martes, 30 de marzo de 2010

Genocidio: Los mitos revelados

Diego Cazorla Artieda - http://www.lahaine.org/index.php?p=44352

A fines de la década de los '50, unos generales franceses se instalaban en una oficina en la sede de la Escuela de Guerra de Campo de Mayo

La última dictadura militar, hija de la “Escuela Francesa” y la “Doctrina de Seguridad Nacional”, vigente desde el 24 de marzo de 1976 hasta el 10 de diciembre de 1983, ha originado el debate más intenso y extenso que recuerde la historia argentina del siglo XX.

Prosigue incluso en el siglo XXI, entrecruzándose aspectos de la coyuntura política, sumando erróneamente a opositores de un lado y oficialistas del otro. Erróneamente, porque hay opositores que tienen una larga lucha en materia de derechos humanos y oficialistas que han sido más contestes con posiciones antagónicas desde siempre.

Lo cierto es que en la política como en la vida, los blancos y negros conforman una gama de grises casi infinita.

Es vital sin embargo el aporte que hizo el gobierno de Néstor Kichner al impulsar las nulidades de las leyes de impunidad, para que la Argentina mire de frente a su historia y asuma sus costos, y empiece un camino de “reparación” imposible, pero que ayuda a establecer a futuro un piso de respeto al otro, de Justicia, de Verdad.

Además de los genocidas, deberían haber estado sometidos a juicio los mentores del genocidio, los beneficiarios económicos de ese gran proceso antinacional y antipopular, tal como lo reconocieron el propio Bendini, ex -Jefe del Ejército y la famosa autocrítica de Balza.

Los juicios como la “Causa RI9” y la “Causa Ayala” a través del testimonio de los sobrevivientes, la desclasificación de archivos de la dictadura y sendas investigaciones periodísticas, han podido derrumbar mitos que se pretendieron instalar como verdades instaladas. Es por eso que siempre decimos, que más allá de la búsqueda de Justicia, estas causas judiciales son verdaderos procesos de reconstrucción de la memoria histórica.

Uno de los mitos lo desmiente los archivos del “Batallón 601” (cuyos miembros pasaron de ilustres desconocidos a ser públicos, merced a una excelente publicación de la Revista 23), y es el que pretendía reducir la cifra de víctimas de la dictadura a 5000 o 7000 según estaban dispuestos a reconocer los genocidas, o a lo sumo alrededor de 9000, tomando en cuenta datos parciales de la CONADEP.

Lo que pocos saben es que la CONADEP no considera desaparecidos a los “muertos en enfrentamiento”, por más que se hallen desaparecidos sus cuerpos, y el número entregado en su informe inicial es sensiblemente menor al real, por este criterio adoptado y por la urgencia en entregarlo a la opinión pública y a la Justicia. Lo cierto es que la CONADEP, no obstante el informe “Nunca Más”, siguió trabajando, y aún con los criterios innecesariamente rígidos, hoy la cifra registrada por ellos se eleva a 12.000.

Pero son los mismos represores los que, en base a sus propias bases de datos elevan esa cifra a 22.000, casi el doble de lo registrado actualmente en CONADEP ya en el año 1978, cuando Enrique Arancibia Clavel (funcionario de inteligencia chileno) le solicita a instancias de sus superiores, esta información a sus pares del Batallón 601 con el alias o nombre de guerra de “Luis Felipe Alemparte Díaz”.

Bien sabido es que la dictadura duró muchos años más y la cifra puede incluso superar la de 30.000, pero sería irrelevante, ya que no se puede agregar ni quitar nada de lo sufrido por el pueblo argentino si sumamos o restamos números. El horror genocida es inconmensurable.

Otro de los mitos es el que pretendía explicar tanta locura como “excesos”, cometidos en el marco de una respuesta excesiva a una agresión previa. La reducción de un proceso complejo a la lucha entre dos males: la famosa “teoría de los dos demonios”.

Hoy sabemos, gracias a un excelente trabajo periodístico de una de las testigos de la “Causa RI9”, la periodista francesa Marie Monique Robin, que mucho antes de que existieran las organizaciones “Montoneros” y “PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores)”, es decir, a fines de la década del '50, unos generales franceses se instalaban en una oficina en la sede de la Escuela de Guerra de Campo de Mayo.

Los países centrales habían determinado que la Argentina debía dejar de tener trabajadores tan combativos, la clase obrera más organizada de Latinoamérica, el menor índice de analfabetismo del continente, pleno empleo y salud gratuita; y es que le habían asignado un nuevo rol en la “división internacional del trabajo” el de agro -exportador primario.

Sabían que esto no iba a ser aceptado pacíficamente por el pueblo argentino, y venían a preparar a las FFAA a hacer frente a lo que todavía, objetivamente aún no existía.

Aleccionados por la inteligencia militar francesa, que trasladaba sus conocimientos adquiridos con sus experiencias colonialistas en Indochina y Argelia, y por “La Escuela de las Américas”, una academia formadora de torturadores creada por Estados Unidos, las FFAA (salvo honrosas excepciones) asumieron como propios los intereses de estos países centrales y la doctrina del “enemigo interno”, justificada por el conflicto “este-oeste” que en términos geopolíticos nos era ajeno.

