miércoles, 1 de mayo de 2019
jueves, 28 de marzo de 2019
La montonera del zonda
Norberto Galasso - https://www.periodicovas.com/una-revolucionaria-con-polleras/
Martina Chapanay , nació en Valle del
Zonda, provincia de San Juan. Es hija de un caudillo huarpe de ese
nombre y de una cautiva blanca. Desde corta edad, aprende a orientarse
en los valles y montañas, así como luego a montar y domar caballos,
manejar el arco y las boleadoras. Realiza todas estas tareas a la par de
los hombres y así también, aprende a pelear, convirtiéndose en
protagonista de historias de leyenda donde sobresale por su audacia y
valentía.
A partir de 1822, se habría incorporado a
la montonera enrolándose en el ejército de Facundo Quiroga y
participando en las batallas que da el caudillo riojano. Después del
asesinato del Tigre de los Llanos, ella vuelve a la comunidad durante
cierto tiempo, pero la política del centralismo porteño, que esquilma a
los habitantes de las provincias, la conduce de nuevo a la pelea, ahora
sumándose a las fuerzas del caudillo sanjuanino Nazario Benavídez.
Mantiene así su militancia federal, participando en la batalla de Angaco
y en el Sitio a San Juan.
En 1859, Benavídez es asesinado por los liberales sanjuaninos, amigos de Sarmiento. Ella se repliega para luego acercarse a la montonera de Ángel Vicente Peñaloza, El Chacho, destacándose nuevamente por su brío y valentía.
En 1859, Benavídez es asesinado por los liberales sanjuaninos, amigos de Sarmiento. Ella se repliega para luego acercarse a la montonera de Ángel Vicente Peñaloza, El Chacho, destacándose nuevamente por su brío y valentía.
Por tercera vez, su jefe, esta vez El
Chacho, muere asesinado, y en este caso degollado, por las llamadas
fuerzas de “la civilización”.
Martina regresa a Valle Fértil, la zona de sus antepasados y ahí reside hasta su fallecimiento en 1874, en la localidad de Mogna, donde una cruz de madera indica el lugar en que fue sepultada.
Martina regresa a Valle Fértil, la zona de sus antepasados y ahí reside hasta su fallecimiento en 1874, en la localidad de Mogna, donde una cruz de madera indica el lugar en que fue sepultada.
Sus hazañas innumerables y heroicas han
dejado un recuerdo imborrable en la memoria colectiva del pueblo cuyano.
Su imagen de mujer valiente, entregada a defender a las familias más
pobres y a reivindicar los derechos de esas provincias empobrecidas,
perdura en el oeste del país, aunque los libros, las academias y los
colegios no han referencia alguna a su existencia, tal el caso de la
Gran Enciclopedia Argentina, de Santillán y la Enciclopedia Visual de
Argentina, de la A a la Z, editada por Clarín.
Excepcionalmente se la menciona y en
esos casos, se la considera –al igual que a Felipe Varela- como
“integrante de bandas de forajidos y salteadores”, precio que paga por
su militancia en el federalismo provinciano, ignorado o vituperado por
la casi totalidad de los historiadores.
jueves, 14 de marzo de 2019
miércoles, 13 de marzo de 2019
lunes, 11 de marzo de 2019
La hora de Cámpora
José Pablo Feinmann - https://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-78433-2006-12-31.html
Los acontecimientos que todos conocen relegaron a un lugar
de insignificación un hecho que merece trascender. Su protagonista es un buen
tipo. Vamos a decirlo primero así, como lo decimos en la Argentina, donde les
decimos buenos tipos a los tipos que, en efecto, son buenas personas, no
traicionan, saben ser amigos, no roban, son puros, tienen una moral y no sólo
la tienen sino que la practican. De esos tipos, pocos. Con los dedos de la mano
alcanza para numerarlos. A los buenos tipos además –sin solemnidad, sólo con
gran respeto– les decimos “hombres buenos”. “Hombres dignos.” Y, sin demasiado
esfuerzo, los queremos, se nos hace fácil quererlos. Facilidad que ellos hacen
posible. Estoy hablando de Héctor Cámpora.
El jueves 28 de diciembre, en el Salón Blanco de la Casa
Rosada, el hijo y los nietos de Héctor Cámpora le entregaron al presidente
Kirchner el bastón y la banda presidencial que fueran de su padre, de su
abuelo. Uno no va a muchos lados. Uno, cada vez más, es de salir poco. Hay
mucho que hacer, ya no somos jóvenes y la obra está sin terminar. Sabemos que
nunca vamos a escribir nuestro mejor libro, pero lo seguimos intentando. Sin
embargo, si se trata de recordarlo a Cámpora, uno está ahí. Sabe por qué. Uno
dice “Cámpora” y piensa en la primavera. Muy pocos pueden convocar algo tan
florido, la mejor estación del año, los pibes en los parques, los pájaros y el
amor a todo trapo. Porque la Primavera de Praga es de Praga, pero no es de
ningún tipo. En cambio, la Primavera Camporista es de Cámpora, lleva su nombre.
¿Qué es políticamente una primavera? Es un raro momento de la Historia en que
creemos que en el futuro espera la felicidad, tal como la sentimos en el
presente y aún mejor. Un momento en que la Historia parece, para siempre,
nuestra. Tan nuestra que nadie nos la podrá quitar. Durante la Primavera
tenemos una visión lineal de la Historia: la Historia avanza, incontenible, en
la dirección de nuestros deseos. Más aún: la Historia existe para que, en ella,
se realicen nuestros sueños. Eso fue la Primavera Camporista. Duró poco. Fue un
romance juvenil y todos sabemos que los romances juveniles son intensos, locos,
pero breves. (Años después hubo otra primavera: la de Alfonsín y el Juicio a
las Juntas. Pero terminó mal, negándose, y el abogado de Chascomús se
deshilachó sin remedio y por su propia mano.)
Cámpora no parecía destinado a ser un revolucionario.
(Porque esto, objetivamente, terminó por ser.) Durante el primer peronismo, ese
que pinta Santoro con los colores de un Paraíso Perdido, Cámpora era un simple
dentista, un hombre de San Andrés de Giles que arrimó un bochín al corazón del
Poder. Era obsecuente, y era feliz con la obsecuencia. Quería tanto a Perón y a
Evita que no hacía otra cosa sino lo que le decían. Hay una anécdota
(seguramente falsa: tiene un tufillo indisimulable de sorna y desdén
oligárquico, pero es ingeniosa) que lo muestra siguiéndola a Evita, siempre
apurada, siempre afiebrada por la acción, y Cámpora, fiel, detrás de ella y
ella, de pronto, le pregunta: “Che, Camporita, ¿qué hora es?”. Y Cámpora dice:
“La que usted quiera, señora”. Divertida la anécdota, pero como dije: falsa. Es
inimaginable que una mujer como Evita no tuviera un reloj. Y caro.
Pasan los años y Cámpora pasa a ser el delegado de Perón,
que está en Madrid, exiliado. Y aquí empieza a pasarle algo raro. Empieza a
conocer a los pibes de la izquierda peronista. Se lleva bien con ellos. Los
pibes le dicen “Tío”. Y a Cámpora le gusta: ¡ser el Tío de todos esos muchachos
ruidosos, quilomberos y, algunos de ellos, amigos de los fierros! A los
fierreros Perón les dice: “formaciones especiales”. Era la forma de
integrarlos. Perón integraba todo, todo le servía, lo bueno, lo malo, lo
infame. Se creía el gran ajedrecista de la Historia, el Mago que podría
conjurar todos los infiernos de un país en llamas. Cámpora sale elegido para
ser Presidente. Perón está proscripto, ¿quién, entonces, sino Cámpora, el fiel,
el leal Camporita para tomar su lugar? El 11 de marzo de 1973 gana cómodo. Le
hacen, a la noche, un reportaje en la TV y dice: “¡Basta de golpear a nuestros
muchachos!”. Le habían dicho que la policía golpeaba a los militantes que
festejaban el triunfo. Tiene a su lado, como compañero de fórmula, a un
conservador, Solano Lima, también sobrepasado por los hechos. Otro buen tipo.
