Diario Jornada de Mendoza-http://www.jornadaonline.com/Rodolfo%20Braceli/85035
No imaginaba el poeta Francisco Luis Bernárdez, cuando escribió La ciudad sin Laura, hasta qué punto iba a estar sin Laura la ciudad, el país, el mundo mismo.
Porque Laura, nuestra Laura, fue arrancada de la vida por esos que el mismo día se mandan una comulgada y a continuación salen a su rutina, la de perpetrar, tortura mediante, la muerte contra natura. Esos que obscenamente toman para sí los atributos absolutos del Dios que dicen venerar. A Laura le arrancaron la vida y le robaron al tierno hijo que brotó de sus entrañas.
Aunque suene pueril, hay que decirlo: no basta asesinar para matar. En todo caso, no siempre la muerte se sale con la suya. Porque si porfiados son los asesinadores, no menos porfiados vienen siendo los vientres de las madres abuelas que buscan entre millones de rostros desconocidos el rostro del nieto robado. Que buscan con la sabiduría de una paciencia que no es resignación. De las más de 500 criaturas secuestradas al promediar la década del ‘70, algunas robadas de cuajo desde la placenta, en el 2012 ya se han recuperado 105 (ciento cinco). Y continúan.
Conversación, en el enero de 1999
Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, está buscando. Y está ayudando a buscar. Serena, implacable, ella busca.
–Estela, vayamos por su Laura.
–Laura fue la primera de mis cuatro hijos. Hija muy soñada. Muy soñada desde lo idílico, desde lo romántico del noviazgo. Porque con mi marido siempre pensábamos en una hija y en llamarla Laura. Enamorados como estábamos de la canción Laura y de la película Laura que protagonizó Gene Tierney en la década del ‘40... Con Guido nos pusimos de novios muy jovencitos, un noviazgo lento, protocolar... Siempre soñábamos, hablábamos, imaginábamos a Laura. Cuando nos casamos nos propusimos esperar tres años para tener hijos, pero ella llegó al año y fue Laura... Nació el 21 de febrero de 1955, en pleno carnaval. Yo me sentía tan bien que fuimos a bailar junto con otros familiares a la confitería París, de La Plata. Fuimos, del baile volvimos de madrugada. Al rato empecé a tener problemitas. Fui a hacerme ver, quedé internada mientras mi esposo iba a buscar la ropa. Laura nació en el Hospital Italiano de la ciudad de La Plata, a la una del mediodía, todo muy bien. Recuerdo del momento del parto una ventana y a través de la ventana el cielo azul, muy azul. Yo miré ese cielo cuando nació Laura, y enseguida pregunté si era sanita, me dijeron que sí, y yo, que no soy de llorar, sentí que me bajaban las lágrimas, sentía una emoción desconocida. Andaba por mis 23 años, era la primera hija, la esperada; había bordado, tejido: todo lo que hacíamos las señoras de antes para nuestros hijos. Felicidad completa porque, además, mi marido siempre quiso tener muchas nenas. Pura felicidad. La maternidad es dolorosa, pero es tan renovadora. Cuánta felicidad con la llegada de Laura y aquel cielo tan azul.
–¿Suele buscar esos recuerdos a menudo?
–No necesariamente. Hace poco he sido abuela de nuevo, fui a conocer a mi nietito número once, y no se me ocurrió pensar en Laura. Evito a veces las nostalgias y las tristezas, porque eso es contagioso y cuando uno está celebrando un nacimiento, que es vida, no debe empañarlo. Pero después sí, ya en mi casa, pensé en Laura, pensé que ella no pudo conocer la dicha de criar a su hijo y de amamantarlo sosegadamente. No pudo porque se lo quitaron. Laura sólo conoció la felicidad de tener un hijo en brazos durante cinco horas.
–Más allá de los recuerdos, ¿qué?
–El trabajo de cada día. Cada día me atrapa lo de hoy, para crear lo que puede suceder mañana. Es decir: las abuelas estamos siempre activas con el presente sin olvidar el pasado. Llevamos el pasado a cuestas, pero mirando para adelante. Queremos ver qué podemos hacer de nuevo para traer más encuentros de nietos robados que ya son adolescentes o adultos. O sea que estamos en una tarea con una nostalgia muy especial. La nuestra no es la nostalgia que paraliza, sino la que construye.
–Aparte de buscar se trata de enseñar, de inducir a la conciencia. El nuestro es un país trabajado para la desmemoria.
