jueves, 21 de febrero de 2019

En Haití no hay petróleo




Haití es conocido mundialmente por ser el país con los índices de desigualdad más altos de América Latina y el Caribe; también ha sido tema de conversación los últimos días debido a las publicaciones en prensa internacional y a las reacciones en redes sociales producto de las fuertes manifestaciones que vienen desarrollándose desde el pasado jueves en la capital y en distintas zonas del país.
Si nos proponemos por dos minutos tejer algo de memoria sobre este lugar, que parece ajeno para muchos en el mundo, podemos mencionar que fue la primera y única nación de esclavos negros que logró liberarse; que el kreyol o criollo haitiano (lengua materna y herencia de la revolución) es uno de sus idiomas oficiales además del francés, y aproximadamente un 99% de la población lo conoce y/o habla.
También podemos decir, que históricamente su lectura de la religión, de la espiritualidad, del arte, de la música y de la cultura han sido señaladas, estigmatizadas y juzgadas debido a que configuran una cosmovisión del mundo distinta a las convencionales y/o a las occidentales, por involucrar y reconocer el medio ambiente, la música, los tambores y los orígenes en la ancestralidad africana.
UN POCO DE CONTEXTO NECESARIO 
El 7 de febrero de 1986, Jean Claude Duvalier dictador haitiano conocido como “Baby Doc” fue derrocado por una revuelta popular dando fin a su atroz dictadura, a las constantes violaciones de derechos humanos y a los numerosos casos de corrupción que se vivieron durante su mandato. Paradójicamente, en esta misma fecha en 2017, Jovenel Moise, se posicionó como presidente de Haití.
2 años más tarde, es decir el pasado jueves 7 de febrero, iniciaron las fuertes manifestaciones en Puerto Príncipe y en distintas zonas del país reclamando la renuncia del mandatario, luego de que el Tribunal Superior de Cuentas emitiera un informe de auditoría que evidencia una infinidad de irregularidades, la terrible gestión de recursos y las posibles desviaciones de fondos prestados por Venezuela en 2008 para ayudar y potenciar el desarrollo económico y social de Haití con el programa de PetroCaribe.
El informe revela además la participación en este grave escándalo de corrupción de 15 exministros y altos funcionarios del gobierno, entre ellos el actual presidente Jovenel Moise, quien apareció como responsable de una empresa que se benefició de dichos fondos para la construcción de una carretera, por medio de un proyecto en el que no se encontraron contratos o procesos legales oficiales, y quien además siempre había defendido su inocencia en declaraciones pasadas cuando se referían a este caso.
Es importante señalar, que esta situación sale a la luz pública en un momento de tensión, ya que el pasado 5 de febrero, el Gobierno declaró el país en urgencia económica, lo que se ha visto traducido en la devaluación de la moneda local frente al dólar de manera exponencial las últimas semanas, una inflación cercana al 15% acumulada en 2 años, la escasez de combustible en el país que también resulta en una de crisis de electricidad y en general la imposibilidad de garantizar el acceso a alimentos básicos para suplir una canasta familiar.
7 DÍAS DE FUERTES MANIFESTACIONES
Hoy las calles amanecen con un ambiente de incertidumbre en el séptimo día de manifestaciones convocadas por la oposición y diferentes sectores sociales reclamando la renuncia inmediata de Jovenel y el gobierno aún permanece en silencio; el único pronunciamiento lo hizo el secretario de gobierno Eddy Jackson Alexis el lunes 11 de febrero a través de un comunicado de prensa, en el cual rechaza la violencia y llama al diálogo entre la oposición y el gabinete del actual mandatario. La comunidad internacional y el sector económico nacional también emitieron un comunicado a través del Core Group llamando al diálogo entre ambas partes, no obstante, las protestas continúan en Puerto Príncipe y en el resto del país.
La situación es de tal urgencia que el día de ayer al menos 78 prisioneros de la cárcel civil en la comunidad de Aquin, escaparon en medio de las manifestaciones; la embajada estadounidense recomendó a mujeres, niños y personas no esenciales abandonar el país, y se percibe un ambiente de tensión e incertidumbre por una posible crisis migratoria.
Ahora veamos en qué lugar tiene los ojos el mundo, veamos en donde centra su dolor selectivo, pues en este país, el Estado además de estar absolutamente ausente, también es represor y violento con los manifestantes: desde que iniciaron las protestas el número de muertos supera los 16 y hasta el día de hoy, según reportes no oficiales, la cantidad de heridos es desconocida (el reporte oficial de la PNH es de 4 muertos).
Veamos si su nivel de indignación permanece intacto cuando muchos de los muertos han sido consecuencia de la violencia policial y la imposibilidad del Estado por responder a las demandas de los manifestantes; o porque el acceso a salud y a educación es limitado y casi nulo; o en general, por las condiciones de vida en las que viven la mayoría de los haitianos que no suplen muchas de sus necesidades básicas.
En Haití no hay petróleo, y Estados Unidos ya vino “a salvarlo”, o mejor a intervenirlo (siempre luego de algún momento de desestabilidad política o algún fenómeno natural como el terremoto de 2010 o el Huracán Jeann en 2004), a través de la “donación” de casi 60 mil sacos de semillas híbridas de maíz y otros vegetales provenientes de MONSANTO, alterando la agricultura local y afectando la semilla nativa, porque nunca se explicaron los efectos futuros sobre el suelo y las posibles consecuencias de su uso en el medio ambiente y en la salud de las personas.
Organismos como la ONU ya se han pronunciado y la comunidad internacional también, de hecho, su presencia en el territorio haitiano ya tiene varios años; sin embargo, es de vital importancia señalar que la descomunal ayuda humanitaria y los mecanismos de control eran y/o siguen siendo el motor del fenómeno de corrupción que agobia este país. Un ejemplo de ello fue el despliegue militar que hubo con los llamados cascos azules que vinieron a “impartir orden y a traer la paz a las calles haitianas” en 2004 a través de la llamada Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), no obstante, olvidaron mencionar que fueron dichos cuerpos de seguridad quienes también trajeron el cólera, violaron y dejaron a muchas mujeres haitianas en embarazo antes de retornar a sus países, entre otras graves vulneraciones a los derechos humanos.
El daño que le ha hecho la “ayuda humanitaria” a Haití, la sobre intervención de organizaciones no gubernamentales, los altos montos de dinero que le pagan a extranjeros en las organizaciones de “expertos” cuando en la realidad ni siquiera se les exige hablar criollo haitiano o hacer contacto con la gente en la cotidianidad, o con la cultura local. El complejo modelo de Estado, la centralización del poder en Puerto Príncipe y a su vez la gobernabilidad desdibujada ha resultado en la opción de desarrollo del país a manos de organismos internacionales sin una adecuada regulación por el Estado haitiano.
Lo anterior, es sólo una opinión que me permito construir luego de vivir dos años en este país, y trabajar con comunidades; es un llamado a analizar y a reflexionar cómo EEUU salva los países, con qué criterios, con qué objetivos, y sobre todo a repensar hacia dónde están nuestras preocupaciones, nuestra indignación, nuestro dolor y también nuestra indiferencia.