El 25 de mayo asume. La plaza es una fiesta sin límites. Vienen Allende y
Dorticós. Oigan, no es una fiesta del populismo. Y si no, digan que Allende y
Dorticós eran populistas. Es la jornada más triunfal de la izquierda
revolucionaria en la Argentina. Cámpora dicta la ley de amnistía y todos los
presos salen a la calle, a festejar, a vivir la primavera. Allende, por
televisión, dice: “¿Cómo no le habrá de ir bien a este gobierno? Vean ustedes
el apoyo de masas que tiene”. Le faltaban tres meses para caer. A Cámpora, 45
días. Restablece relaciones con Vietnam del Norte. Dice un discurso combativo
desde el balcón de la Rosada. Luego intenta gobernar. Perón lo llama a Madrid.
(Esto no sé si es antes o después de asumir: hay que preguntarle a Bonasso, que
lo quiso, como todos, mucho.) Perón, duro y fiero, le reprocha sus vínculos con
la JP. Cámpora, rebelde, ya no obsecuente, le dice: “Usted pensará como quiera,
general. Pero si yo soy Presidente es por usted y por la Juventud Peronista”.
La Historia, que es azarosa, laberíntica, lo había puesto en el lugar del
revolucionario. Las masas juveniles estaban con él. Los militares, al acecho,
ya tienen su nombre en la peor de las listas, la de los que deben morir. Vuelve
Perón, estalla lo de Ezeiza y en pocos días más, entre los sindicatos, Osinde,
López Rega y el general Perón al frente de este comando fascista, de estos
héroes de la “etapa dogmática”, del giro a la derecha, de la negociación con
los milicos o, mejor dicho, de la claudicación ante un Ejército que exigía
normalidad, basta de tomas de fábricas, basta de ese petardista de Galimberti
proponiendo milicias populares, basta de primaveras imprudentes, subversivas,
lo tiran al Tío por la ventana, sin asco ni respeto.
Murió exiliado en la embajada de México. Llevaba años ahí.
Si Videla lo agarraba lo hacía desollar vivo y en su presencia, para gozar.
Murió de un cáncer que no pudo atenderse adecuadamente: una embajada no es un
lugar para curar un cáncer ni, peor aún, para amenguar su dolor. Los milicos lo
odiaban como a uno de sus peores enemigos: esto lo honra. “Fue un hombre
digno”, dijo Kirchner al recibir los atributos que el hijo y los nietos le
entregaron. “Che, Camporita, ¿qué hora es?” Es la suya, querido Tío. La hora en
que lo recordamos como lo que usted fue. Algo insólito, extraordinario: un
hombre bueno. Llevamos su primavera en el corazón. La llevamos, entre otras
cosas, porque nunca más tuvimos otra. Pero todavía estamos aquí, y esperamos.
miércoles, 6 de marzo de 2019
lunes, 4 de marzo de 2019
Los “cambios de régimen” propiciados por Estados Unidos: Antecedentes históricos
James Petras - http://matrizur.org/2019/02/los-cambios-de-regimen-propiciados-por-estados-unidos-antecedentes-historicos/
Mientras Estados Unidos procura por todos los medios
derrocar al gobierno democrático e independiente de Venezuela, las
consecuencias a corto, medio y largo plazo de los golpes de Estado que propició
en el pasado son contradictorias.
En este artículo, nos proponemos examinar las consecuencias
y el impacto de las intervenciones de EE.UU. en Venezuela a lo largo del último
medio siglo para posteriormente pasar a analizar el fracaso y el éxito de los
“cambios de régimen” impulsados por Estados Unidos en toda América Latina y el
Caribe.
Venezuela: Resultados
y perspectivas 1950-2019
Durante la década posterior a la Segunda Guerra Mundial,
Estados Unidos, a través del Pentágono y de la CIA, aupó al poder a regímenes
clientelares autoritarios en Venezuela, Cuba, Perú, Chile, Guatemala, Brasil y
otros países.
En el caso de Venezuela, Estados Unidos apoyó una dictadura
de casi una década (la de Pérez Jiménez), entre 1951 y 1958. Esta fue
sustituida por una coalición de centro-izquierda un breve periodo de tiempo.
Posteriormente, EE.UU. reestructuró su política para promover regímenes
democristianos y socialdemócratas de centro-derecha, que gobernaron en
alternancia durante casi cuarenta años.
En los años noventa, los regímenes clientelares de EE.UU.,
acorralados por la corrupción y profundas crisis socioeconómicas, fueron
apartados del poder y dieron paso a un gobierno independiente y
antiimperialista dirigido por Hugo Chávez.
La elección libre y democrática del presidente Chávez
derrotó varios intentos de “cambio de régimen” dirigidos desde Estados Unidos a
lo largo de las siguientes dos décadas.
Tras la elección de Nicolás Maduro como presidente,
Washington organizó la maquinaria política para impulsar un nuevo cambio de
régimen. EE.UU. ha lanzado a todo gas un golpe de Estado en el invierno de
2019.
El historial de las intervenciones estadounidenses en
Venezuela es variado: un golpe de Estado que duró menos de una década;
regímenes electorales pro-EE.UU. durante cuarenta años que fueron reemplazados
por un gobierno populista y antiimperialista nacido de las urnas, que ha
mantenido el poder casi veinte años. Hasta llegar al despiadado golpe de Estado
dirigido por Estados Unidos activo en estos momentos.
La experiencia de “cambio de régimen” venezolana nos permite
entender la capacidad estadounidense para conseguir el control a largo plazo
reorganizando su base de poder de una dictadura militar a un régimen electoral,
financiado mediante el expolio petrolero, con el respaldo de un ejército de
confianza y “legitimado” por la alternancia de partidos políticos vasallos que
acepten su sumisión a Washington.
Los regímenes clientelares de EE.UU. están gobernados por
élites oligárquicas, con escasa capacidad empresarial, que viven de las rentas
estatales (petroleras). Al tener una estrecha relación con EE.UU., las élites
gobernantes no son capaces de conseguir la lealtad del pueblo. Por dicha razón,
los regímenes clientelares dependen de la fuerza militar del Pentágono para
conservar el poder, pero esa es precisamente su mayor debilidad.
El cambio de régimen
bajo una perspectiva histórica y regional
La imposición de gobiernos títeres es un objetivo
estratégico primordial del Estado imperial. Los resultados varían a lo largo
del tiempo en función de la capacidad que tengan gobiernos alternativos
independientes para la construcción nacional.
Esos gobiernos-títere tienen más éxito en naciones pequeñas
con una economía vulnerable. El golpe de Estado de Guatemala ha durado más de
sesenta años, de 1954 a 2019. En este país, las principales insurgencias
indígenas han sido reprimidas gracias a los asesores militares y la cooperación
estadounidense.
Otros gobiernos-títere que han tenido un éxito similar son
los de Panamá, Granada, República Dominicana y Haití. Cuando se es pobre y
pequeño y se tiene un ejército débil, Estados Unidos no tiene ningún problema
en invadir y ocupar directamente el país, con un reducido coste económico y en
bajas militares.
En los países mencionados, Estados Unidos consiguió imponer
y mantener regímenes títere durante largos periodos de tiempo.
Los resultados de los golpes de Estado dirigidos por Estados
Unidos en el último medio siglo han sido contradictorios.
En el caso de Honduras, el Pentágono consiguió derribar un
gobierno liberal-democrático progresista de muy corta duración. El ejército de
Honduras estaba bajo dirección de EE.UU. y el elegido presidente Manuel Zelaya
dependía de una mayoría popular de electores sin acceso a las armas. Tras el
triunfo del golpe de Estado, el régimen títere de Honduras ha permanecido bajo
tutela de Estados Unidos durante una década y probablemente lo seguirá estando.
Chile ha permanecido también bajo el tutelaje de Estados
Unidos durante la mayor parte del siglo XX, salvo el breve respiro que le
supuso el gobierno del Frente Popular, entre 1937 y 1941, y el gobierno
socialista democrático de Salvador Allende, entre 1970 y 1973. El golpe de
Estado orquestado por EE.UU. en 1973 impuso la dictadura de Pinochet, que duró
27 años. La siguió un régimen electoral que continuó la agenda neoliberal de
Pinochet-Estados Unidos, que incluía el desmantelamiento de todas las reformas
nacionales y sociales del gobierno popular de Allende. En resumen, Chile ha
permanecido dentro de la órbita política de EE.UU. durante la mayor parte del
último medio siglo.