–En nuestro país hubo varias etapas: durante la dictadura ni hablar: la desinformación, el terror, el tapar. Después, con los gobiernos constitucionales que tuvimos desde 1983, nunca se llegó al fondo de la cuestión, siempre se mostraron partes, remiendos. Todavía el común de la gente no tiene muchas cosas en claro. Pero estamos creciendo de a poco, ahora nosotros lo podemos evaluar a través de las detenciones de Massera, de Videla, de otros genocidas. Y lo empezamos a sentir en la respuesta que da la gente. Antes funcionábamos como una sociedad enferma que tolera la convivencia cotidiana con los asesinos. A esta altura del año, a un año del siglo21, enfermos no hemos dejado de estar, pero algunos cambios se observan. La mayoría de la gente mucho no conoce, sigue estando muy parcializada la información. Las Abuelas de Plaza de Mayo estamos en un proyecto: reunir información dispersa y fragmentada, para tener una historia común. Porque cada organismo preocupado por los derechos humanos tiene lo suyo y si conseguimos juntarnos el resultado de nuestro trabajo se duplicará.
–Eso, la juntación, usando el decir de Violeta Parra, mientras más se posterga más facilita el trabajo sin feriados de los cómplices que procuran la indiferencia y la desmemoria.
–Es cierto: somos de la idea de hacer un archivo común, para el uso común de todos, para los estudiantes, para los jóvenes que quieren saber o empezar a saber. En Abuelas estamos haciendo un estudio con los nietos y otra gente, con un convenio con la Facultad de Ciencias Sociales. Primero, porque los hijos no saben cómo eran sus padres y qué hacían y, aparte, los abuelos, los padres de sus padres, no contamos todo, siempre hay algo que se reserva por temor. Pero estamos creciendo. Antes, por ejemplo, si alguien me preguntaba a qué agrupación pertenecía mi hija, yo titubeaba y entonces le decía que a la Juventud Universitaria Peronista. Pero no, Laura era de Montoneros. Ahora ya lo decimos así: Montoneros. O del ERP o del FAL o de tantas otras organizaciones que hubo de lucha armada o no. Es como que nosotros, los familiares, tenemos que aprender a decir todo lo que sabemos. “No, mi hijo no estaba en nada.” Macanas. Cuando una madre dice “no estaba en nada”, es porque no sabe nada.
–Indirectamente se les da pie y razón al por algo habrá sido, en algo andaría. Por lo demás, el estar en algo no justifica ni las torturas ni las desapariciones. Ni el robo de criaturas.
–Exactamente. Por eso digo que hay muchas cosas plantadas en la sociedad producto de esa educación, de esa formación de la dictadura, que todavía no han sido erradicadas. Nos falta mucho por hacer... En mi caso personal aprendimos desde el dolor. El primer desaparecido de la familia, del entorno familiar, fue María Claudia Falcone la Noche de los Lápices. El hermano de ella fue el primer esposo de Claudia, mi hija. Yo tengo tres nietos Falcone sobrinos de María Claudia, que ella no los conoció, por supuesto, porque tenía 16 años cuando la desaparecieron. Directamente en mi familia mi marido fue el primero en desaparecer. El 1 de agosto del ‘77 lo secuestraron. Porque le prestó una camioneta a Laura para hacer su mudanza y como no se la devolvía la fue a buscar. Allí se encontró con que la casa donde estaba viviendo Laura había sido allanada, arrasada, estaba todo roto, las luces encendidas... En el operativo se habían llevado a la pareja que vivía con Laura y mataron a un muchacho que fue el que le hizo la mudanza. Por eso ella no le devolvía la camioneta a Guido. Mientras tanto Laura, que se había mudado, estaba en otro mundo, no sabía que detrás de su mudanza había ocurrido todo eso. Cuando Guido va a ver por qué no volvió la camioneta, ahí a lo secuestran a mi marido. Y lo tienen en una comisaría de La Plata con otros secuestrados a los que él escuchaba cómo torturaban, o cómo mataban. Padeció veinticinco días allí, en condiciones infrahumanas. Lo dejaron en libertad, yo supongo, porque pagué en ese momento un rescate de cuarenta millones de pesos de aquel momento. Esa fue la primera experiencia, particularmente mía, de búsqueda de un desaparecido. En La Plata nadie podía ignorar que esto estaba pasando. Las universidades eran permanentemente centros de detención, de invasión y los chicos en la calle eran secuestrados. Yo era directora de escuela y las maestras llegaban todo el tiempo con noticias de que en el barrio había habido una masacre en la calle, de que habían sacado de una casa a cinco o seis chicos estudiantes y los habían fusilado contra la pared. Recuerdo una maestra que me contó: “Mirá Estela, quedaron partes del cabello, del cerebro en la pared...” Todo el tiempo con esas noticias. Nadie podía ignorar que en La Plata se estaba consumando, día a día, una masacre. El caso es que cuando Laura desapareció yo ya tenía una especie de preparación para saber, más o menos, qué hacer. Mi marido aparece el 25 de agosto y Laura desaparece el 26 de noviembre del ‘77, junto con su compañero. Y mi marido, en ese ínterin en que es liberado, la ve a Laura varias veces en Buenos Aires. Yo no la veo. Sabía que me podían seguir, la estaban buscando. Cuando a Guido lo torturaban le preguntaban por Laura, por su paradero. Él decía: “No sé dónde está y si supiera no se piensen que se los iba a decir”. Y entonces lo torturaban más todavía.
