miércoles, 12 de marzo de 2014

A propósito de Crimea

NESTOR NUÑEZ DORTA - http://www.cubahora.cu/del-mundo/a-proposito-de-crimea#.UyCFJW3jG2k 

El fenómeno de Crimea tiene características muy especiales que se suman al valor geoestratégico que la zona tiene para aquellos intereses que sueñan con cercar y aniquilar a Rusia y China...

Barack Obama se apresura en sus intenciones de lograr consenso internacional para que se condene al Kremlin; sus aliados europeos hablan de sanciones y  a la vez de crear “grupos de contacto” para alargar el tiempo de vida de las criaturas que con toda violencia impusieron en Kiev; y el propio secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, al tiempo que  pide una solución negociada entre todas las partes, no deja de mencionar el “respeto a la integridad territorial” de Ucrania, no importa la existencia en ese país de un neto gobierno de facto.

En pocas palabras, toda una armazón retórica (y abundantemente mediática, dicho sea de paso) cuya finalidad es restar validez a la decisión anunciada por las autoridades de la República Autónoma de Crimea de realizar un referendo este domingo 16 de marzo para decidir públicamente si ese territorio se aviene a la jurisdicción de Rusia, paso que Moscú admite como enteramente legítimo.

En consecuencia, para unos, los que auspiciaron el golpe de estado en Kiev contra el controvertido y desgastado gobierno legalmente electo, y ejecutaron su sustitución por un “equipo” bajo el control de grupos extremistas y xenófobos, todo marchaba viento en popa hasta que el tema de Crimea le estalló literalmente entre las manos.

Geopolíticamente la fiesta no cuaja. En la península del Mar Negro, donde históricamente ha radicado la flota militar rusa que opera en esas aguas con acceso a los no menos estratégicos mares Mediterráneo y Rojo, cerca de ochenta por ciento de los pobladores no desea seguir formando parte de una Ucrania en manos de la derecha pro occidental, y aspira a unirse territorialmente a Rusia, tal como era hasta el año 1954, cuando la región pasó a los fueros ucranianos en el contexto de la hoy desaparecida Unión Soviética, decisión que en 1992, por demás, fue objeto del desconocimiento  oficial por el ya entonces vigente parlamento ruso.

Asimismo, desde esa última fecha Crimea aprobó también su propia Constitución, derogada luego por Kiev, y dos años más tarde, en 1994, eligió un gobierno local proclive a restaurar la citada Carta Magna de 1992, y en el cual las tendencias pro rusas siempre han sido preponderantes como reflejo del sentir de la mayoría de los habitantes de la Península.

Todo este contexto, en consecuencia, brinda al fenómeno de Crimea características muy especiales que, desde luego, se suman al valor geoestratégico que la zona, junto al resto de Ucrania, tiene para aquellos intereses que sueñan con cercar y aniquilar a Rusia y China, identificadas como los dos grandes oponentes a sacar de juego para completar el sueño hegemonista imperial.

No se trata, por tanto, de un episodio ni siquiera parecido al aún fresco desmembramiento territorial que las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, lideradas por el Pentágono, ejecutaron sistemáticamente contra Yugoslavia; ni de la ocupación de Iraq que, luego de poner abrupto final a un entorno de convivencia de diferentes tendencias religiosas y tribales, devino bajo la presencia militar foránea en un verdadero caos de violencia interna. Y ambos casos, vale recordar, carentes de la “santificación” del máximo organismo internacional.

Tampoco en una posible unión de Crimea con Moscú es lícita la semejanza con la guerra en Afganistán o los trágicos conflictos libio o sirio, con implicación abierta y directa de los mecanismos bélicos de Occidente, desde el desembarco directo de tropas, hasta el uso de mercenarios y grupos terroristas, incluida la Al Qaeda del díscolo Osama Bin Laden, otro producto del injerencismo global norteamericano.

Y es que Crimea, reza la historia, pasó a formar parte de Rusia en el siglo dieciocho, justo en 1783, fecha en que Gran Bretaña debió reconocer finalmente la soberanía de las Trece Colonias norteamericanas, y apenas siete años después  de la declaración de independencia de los Estados Unidos, el 4 de julio de 1776.

Los lazos de Crimea con Moscú quedarían reafirmados con el triunfo de la Revolución Socialista de Octubre de 1917 y la derrota, en 1921, a manos de los ejércitos bolcheviques, de los remanentes militares del imperio zarista, que apoyados por Alemania, Francia, Gran Bretaña, los Estados Unidos, Turquía y otras fuerzas anticomunistas, intentaron hacerse con el control sobre la Península.

La existencia de la Unión Soviética por más de siete décadas y su carácter multiétnico, forjaron además, y por encima de errores y extremismos, una fuerte identificación entre los pueblos que la integraron, lo que constituye una huella difícil de borrar para no pocos ciudadanos, mucho menos cuando de la noche a la mañana se intenta trastocar a viejos amigos en netos enemigos pretendidamente acérrimos e irreconciliables.

De manera que, y a muy grandes rasgos, esas son las premisas que subyacen en la actual situación surgida en torno a Crimea, y bien harían los grandes expansionistas y cercenadores de pueblos en no intentar desconocer las realidades históricas y, sobre todo, la voluntad mayoritaria de colectivos humanos que les son totalmente lejanos y ajenos, con más razón cuando sus contratiempos y angustias presentes les han sido impuestos por quienes ahora hablan de un respeto y una equidad que siempre han violado flagrantemente.

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