El régimen socialista democrático de Allende nunca dio armas
al pueblo ni estableció relaciones económicas en el extranjero capaces de
sostener una política exterior independiente. No sorprende que estos días Chile
haya seguido el llamamiento de Trump para derribar al presidente venezolano
Maduro.
Los resultados
contrapuestos de los regímenes títere
Algunos de los golpes de Estado orquestados por EE.UU.
fueron derrotados antes o después.
El clásico ejemplo que ilustra la derrota de un régimen
clientelar es el de Cuba, que logró derribar la dictadura de casi diez años de
Batista y ha conseguido resistir una invasión directa organizada por la CIA y
un bloqueo económico durante el último medio siglo (hasta nuestros días).
Cuba fue capaz de derrotar la política restauracionista
gracias a la decisión de Fidel Castro de armar al pueblo, expropiar y tomar el
control de las multinacionales hostiles de Estados Unidos y establecer aliados
estratégicos en el exterior: la URSS, China y, mucho después, Venezuela.
Por el contrario el golpe de Estado respaldado por el ejército
estadounidense en Brasil (1964) mantuvo el poder más de veinte años, hasta que
se restauró parcialmente la política electoral bajo la dirección de las élites.
Dos décadas de programas económicos neoliberales fallidos
propiciaron la elección de los reformistas sociales del Partido del Trabajo
(PT), que comenzó a poner en marcha grandes programas para combatir la pobreza
encuadrados en el contexto de políticas neoliberales.
Tras década y media de reformas sociales y una política
exterior relativamente independiente, el PT sucumbió ante la recesión de una
economía dependiente de las materias primas y ante unos estamentos hostiles (la
judicatura y el ejército, concretamente) y fue reemplazado por un par de
regímenes clientelares de extrema derecha que han funcionado bajo la dirección
de Wall Street y del Pentágono.
Estados Unidos ha intervenido con frecuencia en Bolivia,
apoyando golpes militares y regímenes clientelares y en contra de regímenes
nacional-populistas (1954, 1970 y 2001). En 2005, un levantamiento popular dio
paso a elecciones libres que llevaron al poder a Evo Morales, líder de los
movimientos cocaleros. Entre 2005 y el momento actual, el presidente Morales ha
dirigido un gobierno moderado de centro-izquierda y antiimperialista.
El fracaso de las iniciativas estadounidenses para derribar
a Morales es consecuencia de diversos factores: Morales organizó y movilizó una
coalición de campesinos y obreros (especialmente mineros y cocaleros). Se ganó
la lealtad del ejército, expulsó a las “agencias de cooperación” que actuaban
como caballo de Troya, amplió el control sobre los hidrocarburos y promovió los
vínculos con la agroindustria.
La combinación de una política exterior independiente, una
economía mixta, alto crecimiento y reformas moderadas neutralizó los intentos
estadounidenses por derribar su gobierno.
No es ese el caso de Argentina. Tras el sangriento golpe de
Estado de 1976, en el que el ejército respaldado por EE.UU. asesinó a 30.000
ciudadanos, el ejército fue derrotado por la Arma da Británica en la guerra de
las Malvinas y se retiró después de siete años en el poder.
El régimen títere nacido tras el de los militares gobernó y
saqueó el país durante casi una década antes de hundirse en 2001 a causa de una
insurrección popular. Sin embargo, la izquierda radical, carente de cohesión,
fue reemplazada por gobiernos de centro izquierda (Kirchner-Fernández) durante
alrededor de una década (2003-2015).
Los regímenes neoliberales del bienestar entraron en crisis
y fueron reemplazados en 2015 por otro régimen títere de Washington encabezado
por Macri, que procedió a revertir las reformas, privatizar la economía y
subordinar el Estado a los banqueros y especuladores estadounidenses.
Tras dos años en el poder, el gobierno títere se tambaleó,
la economía entró en una espiral descendente y comenzó otro ciclo de represión
y protestas populares. La debilidad del gobierno lanzó a la gente a la calle
mientras el Pentágono afila sus cuchillos y prepara nuevos títeres para
reemplazar al actual régimen clientelar.
Conclusión
Estados Unidos no ha podido consolidar los cambios de
régimen en aquellos países grandes que cuentan con organizaciones de masas y un
ejército leal. Sí lo ha conseguido en regímenes nacional-populares como Brasil
y Argentina. Pero, con el tiempo, los gobiernos títere han sido derrotados.
Así como Estados Unidos recurre a una única “vía” (golpes
militares e invasiones) para aplastar a los gobiernos populares pequeños y más
vulnerables, utiliza una estrategia de “múltiples vías” con los grandes países
poderosos.
Por lo general, en el primer caso es suficiente una llamada
al ejército o el envío de los marines para acabar con una democracia electoral.
En el caso de países poderosos, EE.UU. utiliza una estrategia de múltiples
agentes que incluye el bombardeo propagandístico en los medios de comunicación
y, catalogar a demócratas como dictadores, extremistas, corruptos, amenaza para
la seguridad, etc.
Cuando la tensión aumenta, los clientes regionales y los
estados europeos se organizan para apoyar a los títeres locales.
El presidente de EE.UU., cuyo dedo índice vale tanto como el
voto de millones de electores, corona a presidentes impostores. Las
manifestaciones en la calle y la violencia organizada y pagada por la CIA
desestabilizan la economía; las élites empresariales boicotean y paralizan la
producción y la distribución. Se gastan millones en sobornar a jueces y altos
oficiales del ejército. Si el cambio de régimen puede lograrse a través de
sátrapas militares locales, Estados Unidos evita la intervención militar directa.
Los cambios de régimen en los países más grandes y más ricos
duran entre una y dos décadas. Sin embargo, el cambio a un régimen electoral
títere puede consolidar el poder imperial durante un periodo más prolongado,
como fue el caso de Chile.
Cuando el régimen democrático tiene un fuerte apoyo popular,
Estados Unidos proporciona la asistencia ideológica y militar para una masacre
a gran escala, como ocurrió en Argentina.
La próxima confrontación en Venezuela será un caso de cambio
de régimen sangriento, pues Estados Unidos tendrá que asesinar a cientos de
miles y derrotar a los millones de personas comprometidas con los avances
sociales, con su lealtad a la nación y con su dignidad.
Por el contrario, la burguesía y los traidores políticos que
la siguen buscarán venganza y recurrirán a las más infames formas de violencia
para despojar a los pobres de sus avances sociales y sus recuerdos de libertad
y dignidad.
No debe sorprender que el pueblo venezolano se esté
preparando para una lucha prolongada y decisiva: se lo juegan todo en esta
confrontación final con el imperio y sus títeres.
jueves, 21 de febrero de 2019
En Haití no hay petróleo
Por: Karen Varon Rojas* - http://www.contagioradio.com/haiti-en-llamas-articulo-61702/
Haití es conocido mundialmente por ser el país con los
índices de desigualdad más altos de América Latina y el Caribe; también ha sido
tema de conversación los últimos días debido a las publicaciones en prensa
internacional y a las reacciones en redes sociales producto de las fuertes
manifestaciones que vienen desarrollándose desde el pasado jueves en la capital
y en distintas zonas del país.
Si nos proponemos por dos minutos tejer algo de memoria
sobre este lugar, que parece ajeno para muchos en el mundo, podemos mencionar
que fue la primera y única nación de esclavos negros que logró liberarse; que
el kreyol o criollo haitiano (lengua materna y herencia de la revolución) es
uno de sus idiomas oficiales además del francés, y aproximadamente un 99% de la
población lo conoce y/o habla.
También podemos decir, que históricamente su lectura de la
religión, de la espiritualidad, del arte, de la música y de la cultura han sido
señaladas, estigmatizadas y juzgadas debido a que configuran una cosmovisión
del mundo distinta a las convencionales y/o a las occidentales, por involucrar
y reconocer el medio ambiente, la música, los tambores y los orígenes en la
ancestralidad africana.
UN POCO DE CONTEXTO
NECESARIO
El 7 de febrero de 1986, Jean Claude Duvalier dictador
haitiano conocido como “Baby Doc” fue derrocado por una revuelta popular dando
fin a su atroz dictadura, a las constantes violaciones de derechos humanos y a
los numerosos casos de corrupción que se vivieron durante su mandato.
Paradójicamente, en esta misma fecha en 2017, Jovenel Moise, se posicionó como
presidente de Haití.