–¿Qué hace usted cuando desaparecen a Laura?
–Decido abandonar toda tarea para dedicarme solamente a buscarla. En abril del ‘78 me entero de que ella estaba embarazada, y ahí sí empiezo realmente los trámites de mi jubilación para esperar al hijo de Laura, que iba a nacer en junio, dispuesta a criarlo yo. Tenía naturalmente la viva esperanza de recuperar a mi nieto.
–¿En qué apoyaba esa esperanza?
–Una cuestión de lógica humana. ¿Cómo se podía robar un niño? ¿Qué había hecho ese bebé para condenarlo? No estaba en nuestra cabeza imaginar lo que pasó. No estaba. Todas las abuelas preparamos un ajuar, esperamos el bebé. No era una esperanza, era una seguridad nacida de una lógica humana. Yo me acuerdo que a la madrugada escuchaba cualquier ruidito y pensaba que al hijo de Laura, mi nieto, me lo habían dejado en la puerta. Esperaba una llamada telefónica, un toque de timbre. Esperábamos. Fuimos a hospitales, a la Casa Cuna. ¿A qué lugar no fuimos? Solas o acompañadas. Porque yo después me integro a Abuelas de Plaza de Mayo, que ya estaban trabajando. Desde octubre del ‘77 ya formaban un grupo de doce abuelas. El fin era buscar a los niños. Ya había un objetivo determinado. Las primeras empezaron solas, cada una hacía lo que le nacía: iban y preguntaban en las comisarías, deambulaban por juzgados, por regimientos. Así se fue encontrando gente que estaba atravesada por el mismo dolor. Y nos fuimos juntando. Los encuentros se fueron modificando: primero se hacían en confiterías, en estaciones de trenes... hasta que como grupo de Abuelas nace en octubre del ‘77. Yo me incorporé en mayo del ‘78.
–¿Tenía alguna noticia de Laura por entonces?
–En abril del ‘78 recibí la noticia de que Laura estaba bien. Y en agosto la asesinaron, a Laura la asesinaron... Dijeron que fue en un enfrentamiento y me entregaron el cuerpo. Yo pregunté por el bebé y nadie quiso o supo cómo decírmelo. El subcomisario de Isidro Casanova fue el que hizo de entregador del cuerpo... había dos cadáveres, el de Laura y el de otro muchacho. Después supimos que los dos habían sido sacados juntos del campo de concentración La Cacha, que estaba en La Plata. Yo entonces no paraba de reclamar, y me contestaban: “¿De qué bebé me habla?”. Estaba todo preparado. Es más, me querían entregar el cuerpo del otro chico, que yo no sabía quién era. Y yo les dije: Si ustedes me dicen quién es, yo me lo llevo y busco a la familia. A ese chico lo enterraron como un NN y a Laura también la iban a enterrar como NN. Pero Laura tenía su documento. O sea que el propósito era siempre no asumir la muerte de los desaparecidos sino enterrarlos como anónimos. Ellos querían tapar todo. Para quedarse en el poder tenían proyectos siniestros: matar a mucha más gente. No pudieron. No pudieron porque hubo toda una resistencia de los familiares. Las abuelas nos pusimos en marcha, dijimos: no puede ser que los chicos no aparezcan, tienen que estar en algún lado, vamos a buscar en los orfelinatos, en la Casa Cuna, en los juzgados de menores, en las comisarías, en todos lados vamos a buscar. Y así empezó este trabajo que, lejos de aminorar, crece cada día más... Primero, porque son centenares los niños que faltan y aparte porque vamos teniendo todo un proceso de creatividad.
–¿Cuál es la clave de esa creatividad?
–Transformar el amor en lucha, transformar el dolor en lucha, transformar el miedo en lucha. Todo eso junto. Nada de quedarse y no hacer nada. Basta de esconderse abajo de la cama. Esto, para la mujer sobre todo, fue y es un desafío.
