jueves, 25 de agosto de 2011

UNIÓN EUROPEA Y NEOLIBERALISMO - Todos contra el Estado



El sueño de los más feroces neoliberales se hizo realidad: se llama Eurozona, un mercado sin Estado al servicio de los banqueros. El dogma que los republicanos estadounidenses expresaron con tanta claridad para marcarle la cancha a Barack Al Jolson Obama (“Reducir el tamaño del Estado para poder ahogarlo en una bañera”) se materializó en Europa. El mecanismo es perverso: si las cosas salen mal, es decir si los banqueros derrapan en su timba especulativa, se recurre al ajuste y entonces los más débiles pagan la cuenta para que siga la fiesta. El fantasma que recorre Europa se llama estaticidio. La sociedad civil no parece dispuesta a tolerarlo.

Hace apenas quince o veinte años los europeos se jactaban del “Estado de bienestar” y el “capitalismo con rostro humano”. Según este relato, en muchos aspectos mítico, en otros directamente falaz, el capitalismo estadounidense aparecía, por contraste, más brutal, más salvaje, como tantas otras cosas provenientes de aquel bárbaro país de la salvaje América, tan ajeno a las finas sutilezas y los colores pastel del Viejo Continente.

Por obra de las crisis cíclicas del capitalismo, el avance de las finanzas y el poder creciente de los bancos, las máscaras rodaron y fueron a dar al triste lodo de la verdad: los capitalistas europeos no eran ni más lindos, ni más sabios, ni menos brutales. Y la invención de la Eurozona viene a ser la más perfecta legitimación del neoliberalismo más salvaje. Una moneda, 17 países, 350 millones de habitantes, y ningún Estado.

Estados versus estaticidas. Dentro de la complejísima, dinámica y siempre mutante trama de fuerzas antagónicas que participan de la disputa por el poder económico, esta pelea de fondo se recorta, clara y nítida, como una puja estructurante que explica buena parte de los conflictos y las tensiones sociales que por estos días asoman en el mundo.

En la edición de agosto de Le Monde Diplomatic, Ignacio Ramonet se refiere a la indignación de los ciudadanos europeos, y la relaciona directamente con la moneda común y la Unión Europea. En la nota titulada “Cambiar de Europa”, Ramonet asegura que, a medida que se profundiza la crisis, “van quedando al desnudo los mecanismos de una construcción común, cuyo objetivo fundamental parece ser otorgar plena libertad de acción y de ganancia a los mercados y los especuladores, en detrimento de los trabajadores”.

Por eso, la estrategia discursiva elegida por los ajustadores europeos es plantear que las protestas y los disturbios vienen de otro planeta, o son el resultado de la obvia, natural maldad destructiva de los pobres, los trabajadores, los jóvenes, los jubilados y los pensionados, siempre tan depredadores, siempre angurrientos saqueadores de las riquezas tan esforzadamente obtenidas por los muchachos de la Bolsa.

Pocos creen en este relato, y muchos se lanzan a las calles en España, Grecia, Italia. También, con gran virulencia, se protesta en Inglaterra, que no entró en la zona euro pero igual realizó su propio ajuste neoliberal a hachazos, con represión y con el asesoramiento de un comisario del país de los colores primarios.

La respuesta de la sociedad civil es la movilización, las medidas de fuerza, y en algunos casos, la violencia. Y sobre este punto vuelve siempre, una y otra vez, la vieja discusión sobre la violencia real y tangible del fuego y los proyectiles, por un lado, y la violencia simbólica, pero no menos real y tangible, de los ajustes: pérdidas de puestos de trabajo, reducción de salarios, subas de impuestos y reducción de beneficios sociales. El filósofo esloveno Slovoj Zizek denomina a estas formas de violencia, que fluyen siempre de arriba hacia abajo, “violencia sistémica”: es decir la violencia que está en la estructura misma del sistema. Por eso, en esta etapa del capitalismo financiero, son tan importantes, fundamentales, los medios hegemónicos al servicio de los poderes fácticos: para hacer visibles ciertas formas de violencia (los disturbios callejeros, por ejemplo) e invisibilizar otras (los ajustes, los beneficios a los más ricos, la pérdida de fuentes de trabajo).

El Estado se retira y deja al pueblo a merced de los mercados. Los dirigentes políticos elegidos por el voto popular usan ese mandato para legitimar las decisiones de los poderes fácticos, que no sólo están al margen de la democracia, sino que, además, son incompatibles con la democracia. De ahí que, más allá de la gravedad de la crisis económica, el gran problema de Europa es también político, se trata de una crisis de representatividad cuya salida no está a la vista ni mucho menos. No hay luz al final del túnel, sólo fuego.

Ramonet plantea que el euro es la consolidación de los dogmas neoliberales definidos en los tratados de Maastricht (1993), Ámsterdam (1999), Niza (2003) y Lisboa (2009). “Estos dogmas, que el Pacto de Estabilidad (1997) ratificó, y que el Banco Central Europeo sancionó, son esencialmente tres: estabilidad de los precios, equilibrio presupuestario y estímulo de la competencia. Ninguna preocupación social, ningún propósito de reducir el desempleo, ninguna voluntad de garantizar el crecimiento, y obviamente ningún empeño en defender el Estado de Bienestar”.

“Con la vorágine actual, los ciudadanos van entendiendo que tanto el corsé de la Unión Europea, como el propio euro, han sido dos añagazas para hacerlos entrar en una trampa neoliberal de la que no hay fácil salida. Se hallan ahora en manos de los mercados porque así lo han querido explícitamente los dirigentes políticos (de izquierda y de derecha) que, desde hace tres décadas, edifican la Unión Europea”, plantea Ramonet, que al cierre de su nota se pregunta qué pasará cuando los ciudadanos se decidan a concentrar su ira contra el verdadero cuartel general de los ajustadores: la Unión Europea.

Frente al fuego de la ira que consume Europa, América latina ofrece otra realidad, otras políticas y otro paradigma, alejado del Consenso de Washington. La gran diferencia, el rasgo distintivo fundamental, es la presencia del Estado, es decir la decisión política de recuperar el rol del Estado, su presencia como regulador de la economía. Esa decisión es, justamente, la que convierte en demonios del Infierno a Cristina Fernández, Dilma Rousseff, Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, por ejemplo. Pero los números, los fríos índices de crecimiento económico e inclusión social, les dan la razón a los demonios.

Europa se incendia y mira azorada a América latina. Se derrumban viejos mitos y se despliega un amplio panorama de preguntas: ¿Quiénes son los serios? ¿Quiénes los bananeros? ¿Cuáles son los países inviables? ¿Cuáles los estados fallidos? Mientras tanto, los banqueros ajustan el tapón de una elegante bañera europea, color pastel.

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