*Socióloga colombiana, radicada en Haití desde marzo del 2017, donde trabaja con 3 comunidades en la periferia de Puerto Príncipe, en un proyecto educativo utilizando el fútbol y el juego como estrategias para desarrollar habilidades y fortalezas en niñas, niños y jóvenes, a través de una malla de resiliencia.

sábado, 16 de febrero de 2019

El conflicto venezolano y su dimensión internacional



Durante las últimas semanas Venezuela ha vuelto a ser el centro de atención de la prensa internacional, luego de que el pasado 23 de enero (fecha histórica que marca el fin de la última dictadura militar en 1958) el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, se auto juramentara como nuevo “presidente interino” de Venezuela frente a una multitudinaria masa de seguidores. Este hecho ha precipitado la crisis política e institucional de un país altamente polarizado y sumido desde hace más de cinco años en una estrepitosa crisis económica y social jamás vista en la historia de este país desde la guerra federal.

Pero este acto político no hubiera tenido el impacto internacional que ha suscitado hasta ahora, si no fuera por el inmediato e irrestricto reconocimiento que tuvo la auto proclamación de Juan Guaidó como “Presidente interino”, por parte de los Estados Unidos y de otros países del hemisferio como Canadá, Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Perú (integrantes del Grupo de Lima) y recientemente 19 países de la Unión Europa. Un acto además de sorprendente, extremamente peligroso, dada las consecuencias políticas que ha suscitado tal proclamación a nivel nacional e internacional, el cual desconoce de facto la legitimidad democrática, la primacía de la soberanía nacional y la autodeterminación de los pueblos contenidos en la Carta de las Naciones Unidas.

Las consecuencias han sido inmediatas. A nivel doméstico se ha reavivado la fractura social e ideológica que polariza al país desde hace veinte años, rememorando el fantasma de la ola de manifestaciones organizada por la oposición entre abril y julio de 2017, la cual dejó como saldo más de cien fallecidos, además de numerosos heridos, presos políticos e invalorables pérdidas materiales que repercutieron gravemente en la ya deprimida economía nacional. Por ahora y en tan solo una semana, se han contabilizado más de cuarenta personas fallecidas en enfrentamientos contra las fuerzas del orden, además de ochocientas detenciones.

A nivel internacional las consecuencias de la autoproclamación de Guaidó han ido más lejos de lo que se esperaba, ya que el asunto ha escalado hasta el Consejo de Seguridad de la ONU -el cual se reunió de emergencia a petición de los Estados Unidos, el sábado 26 de enero- para tratar “el caso Venezuela”.

Este encuentro, a pesar de no haber logrado el consenso necesario para aprobar la propuesta de Estados Unidos y sus aliados; sí sirvió para revelar el lugar que ocupa Venezuela en la geopolítica mundial: un territorio en torno al cual gravitan intereses económicos y estratégicos de países como Rusia, China, India, Estados Unidos, Francia y España, entre otros. De aquí que el destino político de este país se juegue, hoy más que nunca, en el plano internacional.

