junio de 1978; al segundo lo "chuparon" el
10 de julio del mismo año.
Los militares siempre negaron la existencia de los
"desaparecidos" hasta tanto les fue imposible continuar haciéndolo. Y
como la censura era total, esa palabra casi no figuraba en los diarios ni se
escuchaba en ningún medio masivo de comunicación.
La política represora derivó también en el exilio de muchos
argentinos, varios de ellos ilustres o distinguidos en sus actividades, que
dejaron el país para salvar sus vidas. Aunque también hubo un exilio interno,
ya que quienes se quedaron estaban condenados al silencio para evitar ser
"desaparecidos".
En ese marco de silencio y miedo colectivo surgieron las
Madres de Plaza de Mayo, un grupo pequeño de mujeres que por amor a sus hijos
desafió al poder y se levantó como testigo y denuncia pública en un país
ocupado por sus propias fuerzas militares. Este grupo de Madres superó el
terror.
A medida que sus hijos eran secuestrados y
"desaparecidos" las Madres acudían a golpear todas las puertas que
pudieran dar alguna noticia sobre sus hijos.
Adelina de Alaye recuerda que entonces y hoy exigen "la
aparición vida de nuestros hijos". Esa frase "ya es un ícono de
nuestra lucha", dice.
Así concurrieron al ministerio del Interior, a cuarteles,
destacamentos de policía, iglesias y por supuesto escribían a los integrantes
de la Junta Militar que gobernaba el país. Jamás recibieron respuesta.
Hoy, 34 años después del comienzo del horror, comienzan a
ver algunos avances desde la Justicia "que históricamente miró para otro
lado, los civiles siguen gozando de impunidad total", dispara Nora
Centeno.
Jorgelina Azzarri de Pereyra cree que "hay jueces que
tuvieron una buena postura, ya que al menos nos escucharon, no todo el Poder
Judicial fue cómplice".
PAÑUELOS.
Las Madres empezaron a reconocerse al encontrarse en todos
esos lugares y una tarde de abril de 1977, mientras esperaban que las atendiera
el párroco de la iglesia Stella Maris, una de ellas, Azucena Villaflor de De
Vicenti dijo: "Individualmente no vamos a conseguir nada, ¿por qué no
vamos todas a la Plaza de Mayo y cuando seamos muchas, Videla tendrá que
recibirnos ..."
El 30 de abril acudieron a la plaza las catorce Madres que
habían estado en la iglesia. Catorce Madres solas en esa inmensa plaza. Es de
imaginar su coraje, solas ahí, en un país aterrorizado.
Azucena Villaflor eligió Plaza de Mayo como sitio de las
reuniones, porque está situada frente a la Casa Rosada y a la catedral
metropolitana.
La Plaza continúa siendo un lugar histórico y tradicional
para las manifestaciones, una suerte de foro público. A medida que pasaba el
tiempo el número de Madres aumentaba, porque incrementaba el número de
desaparecidos.
La presencia de las Madres en la Plaza era conocida por
comentarios de boca en boca, puesto que así como no existían los
"desaparecidos" para la prensa, tampoco existían las Madres.
A comienzo de las reuniones semanales acordaron que fueran
los jueves de 15.30 a 16, por ser un día y una hora en el que transitaba mucha
gente por la Plaza. Ellas permanecían en grupo y de pié, sin caminar.
Fueron los propios policías que custodiaban la Plaza quienes
les indicaron que marcharan de a dos, porque como el país estaba bajo estado de
sitio, estaban prohibidos los grupos de tres o más personas.
Así comenzaron las marchas. Marchas alrededor de la pirámide
de Mayo, que es el símbolo de la libertad, marchas que continúan aún hoy.
Con el objeto de reconocerse, tiempo después comenzaron a
usar pañuelo blanco en la cabeza, confeccionados en un principio con la tela de
los pañales que se usaban para bebés. Ese pañuelo se convirtió en su
símbolo.