–¿Por qué es más visible y efectiva y organizada y sostenida la lucha de las mujeres? ¿Por qué Madres o Abuelas de Plaza de Mayo y no Padres o Abuelos de Plaza de mayo?
–Será por la fuerza de la mujer.
–¿Por qué las mujeres sí tienen esa fuerza y los hombres, en general, no la tienen?
–Hace un rato yo contaba como nació mi nena, Laura. Mi marido no puede contar eso. Yo la llevé nueve meses en mi panza, la sentí moverse, le hablé, le preparé la ropita. El rol de la madre es ese rol más cercano, más carnalmente involucrado, porque al hijo lo lleva adentro, en el vientre. Cuando el hijo nace es de los dos, pero hay otro sentimiento en la mujer. Y cuando ocurre una tragedia, en general, es la mujer la que se manda a la lucha. Hay hombres acompañando, claro que sí, pero son muchas más las mujeres. Ahí desafiamos todo. Todo. Porque hasta desafiamos el calendario. No olvidemos que somos mujeres viejas ya. La vicepresidenta de Abuelas tiene 80 años. Rosa y yo teníamos otro programa para nuestras vidas en la vejez: quedarnos en casa tejiendo, con los nietos alrededor. Pero ahora, en cambio, estamos luchando, sin descanso, ignorando las ñañas que tenemos en todo el cuerpo. Nos damos cuenta, de repente, que caminamos más lento. O que tenemos la cabeza blanca por las canas. Pero no importa: las Abuelas recorremos el mundo. Por ejemplo, hay dos que fueron en un viaje hace dos meses, y las dos recorrieron todos los aeropuertos en sillas de ruedas. Hay ciertos condicionamientos físicos, pero no mentales, no del corazón.
–Ustedes trabajan con la paciencia, pero, a veces, ¿no reciben manotazos de la impaciencia?
–Sí, y es lógico. Estamos buscando a nuestros nietos vivos. Confieso que a veces no duermo o me despierto en medio de la noche pensando ay, me faltó hacer aquello, por qué no habré hecho esto, qué es lo que hago mal... Me consuelo y digo: pero si estoy haciendo más que cuando tenía 20 años; entonces podía darme el lujo de dormir la siesta, o tener el respiro de ir al cine o al teatro. Ahora, a la vejez, nada de eso. Pero qué, ¿vamos a quejarnos de nuestras fatigas? Terminamos por ser conscientes, porque la gente nos lo hace ver, de que hemos movido al mundo. La ciencia de la genética se movió al compás de nuestra demanda, y la jurisprudencia que en la Argentina se ha sentado a través de la búsqueda de los chicos y la restitución es increíble. También la psicología ha progresado, en cuanto a la restitución de la identidad. Nosotros decíamos hace muchos años: nadie puede vivir con una identidad cambiada. Y nos contestaban “ay, pero señora, mire que sus nietos están muy bien, a lo mejor con una familia que les da de todo”. Sí, pero es una jaula de oro, son prisioneros, son esclavos. ¿Vamos a pensar que porque estos chicos tengan un buen pasar están mejor? Con ese criterio, puede llegar el momento en que se va a creer necesario sacarle los hijos a los pobres, para que tengan un buen pasar. ¿Se olvida que cada niño tiene el derecho a vivir con su papá, con su mamá, con sus proyectos de vida, con sus olores, sus costumbres? Hace muchos años, cuando nuestra lucha parecía totalmente imposible, decíamos: “Ya van a ver que los chicos van a venir a buscarnos.” Y esta frase loca ya se empezó a confirmar. Se empezó a dar en los adolescentes que vienen a vernos, cada vez más. Hace unos cuantos años que están viniendo porque dudan, porque piensan, porque los castigan, o porque los tratan bien, o porque son muy buenos o porque son muy malos... Pero ellos quieren saber. Tienen mucho tal vez, pero tarde o temprano sienten que algo les falta. Y empiezan a buscar a sus abuelos.
–El llamado de la sangre.
–El llamado de la sangre. La identidad. Quien duda de su identidad o no la tiene después también tendrá un hijo sin identidad. Esta falta de identidad traspasa varias generaciones. Es incómoda, más que incómoda intolerable. La genética ha avanzado tanto… por sus avances se puede saber, por ejemplo, que hay quien por su conformación morfológica, o sea, ósea, puede haber sido pariente de Carlomagno.
–Hace un tiempo, ustedes las Abuelas buscaban chicos de 8 ó 10 años. Ahora buscan jóvenes de 20 ó 22. ¿Esto facilita o dificulta la búsqueda?
