Carlos A. Villalba - http://www.chacodiapordia.com/2019/09/11/hambre-no-es-biafra-es-la-argentina-de-cambiemos/
Entre el 30 de mayo de 1967 y el 15 de enero de 1970 la región sudoriental de Nigeria, con sus 13 millones de habitantes, se convirtió en Biafra al proclamar su independencia, constituirse como república y tomar el nombre del golfo sobre el que recuesta sus costas. El bloqueo económico fue inmediato, la guerra de reconquista también y la rendición secesionista rápida. La falta de alimentos, de recursos para proveer a la población asediada y la destrucción de los cultivos generaron una hambruna que afectó especialmente a niñas y niños, en su mayoría del pueblo igbo. El hambre y la desnutrición aguda costaron la vida de un número tan incierto como aterrador de personas, estimado entre 500.000 y 2 millones de personas, en buena medida por falta de comida.
La descripción pareciera darle la razón al senador saliente por Río Negro, Miguel Pichetto: la Argentina no es Biafra.
En los últimos tres años y medio, cada mes, cada día, son más las niñas y los niños, los adolescentes, sus abuelos y, más recientemente, también sus padres y sus madres sin trabajo ni changa, los que hacen cola en los comedores de los movimientos populares, de las iglesias y las escuelas, de cualquier casa, club, casilla, galpón, tinglado, en el que una olla tiznada, calentada a leña, va convirtiendo en guiso lo que haya, lo que venga, lo que se consiga con la solidaridad barrial, el compromiso organizado, con la voluntad de los negocios empobrecidos del barrio o de empresas más grandes y, también con el aporte de los gobiernos de la Nación, de las provincias y los municipios. Con ese desembolso oficial, el vecindario, la militancia, los curas en opción por los pobres, los pastores, los maestros y las maestras, apenas cubren entre el 30 y el 40% del gasto en comestibles, el resto lo aporta la red solidaria que se teje alrededor de cada uno de los miles de comedores o merenderos que atienden un promedio que supera las cien personas por día.
Cuando el día empieza a anochecer, nuevos caminantes aparecen con las primeras sombras que los edificios proyectan sobre las avenidas de las localidades del Gran Buenos Aires. Familias enteras, recién caídas en la indigencia, con carritos improvisados, con cochecitos de bebés que ya caminan, debutan en los últimos meses en la búsqueda en los tachos de basura, meten en sus bolsas de plástico la cena que encuentran en los desperdicios que otros descartan. En la gran ciudad, los más jóvenes se meten de cabeza a revolver en los basureros que el intendente Horacio “si vos querés” Rodríguez Larreta intenta clausurar con candados, para espantar con una llave la miseria creada por el gobierno del que forma parte.
En las afueras, en los grandes baldíos que rodean a los municipios muchas veces convertidos en basureros por obra de las coimas que evitan el traslado hasta los vertederos que corresponden por ley u ordenanza, también aumentó la cantidad de familias que van a buscar entre los restos. Conocen el horario en el que llegan los camiones con los productos vencidos de los supermercados; además de comida, apuntan a la leña, la ropa, a cualquier material que consideren con un mínimo valor de reventa o de trueque.
Esta penosa descripción pareciera mostrar que, aunque no es Biafra, la Argentina de Cambiemos -la alianza conformada por el PRO, la Unión Cívica Radical, la Coalición Cívica y el tardío Pichetto- se le parece bastante.
Comer y no morir en el intento
En esta Argentina -que no queda en Nigeria, en estos Vicente López, Quilmes, Matanza, Moreno, José C. Paz…, que no son Biafra-, más del 40% de los niños, niñas y adolescentes viven por debajo de la línea de pobreza; la mitad sufre privaciones de sus derechos. El número de asistentes a los comedores se multiplica, solo en lo que va de 2019 aumentaron entre el 50 y el 100% las personas que buscan su único plato de comida diario. Los merenderos sí se “reperfilaron”, para ofrecer comida y los comedores pasaron de abrir cinco días a hacerlo también sábado y domingo, para cubrir el agujero que provoca en la alimentación el cierre del fin de semana de las escuelas. Atienden a todo el que llega, aunque no esté en la lista de sus usuarios habituales. Sus organizadores, solidarios de cualquier color, mientras pudieron replicaron la tarea en otros locales del mismo barrio, hasta que los suministros no alcanzaron más y detuvieron la “expansión”.