2 años más tarde, es decir el pasado jueves 7 de febrero,
iniciaron las fuertes manifestaciones en Puerto Príncipe y en distintas zonas
del país reclamando la renuncia del mandatario, luego de que el Tribunal
Superior de Cuentas emitiera un informe de auditoría que evidencia una
infinidad de irregularidades, la terrible gestión de recursos y las posibles
desviaciones de fondos prestados por Venezuela en 2008 para ayudar y potenciar el
desarrollo económico y social de Haití con el programa de PetroCaribe.
El informe revela además la participación en este grave
escándalo de corrupción de 15 exministros y altos funcionarios del
gobierno, entre ellos el actual presidente Jovenel Moise, quien apareció como
responsable de una empresa que se benefició de dichos fondos para la
construcción de una carretera, por medio de un proyecto en el que no se
encontraron contratos o procesos legales oficiales, y quien además siempre
había defendido su inocencia en declaraciones pasadas cuando se referían a este
caso.
Es importante señalar, que esta situación sale a la luz
pública en un momento de tensión, ya que el pasado 5 de febrero, el Gobierno
declaró el país en urgencia económica, lo que se ha visto traducido en la
devaluación de la moneda local frente al dólar de manera exponencial las
últimas semanas, una inflación cercana al 15% acumulada en 2 años, la escasez
de combustible en el país que también resulta en una de crisis de electricidad
y en general la imposibilidad de garantizar el acceso a alimentos básicos para
suplir una canasta familiar.
7 DÍAS DE FUERTES
MANIFESTACIONES
Hoy las calles amanecen con un ambiente de incertidumbre en
el séptimo día de manifestaciones convocadas por la oposición y diferentes
sectores sociales reclamando la renuncia inmediata de Jovenel y el gobierno aún
permanece en silencio; el único pronunciamiento lo hizo el secretario de
gobierno Eddy Jackson Alexis el lunes 11 de febrero a través de un comunicado
de prensa, en el cual rechaza la violencia y llama al diálogo entre la
oposición y el gabinete del actual mandatario. La comunidad internacional y el
sector económico nacional también emitieron un comunicado a través del Core
Group llamando al diálogo entre ambas partes, no obstante, las protestas
continúan en Puerto Príncipe y en el resto del país.
La situación es de tal urgencia que el día de ayer al menos
78 prisioneros de la cárcel civil en la comunidad de Aquin, escaparon en medio
de las manifestaciones; la embajada estadounidense recomendó a mujeres, niños y
personas no esenciales abandonar el país, y se percibe un ambiente de tensión e
incertidumbre por una posible crisis migratoria.
Ahora veamos en qué lugar tiene los ojos el mundo, veamos en
donde centra su dolor selectivo, pues en este país, el Estado además de estar
absolutamente ausente, también es represor y violento con los manifestantes:
desde que iniciaron las protestas el número de muertos supera los 16 y hasta el
día de hoy, según reportes no oficiales, la cantidad de heridos es
desconocida (el reporte oficial de la PNH es de 4 muertos).
Veamos si su nivel de indignación permanece
intacto cuando muchos de los muertos han sido consecuencia de la violencia
policial y la imposibilidad del Estado por responder a las demandas de los
manifestantes; o porque el acceso a salud y a educación es limitado y casi
nulo; o en general, por las condiciones de vida en las que viven la mayoría de
los haitianos que no suplen muchas de sus necesidades básicas.
En Haití no hay petróleo, y Estados Unidos ya vino “a
salvarlo”, o mejor a intervenirlo (siempre luego de algún momento de
desestabilidad política o algún fenómeno natural como el terremoto de 2010 o el
Huracán Jeann en 2004), a través de la “donación” de casi 60 mil sacos de
semillas híbridas de maíz y otros vegetales provenientes de MONSANTO, alterando
la agricultura local y afectando la semilla nativa, porque nunca se explicaron
los efectos futuros sobre el suelo y las posibles consecuencias de su uso en el
medio ambiente y en la salud de las personas.
Organismos como la ONU ya se han pronunciado y la comunidad
internacional también, de hecho, su presencia en el territorio haitiano ya
tiene varios años; sin embargo, es de vital importancia señalar que la
descomunal ayuda humanitaria y los mecanismos de control eran y/o siguen siendo
el motor del fenómeno de corrupción que agobia este país. Un ejemplo de ello
fue el despliegue militar que hubo con los llamados cascos azules que vinieron
a “impartir orden y a traer la paz a las calles haitianas” en 2004 a través de
la llamada Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH),
no obstante, olvidaron mencionar que fueron dichos cuerpos de seguridad quienes
también trajeron el cólera, violaron y dejaron a muchas mujeres haitianas en
embarazo antes de retornar a sus países, entre otras graves vulneraciones a los
derechos humanos.
El daño que le ha hecho la “ayuda humanitaria” a Haití, la
sobre intervención de organizaciones no gubernamentales, los altos montos de
dinero que le pagan a extranjeros en las organizaciones de “expertos” cuando en
la realidad ni siquiera se les exige hablar criollo haitiano o hacer contacto
con la gente en la cotidianidad, o con la cultura local. El complejo modelo de
Estado, la centralización del poder en Puerto Príncipe y a su vez la
gobernabilidad desdibujada ha resultado en la opción de desarrollo del país a
manos de organismos internacionales sin una adecuada regulación por el Estado
haitiano.
Lo anterior, es sólo una opinión que me permito construir
luego de vivir dos años en este país, y trabajar con comunidades; es un llamado
a analizar y a reflexionar cómo EEUU salva los países, con qué criterios, con
qué objetivos, y sobre todo a repensar hacia dónde están nuestras
preocupaciones, nuestra indignación, nuestro dolor y también nuestra
indiferencia.
*Socióloga colombiana, radicada en Haití desde marzo del
2017, donde trabaja con 3 comunidades en la periferia de Puerto Príncipe, en un
proyecto educativo utilizando el fútbol y el juego como estrategias para
desarrollar habilidades y fortalezas en niñas, niños y jóvenes, a través de una
malla de resiliencia.
sábado, 16 de febrero de 2019
El conflicto venezolano y su dimensión internacional
Lenin Bandres - https://www.alainet.org/es/articulo/198181
Durante las últimas semanas Venezuela ha vuelto a ser el
centro de atención de la prensa internacional, luego de que el pasado 23 de
enero (fecha histórica que marca el fin de la última dictadura militar en 1958)
el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, se auto juramentara como
nuevo “presidente interino” de Venezuela frente a una multitudinaria masa de
seguidores. Este hecho ha precipitado la crisis política e institucional de un
país altamente polarizado y sumido desde hace más de cinco años en una
estrepitosa crisis económica y social jamás vista en la historia de este país
desde la guerra federal.
Pero este acto político no hubiera tenido el impacto
internacional que ha suscitado hasta ahora, si no fuera por el inmediato e
irrestricto reconocimiento que tuvo la auto proclamación de Juan Guaidó como
“Presidente interino”, por parte de los Estados Unidos y de otros países del
hemisferio como Canadá, Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Perú
(integrantes del Grupo de Lima) y recientemente 19 países de la Unión Europa.
Un acto además de sorprendente, extremamente peligroso, dada las consecuencias
políticas que ha suscitado tal proclamación a nivel nacional e internacional,
el cual desconoce de facto la legitimidad democrática, la primacía de la soberanía
nacional y la autodeterminación de los pueblos contenidos en la Carta de las
Naciones Unidas.
Las consecuencias han sido inmediatas. A nivel doméstico se
ha reavivado la fractura social e ideológica que polariza al país desde hace
veinte años, rememorando el fantasma de la ola de manifestaciones organizada
por la oposición entre abril y julio de 2017, la cual dejó como saldo más de
cien fallecidos, además de numerosos heridos, presos políticos e invalorables
pérdidas materiales que repercutieron gravemente en la ya deprimida economía
nacional. Por ahora y en tan solo una semana, se han contabilizado más de
cuarenta personas fallecidas en enfrentamientos contra las fuerzas del orden,
además de ochocientas detenciones.
A nivel internacional las consecuencias de la
autoproclamación de Guaidó han ido más lejos de lo que se esperaba, ya que el
asunto ha escalado hasta el Consejo de Seguridad de la ONU -el cual se reunió
de emergencia a petición de los Estados Unidos, el sábado 26 de enero- para
tratar “el caso Venezuela”.