–No es lo mismo buscar un adulto, un adolescente, que un niño. Porque al chico que podía tener 8 años se le decía su verdad y se incorporaba a la familia. Hoy a un chico de 21 años no se lo puede incorporar a nada. Se le puede decir la verdad, para que la digiera, la internalice. Pero después de eso no se le puede decir: vení o andá. Eso no va. Pero en general, hay una buena actitud... En muy poquitos casos, dos, hubo mal manejo y también mala respuesta. Pero en todos los demás, aun entre los más duros, el chico quiere saber, quiere conocer, pregunta.
–Con respecto a la búsqueda de su nieto, si nos guiamos por las noticia parecería que está cerca de encontrarlo.
–Las notas de los medios fueron muy exageradas. Un día me vieron salir del juzgado y yo les conté que entre otras cosas estaba el tema de mi nieto. Allí empezaron a decir que había encontrado a mi nieto, cuando en realidad yo estoy cada vez menos convencida de que sea mi nieto ese chico... Hay muchas cosas del entorno que me hacen desestimar esta idea. De todas maneras es un esclarecimiento: vamos aprendiendo que también tenemos derecho a equivocarnos. Pero de todas maneras, la persona que tiene a ese chico, si no es mi nieto y es hijo de ellos, sabe, sabe dónde está el mío.
–¿Por qué está tan segura?
–Porque ese hombre fue el que se ocupó del traslado de Laura desde el campo de concentración hasta el Hospital Militar Central. Y la volvió a llevar cuando ya había tenido su bebé. O sea que él debe haber dicho quién se iba a llevar el bebé. Y hay algo más: si las parturientas tenían los hijos en el suelo de los campos de concentración, ¿por qué a mi hija Laura la llevaron al Hospital Militar, a ser atendida en un hospital? ¿Alguien ya había elegido ese chico? Por esto yo pienso que mi nieto debe de estar con alguien de mucho poder. Porque no es común que llevaran a dar a luz a alguien a un hospital, y militar... En la ESMA funcionaba una maternidad clandestina, y en las comisarías, en el Pozo de Banfield, en el Pozo de Quilmes, también nacieron chicos... En el Hospital Militar Central ha habido nacimientos, pero no los tenemos a todos registrados. El de Laura, y otro nacimiento más, seguro.
–¿Cómo lo piensa a su nieto?
–Tengo más bien un pensamiento lógico, yo digo que debe de estar cerca. A lo mejor me lo cruzo. Claro, tampoco podemos estar viviendo de esas cosas simbólicas, porque, por ejemplo, la vez pasada yo estaba en la biblioteca del Congreso y había un grupo de estudiantes. Entre ellos había uno especialmente, que me miraba. No sólo me miraba, se acercó, me preguntó cosas... Ese muchacho podía tener la edad de mi nieto. Y ahí se me voló un poco la imaginación, pensé: ¿no será mi nieto? Porque es raro que un chico venga y tenga tanto raport conmigo. Pero bueno, después lo desestimé porque tenía una edad que… era más chico. Ésas son cosas en las que uno se engancha, a veces. Pero son transitorias.
–Tiene que tener mucho autocontrol para no caer en esas falsas ilusiones. Porrazos del corazón y del alma, seguramente.
–Mucho autocontrol no sólo por uno, sino también para no molestar al otro. Tenemos, tengo, que andar con cuidado. Yo me encuentro con chicos que se llaman Guido y se me paran los pelos cuando escucho el nombre. Pero sé que mi nieto no se debe de llamar Guido. No le van a poner el nombre que quería su mamá. Le habrán puesto otro, por ahí parecido: Gastón. Algún nombre con G... Porque habrán pensado, tal vez, en buscarle alguna similitud en el nombre.
–Hasta donde es posible: ¿se imagina objetivamente el rostro de su nieto robado?
–Yo lo hago parecido a Laura. Siempre que me lo imagino, con los ojos grandes, cabello castaño oscuro pesado, el cutis blanco mate... No sé por qué me lo hago más a mi familia, porque lo que yo deseo en el fondo es que se parezca a su mamá; además, Laura era muy bonita. Pero mi nieto se puede parecer a cualquiera. Ese nieto... El día que lo encontremos lo veremos con cosas parecidos a su papá y a su mamá y a sus tíos también, vaya a saber... Pero espero, espero ver y tocar al hijo de Laura.
–¿Sueña con Laura usted?
