Sandra Torlucci * . http://www.hamartia.com.ar/2019/08/22/evita-100/
Eva María Duarte, María Eva Duarte de Perón, Eva Perón, era
argentina, mujer, hija bastarda y humilde por nacimiento, pero también por
elección. Era actriz, la compañera de Perón y primera dama de Argentina. Sin
embargo, su otro nombre es Evita, el nombre que le puso el pueblo, una
construcción colectiva que sigue viva y que probablemente sea como Buenos Aires
para Jorge Luis Borges: tan eterna como el agua y el aire. Pero en este caso no
porque el mito sea de origen, sino porque, como sujeto histórico, se renueva en
cada persona, cada imagen, cada representación que la refleje en los ojos de su
pueblo. Evita se construyó entendiendo la política también desde el arte. Su
pasado de actriz la ayudó a pensar intuitivamente y consiguió lo que pocos
pueden: crear una comunicación directa y poderosa con el pueblo.
Evita es el nombre de la igualdad. Todos los otros
nombres de esas mujeres distintas que fue tenían una imagen, y cada imagen
interpelaba y se resistía a una injusticia, a una necesidad ignorada o
atropellada por alguien que, sin dudas, estaba en una posición privilegiada.
Pero para Evita la posición privilegiada no era resultado de un mérito
personal, sino el de una opresión y, entonces, declaró a cualquier persona
privilegiada que se sintiera en el derecho de ser más digna o más beneficiada
por su posición social, su enemigo, y a esas personas las llamó oligarcas.
Evita se dio esa identidad compleja, ese nombre y esa imagen una vez que
comprendió que el amor es darse. Dar la vida por los descamisados, ser
Evita se transformó en un acto de amor que enmarcó a las acciones políticas, y
entonces ya no sólo trabajaba para reparar con derechos las necesidades de los
oprimidos, sino que los llevaba a su lado para que ocuparan el centro de la
escena, para que dieran vuelta con ella la historia de injusticias por el
camino del amor y la igualdad.
Cuando Eva Perón murió, el pueblo le construyó altares a
Santa Evita que les había cumplido mucho más que Dios, y además los había amado
de manera explícita y contundente, nadie se los había contado, habían recibido
su amor de sus manos y su mirada. La pintaron los pintores, la cantaron los
músicos, la escribieron los poetas y la filmaron los cineastas. Pero no sólo
los artistas. El pueblo la representa siempre, y la nombra, y la narra, también
la actúa y la baila, la esculpe en cualquier materia. El amor de Evita, así
como su resentimiento a la oligarquía, iban a cambiar para siempre la cultura
argentina. Es cierto que lleva tiempo cambiar la política que un país construye
en casi 150 años, pero Evita sabe que de entre esos hombres y mujeres del
pueblo que la constituyen, y son constituidos por ella, saldrá quien siga
luchando por una patria justa, libre y soberana.
Evita no solo habló y escribió sobre estas y otras
cuestiones, también construyó instituciones que iban a garantizar que por
muchos años la infancia, la vejez, la vida de los trabajadores y la de las
mujeres, fueran mejores, más dignas y con menos necesidades, y para eso los
empoderó en sus derechos. Al tercer día de haberse iniciado el gobierno de Juan
Domingo Perón, Evita empezó a incluir en sus discursos la necesidad de
reconocer el derecho a votar de las mujeres. El congreso, con debates a veces
inverosímiles sobre el tamaño del cerebro femenino, o la necesidad de preparar
a las mujeres para votar, finalmente aprobó la ley y en 1947 votaron 3.816.654
millones de mujeres. Cientos de ellas fueron electas para distintos cargos
legislativos. Las mujeres fuimos uno de los principales focos de atención
entre las injusticias sociales que señaló. De hecho, la Fundación Eva
Perón fue un proyecto que Evita concretó para que las mujeres en condiciones de
soledad o de pobreza, o ambas, fueran protegidas y contenidas para llevar
adelante de manera digna las tareas de cuidado que le fueron asignadas a su
género.
Por los hogares que integraban la Fundación Eva Perón
transitaron y se criaron miles de niños, niñas y adolescentes. Además, en
el mismo sentido, creó hogares de ancianos, hospitales y escuelas para cobijar
a los más desprotegidos, defendió el acceso universal a todos los derechos,
desde el voto hasta los estudios universitarios. Distribuyó miles de máquinas
de coser, millones de juguetes y puso en su cuerpo y en su nombre todos los
símbolos que fueron necesarios para que el pueblo se reconociera digno y
soberano. Y, como la artista que era, construyó así un mundo posible, nuevo e
igualitario, en el que los sueños se pueden cumplir.
A cien años del nacimiento de María Eva Duarte, y a casi 70
de la muerte de Eva Perón, Evita sigue presente, como el descamisado que
imaginó el artista Daniel Santoro, cuidando a los más frágiles de la sociedad.
Ese descamisado gigante y colectivo, sus principios y acciones mueven y se
mueven por una pasión que siempre está esperando a quien surja del pueblo, y
sepa repensar el camino y construya nuevas soluciones a los nuevos dolores del
neoliberalismo.
En estos días, casi como un homenaje a su aniversario, otra
mujer, en espejo, enmarcada en el amor, alargando con ese amor la mirada de la
inteligencia, desplazando los honores, los orgullos, las vanidades y los
rencores, hablándole a los ojos a su pueblo, otra mujer (otra vez), renuncia
para proteger a la patria, aunque esa renuncia la vuelve la más fuerte,
la más emblemática, la vencedora en el tiempo y en la historia. Esta vez es una
renuncia decidida por ella misma, en su soberanía. Escuchar a Cristina
Fernández de Kirchner le trae al pueblo todas las resonancias de Evita. Sus
palabras atraviesan lo personal y se dirigen certeras al corazón de millones de
esperanzados y esperanzadas en recuperar lo perdido. Ella lo da todo, y darse,
como aprendimos de Evita, es un acto de amor.
También por esto, por la certeza de tener una heredera, y de
que seguramente muchos más surgirán para sumarse a las dos mujeres más queridas
e importantes de Argentina, sus cien años de nacimiento se festejan como cien
años de vida. Porque Evita y su pueblo viven en los actos de amor que siguen
haciendo juntos y que no se detendrán mientras haya un descamisado, una
oprimida, un niño desamparado, o, simplemente, alguien que sufra por una
injusticia social y por lo tanto, la necesidad de crear otro mundo mejor.
*Docente. Rectora de la Universidad Nacional de las
Artes.
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