jueves, 22 de marzo de 2018

El auto-odio de clase social

Por Erico Valadares/Fotos: Estanislao Santos - https://www.identidadperonista.com/2018/02/18/el-auto-odio-de-clase-social/
El odio de clase es una cosa ancestral: los ricos en todas partes odiando a los pobres y viceversa, propietarios de todo contra esclavos sin pan en un mundo de sagrados códigos de propiedad privada. Poco hay de tan tradicional y conocido como el odio de clase, puesto que siempre estuvo allí. Siempre. Desde que alguien obtuvo algo mediante la desposesión de otros, el odio de clase existió.
En consecuencia, no hay mucho más para decir sobre el odio de clase. Es eso nomás y básicamente cualquiera lo conoce y lo puede comprender, si es que no lo ha experimentado ya. La nota viene dada por un fenómeno que al parecer es más bien reciente en la historia de la humanidad y, aunque tiene la misma naturaleza del odio de clase —porque igualmente es odio y es de clase social—, no parecería ser comprendido por el sentido común de igual manera: el auto-odio de clase, que no es ningún moco de pavo, como veremos.

Desclasamiento y odio

La mejor definición de auto-odio de clase social es la del famoso “pobre de derecha”, es decir, la del empleado que expresa la ideología del patrón. Si seguimos aceptando las denominaciones genéricas de “pobres” y “ricos” para clasificar a estos últimos como los propietarios de los medios de producción, transporte, distribución y comunicación, y a los primeros como propietarios de nada más que su propia fuerza de trabajo, nos vamos a encontrar con que los “pobres” somos precisamente todos los trabajadores, haciendo caso omiso de las mal llamadas “clases medias” y otras entelequias. La cuestión se reduce a tener o no tener en propiedad privada el capital, que es el poder económico concentrado. Y ahí veremos que entre los que no poseemos el capital nos solemos auto-odiar mucho más profunda y frecuentemente de lo que se puede imaginar.
La llamada “mano dura” es el desiderátum de los que padecen el desclasamiento social.
Desde luego, los ricos —que son los dueños del mundo entero y más allá— no conocen el auto-odio de clase. Los ricos no se odian entre sí mismos y un análisis superficial de las relaciones al interior de su clase social nos mostrará que viven en comunión y en perfecta armonía. Compiten con otros ricos por momentos, eso sí, porque el sistema capitalista así está dispuesto, pero en un juego de caballeros sin odiar jamás al contrincante, al que consideran un par, un igual. Los ricos no desean la muerte ni la destrucción de sus propios pares, sino que, por el contrario, tienden a preservarlos. Y eso es así porque los ricos tienen mucha conciencia de clase, son pura conciencia de clase desde que nacen; los ricos conocen perfectamente su lugar en la sociedad. Entonces los ricos están demasiado ocupados en odiar a los que tienen en frente y no pierden el tiempo ni gastan energías odiando a los que tienen al lado. Los ricos hacen economía del odio de manera muy inteligente.
Lo mismo no puede decirse de los trabajadores, o sea, de los pobres. Al escasear la conciencia de clase entre estos últimos, lo que le suele pasar al trabajador es el desclasamiento: los pobres empiezan a delirar que son ricos cuando acceden a una vivienda propia, una cuenta bancaria y a un automóvil, e incluso a mucho menos. No es infrecuente la ocurrencia de “oligarcas de maceta”, que por tener un teléfono celular y un salario estable que le dan la ilusión de “clase media” sale a tocar cacerolas en defensa de los intereses del también mal llamado “campo”.
El “pobre de derecha” odia todo lo que tenga que ver con sí mismo de manera real: como es trabajador, odia cualquier expresión del trabajo, como los sindicatos. El “pobre de derecha” ama la patronal.
Cuando el pobre delira que es rico, entonces está desclasado, lo que es diametralmente opuesto a tener conciencia de clase. Y en consecuencia empieza a reproducir toda la ideología de la clase social a la que cree pertenecer sin pertenecer de hecho: la clase dominante. Y, naturalmente, incorpora el odio de esas clases, ya que el odio es parte fundamental de cualquier ideología. El pobre desclasado empieza entonces a odiar a otros pobres desde un pretendido lugar de rico. Pero como nunca llega a ser rico de verdad, lo que termina expresando no es odio, sino auto-odio de clase social. El desclasado se odia sí mismo sin comprender en ningún momento que lo hace: piensa que odia al de en frente, pero en realidad odia al de al lado sin entender que está al lado.