–Sí sí. En general son sueños lindos. Siempre la sueño en el mar... Será porque en la última carta que ella me escribe me dice: “Bueno mamá, en el verano vamos a programar ir al mar juntas, para charlar, para estar, para recuperar el tiempo que no nos vemos...”. Una carta muy linda. Entonces la sueño siempre en el mar, en alguna orilla del mar. Ése es el sueño que tengo más seguido con ella. Por supuesto que la veo, me encanta escuchar su voz. A Laura la tengo adentro siempre de la misma edad, sin crecer, sin envejecer.
–Desde ya estará imaginando cómo hablarle, qué decirle a su nieto cuando aparezca...
–Y sí. En principio, institucionalmente, tenemos ciertas normas de acatamiento a lo que la justicia disponga, siempre que no sea una cosa alocada. Normas referidas a los tiempos del chico, que pide tiempo... Se trata de tener cuidado, hemos aprendido que no hay que abrumarlo, que tiene que saber su historia a medida que él quiera. Pienso que el impulso, en cualquiera de las abuelas que pudieron reencontrarse con sus nietos, es correr, correr y abrazarlo y llamarlo por el nombre. Pero ese chico tiene otro nombre, no nos conoce, y de repente se encuentra con el abrazo de una extraña que, encima, debe ser una vieja bruja porque, según los apropiadores, nosotros estamos mintiendo, estamos haciéndoles daño. El chico encontrado es como una pared... esa pared hay que ir rompiéndola con todo lo que puede hacer una abuela: con paciencia, amor, comprensión. Hay que ir contándole sólo lo que él pregunta. Muchas abuelas le dicen al chico: “Te traje un regalo”. Y el chico les dice: “No lo quiero”. La abuela arrebatada insiste: “Tengo unas fotos para mostrarte”. El chico: “No quiero verlas”. Y la abuela: “¿Querés que te cuente de tu mamá?”. Y otra vez el no y ahí aclara: “Porque mire señora que yo a mí mamá la quiero mucho...”. Y él está hablando de la madre falsa... Sí, el encuentro es un golpe muy duro para los chicos.
–¿Cómo es la Navidad de una abuela de Plaza de Mayo?
–Para mí es una Navidad sin arbolito. Nunca más lo pude armar, desde que nos falta Laura y mientras no aparezca mi nieto. Las fiestas son para recordar a quienes nos faltan. Recordamos a Laura en cada cumpleaños. Y cada 26 de junio sabemos que nuestro nieto robado cumple otro año más. Porque sabemos que nació el 26 de junio. Nos lo contaron compañeras sobrevivientes que fueron liberadas. Laura les contó todo cuando volvió del hospital sin el bebé.
–¿Qué siente por los que asesinan cuerpos indefensos y roban sus criaturas?
–No siento odio. No conozco el odio. Por lo menos en mi vida, desde que nací hasta ahora, no conozco el sentimiento del odio. Debe de ser un sentimiento horrible. Nunca odié. Estar fastidiada, tener dolor, bronca, sí. Pero el odio es una cosa feísima. Porque el odio enceguece, obnubila, anula. El sentimiento de odio hace hacer cosas, pero siempre malas. Uno no puede hacer algo bien odiando.
–¿Tampoco sintió odio cuando recibió la noticia del asesinato de su hija?
–No no no. En ese momento sentí un dolor indescriptible, sentí un vacío. Esa vez sí me enojé con Dios... porque yo he sido siempre cristiana, católica, y todo el tiempo le pedí a Dios que no la mataran, que me la devolvieran... Y un crucifijo que tengo en casa, que me lo regalaron mis compañeras de secundario cuando me casé, ése recibió mis broncas, mi enojo. Pero odio, yo no conozco el odio.
–Si no tiene odio, ni rencor, ¿qué?
–Lo que tengo es una gran necesidad de justicia. Necesidad de ver a los asesinos en la cárcel, pagando. No sueltos, en la impunidad. Necesidad de que los chicos no sigan siendo los rehenes de estos malditos. Que puedan volver a su familia, reconocerse a sí mismos. Es todo un trabajo que hay que hacer en base a una perseverancia, a una tenacidad. Hay en las abuelas una tozudez, hay un empecinamiento, hay un montón de palabras, todas juntas, que hacen que uno tenga convicción en lo que hace. A mí nadie me va a convencer de que no tenemos derecho a buscar al nieto robado, nadie me va a convencer de que la gente que mata puede andar libremente por la calle. Alguna vez, en esta lucha de veintiún años con Abuelas, alguna vez estuve por dejar. Después de todo somos un grupo humano, con sus diferencias… Y dejé. Pero dejé sólo un momento. Y si volví es porque me sentí apoyada por mi marido. Él no está bien ahora, está enfermo, pero me respalda en todo.