Venezuela en el ajedrez internacional

Desde la era Chávez (1998-2013), Venezuela ha trazado una alianza estratégica con Rusia en sectores claves como energía, defensa, minas y alimentación. Durante los últimos cinco años, esta alianza se ha solidificado gracias al importante soporte financiero (calculado en más de 25 millardos de dólares) que el Kremlin le ha ofrecido al gobierno de Maduro, ayudando con ello a atenuar la aguda falta de liquidez por la que atraviesa el Estado venezolano. A cambio, el gobierno de Maduro le ha otorgado a la petrolera rusa Rosneft, una participación privilegiada en la explotación de campos de la Faja Petrolífera del Orinoco, así como el 49,9% de las acciones del complejo de refinación y de distribución de combustible de CITGO - el activo más importante de PDVSA en los Estados Unidos. A esto se añade importantes concesiones otorgadas en el sector minero (principalmente oro y bauxita), así como importantes contratos en el sector de seguridad y defensa.

La alianza con China no es menos importante, ya que los sectores de cooperación van desde la energía hasta la salud, pasando por las áreas de infraestructura, alimentación y cooperación científico-tecnológica. El nivel de inversiones del gigante asiático sobrepasa los 100 millardos de dólares y Venezuela posee una deuda con China de aproximadamente 65 millardos de dólares, los cuales reembolsa casi exclusivamente con producción de petróleo crudo 1.

Para Rusia y China la importancia de las relaciones comerciales y de la posición geográfica de Venezuela -la cual la hace tributaria de las reservas de petróleo más importantes del mundo (386 millardos de barriles)- revisten de un significativo interés estratégico. Algo que los Estados Unidos han visto con recelo hasta el punto de declarar a Venezuela como una “amenaza inusual” para su seguridad nacional 2. De aquí que la administración de Donald Trump haya reconocido con tanta prisa la “autoproclamación” de Juan Guaidó.

Esta no es, sin embargo, la primera vez que este país intenta derrocar por la fuerza al gobierno venezolano. Ya en 2002 el presidente Hugo Chávez había sido víctima de una tentativa de golpe de Estado promovida y reconocida abiertamente por la administración de George Bush. A esta le sucedieron múltiples intentos de desestabilización ocurridos a partir del paro petrolero que tuvo lugar entre 2002 y 2003. El propósito actual de crear un Estado paralelo con la autoproclamación de Juan Guaidó como “presidente interino”, se inscribe pues directamente en esta narrativa de “amenaza permanente e inusual”, según la cual es percibido el gobierno actual de Venezuela por parte de las autoridades políticas y militares de los Estados Unidos.

La “minoría de edad” latinoamericana

De esta manera, con el reconocimiento de Guaidó por parte del Grupo de Lima y de los Estados Unidos, asistimos a una nueva era de rehabilitación de la “doctrina del garrote” de Roosevelt (corolario de la doctrina Monroe), la cual justificó durante todo el siglo XX, el uso de la fuerza por parte de los EEUU contra los países latinoamericanos en nombre de su seguridad nacional. Este hecho no es solamente regresivo desde un punto de vista histórico, sino que también revela penosamente el síntoma de una impenitente “minoría de edad” de la clase política latinoamericana.

La incapacidad de alcanzar un acuerdo regional sobre la situación política venezolana es muestra del franco deterioro que atraviesa el multilateralismo y de la diplomacia suramericana desde 2014. La paralasis y la esterilidad de instancias multilaterales como la UNASUR, la CELAC e incluso la OEA, han allanado el camino para la actuación unilateral y autoritaria de los EEUU como “gendarme necesario” en la región. La iniciativa del Grupo de Lima, reunido el 4 de febrero en Ottawa bajo la égida de Canadá, insiste en la salida incondicional de Maduro y en la celebración de elecciones inmediatas. Todo lo cual desconoce los principios que rigen tanto la Carta Democrática Interamericana, como la Carta de las Naciones Unidas en cuanto a la no injerencia en los asuntos internos de las naciones. Pero aquí se hace evidente también la impotencia y la incapacidad por parte de los países latinoamericanos de promover una solución política negociada al conflicto venezolano, sin intervención de actores foráneos. En otras palabras y para decirlo sin disimulo, uno de los aspectos que revela la crisis actual es que todavía en América Latina somos incapaces de resolver nuestros propios problemas sin contar con la intervención del Tío Sam.

Con la actuación del Grupo de Lima hoy asistimos a un contexto en el cual un grupo de países no se ofrece como mediador entre las partes en conflicto; sino como un grupo de presión internacional abiertamente beligerante y parcializado por uno de los bandos.

Desde este punto de vista es interesante ver como esta nueva “diplomacia” dista mucho de iniciativas como las del Grupo de Contadora de los años 1980 o del Grupo de Rio de la década de los 90, las cuales contribuyeron activamente a la consolidación de la paz tanto en Centroamérica, como en Suramérica.

