por: Hugo Moldiz Mercado - http://www.la-epoca.com.bo/index.php?opt=front&mod=detalle&id=2495
La reciente expulsión de la USAID de Bolivia —a menos de un mes que el nuevo secretario de Estado, John Kerry, dijera que América Latina es el “patio trasero” de los Estados Unidos— ha vuelto a colocar en escena la historia de las diversas formas de injerencia estadounidense en el mundo, a través de la articulación de programas combinados —asistencia económica-social y militar— y subordinados a la defensa de la seguridad interna del imperialismo más poderoso que hasta ahora ha conocido la humanidad.
La historia de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) es muy larga. El carácter de su “filosofía” y el alcance de sus acciones hay que ubicarlos en el mapa político global en general y de América Latina en particular.
Sus orígenes se encuentran en el Plan Marshall y la Alianza para el Progreso que Estados Unidos impulsó en 1948 y en 1961, respectivamente, para enfrentar el nuevo mapa político resultante de la II Guerra Mundial y del triunfo de la revolución cubana.
El Plan Marshall fue lanzado en 1947 por el Secretario de Estado de los Estados Unidos, George Marshall, teóricamente para la reconstrucción de Europa después de una II Guerra Mundial que había enfrentado a las fuerzas aliadas contra el bloque Alemán-Italiano-Japonés. Sin embargo, es evidente que el Plan, que canalizó cerca de 15 mil millones de dólares en esa dirección, representaba una expresión de la disputa por la hegemonía con el bloque socialista de la Europa del Este y un instrumento de contención ante el peligro de expansión de las ideas comunistas en el resto de Europa occidental.
En cambio, la Alianza para el Progreso —formalmente creada el 13 de marzo de 1961 luego de un poco más de un año de preparación a cargo de muchos funcionarios estadounidenses que participaron de la concepción del Plan Marshall—, fue pensada por el Departamento de Estado y el presidente John Kennedy para promover una “Alianza de las dos Américas” que desarrolle las fuerzas de la democracia made in usa e impida que el triunfo de la revolución cubana, el 1 de enero de 1959, se extendiera a otros países del continente.
La Alianza para el Progreso fracasó muy rápidamente por dos razones: por un lado, porque los 20.000 millones de dólares comprometidos por los Estados Unidos dependían de condiciones que la mayor parte de los países latinoamericanos y caribeños no tenían posibilidades de cumplir y, por otro lado, porque la llamada “Revolución pacífica y democrática” que se iba a consolidar en el continente fracasó tempranamente por la derrota de la invasión mercenaria en Playa Girón, Cuba, en abril de 1961 —la primera derrota militar imperialista en América Latina— y por la invasión estadounidense a República Dominicana en 1965.
Pero antes de que la Alianza para el Progreso fuera cancelada, en noviembre de 1961 se fundó una de sus agencias a través de la cual, si bien tenía como radio de acción otros países del mundo, iba a desempeñar un papel protagónico en América Latina. Estamos hablando de USAID.
Desde un principio, la Política de Asistencia al Exterior de los Estados Unidos para el mundo fue desarrollada a través de dos pilares fundamentales: la asistencia técnica y económica por un lado y los programas de Asistencia Político-Militar por otro lado. América Latina no era la excepción, lo cual se tradujo en la llamada “Doctrina de la Seguridad Nacional”, cuya base conceptual expresaba la Doctrina Monroe que en 1823 partía de la firme convicción de “América para los Americanos”.
En el caso de América Latina es evidente que la política exterior de los Estados Unidos tomaría cuerpo en la conformación del Sistema Interamericano: el Tratado de Asistencia Recíproca (TIAR) y la Organización de Estados Americanos (1948) que, como demostraría la historia hasta el siglo XXI, solo ha servido para legitimar las intervenciones militares estadounidenses (directas e indirectas), sus democracias restringidas y sus propósitos de anexión e intercambio comercial unilateral como el ALCA.
Pero volvamos a USAID. Las líneas de separación entre los programas de “asistencia para el desarrollo” y de “asistencia militar” se han ido volviendo cada vez más difusas. El hecho de que ambas hayan tenido desde el principio el objetivo de evitar la expansión de las ideas revolucionarias —llámese “contención” (doctrina Johnson) o “Reversión (Reagan)—, las ha ido complementando y articulando alrededor de la concepción de la subversión.