–Si pudiese tener a su Laura acá, un momento, ¿qué haría, qué le diría?
–No sé qué le diría. (Estela Carlotto respira hondo, entra en un largo, muy largo silencio.) Supongo que la abrazaría. A veces soñé que Laura volvía... Sí, he soñado que ha vuelto Laura y yo le decía: Entonces no estás muerta, estás viva. Gracias a Dios... Y la abrazaba y la abrazaba…
–Perdón por la pregunta, Estela.
–Ya pasó. Está bien. La pregunta es fuerte pero me sirve para preguntar yo: ¿Existe un cielo?
–Tal vez sí, tal vez no.
–Para mí ese cielo existe. Yo, como cristiana, creo que el cielo existe. Y ahora Laura está en ese cielo... Entonces ese abrazo se lo daré allá. Seguro que se lo daré allá. Porque yo sé que aquí a ella no la veré más. Al que tengo que ver aquí en la Tierra es al hijo de Laura, a mi nieto.
Posdata
Ella busca entre un océano de rostros.
Deletrea rostros.
Busca, buscará, no importan calores lluvias vientos.
Busca, buscará, no importa la obscena indiferencia de los indiferentes.
No hay quien pueda doblegar la voluntad
cuando la voluntad tiene detrás un corazón,
cuando ese corazón es corazón de mujer abuela.
Plegaria furiosa,
para las parteras de la memoria
– Permiso, Memoria.
Permiso, Conciencia.
Qué sería de nosotros si Ellas, las madres abuelas, no hubieran existido?
¿Qué quedaría de nosotros si Ellas no hubieran salido
a alumbrar la más eterna de las noches?
¿Qué hubiera sido de nosotros? ¿Qué?
¿Estaríamos de pie? ¿Estaríamos?
–Ellas nacieron para semillar semillas.
Ellas nacieron para resucitar lo desaparecido.
Ellas gritan con el alarido y gritan con el silencio.
Pueden desentenderse del hambre y del frío y del dolor.
Supieron, ellas, convertir a la intemperie en abrigo
y a la desgracia en linterna.
Fueron la única la luz que atravesó aquella demasiada noche
impuesta por los dueños de la vida y de la muerte.
Ellas se tutean con el milagro
pero no esperan que caiga del cielo.
Una de dos: lo hacen o lo hacen, al milagro.
–Si el diablo mete la cola, no importa:
ellas siguen adonde iban.
Si Dios no baja, no importa:
ellas llegarán adonde querían.
Ellas van, siempre van:
van cuando van y van cuando regresan.
Van hacia delante, aunque solo giren:
son la memoria del círculo.
–Pueden, ellas, mirar la oscuridad sin un temblor,
y mirarlo al sol sin bajarle la mirada.
Tenaces, porfiadas, tercas,
son el templo andante
del último resto de locura que le queda al mundo.
–Alguna vez tejieron, ellas.
Alguna vez hicieron arroz con leche.
Alguna vez posaron sus labios sobre la frente ardida de su criatura.
Alguna vez sus corazones presagiaron la noticia
antes de que, en mitad de la noche, les voltearan la puerta.
–Ellas hacen la casa y las cosas de la casa.
Y hacen de comer, como ninguna.
Pero, todo, absolutamente todo lo dejaron
y salieron y salen y saldrán, ellas, dispuestas
a encarar la obscena impunidad,
a enfrentar el falso coraje del crimen asesinador.
–Salen, ellas, cada día, a desandar la asesinación
hasta el tuétano de las últimas consecuencias.
–Salen, ellas, como locas,
haciendo abandono de hogar
y de aconsejada prudencia y de miedo cautelar.
–Salen, ellas, a cachetear a los que se esconden
en la abstinencia, en la distracción,
en el borrón y cuenta nueva.
–Salen, ellas,
a darle vuelta los bolsillos a la muerte.
Y la muerte recula.
–No necesitan brújula, ¡para eso sus corazones!
–No necesitan sol, ¡para eso sus corazones!
–No necesitan luz ni luna, ¡para eso sus corazones!
–No necesitan escudos, ¡para eso sus corazones!
–No necesitan pensar, ¡para eso sus corazones!
–No necesitan armas, ¡para eso sus corazones!
–Salen, ellas, a cara descubierta,
a buscar una arenita en el desierto.
Y la lluvia les baja por pómulos hombros pechos vientres piernas.
Y el sol les seca pómulos hombros pechos vientres piernas.
Y tienen, ellas, olor a sí mismas.