Finalmente todo parece indicar que con el “caso Venezuela” se abre un nuevo episodio en la historia de las relaciones internacionales hemisféricas, en la que la participación directa de países pertenecientes a regiones distintas (Norte América, Europa, Rusia, China, Irán…) inaugura el policentrismo global de los asuntos regionales. Aunque las consecuencias de esta nueva realidad son aún imprevisibles, nada impide pensar que la diversidad de intereses que actualmente gravitan en torno a la región pueda definir en un futuro no muy lejano, el destino político de las naciones latinoamericanas.

¿Cuál escenario para cual salida?

Sea como sea, la gravedad de la crisis venezolana demanda un tratamiento inclusivo e incondicional de diálogo. La iniciativa de mediación diplomática liderada por Uruguay y México y auspiciada por la ONU y la Unión Europea representa, sin duda, una alternativa –ciertamente la más prometedora- de alcanzar una solución pacífica y negociada al diferendo venezolano. Pero este diálogo va depender en buena medida de la voluntad política que tengan la oposición y el gobierno de Maduro, para alcanzar un acuerdo mínimo en torno a la grave e incontrolable crisis que atraviesa el país.

Por un lado, la intransigencia que ha caracterizado hasta ahora al gobierno de Maduro, su nuclearización en torno a las fuerzas armadas y su evidente y notoria incapacidad de responder a los desafíos económicos que desbastan al país, no proporcionan ninguna solución ni a corto ni a mediano plazo que nos permita salir de la crisis. Por el contrario, la intensificación de las sanciones financieras impuestas por los Estados Unidos y la Unión Europea, no han hecho más que endurecer y legitimar la narrativa “antiimperialista” y “soberana” del oficialismo. Esto ha permitido justificar y legitimar no solamente el fracaso de los múltiples planes económicos puestos en marcha durante los últimos años (incluyendo el Petro y la reconversión monetaria), sino también el estado de excepción permanente en el cual se encuentra la sociedad venezolana desde hace más de cinco años.

Gracias a la intervención directa de los Estados Unidos a favor de la oposición venezolana, la dirigencia del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) -para la cual la era política inaugurada por Hugo Chávez y su “socialismo del siglo XXI” es “irreversible” - ha conseguido legitimar el “síndrome de Masada” que domina en el campo de sus simpatizantes, sin que por lo pronto se pueda atisbar la emergencia de una postura moderada y conciliadora.

Sin embargo, si una solución pacífica y negociada es todavía posible, esta dependerá en buena medida de la capacidad que tenga el oficialismo de hacer importantes concesiones. Entre las cuales figura la conciliación de una agenda electoral que incluya la celebración de un referéndum consultivo, como paso previo a la celebración de elecciones generales 3. Todo lo cual permitiría la renovación de todos los poderes públicos bajo el fundamento de la voluntad general.

Si por el contrario, el “síndrome de Masada” termina por imponerse en el tejido político del oficialismo, la severidad de las sanciones financieras acelerarán el deterioro económico del país, trayendo consigo una intensificación de la escasez y el colapso total de la infraestructura de servicios. Todo lo cual incidirá en un incremento sin precedentes de la pobreza y del éxodo migratorio.

En tales circunstancias ¿por cuánto tiempo podrá sobrevivir el gobierno, sin que su base político-militar se descomponga por completo?

Del otro lado, se encuentra la también inflexible postura de la oposición venezolana liderada por Guaidó, la cual exige el reconocimiento por parte de Maduro de un proceso de “transición” que conlleve a elecciones presidenciales inmediatas y sin condiciones, ni garantías para el campo del oficialismo. Esto implica no solamente el desconocimiento arbitrario e inconstitucional del ejecutivo, sino también el desconocimiento del resto de los poderes públicos por parte del legislativo.

No obstante y mientras las fuerzas armadas continúen del lado del oficialismo, la oposición venezolana no posee ninguna forma de presión en contra del gobierno de Maduro, excepto la provista por las sanciones internacionales y la activa y permanente movilización de sus seguidores.

Desde esta perspectiva la aventura encabezada por Guaidó se evidencia extremadamente precaria, pues las experiencias de insurrección lideradas por la oposición en 2014 y 2017 fueron no solamente infructíferas, sino que trajeron consigo consecuencias nefastas tanto a nivel político como a nivel económico para el campo opositor. La mayoría de las víctimas de la violencia política fueron cobradas del lado opositor, mientras que los barrios de clase media y media alta donde tuvieron lugar los focos de violencia, terminaron totalmente destruidos sin ni siquiera haber logrado los resultados esperados. Finalmente, el fracaso de estas tentativas insurreccionales contribuyó a fragmentar aún más al campo opositor, creando desconfianza, desarticulación y dispersión en el seno de sus fuerzas.

¿Cuál fue entonces la lección aprendida? ¿Están dispuestos los sectores más radicales de la oposición venezolana a volver a “calentar” la calle teniendo como precedente los intentos fallidos de 2014 y 2017?

