sábado, 30 de junio de 2018

De la libertad de expresión a la obligación… de opinar




No creo que sea posible identificar un momento específico pues seguramente ha sido un proceso lento y de expansión capilar pero cuando observamos que la televisión, la radio, los medios gráficos y las redes sociales se caracterizan por un enjambre de opinadores que vierten su punto de vista taxativa e indignadamente sobre todos los temas, encontraremos allí un signo de los tiempos: la “libertad de expresión” se transformó en “obligación de expresión”. 
Efectivamente, no solo cualquier sujeto con una cuenta en una red social opinasobre los temas que la agenda pública impone sino que en los medios gráficos se ha abandonado toda pretensión de neutralidad, y en las radios y en la televisión se ha universalizado el formato de los panelistas, aquellos que serán reconocidos y valorados por su histrionismo o su capacidad polemista y escandalizadoraantes que por su aporte al conocimiento o su contribución al debate público.

Sobre todo hay que tener una opinión. Sobre Lopetegui, sobre Messi, sobre el caso de corrupción, sobre Sánchez, sobre Cataluña, sobre la casa de Pablo Iglesias, sobre el último video del artista que no nos gusta, sobre la mejor dieta para bajar de peso, sobre Maduro, sobre los inmigrantes, sobre el teléfono celular de última generación, sobre “La Manada”, sobre lo que dictaminan los jueces, sobre Europa, sobre Trump, sobre la vida del artista que acaba de morir… Es verdaderamente extenuante, especialmente porque esa opinión casi siempre viene acompañada de una amonestación, de una crítica, de una indignación.
Opinamos como consumidores antes que como ciudadanos porque preferimos intervenir desde la queja como la de quien recibe un producto defectuoso y exige “su derecho”. Y sin embargo se nos compele a opinar. ¿Pero quién lo hace? ¿Recibimos alguna coacción? Habrá alguna excepción pero en general todos opinamos desde la presunta libertad de vivir en una sociedad abierta.
Entonces, somos libres para opinar pero a su vez parecemos estar obligados a hacerlo. Es que la lógica de la construcción de la opinión pública en la actualidad sanciona con el olvido y el desprecio a quien evita opinar. Y no lo hace porque impulse democracias participativas sino desde la lógica tan propia de estos tiempos que es la del imperio de la novedad con su actualización constante, y desde la lógica del entrar y salir, como quien consume un servicio y luego deja de hacerlo, o se baja una aplicación al teléfono y luego la borra porque ocupa mucha memoria.
Pero además de consumidores que entran y salen de los temas preocupados más por sumar nuevos “Me gusta” antes que por el compromiso con el tema en cuestión, hay, desde ya, opiniones de activistas, aquellos que militan una causa, porque, eso también hay que decirlo, hay una especie de compulsión a militar alguna causa, probablemente como respuesta a la necesidad de adquirir una identidad en tiempos donde se nos invita a desidentificarnos.
Opinar desde una causa totalizante
Y allí suelen suceder dos cosas: o esa causa militada no logra articular con otras y políticamente se deshace o la causa militada se transforma en totalizante y desde ese sesgo se opina sobre todos los temas como si esa causa que me identifica debiera tener una respuesta particular a todo y como si todo lo que sucediera en el mundo pudiera explicarse desde esa identidad y ese relato. Se trata, verdaderamente, de toda una religión laica que en algunos casos, paradójicamente, acusa de dogmática a la, sin duda, dogmática religión.
No por casualidad, indagando en estos aspectos vinieron a mi mente unas reflexiones del filósofo francés Gilles Deleuze en su libro Pourpalers, 1972-1990, cuando indicaba hace ya varias décadas: “La dificultad hoy en día no estriba en expresar libremente nuestra opinión, sino en generar espacios libres, de soledad y silencio en los que encontremos algo que decir. Fuerzas represivas ya no nos impiden expresar nuestra opinión. Por el contrario nos coaccionan a ello. Qué liberación es por una vez no tener que decir nada y poder callar, pues solo entonces tenemos la posibilidad de crear algo singular: algo que realmente vale la pena ser dicho”
El gran desafío de estos tiempos, entonces, siempre hablando en general, claro, y como indicábamos en este mismo espacio tiempo atrás, no es escapar de la censura ejercida por un gobierno o por un poder fáctico sino poder escapar a esta obligación que se nos ha impuesto en nombre de la libertad. Se trata de evitar el ruido de la información inútil, eludir la voluntad de sanción de todo aquel que no sea uno mismo, y asumir la fragilidad y los límites de lo que conocemos.
En una sociedad del ruido y la confusión, quizás el verdadero ejercicio libertario sea escapar del flujo de la información. A contramano de lo que sucedió en buena parte del siglo XX, quizás hoy lo verdaderamente revolucionario sea, a veces, hacer silencio