–Salen, ellas, casa afuera,
porque aprendieron que ni el mundo ni la vida
terminan en el umbral del egoísmo.
–Salen, ellas, semilladoras, panaderas de la memoria.
Van sembrando, van regando la tierra arrasada.
Y la tierra se deja preñar.
Tienen, ellas, tratos con la tierra. Entre vientres es la cosa.
–Allá vienen, ahí van:
no las fatiga la fatiga,
no las alcanza la desesperanza,
no las derrumba el insomnio.
No se dan tregua y no dan respiro.
–Cultísimas o apenas alfabetas,
ellas, a la hora del dolor de los dolores,
son iguales:
todas tienen dientes en la voz y uñas en los dientes.
Todas se dan tiempo para regar las plantas
y darle otra oportunidad a la primavera.
–Llegado el caso, ellas, pueden ladrar
y relinchar y aullar y graznar también.
Y pueden voltear la pared y cambiar de lugar la pirámide.
Y pueden hacer que la piedra cante.
Y más todavía:
pueden deletrear el desierto arena por arena
hasta encontrar,
hasta encontrar el rostro de la arenita que buscaban.
Y cuando por fin la encuentran, a su arenita,
dicen hijo mío, hija mía.
Y nada más dicen,
los están abrazando.
–Camino se hace al andar, conciencia se hace al girar.
Girando hacia adelante,
ellas aprendieron en carne propia desgajada:
que la indiferencia es la madre de todos los crímenes,
que la verdad, la tan buscada, no se cansa de esperar
porque ellas no se cansan de buscar.
–La rueda no fue inventada. La rueda ya estaba.
Si es rueda la Vida, rueda por ellas.
Rueda por sus corazones con paciencia.
Con paciencia empedernida que jamás es resignación.
Rueda porque ellas estaban antes que el viento
y cuando el viento pase seguirán estando.
–Las madres que las parió, ellas, tan capaces de todo:
capaces de sembrar el abismo,
capaces de zurcir, finito, la herida absurda de la Vida.
–Ellas, alocadas, furiosas,
desgajadas de su gajo, ellas siempre buscan.
Buscan hasta después de siempre.
Dejan atrás este oeste norte y sur:
buscan la verdad.
¿La verdad aquí no está?
A ellas no les importa: han decidido ser eternas,
seguirán buscando por los siglos de los siglos
porque ellas no quieren que el olvido así sea
y Amén.
–No hay caso con ellas: la Vida les abre camino.
No hay caso, no se casan de resucitar.
Ellas conseguirán lo imposible.
Lo conseguirán, tarde o temprano.
Ellas, si no es hoy, conseguirán lo que buscan,
después que el fin del mundo pase.
–Así fue así es así será.
Pero, ¿cómo es posible tanto insomnio alumbrador?
¿Por qué, ni de noche, a ellas se les apaga el sol?
–Porque saben, ellas, pensar con el instinto.
Porque tienen, ellas, el optimismo de la memoria.
Porque ¡ya basta de acusar a la piedra, de la pedrada!
–Porque cuando llegue el momento de rajarle el vientre al Apocalipsis
(ese momento llegará, llegará…),
justamente ellas serán las que hagan ¡profundo el tajo!
Y no les temblará el pulso.
Y después del tajo, ellas, prodigiosas parteras de la memoria,
desde muy adentro le arrancarán una aurora,
al Apocalipsis.
–Entonces, acunarán al nuevo día,
le arrimarán el pezón y le darán de mamar.
Y la Vida no tendrá más remedio que continuar,
¡por ellas, las del vientre!
¡por ellas, esposas de la Vida!
¡por ellas, mujeres de la Vida!
– Permiso, Memoria.
–Permiso, Conciencia.
–¿Qué sería de nosotros si Ellas, las Madres Abuelas,
no hubieran existido?
¿Qué quedaría de nosotros si Ellas
no hubieran salido a alumbrar la más eterna de las noches?
¿Qué hubiera sido de nosotros?¿Qué?
¿Estaríamos de pie o en cuatro patas?¿Estaríamos?
– Sin ellas, los puntos cardinales
no serían cuatro ni tres ni dos ni uno, ni nada.
Sin ellas seríamos un definitivo agujero con forma de mapa.
Sin ellas, en esta olvidadiza patria idolatrada,
de tanto tocar y tocar y tocar fondo,
hubiéramos desfondado el abismo.
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((Versión sintetizada de la “Plegaria Furiosa” que cierra el libro Madre argentina hay una sola, de Rodolfo Braceli, Sudamericana, 1991))