Visto desde este punto de vista, para el lado opositor todo parece reposar en el éxito de la presión internacional. Pero si la oposición y sus aliados internacionales no logran concretar las promesas de cambio inmediato que han vendido a una parte de la sociedad venezolana, el riesgo de desprestigio y de deslegitimación será entonces muy alto. Esto terminaría de sepultarla como opción política, arrojando en el mar de la impotencia y de la frustración la esperanza despertada en el seno de sus seguidores. Llegado a este punto, la posibilidad de una intervención militar como última opción, pareciese ser la alternativa más viable del lado opositor. Pero esta alternativa sumiría definitivamente en el caos a la sociedad venezolana, trayendo además consecuencias inimaginables para la región.

¿Hasta qué punto la guerra representa verdaderamente una salida a la crisis?

Las experiencias de Ucrania, Irak, Libia y Siria han demostrado que lejos de ser una solución, las intervenciones militares no garantizan ni un cambio irreversible de régimen, ni la estabilidad política y la prosperidad económica prometidas.
Por el contrario, la experiencia de estos países muestra que sus sociedades siguen padeciendo las consecuencias de la violencia política, de la inestabilidad económica y de la fragilidad institucional que los cambios bruscos suponían desvanecer de una vez por todas. La opinión de aquellos que del lado opositor piensan que una intervención militar en Venezuela sería “rápida” y con un “mínimo” de daños colaterales, es una ilusión que olvida la cruel realidad que caracteriza los conflictos bélicos del siglo XXI: genocidio, pillaje, violencia, desplazados de guerra y caos generalizado.

Así, de existir una solución a la larga crisis venezolana, esta debe ser política.

El Grupo de Contacto Internacional representa, por ahora, la única alternativa de intermediación diplomática creíble para alcanzar una solución pacífica y pactada. Ya el campo del oficialismo aceptó los buenos oficios de esta iniciativa, incluso si en este Grupo participan países que como los europeos, no lo reconocen como Presidente legítimo de Venezuela y que por el contrario, sostienen a Guaidó. Paradójicamente, este último rechaza la intermediación del Grupo de Contacto Internacional e insiste en la vía unilateral e incondicional impuesta por los Estados Unidos y el Grupo de Lima.

Pero si tarde o temprano y más allá de los insultos y las descalificaciones impenitentes, se impone la racionalidad y el deseo de una solución pacífica y negociada al conflicto, este debería contar con el concurso de todos los interesados. En este sentido, no es imposible que el Grupo de Contacto Internacional en su oficio de verdadero mediador, incluya en la mesa de negociación a los Estados Unidos, a Rusia y a China como miembros negociadores. Esto nos llevaría, sin duda, a una negociación mucho más complicada y de largo aliento. Pero esta sería tal vez la única vía que pueda ahorrarnos la fatídica e indeseable opción de un conflicto armado.


1 Para una visión más completa de la relación comercial Venezuela-China, ver : http://www.ecopoliticavenezuela.org/2018/10/08/china-tambien-responsable-la-crisis-venezolana-actual/

2 En marzo de 2015, el presidente Obama emitió un decreto en el cual se declaró a Venezuela como “una amenaza inusual” para la seguridad nacional de los EEUU. En marzo de 2018 el presidente Trump prorrogó dicho decreto.

3 Esta es la propuesta de un grupo de intelectuales y personalidades políticas a la crisis venezolana. Ver : https://www.cetri.be/Por-una-solucion-democratica-desde?lang=fr

sábado, 9 de febrero de 2019

Ofensiva internacional neo fascista


El pueblo de los países pobres se mata trabajando para financiar el desarrollo de los países ricos.
El Sur financia al Norte, y especialmente a las clases dominantes de los países del Norte.
El medio de dominación más poderoso es actualmente la deuda.
Jean Ziegler