El cálculo, flojo de registros formales, hoy ubica en 4.000.000 a las argentinas y los argentinos que concurren a esta última frontera contra el hambre en un país que, como se ufana el propio presidente Mauricio Macri, produce alimentos para 400 millones de personas (en realidad para 500 millones). Sólo en el Conurbano bonaerense, los movimientos sociales mantienen funcionando más de 1400 lugares de ese tipo y no abren más porque ya no hay piedra por exprimir y conseguir más recursos.
La organización político social de mayor peso organizativo y de movilización, el Movimiento Evita, es responsable de 600 de esos comedores solo en el Gran Buenos Aires. Uno de sus diputados nacionales, Leonardo Grosso, con el apoyo de todos los bloques políticos de la Cámara baja, impulsó la iniciativa “Comer bien: Con hambre no hay futuro”, destinada a crear un Registro Único Nacional de comedores, merenderos y ollas populares; capacitar en educación popular, nutrición y violencia de género para las trabajadoras de merenderos y comedores y contribuir a una “Cultura del Encuentro” que impulse acuerdos amplios para resolver la problemática.
La calle ordena
Del mismo modo que el relato macrista convenció en 2015 a una parte del sector social más vulnerable del país a votar en contra de sus propios intereses, su trabajo de comunicación e influencia cultural hizo invisibles a situaciones evidentes. La real realidad, como siempre y tarde o temprano, le pelea a los aparatos ideológicos, al mensaje de los medios, y termina por filtrarse.
A los pocos meses de la llegada del nuevo gobierno comenzaron a verse más personas durmiendo en la calle, grupos familiares en las puertas de cines, bancos, en las plazas; sin embargo, fueron “invisibles”, incluso hasta para quienes pasaban a su lado y sufrían por ellos. Hasta que una ola de frío, la de julio de este año, llenó los clubes, las iglesias, las unidades básicas, de gente en situación de calle que escaló hasta la tapa de los diarios y esa realidad, tan negada como conocida, pasó a ser protagonista de la cotidianeidad, a mostrar las consecuencias del desempleo, la pobreza y los tarifazos.
Poco después, comedores, merenderos, templos y capillas, empezaron a recibir chicos con hambre; en las escuelas; nenas y nenes aparecieron con tapers… para llevarse a sus casas parte de lo que les daban, para los hermanitos no escolarizados; sin embargo, salvo para las decenas de miles de personas que armaron esa retaguardia solidaria, fueron “invisibles” durante años. Hasta que el volumen del drama y su instalación en el espacio compartido, incluso en el ombligo nacional demarcado por el Obelisco porteño y su “avenida más ancha del mundo”, logró romper esa venda entretejida de prejuicios e ignorancia y, ahora, esta semana, todo el mundo entiende que “emergencia alimentaria”, quiere decir “hambre”, una palabra tan sencilla como terrible.
La situación desesperante que atraviesan millones de familias y las manifestaciones callejeras a lo largo de los últimos tres años y medio, en reclamo de Emergencia Alimentaria, Integración Urbana, Infraestructura Social, Emergencia en Adicciones y Agricultura Familiar, lograron que las problemáticas reales lograsen visibilidad, sobre todo la del hambre.
De aquellas situaciones y de estas comprensiones se nutrió el urnazo antigubernamental del 11 de agosto pasado, en el que cada carencia terminó siendo un voto contra el Juntos por el Cambio que desordenó la vida de todos los sectores sociales y de todas las familias argentinas. La ola que encabeza el Frente de Todxs amenaza con superar a cualquier candidatura del oficialismo macrista en las elecciones generales del 27 de octubre que consagrarán de modo formal a Alberto Fernández como presidente de la Nación. Los dirigentes relacionados con las franjas más empobrecidas del país afirman que las propias periferias de sus organizaciones están “al borde” de estallar, señalan que “el triunfo” fue un calmante de una pradera seca que solo esperaba el fósforo, esa llamita que aviva cada aumento de “el chino de la vuelta”.
Mientras tanto, las jornadas que restan para los comicios generales están cargadas de seguimientos del precio del dólar y el riesgo país, orejean nombres de potenciales ocupantes de los ministerios a partir del 10 de diciembre y hasta especulan con las consecuencias que pueden tener sobre unas finanzas en estado de volatilidad extrema los “debates” presidenciales del 13 de octubre en la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y, una semana después, en la Facultad de Derecho de la UBA entre todos los candidatos.