Este encuentro, a pesar de no haber logrado el consenso
necesario para aprobar la propuesta de Estados Unidos y sus aliados; sí sirvió
para revelar el lugar que ocupa Venezuela en la geopolítica mundial: un
territorio en torno al cual gravitan intereses económicos y estratégicos de
países como Rusia, China, India, Estados Unidos, Francia y España, entre otros.
De aquí que el destino político de este país se juegue, hoy más que nunca, en
el plano internacional.
Venezuela en el
ajedrez internacional
Desde la era Chávez (1998-2013), Venezuela ha trazado una
alianza estratégica con Rusia en sectores claves como energía, defensa, minas y
alimentación. Durante los últimos cinco años, esta alianza se ha solidificado
gracias al importante soporte financiero (calculado en más de 25 millardos de
dólares) que el Kremlin le ha ofrecido al gobierno de Maduro, ayudando con ello
a atenuar la aguda falta de liquidez por la que atraviesa el Estado venezolano.
A cambio, el gobierno de Maduro le ha otorgado a la petrolera rusa Rosneft, una
participación privilegiada en la explotación de campos de la Faja Petrolífera
del Orinoco, así como el 49,9% de las acciones del complejo de refinación y de
distribución de combustible de CITGO - el activo más importante de PDVSA en los
Estados Unidos. A esto se añade importantes concesiones otorgadas en el sector
minero (principalmente oro y bauxita), así como importantes contratos en el
sector de seguridad y defensa.
La alianza con China no es menos importante, ya que los
sectores de cooperación van desde la energía hasta la salud, pasando por las
áreas de infraestructura, alimentación y cooperación científico-tecnológica. El
nivel de inversiones del gigante asiático sobrepasa los 100 millardos de
dólares y Venezuela posee una deuda con China de aproximadamente 65 millardos
de dólares, los cuales reembolsa casi exclusivamente con producción de petróleo
crudo 1.
Para Rusia y China la importancia de las relaciones
comerciales y de la posición geográfica de Venezuela -la cual la hace
tributaria de las reservas de petróleo más importantes del mundo (386 millardos
de barriles)- revisten de un significativo interés estratégico. Algo que los Estados
Unidos han visto con recelo hasta el punto de declarar a Venezuela como una
“amenaza inusual” para su seguridad nacional 2. De
aquí que la administración de Donald Trump haya reconocido con tanta prisa la
“autoproclamación” de Juan Guaidó.
Esta no es, sin embargo, la primera vez que este país
intenta derrocar por la fuerza al gobierno venezolano. Ya en 2002 el presidente
Hugo Chávez había sido víctima de una tentativa de golpe de Estado promovida y
reconocida abiertamente por la administración de George Bush. A esta le
sucedieron múltiples intentos de desestabilización ocurridos a partir del paro
petrolero que tuvo lugar entre 2002 y 2003. El propósito actual de crear un
Estado paralelo con la autoproclamación de Juan Guaidó como “presidente interino”,
se inscribe pues directamente en esta narrativa de “amenaza permanente e
inusual”, según la cual es percibido el gobierno actual de Venezuela por parte
de las autoridades políticas y militares de los Estados Unidos.
La “minoría de edad”
latinoamericana
De esta manera, con el reconocimiento
de Guaidó por parte del Grupo de Lima y de los Estados Unidos, asistimos a una
nueva era de rehabilitación de la “doctrina del garrote” de Roosevelt
(corolario de la doctrina Monroe), la cual justificó durante todo el siglo XX,
el uso de la fuerza por parte de los EEUU contra los países latinoamericanos en
nombre de su seguridad nacional. Este hecho no es solamente regresivo desde un
punto de vista histórico, sino que también revela penosamente el síntoma de una
impenitente “minoría de edad” de la clase política latinoamericana.
La incapacidad de alcanzar un acuerdo regional sobre la
situación política venezolana es muestra del franco deterioro que atraviesa el
multilateralismo y de la diplomacia suramericana desde 2014. La paralasis y la
esterilidad de instancias multilaterales como la UNASUR, la CELAC e incluso la
OEA, han allanado el camino para la actuación unilateral y autoritaria de los
EEUU como “gendarme necesario” en la región. La iniciativa del Grupo de Lima,
reunido el 4 de febrero en Ottawa bajo la égida de Canadá, insiste en la salida
incondicional de Maduro y en la celebración de elecciones inmediatas. Todo lo
cual desconoce los principios que rigen tanto la Carta Democrática
Interamericana, como la Carta de las Naciones Unidas en cuanto a la no
injerencia en los asuntos internos de las naciones. Pero aquí se hace evidente
también la impotencia y la incapacidad por parte de los países latinoamericanos
de promover una solución política negociada al conflicto venezolano, sin
intervención de actores foráneos. En otras palabras y para decirlo sin
disimulo, uno de los aspectos que revela la crisis actual es que todavía en
América Latina somos incapaces de resolver nuestros propios problemas sin contar
con la intervención del Tío Sam.
Con la actuación del Grupo de Lima hoy asistimos a un
contexto en el cual un grupo de países no se ofrece como mediador entre las
partes en conflicto; sino como un grupo de presión internacional abiertamente
beligerante y parcializado por uno de los bandos.
Desde este punto de vista es interesante ver como esta nueva
“diplomacia” dista mucho de iniciativas como las del Grupo de Contadora de los
años 1980 o del Grupo de Rio de la década de los 90, las cuales contribuyeron
activamente a la consolidación de la paz tanto en Centroamérica, como en
Suramérica.
Finalmente todo parece indicar que con el “caso Venezuela”
se abre un nuevo episodio en la historia de las relaciones internacionales
hemisféricas, en la que la participación directa de países pertenecientes a
regiones distintas (Norte América, Europa, Rusia, China, Irán…) inaugura el
policentrismo global de los asuntos regionales. Aunque las consecuencias de
esta nueva realidad son aún imprevisibles, nada impide pensar que la diversidad
de intereses que actualmente gravitan en torno a la región pueda definir en un
futuro no muy lejano, el destino político de las naciones latinoamericanas.
¿Cuál escenario para
cual salida?
Sea como sea, la gravedad de la crisis venezolana demanda un
tratamiento inclusivo e incondicional de diálogo. La iniciativa de mediación
diplomática liderada por Uruguay y México y auspiciada por la ONU y la Unión
Europea representa, sin duda, una alternativa –ciertamente la más prometedora-
de alcanzar una solución pacífica y negociada al diferendo venezolano. Pero
este diálogo va depender en buena medida de la voluntad política que tengan la
oposición y el gobierno de Maduro, para alcanzar un acuerdo mínimo en torno a
la grave e incontrolable crisis que atraviesa el país.
Por un lado, la intransigencia que ha caracterizado hasta
ahora al gobierno de Maduro, su nuclearización en torno a las fuerzas armadas y
su evidente y notoria incapacidad de responder a los desafíos económicos que
desbastan al país, no proporcionan ninguna solución ni a corto ni a mediano
plazo que nos permita salir de la crisis. Por el contrario, la intensificación
de las sanciones financieras impuestas por los Estados Unidos y la Unión
Europea, no han hecho más que endurecer y legitimar la narrativa
“antiimperialista” y “soberana” del oficialismo. Esto ha permitido justificar y
legitimar no solamente el fracaso de los múltiples planes económicos puestos en
marcha durante los últimos años (incluyendo el Petro y la reconversión monetaria),
sino también el estado de excepción permanente en el cual se encuentra la
sociedad venezolana desde hace más de cinco años.
Gracias a la intervención directa de los Estados Unidos a
favor de la oposición venezolana, la dirigencia del Partido Socialista Unido de
Venezuela (PSUV) -para la cual la era política inaugurada por Hugo Chávez y su
“socialismo del siglo XXI” es “irreversible” - ha conseguido legitimar el
“síndrome de Masada” que domina en el campo de sus simpatizantes, sin que por
lo pronto se pueda atisbar la emergencia de una postura moderada y
conciliadora.
Sin embargo, si una solución pacífica y negociada es todavía
posible, esta dependerá en buena medida de la capacidad que tenga el
oficialismo de hacer importantes concesiones. Entre las cuales figura la
conciliación de una agenda electoral que incluya la celebración de un
referéndum consultivo, como paso previo a la celebración de elecciones
generales 3. Todo lo cual permitiría la renovación
de todos los poderes públicos bajo el fundamento de la voluntad general.