El discreto encanto de odiarse a uno mismo

El auto-odio es una cosa peligrosa porque generalmente resulta en muerte y destrucción para el que lo expresa. En el caso del mentado “pobre de derecha”, por ejemplo, es solo una cuestión de tiempo para que esa muerte y esa destrucción vengan a tocarle la puerta. Su auto-odio genera las condiciones necesarias para que eso ocurra más temprano que tarde.
Cuando la cantidad de desclasados en una sociedad determinada supera el límite de la normalidad, entonces la derecha se hace con el poder político, ya sea mediante golpes de Estado apoyados con entusiasmo por esa multitud de desclasados o por elecciones, gracias al voto de estos. Los individuos de clase dominante son naturalmente muy poquitos y no pueden dominar políticamente una sociedad sin contar con la complicidad de muchos pobres desclasados.
Otra característica del desclasado es la deshumanización. Al no tener conciencia de clase, tampoco tiene de género ni de raza: no entiende que es humano y, por lo tanto, sale con esta figura a pedir el fin del “curro” de los derechos humanos.
Entonces la derecha —que es la expresión de los ricos en la política— se hace con el gobierno y empieza a implementar el proyecto político de los ricos en el Estado. Dicho proyecto es muy nocivo para todos los pobres, porque legitima la expoliación y el saqueo de los propietarios en perjuicio de los trabajadores. Cuando un gobierno es de derecha, lo más natural es que, por ejemplo, elimine las retenciones a la exportación de soja (beneficiando a la oligarquía terrateniente) y quiera cubrir el vacío en la recaudación que esa quita de retenciones produce con ajustes en jubilaciones, pensiones, salarios, programas sociales, educación y salud pública, impuestazos, etc. En una palabra, la derecha implementa el proyecto político de los ricos beneficiando a económicamente a los ricos y haciendo que los pobres paguen el pato. Otro tanto pasa con los tarifazos de gas, electricidad, agua, combustibles y demás: cada vez menos dinero en el bolsillo del pobre que va a parar en el bolsillo del rico. Los ejemplos de esto que en política económica se llama transferencia de ingresos son infinitos.
Los desclasados y los santos de las clases dominantes. Alberto Nisman es el máximo exponente de la corrupción moral que los tilingos identifican como marca de clase.
El proyecto político de los ricos, como decíamos, es muy nocivo para todos los pobres. Para todos, para los que tenemos conciencia de clase y también para los desclasados. Ningún tilingo se va a salvar porque crea que es rico y vote a la derecha o aplauda sus golpes de Estado. Desde el punto de vista de los ricos, pero de los ricos en serio, el individuo que sale a la calle con un cartelito repleto de consignas de derecha o va a marchar para defender los intereses de la oligarquía terrateniente es un peón y es descartable. Los ricos en serio no ponen jamás la cara: lo hacen los desclasados a su servicio, los pobres de derecha con auto-odio en el corazón. Para las clases dominantes a la hora de llevar muerte y destrucción a una sociedad, da lo mismo el negro villero que el rubio de “clase media” con autito cero kilómetro. Son todos negros villeros por igual al no pertenecer al selecto club de los ricos propietarios de todo, donde el auto-odio no existe.
Finalmente, así es como el pobre de derecha o el desclasado va a terminar odiándose a sí mismo, porque el resultado de su proceder (que es de expresar ideas ajenas y contrarias a sus intereses reales) será muerte y destrucción para sí mismo. Como el negro que apoya el racismo como blanco, el homosexual homofóbico y la mujer machista, el trabajador desclasado está generando las condiciones para su propia destrucción. Vota a la derecha, pide ajuste y represión, quiere que vuelva la dictadura militar, le prende una velita a la imagen de Nisman todas las noches. Y piensa que así entra al círculo rojo del poder fáctico de tipo económico concentrado. Piensa que es rico, que es oligarca terrateniente, pero no deja de ser un pobre desclasado pronto a ser esquilmado por el rico con poder político. Es una oveja, tanto por víctima como por absoluta inconsciencia de ser oveja.

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