1. Bolsonaro no está solo.
Los climas políticos son contagiosos. Existen variadas formas de mímesis en la historia. Enlazar los procesos simultáneos que se dan en los distintos puntos cardinales implica aceptar que estamos viviendo un peligroso cambio de época. Desde la crisis económico-financiera de 2008 se aceleraron los discursos xenófobos, los desplazamientos poblacionales y los mecanismos sutiles o brutales de proteccionismo cultural y étnico : la parafernalia neoliberal de las fronteras abiertas se transformó en una maquinaria dispuesta para el desprecio al otro. Una carga de provincianismo racista acompañada del recrudecimiento de las guerras comerciales más o menos abiertas. El supremacismo blanco de Trump que envía soldados para detener a hondureños desesperados, es el espejo de la Europa islamofóbica (constituidos estos últimos en los perseguidos judíos del presente). Quienes suscribieron la guerra civil en Siria clausuraron después las compuertas para las oleadas de desesperados que escapaban de los bombardeos. En Italia la Liga Norte de Matteo Salvini empieza a discutir su Brexit. En Austria el partido neonazi FPÖ forma parte de la coalición gubernamental con dos ministerios, el de relaciones exteriores y el del interior. En Finlandia y en Suecia tres de cada diez ciudadanos apoyan a partidos que reivindican la discriminación y la superioridad blanca, haciendo caso omiso a las humillaciones que sufren diariamente los migrantes. En Hungría, el premier Viktor Orban convoca a expresar la identidad moral y étnica de los magyares por sobre el resto de los habitantes. Marine Le Pen sigue conservando el favor de un cuarto de los franceses y por primera vez desde la Segunda Guerra un partido nazi entra en el Bundestag de la mano de Alternativa por Alemania, sin que el sistema político germano haya apelado a las cacareadas prohibiciones que existen sobre el discurso hitlerista. En Polonia el partido Ley y Justicia de Jarosław Kaczyński impulsa y aprueba normativas revisionistas, condescendientes con los colaboracionistas nazis, quienes —según las nuevas normas— deben ser considerados como perseguidos por los soviéticos, luego de la Gran Guerra Patria. En Holanda Geert Wilders llama a prohibir las mezquitas y, en Israel, Netanyahu impone una Ley que legitima el apartheid, al tiempo que muchas democracias occidentales lo premian con el traslado de la embajada a Jerusalén, sin considerar la continuidad de la ocupación de Palestina.
2. El casino.
Existe una ofensiva reaccionaria motivada por la crisis estructural que se origina en la financierización. Este modelo de acumulación logra extorsionar al mundo productivo mediante la exigencia de rentabilidades solo alcanzables mediante la brutal precarización, la flexibilidad y la caída del poder adquisitivo de los salarios. La trampa radica en que el capital productivo se fuga hacia paraísos fiscales exigiendo que el mundo del trabajo maximice la explotación para poder competir con la rentabilidad ofrecida por su lógica rentística. Su expresión más violenta son los fondos buitre defendidos por equipos de abogados expertos en guerras jurídicas dispuestos a saquear las arcas estatales de los países que se endeudan con apoyo del FMI y las élites locales. Por su parte, los Macri, Temer, Piñera y otros se ven beneficiados con cuantiosas comisiones (provenientes de la emisión de títulos de deuda) y sobre todo con la expectativa de convertirse en futuros CEOs de las empresas transnacionales que adquirirán las destrozadas redes productivas locales, mediante inversiones ínfimas.
3. Camisas pardas.
Los movimientos reaccionarios siempre han sido el resultado del intento de democratización de las sociedades y del desafío a los sectores privilegiados. Frente a Espartaco en Roma, a la irrupción de los trabajadores en 1870 o en 1917, y/o a la conformación del peronismo de la década del ’40, los poderes fácticos se aliaron con el objetivo de ahogar cualquier posibilidad de darle cabida o continuidad a la extensión de la equidad y la libertad. Todos los procesos de reacción responden al miedo que sienten los sectores del privilegio a perder el control del tablero : Bolsonaro y el resto de las derechas en el mundo irrumpen como expresión desesperada ante los posibles avances de los sectores democráticos. Quienes los votan han sido cooptados por el terror ante la invasión de los extraños, a quienes se presenta como los responsables de amenazar aquello que se ha conquistado : el ultraliberalismo produce las condiciones de la marginalidad y la violencia y se ofrece para solucionar el problema con mano dura, homofobia, misoginia y etiquetamientos variados. El temor sistémico es inoculado a través de murmuraciones repetidas por los medios hegemónicos que instigan a la aceptación inmediata de respuestas rápidas y crueles. En forma paralela, el delito, el narcotráfico y la imbricación de los organismos de seguridad en los entramados oscuros del poder mafioso, aumentan con los efectos del ultraliberalismo y la falta de proyectos sociales colectivos esperanzadores.