Si por el contrario, el “síndrome de Masada” termina por
imponerse en el tejido político del oficialismo, la severidad de las sanciones
financieras acelerarán el deterioro económico del país, trayendo consigo una
intensificación de la escasez y el colapso total de la infraestructura de
servicios. Todo lo cual incidirá en un incremento sin precedentes de la pobreza
y del éxodo migratorio.
En tales circunstancias ¿por cuánto tiempo podrá sobrevivir
el gobierno, sin que su base político-militar se descomponga por completo?
Del otro lado, se encuentra la también inflexible postura de
la oposición venezolana liderada por Guaidó, la cual exige el reconocimiento
por parte de Maduro de un proceso de “transición” que conlleve a elecciones
presidenciales inmediatas y sin condiciones, ni garantías para el campo del
oficialismo. Esto implica no solamente el desconocimiento arbitrario e
inconstitucional del ejecutivo, sino también el desconocimiento del resto de
los poderes públicos por parte del legislativo.
No obstante y mientras las fuerzas armadas continúen del
lado del oficialismo, la oposición venezolana no posee ninguna forma de presión
en contra del gobierno de Maduro, excepto la provista por las sanciones
internacionales y la activa y permanente movilización de sus seguidores.
Desde esta perspectiva la aventura encabezada por Guaidó se
evidencia extremadamente precaria, pues las experiencias de insurrección
lideradas por la oposición en 2014 y 2017 fueron no solamente infructíferas,
sino que trajeron consigo consecuencias nefastas tanto a nivel político como a
nivel económico para el campo opositor. La mayoría de las víctimas de la
violencia política fueron cobradas del lado opositor, mientras que los barrios
de clase media y media alta donde tuvieron lugar los focos de violencia,
terminaron totalmente destruidos sin ni siquiera haber logrado los resultados
esperados. Finalmente, el fracaso de estas tentativas insurreccionales
contribuyó a fragmentar aún más al campo opositor, creando desconfianza,
desarticulación y dispersión en el seno de sus fuerzas.
¿Cuál fue entonces la lección aprendida? ¿Están dispuestos
los sectores más radicales de la oposición venezolana a volver a “calentar” la
calle teniendo como precedente los intentos fallidos de 2014 y 2017?
Visto desde este punto de vista, para el lado opositor todo
parece reposar en el éxito de la presión internacional. Pero si la oposición y
sus aliados internacionales no logran concretar las promesas de cambio
inmediato que han vendido a una parte de la sociedad venezolana, el riesgo de
desprestigio y de deslegitimación será entonces muy alto. Esto terminaría de
sepultarla como opción política, arrojando en el mar de la impotencia y de la
frustración la esperanza despertada en el seno de sus seguidores. Llegado a
este punto, la posibilidad de una intervención militar como última opción,
pareciese ser la alternativa más viable del lado opositor. Pero esta
alternativa sumiría definitivamente en el caos a la sociedad venezolana,
trayendo además consecuencias inimaginables para la región.
¿Hasta qué punto la guerra representa verdaderamente una
salida a la crisis?
Las experiencias de Ucrania, Irak, Libia y Siria han
demostrado que lejos de ser una solución, las intervenciones militares no
garantizan ni un cambio irreversible de régimen, ni la estabilidad política y
la prosperidad económica prometidas.
Por el contrario, la experiencia de estos países muestra que
sus sociedades siguen padeciendo las consecuencias de la violencia política, de
la inestabilidad económica y de la fragilidad institucional que los cambios
bruscos suponían desvanecer de una vez por todas. La opinión de aquellos que
del lado opositor piensan que una intervención militar en Venezuela sería
“rápida” y con un “mínimo” de daños colaterales, es una ilusión que olvida la
cruel realidad que caracteriza los conflictos bélicos del siglo XXI: genocidio,
pillaje, violencia, desplazados de guerra y caos generalizado.
Así, de existir una solución a la larga crisis venezolana,
esta debe ser política.
El Grupo de Contacto Internacional representa, por ahora, la
única alternativa de intermediación diplomática creíble para alcanzar una
solución pacífica y pactada. Ya el campo del oficialismo aceptó los buenos
oficios de esta iniciativa, incluso si en este Grupo participan países que como
los europeos, no lo reconocen como Presidente legítimo de Venezuela y que por
el contrario, sostienen a Guaidó. Paradójicamente, este último rechaza la
intermediación del Grupo de Contacto Internacional e insiste en la vía
unilateral e incondicional impuesta por los Estados Unidos y el Grupo de Lima.
Pero si tarde o temprano y más allá de los insultos y las
descalificaciones impenitentes, se impone la racionalidad y el deseo de una
solución pacífica y negociada al conflicto, este debería contar con el concurso
de todos los interesados. En este sentido, no es imposible que el Grupo de
Contacto Internacional en su oficio de verdadero mediador, incluya en la mesa
de negociación a los Estados Unidos, a Rusia y a China como miembros negociadores.
Esto nos llevaría, sin duda, a una negociación mucho más complicada y de largo
aliento. Pero esta sería tal vez la única vía que pueda ahorrarnos la fatídica
e indeseable opción de un conflicto armado.
1 Para una visión más
completa de la relación comercial Venezuela-China, ver : http://www.ecopoliticavenezuela.org/2018/10/08/china-tambien-responsable-la-crisis-venezolana-actual/
2 En marzo de 2015, el
presidente Obama emitió un decreto en el cual se declaró a Venezuela como “una
amenaza inusual” para la seguridad nacional de los EEUU. En marzo de 2018 el
presidente Trump prorrogó dicho decreto.
3 Esta es la propuesta de un
grupo de intelectuales y personalidades políticas a la crisis venezolana.
Ver : https://www.cetri.be/Por-una-solucion-democratica-desde?lang=fr
sábado, 9 de febrero de 2019
Ofensiva internacional neo fascista
Jorge Elbaum - http://www.elcorreo.eu.org/La-internacional-neofascistaDiez-conjeturas-sobre-la-aceleracion-parda?lang=es
El pueblo de los países
pobres se mata trabajando para financiar el desarrollo de los países ricos.
El Sur financia al Norte, y especialmente a las clases dominantes de los países del Norte.
El medio de dominación más poderoso es actualmente la deuda.
El Sur financia al Norte, y especialmente a las clases dominantes de los países del Norte.
El medio de dominación más poderoso es actualmente la deuda.
Jean Ziegler
1. Bolsonaro no está solo.
Los climas políticos son contagiosos. Existen variadas
formas de mímesis en la historia. Enlazar los procesos simultáneos que se dan
en los distintos puntos cardinales implica aceptar que estamos viviendo un
peligroso cambio de época. Desde la crisis económico-financiera de 2008 se
aceleraron los discursos xenófobos, los desplazamientos poblacionales y los
mecanismos sutiles o brutales de proteccionismo cultural y étnico : la
parafernalia neoliberal de las fronteras abiertas se transformó en una
maquinaria dispuesta para el desprecio al otro. Una carga de provincianismo
racista acompañada del recrudecimiento de las guerras comerciales más o menos
abiertas. El supremacismo blanco de Trump que envía soldados para detener a
hondureños desesperados, es el espejo de la Europa islamofóbica (constituidos
estos últimos en los perseguidos judíos del presente). Quienes suscribieron la
guerra civil en Siria clausuraron después las compuertas para las oleadas de
desesperados que escapaban de los bombardeos. En Italia la Liga Norte de Matteo
Salvini empieza a discutir su Brexit. En Austria el partido neonazi FPÖ forma
parte de la coalición gubernamental con dos ministerios, el de relaciones
exteriores y el del interior. En Finlandia y en Suecia tres de cada diez
ciudadanos apoyan a partidos que reivindican la discriminación y la
superioridad blanca, haciendo caso omiso a las humillaciones que sufren
diariamente los migrantes. En Hungría, el premier Viktor Orban convoca a
expresar la identidad moral y étnica de los magyares por sobre el resto de los
habitantes. Marine Le Pen sigue conservando el favor de un cuarto de los
franceses y por primera vez desde la Segunda Guerra un partido nazi entra en el
Bundestag de la mano de Alternativa por Alemania, sin que el sistema político
germano haya apelado a las cacareadas prohibiciones que existen sobre el
discurso hitlerista. En Polonia el partido Ley y Justicia de Jarosław Kaczyński
impulsa y aprueba normativas revisionistas, condescendientes con los
colaboracionistas nazis, quienes —según las nuevas normas— deben ser
considerados como perseguidos por los soviéticos, luego de la Gran Guerra
Patria. En Holanda Geert Wilders llama a prohibir las mezquitas y, en Israel,
Netanyahu impone una Ley que legitima el apartheid, al tiempo que muchas
democracias occidentales lo premian con el traslado de la embajada a Jerusalén,
sin considerar la continuidad de la ocupación de Palestina.