El concepto de subversión desde la perspectiva de los teóricos estadounidenses implica la puesta en marcha de medidas y mecanismos “no militares” para la consecución de “objetivos militares”, tales como abrir letrinas, construir puentes, prestar servicios odontológicos y de salud en general y desarrollar otros programas sociales. ¿Qué de subversivo pueden tener esas acciones? En la realidad aparente nada, pero como señalara bien el General Summers se trata de “conquistar el corazón y la mente de las gentes” para dejar sin base social a las fuerzas anti-sistémicas. Más claro agua.
Entonces, entre los programas sociales y las asistencias militares está el espacio, generalmente invisible, para el posicionamiento discursivo de ideas anti-revolucionarias y para la puesta en marcha de mecanismos de recolección primaria de información con fines de inteligencia. Ambas se llevan adelante por USAID desde su fundación.
¿Más elementos para probar la relación entre los programas de asistencia económico-social y los programas militares? Veamos dos ejemplos contundentes:
El primero se remonta al gobierno de George Bush (hijo). La entonces secretaria de Estado, Condoleezza Rice, impulsó la convergencia estratégica de todos los programas desarrollados por los Estados Unidos en el mundo a través de la creación de una Oficina de Recursos de Ayuda Exterior (Foreing Assistance Office) y —esto es lo más importante— del impulso del concepto la Diplomacia Transformacional.
La Transformacional Diplomacy es el desarrollo de “programas combinados” entre el Departamento de Estado y el Departamento de Defensa de los Estados Unidos, con el objetivo de reducir costos, pero sobre todo de defender la “seguridad interna” del país del norte. “El desarrollo es ahora tan esencial para la seguridad nacional como lo son la diplomacia y la defensa”, aseveró en 2002 la entonces asesora en temas de seguridad nacional Condoleezza Rice, quien los llevaría hasta el máximo nivel en su condición de Secretaria de Estado (2005-2009).
Segundo, el ingreso de los demócratas a la administración de la Casa Blanca no ha cambiado la creciente “militarización” de los programas de asistencia económico-social impulsados por USAID. Todo lo contrario, la orientación a desarrollar “programas combinados” se ha consolidado en los dos periodos de la administración del presidente Barack Obama.
En 2010, el presidente estadounidense alentó la transformación del organismo que lleva adelante la “Ayuda Oficial al Desarrollo” por la vía de la incorporación del general Jeam Smith —un estratega militar que estuvo muchos años en la dirección de la OTAN— en el Consejo de Seguridad para atender los programas de asistencia social que lleva adelante USAID.
Los antecedentes de esa reestructuración donde se afianza lo militar está en la influyente revista “Foreign Affairs” (Asuntos exteriores), de su edición de noviembre-diciembre de 2008, donde se publica un artículo de ex directores de la agencia de desarrollo estadounidense.
En el artículo titulado “Arrested Development”, los ex directores J. Brian Atwood, M. Meter McPeherson y Andrew Natsios, recomendaban: la creación de un puesto de asistencia en el Consejo de Seguridad Nacional y la constitución de un departamento independiente para la asistencia de “ayuda al exterior” que no se subordine ni al departamento de Estado ni a ninguna institución.
El 1 de abril de 2010, en el subcomité del Senado para las Relaciones Exteriores, Asistencia Exterior, Relaciones Económicas y Protección Ambiental Internacional, presidido por el senador y especialista en subversión contra Cuba, Robert Menéndez, se expusieron algunas propuestas de cuál debe ser el rol y perspectiva de la USAID.
Las más importantes intervenciones de personajes como Stevent Rodelet del “Center for Global Development, Andrew Natsios de “The Walsh School of Foreign Service” y Carol Lancaster de “George Town University” coincidieron con las recomendaciones de los ex directores de USAID.