Las Madres intentaron dar a conocer sus dramas y es así que,
por ejemplo, participaron de marchas religiosas, numerosas y populares, en las
cuales era conveniente que pudieran reconocerse.
Las Madres provenían de diferentes sectores sociales, las
unían sus hijos desaparecidos y juntas desde una cierta ingenuidad primera,
adquirieron con el tiempo una cierta sabiduría. Supieron así que sus hijos
fueron secuestrados en general por su entrega generosa con el fin de ayudar a
quienes no habían sido favorecidos por la misma suerte y transitaban por la
vida con muchas dificultades y pobreza. Se dieron cuenta entonces que también
estaban luchando contra una dictadura y sin duda la batalla dio sus frutos.
Cuando comenzaron a reunirse eran un grupo pequeño de Madres que creció hasta
ser habitualmente de 300 a 400 mujeres. Con el tiempo fueron incorporándose los
padres, hermanos, esposas, hijos, nietos de los desaparecidos y fueron
formándose grupos de Madres en el interior del país.
Jamás hicieron uso de las armas, mientras que la dictadura
-que mediocrizó la cultura, la educación y la calidad de vida de los
argentinos-, poseía toda la fuerza y todas las armas. Con el paso del tiempo
fueron escuchadas y adquirieron fuerza, ya que sus reclamos eran legítimos,
mientras que la dictadura carecía de toda legitimidad.
El prestigio de las Madres en todo el mundo creció de tal
manera que en otros países de América Latina y de Asia con problemas similares
surgieron grupos que imitaron la acción de las Madres de Plaza de Mayo.
DESPRECIO.
La dictadura militar menospreció la capacidad de lucha de
las madres y la fuerza de amor que ponían para conseguir información de sus
hijos. Las llamaban "las locas de Plaza de Mayo" y cuando se dieron
cuenta que sus denuncias tenían fuerza intentaron silenciarlas con el secuestro
de un grupo de fundadoras y familiares de desaparecidos en la iglesia de la
Santa Cruz; el golpe más fuerte fue, sin dudas, la detención y desaparición en
la puerta de su casa de la líder del grupo, Azucena Villaflor, cuando regresaba
de comprar el diario donde salía por primera vez la solicitada a la Junta
Militar pidiendo información de los detenidos-desaparecidos, el 10 de diciembre
de 1977. Irónicamente, es el día recordatorio de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos. Suponía la dictadura que las Madres perderían poder con
el secuestro masivo de integrantes. Se equivocaba.
Las Madres son la reserva moral de los argentinos durante
los años de plomo, por eso constituyeron un foco de luz y esperanza. Sus demandas
fueron y son "Verdad, Justicia y Castigo" por las violaciones de los
derechos humanos. Hoy reina la impunidad que genera nuevos crímenes perpetrados
por ex integrantes de "los grupos de tareas", que a pesar de haberse
comprobado que fueron torturadores y asesinos, gozan de una amplia libertad.
Las Madres fundadoras ponen especial empeño en la
Memoria.
Las Madres creen que la Democracia no se agota con el solo
ejercicio del voto.
De hecho, hoy las Madres continúan en la Plaza para afirmar
que sus demandas siguen vigentes y están en cada rincón del país donde se las
invita, acompañando a los ciudadanos en sus reclamos y exigiendo a los
gobernantes Verdad y Justicia.
En ese sentido su lucha y ejemplo se va trasvasando
generacionalmente. "Trabajamos con los hijos de desaparecidos, nietos y no
vamos a dejar de hacerlo, estamos dejando espacios para la memoria",
afirma convencida Nora Centeno.
Zulema Castro de Peña se suma y detalla que ese trabajo es
"junto con escritores, ensayistas y periodistas, para dejar testimonios
que sirvan para las futuras generaciones". El objetivo es que ese material
"sirva como base documental para que las futuras generaciones sepan que en
la Argentina hubo Terrorismo de Estado".
Así será.
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