2. El casino.
Existe una ofensiva reaccionaria motivada por la crisis
estructural que se origina en la financierización. Este modelo de acumulación
logra extorsionar al mundo productivo mediante la exigencia de rentabilidades
solo alcanzables mediante la brutal precarización, la flexibilidad y la caída
del poder adquisitivo de los salarios. La trampa radica en que el capital
productivo se fuga hacia paraísos fiscales exigiendo que el mundo del trabajo
maximice la explotación para poder competir con la rentabilidad ofrecida por su
lógica rentística. Su expresión más violenta son los fondos buitre defendidos
por equipos de abogados expertos en guerras jurídicas dispuestos a saquear las
arcas estatales de los países que se endeudan con apoyo del FMI y las élites
locales. Por su parte, los Macri, Temer, Piñera y otros se ven beneficiados con
cuantiosas comisiones (provenientes de la emisión de títulos de deuda) y sobre
todo con la expectativa de convertirse en futuros CEOs de las empresas
transnacionales que adquirirán las destrozadas redes productivas locales,
mediante inversiones ínfimas.
3. Camisas pardas.
Los movimientos reaccionarios siempre han sido el resultado
del intento de democratización de las sociedades y del desafío a los sectores
privilegiados. Frente a Espartaco en Roma, a la irrupción de los trabajadores
en 1870 o en 1917, y/o a la conformación del peronismo de la década del ’40,
los poderes fácticos se aliaron con el objetivo de ahogar cualquier posibilidad
de darle cabida o continuidad a la extensión de la equidad y la libertad. Todos
los procesos de reacción responden al miedo que sienten los sectores del
privilegio a perder el control del tablero : Bolsonaro y el resto de las
derechas en el mundo irrumpen como expresión desesperada ante los posibles
avances de los sectores democráticos. Quienes los votan han sido cooptados por
el terror ante la invasión de los extraños, a quienes se presenta como los
responsables de amenazar aquello que se ha conquistado : el
ultraliberalismo produce las condiciones de la marginalidad y la violencia y se
ofrece para solucionar el problema con mano dura, homofobia, misoginia y
etiquetamientos variados. El temor sistémico es inoculado a través de
murmuraciones repetidas por los medios hegemónicos que instigan a la aceptación
inmediata de respuestas rápidas y crueles. En forma paralela, el delito, el
narcotráfico y la imbricación de los organismos de seguridad en los entramados
oscuros del poder mafioso, aumentan con los efectos del ultraliberalismo y la
falta de proyectos sociales colectivos esperanzadores.
4. Meteorología.
Las convocatorias a la violencia de Estado son exitosas
cuando existe una ciudadanía carente de conciencia crítica, y al mismo tiempo
ajena a los procesos de participación democrática cotidiana. Los climas
reaccionarios necesitan fabricar enemigos internos y externos y de ser posible
combinarlos. Pueden ser elegidos entre los más débiles y vulnerables con la
condición de despertar desconfianzas generalizadas : migrantes,
nacionalidades foráneas o portadores de características étnicas o fenotípicas
suelen ser las víctimas prioritarias. Estos etiquetamientos son útiles para
ocultar el proceso de deterioro que generan las políticas de acrecentamiento de
la riqueza. Al instigar al odio hacia un enemigo se busca cambiar el eje del
debate real sobre la producción material cultural y simbólica de las crisis que
sus políticas producen.
5. Bienes.
La inclusión social expresada en el consumo aparece como una
paradoja : el neoliberalismo excluye al tiempo que sus opositores, los
sectores progresistas, intentan expandir el mercado interno. Cuando esto último
sucede, los incluidos se desesperan por conservar lo que han adquirido y se
identifican con facilidad con los discursos privatistas y discriminatorios.
Desprecian a quienes están subsidiados por el Estado, porque los consideran
competidores ilegítimos de su ascenso social.
6. Pánico.
Las olas reaccionarias hacen brotar los miedos atávicos de
una sociedad y los redirigen hacia sujetos alejados de los generadores de la
crisis. Los brasileños no votaron específicamente por los nazis sino,
mayoritariamente, contra la inseguridad y contra la corrupción instalada como
expresión (única) del PT, obviando la permanente estafa estructural que supone
la fuga de capitales, el endeudamiento y la carga impositiva mayoritaria sobre
los sectores más empobrecidos de las sociedades.
7. Pátina.
Ni Bolsonaro ni Trump ni Netanyahu ni Salvini ni Le Pen ni
Macri son antisistema : son el corazón brutal del sistema, la expresión
más cabal del capitalismo rentista, su versión más fidedigna y transparente.
Todos ellos son tributarios de un nuevo sentido común basado en un doble
soporte cultural : espiritual y académico. Una teología de la prosperidad
individual (santa y egoísta), y unos discursos econométricos que fetichizan las
cuantificaciones obviando las orientaciones valorativas, como si pudiesen
existir estas últimas en formatos ajenos al comportamiento humano. De esa
manera se ofrecen ante los impávidos receptores como portadores de un halo
divino y de una carcasa científica. Anuncian repetidamente que Dios y la Verdad
los escoltan.
8. Damocles
En ese marco, las opciones que ofrece la globalización en
términos de sistema político son tres : el pacto continuista que consiste
en competir por nimiedades, sin discutir los puntos centrales del sistema.
Desmontar el sistema de partidos en nombre de un “que se vayan todos”,
dejándole al mercado la oferta electoral de vedettes, deportistas o actores
para gobernar sin presiones. O la propuesta de derechas basadas en la persecución,
la proscripción, la guerra jurídica y la deslegitimación mediática. Cualquier
oposición del tipo productivista, que pretenda limitar la especulación y
valorizar el trabajo, será acusada de populista y descalificada en los altares
bienpensantes del poder mundial. El modelo de democracia al que se puede
acceder, aquel que autorizan, sólo es el que se ofrece como funcional a la
financierización extorsiva.
9. Aniquilamiento
La lógica del mercado busca exterminar a la política porque
ese es el único territorio donde las grandes mayorías pueden lograr la
democratización de algo. Solo la remanida voluntad general o su versión
remasterizada, el poder popular, pueden hacerle frente.
10. Atenti
Los que vienen marchando no son los santos.
lunes, 4 de febrero de 2019
Maduro no será la izquierda, pero Guaidó es el imperialismo
María Julia Bertomeu, Gustavo Buster, Daniel
Raventós* - http://questiondigital.com/maduro-no-sera-la-izquierda-pero-guaido-es-el-imperialismo/
La autoproclamación del presidente de la Asamblea Nacional
de Venezuela, Juan Guaidó, como presidente del país, alegando —según el art.
233 de la constitución bolivariana— la ocupación ilegal del cargo por Maduro,
ha abierto el escenario definitivo de un golpe de estado del imperialismo
estadounidense y de los sectores de la oposición venezolana que lo apoyan.
No es el primero. Ahí están los antecedentes de 2002 y 2004,
cuyo desarrollo conspirativo y entramado jurídico-político son ampliamente
conocidos. También en este caso, y para sortear las disposiciones antigolpistas
de la OEA, este golpe ha ido acompañado de un entramado jurídico político a
partir de la victoria de la oposición en las elecciones legislativas de
diciembre de 2015. Sus argumentos centrales son el carácter anticonstitucional
de la composición de la Asamblea Nacional Constituyente (no así su
convocatoria), el vaciado de funciones de la Asamblea Nacional, la renovación
irregular del Tribunal Superior de Justicia y del Consejo Electoral Nacional y,
finalmente, el no reconocimiento de las elecciones presidenciales de mayo de
2018, por las limitaciones impuestas a la participación de la oposición.
Las acusaciones de violación de la Constitución Bolivariana
de 1999 por parte de la oposición también son reales y se concentran en las
irregularidades denunciadas en la elección de tres diputados de la Amazonía,
sin los cuales la Asamblea Nacional carece de los dos tercios necesarios para
renovar otros órganos de poder.