La movilización constante desembocó en un escenario en el que las más importantes organizaciones político-sociales, sindicales, agrarias, empresariales y religiosas, reunidas en la Mesa de Diálogo y Encuentro por el Trabajo y la Vida Digna expresaran su “urgente pedido de declarar la Emergencia Alimentaria”, para “enfrentar la crueldad del hambre que habita en millones de familias oscureciendo el presente, especialmente de nuestros adultos mayores, y condiciona gravemente el futuro”, en particular “de niñas, niños y jóvenes”.
La multisectorial reclamó una canasta básica de primera infancia y de mujeres embarazadas o en período de lactancia, con incremento de la Asignación Universal por Hijo al valor de una canasta básica total para un menor de 18 años, estimada al primer trimestre del año en $ 5.834; aumento de presupuesto de comedores y huertas escolares y comunitarias; fomento de la agricultura familiar y social; reintegro del IVA a los consumidores de menos recursos y aumento del número de productos sin IVA de los componentes de la canasta básica; actualización de los montos del Programa Pro Bienestar del PAMI y aumento de la cobertura de los medicamentos para jubilados y pensionados.
Los acuerdos, luego planteados ante los diputados nacionales de la oposición, también exigieron la disposición de tierras públicas ociosas para convertirlas en productoras de alimentos, trabajadas por organizaciones sociales y de la economía popular y la agricultura familiar con miras al autoabastecimiento alimentario.
Ante la negativa del gobierno nacional a poner en marcha una respuesta a la situación, los parlamentarios consensuaron un proyecto legislativo único para extender la emergencia alimentaria hasta fines de 2022, incrementar un mínimo del 50 % de las partidas presupuestarias destinadas a las políticas públicas nacionales de alimentación y nutrición vigentes para el año en curso, con actualización automática cada tres meses a partir del 1 de enero próximo, a través de un mecanismo basado en el Índice de Precios al Consumidor y la variación de la canasta básica de alimentos. El acuerdo autoriza al Gobierno las reasignaciones que correspondan, con la intención de facilitar los trámites necesarios para la gestión y la transparencia en la compra de alimentos que lleguen a los comedores, intendencias y provincias.
El conjunto de sectores en este momento representados electoralmente por el Frente de Todxs, decidieron convocar a una sesión especial con el fin de aprobar la propuesta sobre tablas, con el difícil apoyo de los dos tercios de los presentes. Kirchneristas, justicialistas, massistas, miembros del interbloque Red por la Argentina que encabeza Felipe Solá, junto al Movimiento Evita y Somos de Victoria Donda, PJ-San Luis, Renovador de Misiones y la vicegobernadora electa de Santa Fe, Alejandra Rodenas, cerraron el círculo de una estrategia que también se expresó en las urnas: movilización, acuerdo multisectorial y unidad partidaria, pasos previos a un posterior acuerdo multisectorial y multipartidario que, en paralelo, el jefe del espacio empezaba a bordar en la provincia de Tucumán. Del mismo modo que “Macri fue el límite”, decidieron que “ante el hambre no se puede esperar”.
Radiografía rápida de una nación no africana
Las políticas de los tres años y medio de gobierno de Macri destruyeron el aparato productivo, dejaron a centenares de miles de personas sin trabajo y hasta sin changas y aceleraron el deterioro de los sectores más vulnerables. Es lo que explica que comedores y merenderos populares se multiplicasen como nunca antes. En este país, que no es africano, el PBI cayó 2,5% en 2018 y para fin de año se espera una nueva baja superior al 2,6%, para totalizar la caída histórica de 8,4% durante el período 2016-2019.
Según los datos de la Universidad Católica Argentina, que siempre enrostró el antiperonismo a los gobiernos kirchneristas, la pobreza alcanzará este año el 35%, con cerca del 8% de indigencia. Sin embargo, solo en el primer trimestre del año los pobres ya habían superado el 34% y se estima que el dato estará por encima del 40%, con lo cual la gestión Cambiemos habrá generado más de 4 millones de nuevos pobres.
La inflación interanual saltó del 26,9 registrado en diciembre de 2015, al 55,8% medida a junio de este año, con un acumulado macrista superior al 250%. El dólar recibido a $9,87 pesos, por estos días araña los $59 pesos, contenido por el cepo y apoyado en una tasa crediticia que cada día bate su propio récord y pasó el 86%.