sábado, 9 de junio de 2018

El hecho maldito y el burgués argentino


No le importaba ni la corrupción, ni los pobres, ni el de al lado, y menos los que manda a agarrar la pala desde Internet. El tema era culpar al peronismo de todo lo malo. Nada más. A él solo le importó una cosa: que el gobierno NO sea peronista. Para él: los Kirchner, Evita, Dolina, Corach, Leonardo Favio, el Papa Francisco, Rodríguez Saa, Rodolfo Walsh, Cafiero, Cámpora y el que silba la marcha de Hugo del Carril cuando limpia los vidrios, fueron, son y serán, todos iguales, son todos enemigos que pertenecen a ese movimiento maldito.

Si estando en el gobierno privatizan o estatizan, a él, le da lo mismo, siempre es malo, porque la acción no le interesa, sino la identificación de alguien como peronista; y si van al norte o al sur, está mal ambas cosas, solo porque son peronistas.
Como no puede admitir que vota y opina según una “camiseta”, siempre “en contra de ellos” y que en realidad, las ideas, las obras, las acciones no le importan, se viste para la ocasión. Si se tiene que vestir de socialista indignado; de comunista que tiene auto importado con calcomanía del Che Guevara; de humanista porque postea si ve un perrito perdido; de radical especializado en Illia porque murió pobre; de Isaac Rojas subido a un avión bombardero; de estadounidense o francés porque son países serios; de ciudadano derecho que pide golpe de Estado o de republicano racional que entiende que la economía está por encima de la gente, él se cambia sin vergüenza alguna. El fin justifica los trajes: el gobierno no tiene que ser peronista. Punto.
El centro cultural más grande de la historia, el polo científico, los trenes, la nacionalización de YPF, el matrimonio igualitario, los satélites argentinos, el Hospital El Cruce, Tecnópolis, el billete con las islas Malvinas, el plan Qunitas, el Pro.cre.ar, hubieran sido obras de un gobierno no peronista, a él mucho no le hubiera importado, salvo que lo beneficien en algo, pero sí afirmaría que son aciertos irrefutables. Pero como son acciones de gestiones peronistas, entonces: son curros, no son los modales adecuados, lo importante no es la obra sino el nombre o fueron gastos que no corresponde a este tiempo.
Lo que sí le importa es repetir que su fortuna personal no depende del estado del país, mucho menos cuando hay gobiernos peronistas, y que su familia y él, son, los poquísimos trabajadores serios y honrados, que habitan “éste país” que anda mal porque salvo él y unos pocos, el resto son todos vagos peronistas y ladrones.
Cuando todo estalla y ya no se puede disimular que no se construyó nada en función del pueblo, no será consecuencia de que los que venían a salvar al país son inoperantes, deshonestos, cipayos y mucho menos dirá “que mal voté es que siempre voto lo que sea para no votar un peronista”. En ese momento soltará una de sus frases escudo: “es que, al final, son todos iguales, todos roban”. De esa manera, no hay análisis ni cálculos, todos son corruptos. El gobierno que pone derechos del trabajador en la Constitución, les otorga pensión a las amas de casa, promueve el aguinaldo, y/o subsidia el transporte, la luz y el gas a los que menos ganan, será, según él, igualito al que se quedó con los ahorros que tenía la clase media en los bancos y no construyó ni un hospital porque igual, al final “todos roban”…