4. Meteorología.
Las convocatorias a la violencia de Estado son exitosas cuando existe una ciudadanía carente de conciencia crítica, y al mismo tiempo ajena a los procesos de participación democrática cotidiana. Los climas reaccionarios necesitan fabricar enemigos internos y externos y de ser posible combinarlos. Pueden ser elegidos entre los más débiles y vulnerables con la condición de despertar desconfianzas generalizadas : migrantes, nacionalidades foráneas o portadores de características étnicas o fenotípicas suelen ser las víctimas prioritarias. Estos etiquetamientos son útiles para ocultar el proceso de deterioro que generan las políticas de acrecentamiento de la riqueza. Al instigar al odio hacia un enemigo se busca cambiar el eje del debate real sobre la producción material cultural y simbólica de las crisis que sus políticas producen.
5. Bienes.
La inclusión social expresada en el consumo aparece como una paradoja : el neoliberalismo excluye al tiempo que sus opositores, los sectores progresistas, intentan expandir el mercado interno. Cuando esto último sucede, los incluidos se desesperan por conservar lo que han adquirido y se identifican con facilidad con los discursos privatistas y discriminatorios. Desprecian a quienes están subsidiados por el Estado, porque los consideran competidores ilegítimos de su ascenso social.
6. Pánico.
Las olas reaccionarias hacen brotar los miedos atávicos de una sociedad y los redirigen hacia sujetos alejados de los generadores de la crisis. Los brasileños no votaron específicamente por los nazis sino, mayoritariamente, contra la inseguridad y contra la corrupción instalada como expresión (única) del PT, obviando la permanente estafa estructural que supone la fuga de capitales, el endeudamiento y la carga impositiva mayoritaria sobre los sectores más empobrecidos de las sociedades.
7. Pátina.
Ni Bolsonaro ni Trump ni Netanyahu ni Salvini ni Le Pen ni Macri son antisistema : son el corazón brutal del sistema, la expresión más cabal del capitalismo rentista, su versión más fidedigna y transparente. Todos ellos son tributarios de un nuevo sentido común basado en un doble soporte cultural : espiritual y académico. Una teología de la prosperidad individual (santa y egoísta), y unos discursos econométricos que fetichizan las cuantificaciones obviando las orientaciones valorativas, como si pudiesen existir estas últimas en formatos ajenos al comportamiento humano. De esa manera se ofrecen ante los impávidos receptores como portadores de un halo divino y de una carcasa científica. Anuncian repetidamente que Dios y la Verdad los escoltan.
8. Damocles
En ese marco, las opciones que ofrece la globalización en términos de sistema político son tres : el pacto continuista que consiste en competir por nimiedades, sin discutir los puntos centrales del sistema. Desmontar el sistema de partidos en nombre de un “que se vayan todos”, dejándole al mercado la oferta electoral de vedettes, deportistas o actores para gobernar sin presiones. O la propuesta de derechas basadas en la persecución, la proscripción, la guerra jurídica y la deslegitimación mediática. Cualquier oposición del tipo productivista, que pretenda limitar la especulación y valorizar el trabajo, será acusada de populista y descalificada en los altares bienpensantes del poder mundial. El modelo de democracia al que se puede acceder, aquel que autorizan, sólo es el que se ofrece como funcional a la financierización extorsiva.
9. Aniquilamiento
La lógica del mercado busca exterminar a la política porque ese es el único territorio donde las grandes mayorías pueden lograr la democratización de algo. Solo la remanida voluntad general o su versión remasterizada, el poder popular, pueden hacerle frente.
10. Atenti
Los que vienen marchando no son los santos.