La constitución de un nuevo departamento para reunir y consolidar en su estructura todos los programas de “ayuda al exterior” que manejan otras agencias y departamentos estadounidenses, así como la creación de un puesto para esa instancia dentro del Consejo Nacional de Seguridad se presenta como una señal, objetiva y contundente, del predominio del concepto de seguridad interna de los Estados Unidos en la reingeniería de lo que se quiere impulsar. Esto implica, en buenas cuentas, que es poco probable que USAID haya abandonado lo que al parecer es uno de los fundamentos de su existencia: las prácticas de espionaje en apoyo a la CIA, y la colaboración a los partidos, periodistas y analistas claramente opuestos a los procesos de transformación social en América Latina.
Pero la subordinación de la USAID a un estratega de la OTAN es apenas un aspecto de la creciente “militarización” de la logística para la distribución de la asistencia. Pero no es el único detalle de los últimos años. Hay otro, la designación como Director Adjunto de Marx Feierstein, un experto en temas de desinformación y estrategias políticas anti-izquierdistas.
Feierstein está vinculado a Greenberg Quinlan Rosner, una firma estadounidense que asesoró a Gonzalo Sánchez de Lozada para las elecciones de 2002 y que ha estado bastante presente en las elecciones de Venezuela y Nicaragua con su asistencia a las fuerzas políticas y los candidatos de derecha que se ponen a las revoluciones bolivariana y sandinista. Es más, en la década de los 80, operó con la NED para desestabilizar al gobierno nicaragüense de Daniel Ortega.
En 2002, el estratega estadounidense, con la directa intervención del presidente Bush, le recomendó al político neoliberal boliviano —hoy protegido por EEUU tras su huida en 2003— de “convencer al público que Bolivia se iba a sumergir en el caos si no se lo elegía presidente”.
Bajo el asesoramiento del estratega de imagen y asesoramiento en técnicas de desinformación —que presuntamente está o estuvo involucrado con un viejo aspirante a la presidencia en Bolivia— desde principios del siglo XXI se ha creado la Oficina para las Iniciativas hacia una Transición (OTI) en Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Bolivia con cerca de 10 millones de dólares por cada uno de esos países. El objetivo, desarrollar acciones de subversión contra los gobiernos de Chávez (ahora Maduro), Correa, Ortega y Evo Morales.
Ahora bien, la agencia estadounidense para el desarrollo, según ha denunciado varias veces con elementos probatorios la destacada investigadora Eva Golinger, opera directamente o a través de la National Endowment for Democracy (NED), el IRI y el NDI, entre otras instituciones.
Tanto los programas bilaterales como los unilaterales (que son los más) también se llevan adelante “condicionadamente” mediante las llamadas “contratistas” como la Development Alternatives Inc (DAI), una corporación estadounidense que brinda asistencia técnica a muchos instancias de los Estados latinoamericanos en temas de gestión. La DAI, como ha quedado demostrado con la detención de Alan Gross en Cuba en 2009, es una de las fachadas que utiliza la CIA para llevar adelante sus operaciones secretas.
Otra de las “contratistas” de la USAID es Chemonics, una ONG estadounidense especializada en asistencia técnica y social a los estados del mundo. En Bolivia ha sido la encargada de organizar el componente Democracia a través del FIDEM (Fortalecimiento de instituciones democráticas) dirigido por un ex alto funcionario del gobierno de Jorge Quiroga.
Ahora, si bien la idea de este artículo es demostrar que en la vida de USAID hay una historia de injerencia y subversión de los Estados Unidos, dos hechos demuestran con contundencia el accionar desestabilizador y el carácter combinado de los programas que se llevan adelante esa agencia de desarrollo estadounidense en Bolivia.
Primero, la materialización en 2007 de un convenio entre el prefecto de Pando, Leopoldo Fernández, y la USAID para llevar adelante “programas sociales” en Bolpedra, Cobija y El Porvenir. El apoyo logístico estuvo a cargo del Comando Sur y la cobertura institucional de la Iniciativa de Conservación de la Cuenca Amazónica (ABCI por sus siglas en inglés).
Segundo, la activa participación de la agencia estadounidense vía Wildlife Conservation Society (Sociedad de Conservación de la Vida Silvestre) en la disputa violenta entre los pobladores de Caranavi y Palos Blancos por el lugar de instalación de una planta procesadora de frutas en enero de 2010, a pocos días de que Evo Morales asumiera su primer mandato dentro del Estado Plurinacional.
En síntesis, no parece exagerado coincidir con quienes han denominado a USAID como la agencia estadounidense para la subversión.