martes, 5 de junio de 2018

Argentina: La pata civil de la dictadura, una deuda estructural


“Este es el zurdo que le hizo el paro a la empresa por quince días. De esta cabeza nace el paro por tiempo indeterminado que sufrió Ledesma, es esta porquería, el Gordo Saracho y Mario Ernesto Ricci, y por culpa de esta porquería el ingenio tuvo que tirar toneladas de caña de azúcar”. Esas fueron las palabras que Raúl Osvaldo Tapia escuchó durante la sesión de tortura del 3 de abril del ’76. Era uno de los trabajadores del Ingenio Ledesma y también fue uno de los que se animó a denunciar a la empresa y promover reclamos contra sus abusos.
En la antesala del Golpe de Estado, durante la construcción de ese poderío económico, fueron muy importantes los beneficios y prebendas que el Ingenio Ledesma recibió del Estado. “Durante la dictadura de Onganía y en la década de 1970 la compañía se ubicó a la cabeza del grupo de empresas beneficiadas por las políticas estatales que posibilitaron un proceso de concentración y centralización de la economía”, afirma un informe realizado por el Centro de Estudios Legales y Sociales. Sin demasiadas consecuencias por su participación activa y sanguinaria durante todo el reinado militar, hoy Ledesma es una de las empresas agroindustriales de capitales nacionales más importantes del país y de América Latina. La noche más terrible fue la del 26 de julio de 1976, que es conocida como “El Apagón”. Mientras la ciudad estaba a oscuras, policías, gendarmes y capataces de la empresa Ledesma, allanaron y saquearon viviendas en Libertador San Martín y Colilegua. La propia empresa puso a disposición sus vehículos para trasladar a más de 400 trabajadores, estudiantes y profesionales a galpones de mantenimiento del ingenio azucarero. Algunos permanecieron días, otros meses, atados, encapuchados y torturados. De las 400, fueron treinta y dos personas las que perdieron sus vidas esa noche o en las posteriores.

Mucho más que cómplices
Tuvieron que pasar años, décadas, para que la palabra cómplices pasara a un segundo plano y se comience a hablar de responsabilidad civil y empresarial en lo que a los procesos judiciales sobre delitos de lesa humanidad se refiere. Y así lo expresa claramente el informe del CELS que consta de dos tomos y analiza los casos de empresas como Acindar, Mercedes Benz, Ledesma, Molinos de la Plata y La Veloz del Norte, entre otros. Este documento estudia “la responsabilidad que tuvo un sector del empresariado nacional y extranjero en las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la última dictadura argentina. Lo hace a partir del examen de un arco de prácticas empresariales de represión a los trabajadores en empresas situadas en distintas regiones del país. La evidencia recogida y analizada en un conjunto de casos, acotados en número pero muy significativos por su importancia económica, permite afirmar que, en el territorio de los establecimientos fabriles, se combinaron con eficacia el accionar de las Fuerzas Armadas y el accionar empresarial para ejercer el poder represivo contra los trabajadores”.
Todo esto pone en evidencia la relación entre las fuerzas militares y el poder económico demostrando que hubo una utilización planificada y sistemática de acallar a la militancia política radicalizada y disciplinar a la clase trabajadora que a lo largo de esas décadas había logrado acumular poder político y social. Ya en el informe de la Conadep, Nunca Más, y gracias a los testimonios de sobrevivientes, se había remarcado la pertenencia a la clase obrera de muchas de las víctimas y enfatizado sobre los secuestros colectivos en lugares de trabajo. “Algunos de los casos mencionados son los de los astilleros de la zona norte del primer cordón industrial bonaerense, el de la empresa siderúrgica Acindar en Villa Constitución (cuyo presidente hasta 1976 había sido José Alfredo Martínez de Hoz, luego Ministro de Economía de la dictadura)”.
En aquel momento, los trabajadores de Acindar no sospecharon que las fotos que los directivos de la empresa les mandaron a tomar para renovar el carnet de la fábrica serían usadas como fichas de identificación por los militares que los secuestraron. “Uno de los operarios contó que en una oportunidad su jefe de sección lo llamó para que se tomara la foto de la nueva credencial, pero nunca recibió ese documento. A las dos semanas, en cambio, la policía lo fue a buscar a su casa. Los agentes que lo secuestraron llevaban como lazarillo la foto que le habían tomado en la fábrica”, relata el informe del CELS.
Entre 1974 y 1976 los focos de mayor agitación obrera estuvieron en Tucumán, Jujuy, Córdoba y el cordón industrial del norte de la provincia de Buenos Aires hasta el sur de Santa Fe. Allí, las fuerzas policiales y militares reprimieron. Uno de los hitos más álgido fue el “copamiento” de la ciudad de Villa Constitución el 20 de marzo de 1975 y el arresto de la casi totalidad de los dirigentes sindicales de la zona donde estaba emplazada Acindar.

“La pata civil, como la iglesia, salió indemne”
Las patronales no fueron un eslabón menor en las cadenas forjadas por el terrorismo de Estado y las diferentes fuerzas que participaron. Pero al momento de repartir las responsabilidades quedaron a un costado, casi olvidados o, mejor dicho, a resguardo. “La burguesía no tuvo más que un par de implicancias en ese sentido, más que nada en lo que tiene que ver con Ledesma y los Blaquier. Jurídicamente no pagaron nada, salieron ilesos en lo legal. La pata civil, como la iglesia salió indemne”, aseguró De María y continuó: “Creo que se sabe que hubo negocios, que en esos tiempos vaciaron económicamente el país, pero parece que Videla, Tigre Acosta o Galtieri se instalaron como íconos y está bien, pero digo, no sé si hay un clima social de tanta bronca hacia la empresas y patronales como hay hacia los militares que fueron los que ejecutaron materialmente el Golpe. Y no creo que sea ignorancia sino que tiene que ver con lo que se logró propagandizar e instalar. Se sabe que la Mercedes Benz tuvo sus desaparecidos o el ingenio de los Ledesma y Blaquier, pero no pasa de eso”.