lunes, 4 de febrero de 2019

Maduro no será la izquierda, pero Guaidó es el imperialismo


María Julia Bertomeu, Gustavo Buster, Daniel Raventós* - http://questiondigital.com/maduro-no-sera-la-izquierda-pero-guaido-es-el-imperialismo/


La autoproclamación del presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, como presidente del país, alegando —según el art. 233 de la constitución bolivariana— la ocupación ilegal del cargo por Maduro, ha abierto el escenario definitivo de un golpe de estado del imperialismo estadounidense y de los sectores de la oposición venezolana que lo apoyan.
No es el primero. Ahí están los antecedentes de 2002 y 2004, cuyo desarrollo conspirativo y entramado jurídico-político son ampliamente conocidos. También en este caso, y para sortear las disposiciones antigolpistas de la OEA, este golpe ha ido acompañado de un entramado jurídico político a partir de la victoria de la oposición en las elecciones legislativas de diciembre de 2015. Sus argumentos centrales son el carácter anticonstitucional de la composición de la Asamblea Nacional Constituyente (no así su convocatoria), el vaciado de funciones de la Asamblea Nacional, la renovación irregular del Tribunal Superior de Justicia y del Consejo Electoral Nacional y, finalmente, el no reconocimiento de las elecciones presidenciales de mayo de 2018, por las limitaciones impuestas a la participación de la oposición.
Las acusaciones de violación de la Constitución Bolivariana de 1999 por parte de la oposición también son reales y se concentran en las irregularidades denunciadas en la elección de tres diputados de la Amazonía, sin los cuales la Asamblea Nacional carece de los dos tercios necesarios para renovar otros órganos de poder.
En este pulso por la legalidad constitucional bolivariana, lo cierto es que tanto el gobierno Maduro como los sectores de la oposición que conformaron en su día el Frente Opositor 16 de Julio (reclamando la legitimidad del referéndum opositor) han violado el texto en el que quieren arroparse. Del pulso legal se ha pasado a una dualidad de poder legislativo y de este a un escenario de golpe de estado impulsado por la Administración Trump, que puede concluir en una confrontación que acabe con lo que queda de una república exhausta por la crisis social, un extractivismo económico en bancarrota, la corrupción y unas sanciones cuyo propósito es hambrear a la población para obligarla a rebelarse y aceptar la “liberación” del imperialismo.
Efectivamente, como ha señalado el presidente del gobierno español Pedro Sánchez, Maduro no es la izquierda, aunque viniendo de él, y visto lo visto, sea un sarcasmo. Desde hace más de tres años, Sin Permiso ha publicado cerca de 200 textos de autores y autoras venezolanos y latinoamericanos de izquierda (que se pueden consultar en nuestros archivos), analizando las políticas sociales y económicas del gobierno Maduro y anteriormente de Chávez. Lejos del “golpe de timón” exigido por el entonces agonizante Hugo Chávez, la República Bolivariana representa hoy los intereses de la llamada “boliburguesía”, que no ha dudado en hipotecar el patrimonio de la nación para sobrevivir a costa de créditos rusos y chinos.
La crisis económica venezolana no es de hace cuatro días. En marzo de 2013, Sin Permisopublicaba un artículo en donde podía leerse que Venezuela tenía entonces “una situación económica extremadamente preocupante y una situación social sensiblemente mejorada”. Seis años después, la situación social también es “extremadamente preocupante”. Y no todo es responsabilidad del imperialismo.
Pero Guaidó, lejos de representar al pueblo venezolano, es un peón del proyecto de golpe de estado preparado en Washington por los Bolton y los Abrams, fantasmas de los cambios imperialistas de régimen de las últimas tres décadas, ahora convocados por la administración Trump. El saqueo del monopolio estatal del petróleo venezolano es el botín al que aspiran, aunque sea a costa de incendiar a toda la región. Saben perfectamente que la cuestión clave es la actitud de las fuerzas armadas bolivarianas, un elemento central del propio régimen, cuya capacidad operativa impide por el momento una intervención militar imperialista.
Así que el pulso, como estamos viendo estos días, se juega en la calle, a golpe de manifestaciones masivas convocadas por el gobierno y la oposición golpista, acentuando la crisis económica y social y la huida emigratoria, mientras se cierra el cerco diplomático y se refuerzan las sanciones, en una escalada de la tensión. Cualquier pretensión de legalidad constitucional de la oposición golpista es mera comedia. El art. 233 busca ante todo conferir legalidad al poder de facto republicano ante el secuestro o asesinato del presidente y para ello exige al presidente de la Asamblea Nacional, asumido el poder, convocar elecciones en treinta días. ¿Dónde quedará el discurso de la legalidad constitucional de Guaidó el próximo 23 de febrero cuando no sea así?
Pero como bien ha explicado él mismo, no se trata de eso, sino de derrocar primero a Maduro, gobernar transitoriamente y solo después convocar elecciones. Fuera de la Constitución Bolivariana de 1999. Por su parte, el gobierno Maduro ofrece convocar elecciones legislativas, pero no presidenciales, apoyándose en sus triunfos electorales municipales y regionales de 2017 y en una abstención que afecta más a quienes se pueden permitir emigrar del país que a los que no tienen más remedio que quedarse.
En este escenario, la defensa de la Revolución nacional democrático bolivariana —a la que tan mal servicio ha prestado el gobierno Maduro— pasa por la reafirmación del marco constitucional de 1999, que recoge sus conquistas sociales y garantiza la propiedad estatal de su patrimonio petrolero y minero. El objetivo del golpe de estado imperialista, ahora como antes, es acabar con ella. La primera tarea frente al imperialismo es defenderla.
Pero igualmente imprescindible es llevar a cabo el “golpe de timón” que pidió Hugo Chávez y que el gobierno Maduro no solo ha sido incapaz de dar, sino que es un obstáculo para el mismo. Reconstruir la legitimidad popular de la Revolución Bolivariana exige un cambio de orientación que arrincone los intereses de la “boliburguesía”. Para ello es indispensable la defensa sin concesiones de los intereses populares y la resistencia al intento de golpe de estado. Ambos objetivos no solo no son contradictorios, sino complementarios. Lo que significa no callarse ante las actuaciones que el régimen de Maduro hace mal entorpeciendo precisamente la defensa de lo que queda de la revolución. Mal le pese a una izquierda determinada para la cual cualquier crítica a este régimen es “traición” y “apoyo al imperialismo y a la reacción”. Una izquierda cuyo lema bien podría ser, como dejamos apuntado en un editorial firmado con Antoni Domènech hace cuatro años: “No molesten al conductor”.
La actual situación de dualidad de poder, de pulso político en la calle, no durará mucho. Solo la amenaza de la desestabilización regional, con el desbordamiento de la crisis económica y social venezolana a los países vecinos, podría abrir espacio a un proceso de mediación —como el propuesto por México y Uruguay— para que Naciones Unidas garantizase la celebración a corto plazo de elecciones legislativas y presidenciales que permitiesen la reconstrucción de la legitimidad republicana de la Constitución de 1999.
Pero la mayoría de los gobiernos neoliberales de América Latina y la Unión Europea se han alineado con el golpe de estado diseñado por la Administración Trump. Maduro no será de izquierdas, pero parece difícil justificar que plegarse a sus presiones, como lo ha hecho Pedro Sánchez de la humillante manera revelada por El País, lo sea. O que la participación de Vanguardia Popular —la organización de derecha extrema a la que pertenecen Leopoldo López y Juan Guaidó—  en las reuniones de la Internacional Socialista, convertida en una caricatura de si misma, la transformen de pronto en una organización progresista. Oponerse al apoyo al golpe de estado imperialista es también una tarea defensiva contra el giro reaccionario de los populismos de derechas, se llamen Trump, Bolsonaro, Orbán, Casado o Rivera.
*Miembros del Comité de Redacción de Sin Permiso