La dictadura fue pues, la imposición a sangre y fuego de un mega plan económico tendiente a la reconversión de un país maravilloso, en pleno crecimiento industrial y científico, en una republiqueta dependiente y jaqueada por un endeudamiento imposible de afrontar.

Finalmente nuestro problema no advertido por gran parte de la clase política y una enorme porción de la ciudadanía que avaló activa o pasivamente el golpe cívico-militar, era el conflicto norte-sur, es decir, los intereses de los países centrales en detrimento del tercer mundo.

“La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder…” dice Eduardo Galeano en su memorable “Las Venas Abiertas de América Latina”.

Asumimos como propia la lucha de los países centrales contra las revoluciones de liberación nacional y las socialistas, y descuidamos nuestros propios intereses, antagónicos por cierto con esos países que nos cooptaron.

Por último, y solo para no seguir abundando en un tema que merece mayor desarrollo, me referiré a otro mito que, pese a los denodados esfuerzos de sus impulsores, no tiene el menor correlato con la realidad, y es el que plantea la necesidad de la “memoria completa”, y que hay que dejar de “mirar con un solo ojo”.

Lo que está detrás de estos clichés, es la teoría de que se debe juzgar a los militares, pero también a quienes “del otro lado” cometieron crímenes contra personas inocentes.

Parece razonable, y uno puede verse tentado de adherir, sobre todo los bien nacidos que respetan el “derecho a la vida” consagrado por la “Declaración Universal de los Derechos del Hombre”. Parece razonable también que algunos nos acusen de “parciales” a los militantes de DDHH.

La pregunta ¿por qué a unos si y a otros no? parece incontestable, y seguramente lo es para muchos jóvenes que nacieron en democracia y muchos adultos que no saben con detalle que pasó con hechos como el asesinato de la hija del Capitán Viola por ejemplo, o la toma del Regimiento de Formosa.

Voy pues, seguidamente, a referirme a estos dos hechos puntuales. No lo hago en forma antojadiza, es que el primero es uno de los más usados como “argumento” para solicitar la reapertura de este tipo de causas. El segundo es de nuestra zona del país y sus protagonistas conocidos en la región.

La causa por la muerte de Viola y su hija se instruyó en Tucumán inmediatamente, y tuvo sentencia condenatoria cuyos responsables cumplieron de manera efectiva. Por lo que no solo no es un delito de lesa humanidad, y es un delito común, sino que además ya fue investigado, juzgado y sancionado. Uno puede informarse por Internet del tema, ésta fantástica herramienta que nos saca del oscurantismo si se sabe usarla y se recurre a fuentes judiciales por ejemplo.

En relación al Regimiento de Formosa, la dictadura instruyó sendas parodias de juicios en tribunales militares, donde los acusados no tenían las más mínimas garantías y sus “defensores” los tenían que elegir de un menú de subtenientes y tenientes que desconocían las nociones más elementales de las leyes vigentes y los Códigos Procesales. Algunos incluso se atrevían a decir a sus “defendidos” que eran sus enemigos y que su misión era que confiesen, no defenderlos.

Muchos fueron declarados culpables en esas parodias de juicios y cumplieron condenas en condiciones infrahumanas de detención, sometidos a torturas y en algunos casos sin que se les lea de qué se les acusaba concretamente.

Otros, ya no están con nosotros y continúan desaparecidos, fueron ejecutados y sus cuerpos continúan siendo ocultos, lo que constituye un delito que actualmente se está cometiendo. Nunca sabremos si fueron culpables o inocentes, porque la dictadura eligió vengarse en lugar del camino de la Justicia.

La mayoría ni siquiera fue “beneficiaria” de esas parodias de juicios y, como en el caso de mi tío Rómulo Artieda, ultimados sin piedad. Hay que decir también, que aquellos que se sintieron damnificados por los delitos cometidos por las organizaciones guerrilleras nunca fueron limitados por ninguna ley.

No hubo “obediencia debida” ni “punto final” que lesionara sus derechos, y nada impedía que querellen a los responsables, de hecho algunos lo hicieron y lograron condenas como los familiares del Capitán Viola, los mismos que hoy pretenden reabrirla pese a no desconocer que ya es “cosa juzgada”.

Otros se sintieron cómodos con la venganza promovida por la dictadura, a tal punto que no querellaron a nadie, y no han sufrido la condena moral de los “reconciliantes”, aquellos que promueven la reconciliación y se oponen a la búsqueda de justicia, atribuyéndole móviles “non sanctos”, pero que no alzaron la voz ante el genocidio cuya existencia no podían ignorar.

No estamos abriendo un solo ojo, apenas si nos atrevemos a entreabrir el único que teníamos cerrado, para de una vez por todas mirarnos a la cara con nuestra historia reciente, y lamer las heridas, para que la imagen que nos devuelva el espejo ahora que tenemos ambos ojos abiertos, sea la de ciudadanos libres, dignos y dispuestos a gritar NUNCA MÁS las veces que sea necesario. Honduras nos muestra que el horror genocida, cuando no es juzgado ni recordado, deja de ser “cosa del pasado”.

1 comentario:

Diego dijo...

Gracias por reproducir mi opinión.