Causas judiciales y responsabilidad Empresarial en la dictadura
Según detalla el informe del CELS citado, en 1985, la sentencia del Juicio a las Juntas, la primera comprobación judicial del plan sistemático de exterminio desplegado por la dictadura, logró determinar los secuestros de varios trabajadores de Mercedes Benz. Más adelante, la represión a los trabajadores también fue puesta de manifiesto en testimonios brindados en los Juicios por la Verdad. En 1998, un trabajador de Alpargatas explicó que fue secuestrado durante una huelga y que los policías que se lo llevaron le dijeron “que los tenía que acompañar porque había una denuncia de la fábrica de alpargatas”. En el año 2003, otro trabajador relató que al volver a la fábrica luego de su secuestro el jefe de personal le dijo “no, quedate tranquilo… con vos no tenemos nada…”.
Las investigaciones del secuestro y desaparición de trabajadores de las empresas Ford y Mercedes Benz comenzaron en 2002, con los primeros pasos de la reapertura judicial de las causas por delitos de lesa humanidad luego del periodo de impunidad que se había iniciado a mediados de los años 80 con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. En ambos casos había ya gran cantidad de elementos que apuntaban a directivos de las empresas.
En 2012 se dictaron resoluciones judiciales contra empresarios y personal jerárquico por el secuestro y las torturas padecidas por sus trabajadores. Carlos Pedro Blaquier y Alberto Lemos, presidente del directorio y administrador general del Ingenio Ledesma, respectivamente, fueron procesados. La decisión fue confirmada por la Cámara Federal de Apelaciones de Salta. Sin embargo, en 2015 la Cámara Federal de Casación Penal los benefició con una falta de mérito. De esta manera se pusieron en evidencia las resistencias que existen para el juzgamiento del poder económico.
En 2013, en la investigación judicial sobre la Compañía Minera Aguilar S.A. de Jujuy,  personal jerárquico de la empresa, fueron procesados por aportar información para identificar víctimas y vehículos para secuestrarlas. Las huelgas que llevaron adelante los mineros, antes del golpe de Estado, tuvieron estrecha relación con el cautiverio de sus protagonistas en plena dictadura. Ese mismo año, los directivos de la empresa Ford, Pedro Muller, Guillermo Galarraga y Francisco Jesús Sibilla, fueron procesados por “haber facilitado los datos personales de cada uno de los empleados involucrados, junto a sus fotografías-glosadas a legajos personales de la empresa- y domicilios particulares, para que de esa forma puedan ser habidos” y “haber permitido que se montara un centro de detención en el interior del predio de esa fábrica, en los sectores del Campo Recreativo y/o de Deporte, para que sus dependientes fueran interrogados”. En la resolución judicial se destaca la importancia del análisis del contexto político y social y se puntualiza que “la eficiencia y productividad tan añorada por los empresarios se topaba con un enemigo puntual, la ‘comisión interna’, y pareciera que este análisis de la situación fue compartida con las fuerzas armadas que usurparon los poderes donde se objetiva el Estado, ya que según las estadísticas de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas fueron los obreros quienes más sufrieron la violencia del régimen”. En la actualidad, hay numerosas investigaciones judiciales abiertas para demostrar responsabilidades penales de actores económicos. Así ocurre con las empresas La Nueva Provincia, Dálmine Siderca, Propulsora Siderúrgica S.A., Acindar, Loma Negra, Las Marías, Astilleros Astarsa y Mestrina, las ceramistas Cattáneo y Losadur y Molinos Río de la Plata.
En marzo de 2016 el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Salta condenó al dueño de La Veloz del Norte, Marcos Levin, por el secuestro  de Víctor Cobos,  delegado gremial de la empresa. Se trata del primer caso en el que un empresario es condenado por este tipo de delitos en el país. Los testimonios de los trabajadores de la empresa que fueron secuestrados dieron cuenta de la participación de Levin en los hechos: estuvo en el lugar de las torturas, daba órdenes a quienes las consumaban, había amenazado a los trabajadores antes de sus secuestros y aportó vehículos para trasladarlos a la comisaría donde fueron torturados.