Los servicios públicos registraron subas inauditas, con la electricidad y el gas a la cabeza, destruyendo la vida cotidiana de la población a caballo de las subas acumuladas del 1490 y el 1297 por ciento. La población se endeudó y los compromisos personales saltaron hasta ubicarse entre el 25 y el 47% según ingresos.
El desempleo aumentó 3 puntos porcentuales, desde el 7,1% en el primer trimestre de 2015 al 10,1 por ciento en el mismo período del año en curso, el número más alto en trece años, que trepa mucho más allá si se contabilizasen a los trabajadores precarizados, los subocupados y los desahuciados laborales, producto del cierre de 19.131 empresas entre junio de 2015 y junio de 2019.
Junto a esos números, si se vuelve a mirar hacia los basureros, hacia quienes viven y duermen en la calle o en dirección a las niñas y los niños con hambre, sin haberse producido una guerra de secesión y en una tierra con riquezas y alimentos, el panorama sí empieza a parecer “biafrano”:
Cinco millones y medio de los niños, niñas y adolescentes del país -vive bajo la línea de pobreza, 42% del total. Un 8,6% de ellos se aloja en hogares que no cubren la canasta básica de alimentos, por lo que se encuentran en la indigencia, la expresión más extrema de la pobreza.
En el último año aumentaron las enfermedades transmitidas por los alimentos, principalmente la gastroenteritis y diarreas, "posiblemente asociadas a las prácticas de búsqueda y recolección de desperdicios en basurales". Hubo más restricciones en el consumo de alimentos, tanto en su cantidad como en su calidad; las familias “saltean comidas, se suprimen comidas grupales de fin de semana, se cocina una única vez por día, los adultos a veces no comen por dejarle el alimento a los más chicos y cambia la composición de la cena”.
Se redujo el consumo de alimentos con proteínas de origen animal, sobre todo carne vacuna y lácteos.
La canasta de alimentos disponible en los hogares depende en gran medida del acceso a bolsones, cajas de alimentos y apoyos alimentarios y a la oferta de los comedores y merenderos comunitarios o a las escuelas y parroquias.
La provisión de alimentos por parte del Estado resulta “insatisfactoria y de mala calidad nutricional y ese apoyo ha disminuido en cantidad y variedad, lo que se traduce en menos alimentos entregados”.
Los efectos de la crisis económica no impactan solo en el aspecto nutricional sino que también se muestran en “aumento del malestar psicológico, expresado en problemas de conducta, manifestaciones de ansiedad y déficit de atención en niños y niñas”, con incremento de expresiones de “violencia en adolescentes, cuadros de alcoholismo y depresión".
Los profesionales de la salud que trabajan con esa población advirtieron sobre “una fuerte disminución en la capacidad de dar respuestas, debido al recorte en el gasto público y la reducción de personal dispuestos desde el Estado” y advirtieron que están “colapsados por el aumento de la demanda y desprovistos de herramientas de intervención por el recorte en la cantidad de medicamentos, provisión de vacunas gratuitas, mantenimiento de los equipos e instrumental médico”.
Durante el último año también aumentó la deserción escolar entre los niños, niñas y adolescentes, en especial en la transición entre el nivel primario y secundario, ante “la necesidad de incorporarse lo antes posible al mercado de trabajo”.
Los datos no pertenecen a los equipos de Alberto Fernández y las fuerzas políticas, sociales y gremiales que lo acompañan, forman parte de las conclusiones sobre los "Efectos de la situación económica en la niñez y la adolescencia", realizada por Unicef en la Argentina.
De todos modos, mientras las Naciones Unidas se preocupan por el tema, el Frente de Todxs tendrá que ocuparse de la búsqueda de soluciones para uno de los peores dramas generados por el gobierno saliente, ese cuyos funcionarios creen que el hambre es una construcción “política”, la emergencia alimentaria "un slogan de campaña" y que ante quienes comen de la basura y escarban en la inmundicia aseguran que no debe reaccionarse como si fuese algo parecido a Biafra.
Carlos A. Villalba - Periodista y psicólogo argentino. Investigador asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (http://estrategia.la/). Miembro de La Usina del Pensamiento Nacional y Popular (http://www.usinadelpensamientonacional.com.ar)