martes, 17 de julio de 2012

Argentina: La Iglesia Católica y su interés por adjudicarse ciertas prerrogativas al momento del debate

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El 15 de Julio se celebró el segundo aniversario de la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario por el Congreso de la Nación. Diferentes Balances se ha realizando en cuanto al resultado de dicha Ley.Sin embargo, en rigor de verdad, debemos celebrar, más allá de la cantidad de matrimonios concretados, el avance en materia de derechos civiles logrado con esta Ley. Argentina, con la sanción en 2010 de dicho Instrumento Legal, se convirtió en el primer país de América Latina en celebrar matrimonios entre personas del mismo sexo.

Varias reflexiones vienen al caso. En primer término, la ya mencionada de lo que esta Ley significa en términos de progreso de los derechos civiles, gran deuda que la Argentina viene intentando saldar. Más allá de las críticas que se han llevado a cabo, basadas más en una falta de respeto producto de creencias ancestrales basadas en un mensaje forzadamente religioso, mucho más común de encontrar en latitudes del planeta donde el régimen es teocrático. Al respecto, no está de más aclarar algo que debería caerse de maduro. La República Argentina, como lo dice la denominación, es una República.

Es interesante reflexionar sobre los intentos de la Iglesia Católica por adjudicarse ciertas prerrogativas al momento del debate de ciertos asuntos. Visto desde una perspectiva histórica, es algo que puede entenderse en un contexto histórico como el que debió atravesar Julio Argentino Roca en su primera presidencia, entre 1874 y 1880, con la Ley de Registro Civil y la Ley de Educación Laica, Gratuita y Obligatoria. Pero habiendo atravesado ya el siglo XXI, resulta inadmisible dicha actitud que resulta falta de criterio para con un determinado sector de la población discriminado durante siglos en el mundo y durante décadas en la Argentina. Que la presión de la Iglesia Católica y de otros cultos para evitar la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario haya resultado infructuosa habla claramente que existe una mayor vigencia del Estado de Derecho y una menor influencia de los grupos de poder tradicionalistas a la hora de avanzar en materia de derechos civiles.

Producto de un proceso histórico que podemos observar desde las últimas décadas, cuando en la década de los ’80 el gobierno de Raúl Alfonsín logró la sanción de la Ley de Divorcio, concretando algo que Juan Domingo Perón había propuesto en los años ’50 e implicó su derrocamiento en 1955; hoy es empíricamente observable que existen menos reparos en grupos de poder que, como se ve, hasta hace pocas décadas tenían prácticamente la facultad de derrocar gobiernos. Y si bien al mencionar esto no estamos planteando que los diputados y senadores ignoren lo que una franja de la población opina –en este caso la Iglesia Católica y sus fieles-, frente a las injusticias que las minorías padecieron o padecer, debe prevalecer el criterio que debe primar en una sociedad a nivel político: la igualdad ante la ley. Antes de la sanción de esta normativa, algunas personas eran ante la ley menos iguales que otras. En un Estado de Derecho resulta inadmisible que exista esta diferenciación cuando no había ni hay motivaciones que así lo justificaran.

Hoy nos encontramos frente a nuevos debates: el nuevo Código Civil, que contempla novedades sobre temas como la adopción (aunque ya el presidente de la Corte Suprema de Justicia admitió que la adopción por parte de parejas homosexuales y el aborto han sido excluidos de la agenda para evitar que se estanque la discusión en esos dos asuntos); la legalización del consumo de drogas en base a proyectos presentados por parlamentarios de distintos partidos políticos; entre otros, están motivando nuevamente una actitud reactiva de la Iglesia Católica. Es esperable que la Ley de Matrimonio Igualitario sea ejemplo no sólo por lo que significa en materia de derechos civiles no sólo hacia otros temas de similar polémica que puedan plantearse, sino como ejemplo de legislación hacia otros países de América Latina y el mundo.

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