En este pulso por la legalidad constitucional bolivariana,
lo cierto es que tanto el gobierno Maduro como los sectores de la oposición que
conformaron en su día el Frente Opositor 16 de Julio (reclamando la legitimidad
del referéndum opositor) han violado el texto en el que quieren arroparse. Del
pulso legal se ha pasado a una dualidad de poder legislativo y de este a un
escenario de golpe de estado impulsado por la Administración Trump, que puede
concluir en una confrontación que acabe con lo que queda de una república
exhausta por la crisis social, un extractivismo económico en bancarrota, la
corrupción y unas sanciones cuyo propósito es hambrear a la población para
obligarla a rebelarse y aceptar la “liberación” del imperialismo.
Efectivamente, como ha señalado el presidente del gobierno
español Pedro Sánchez, Maduro no es la izquierda, aunque viniendo de él, y
visto lo visto, sea un sarcasmo. Desde hace más de tres años, Sin Permiso ha
publicado cerca de 200 textos de autores y autoras venezolanos y
latinoamericanos de izquierda (que se pueden consultar en nuestros archivos),
analizando las políticas sociales y económicas del gobierno Maduro y
anteriormente de Chávez. Lejos del “golpe de timón” exigido por el entonces
agonizante Hugo Chávez, la República Bolivariana representa hoy los intereses
de la llamada “boliburguesía”, que no ha dudado en hipotecar el patrimonio de
la nación para sobrevivir a costa de créditos rusos y chinos.
La crisis económica venezolana no es de hace cuatro días. En
marzo de 2013, Sin Permisopublicaba un artículo en donde podía leerse que
Venezuela tenía entonces “una situación económica extremadamente preocupante y
una situación social sensiblemente mejorada”. Seis años después, la situación
social también es “extremadamente preocupante”. Y no todo es responsabilidad
del imperialismo.
Pero Guaidó, lejos de representar al pueblo venezolano, es
un peón del proyecto de golpe de estado preparado en Washington por los Bolton
y los Abrams, fantasmas de los cambios imperialistas de régimen de las últimas
tres décadas, ahora convocados por la administración Trump. El saqueo del
monopolio estatal del petróleo venezolano es el botín al que aspiran, aunque
sea a costa de incendiar a toda la región. Saben perfectamente que la cuestión
clave es la actitud de las fuerzas armadas bolivarianas, un elemento central
del propio régimen, cuya capacidad operativa impide por el momento una intervención
militar imperialista.
Así que el pulso, como estamos viendo estos días, se juega
en la calle, a golpe de manifestaciones masivas convocadas por el gobierno y la
oposición golpista, acentuando la crisis económica y social y la huida
emigratoria, mientras se cierra el cerco diplomático y se refuerzan las
sanciones, en una escalada de la tensión. Cualquier pretensión de legalidad
constitucional de la oposición golpista es mera comedia. El art. 233 busca ante
todo conferir legalidad al poder de facto republicano ante el secuestro o
asesinato del presidente y para ello exige al presidente de la Asamblea
Nacional, asumido el poder, convocar elecciones en treinta días. ¿Dónde quedará
el discurso de la legalidad constitucional de Guaidó el próximo 23 de febrero
cuando no sea así?
Pero como bien ha explicado él mismo, no se trata de eso,
sino de derrocar primero a Maduro, gobernar transitoriamente y solo después
convocar elecciones. Fuera de la Constitución Bolivariana de 1999. Por su
parte, el gobierno Maduro ofrece convocar elecciones legislativas, pero no
presidenciales, apoyándose en sus triunfos electorales municipales y regionales
de 2017 y en una abstención que afecta más a quienes se pueden permitir emigrar
del país que a los que no tienen más remedio que quedarse.
En este escenario, la defensa de la Revolución nacional
democrático bolivariana —a la que tan mal servicio ha prestado el gobierno
Maduro— pasa por la reafirmación del marco constitucional de 1999, que recoge
sus conquistas sociales y garantiza la propiedad estatal de su patrimonio
petrolero y minero. El objetivo del golpe de estado imperialista, ahora como
antes, es acabar con ella. La primera tarea frente al imperialismo es
defenderla.
Pero igualmente imprescindible es llevar a cabo el “golpe de
timón” que pidió Hugo Chávez y que el gobierno Maduro no solo ha sido incapaz
de dar, sino que es un obstáculo para el mismo. Reconstruir la legitimidad
popular de la Revolución Bolivariana exige un cambio de orientación que
arrincone los intereses de la “boliburguesía”. Para ello es indispensable la
defensa sin concesiones de los intereses populares y la resistencia al intento
de golpe de estado. Ambos objetivos no solo no son contradictorios, sino
complementarios. Lo que significa no callarse ante las actuaciones que el
régimen de Maduro hace mal entorpeciendo precisamente la defensa de lo que
queda de la revolución. Mal le pese a una izquierda determinada para la cual
cualquier crítica a este régimen es “traición” y “apoyo al imperialismo y a la
reacción”. Una izquierda cuyo lema bien podría ser, como dejamos apuntado en un
editorial firmado con Antoni Domènech hace cuatro años: “No molesten al
conductor”.
La actual situación de dualidad de poder, de pulso político
en la calle, no durará mucho. Solo la amenaza de la desestabilización regional,
con el desbordamiento de la crisis económica y social venezolana a los países
vecinos, podría abrir espacio a un proceso de mediación —como el propuesto por
México y Uruguay— para que Naciones Unidas garantizase la celebración a corto
plazo de elecciones legislativas y presidenciales que permitiesen la
reconstrucción de la legitimidad republicana de la Constitución de 1999.
Pero la mayoría de los gobiernos neoliberales de América
Latina y la Unión Europea se han alineado con el golpe de estado diseñado por
la Administración Trump. Maduro no será de izquierdas, pero parece difícil
justificar que plegarse a sus presiones, como lo ha hecho Pedro Sánchez de la
humillante manera revelada por El País, lo sea. O que la participación de
Vanguardia Popular —la organización de derecha extrema a la que pertenecen
Leopoldo López y Juan Guaidó— en las reuniones de la Internacional
Socialista, convertida en una caricatura de si misma, la transformen de pronto en
una organización progresista. Oponerse al apoyo al golpe de estado imperialista
es también una tarea defensiva contra el giro reaccionario de los populismos de
derechas, se llamen Trump, Bolsonaro, Orbán, Casado o Rivera.
*Miembros del Comité de Redacción de Sin Permiso
martes, 29 de enero de 2019
EL PETRÓLEO, OTRA VEZ LO QUE MUEVE EL GOLPE EN VENEZUELA
http://misionverdad.com/La-Guerra-en-Venezuela/fondos-buitre-confian-en-la-casa-blanca-para-tomar-los-activos-de-citgo
La misión de Juan Guaidó como "presidente interino de
Venezuela" bajo el supuesto de restablecer el orden democrático y combatir
la crisis humanitaria, no tarda mucho en exteriorizar las verdaderas razones
por las que se encauzan los implicados internacionales. Y en relación a la
industria petrolera, se nota con premeditación.
Según una nota publicada por la calificadora de
riesgo S&P Global Platts, entre los planes inmediatos del recién proclamado
"gobierno de transición" aparece la renovación de la junta directiva
de Citgo Petroleum Corporation, filial de PDVSA con capacidad operativa de 750
mil barriles diarios, equivalentes al 4% del total refinado en Estados
Unidos.
Esto viene en consonancia con la intención de usar los
recursos bloqueados internacionalmente a Venezuela bajo interesadas acusaciones
de corrupción, según una ley presentada en la Asamblea Nacional en desacato.
En ese mismo sentido, el director del Consejo de
Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Bolton, afirmó que su país
cree que los fondos y activos bloqueados a Venezuela deberían "ser
administrados por Juan Guaidó por el presidente interino del país".
Además de esto, añade S&P Global Platts, que Guaidó
prevé la creación de "una nueva ley nacional de hidrocarburos que
establezca términos fiscales y contractuales flexibles para proyectos adaptados
a los precios del petróleo y al ciclo de inversión petrolera".
En esta línea, según fuentes cercanas a Guaidó, el
"gobierno paralelo" proyecta crear una nueva agencia de
hidrocarburos "para ofrecer rondas de licitación de proyectos de gas
natural y crudo convencional, pesado y extrapesado" en función de generar
acuerdos ventajosos para transnacionales energéticas estadounidenses.
Así se ve la sustancia de fondo del "gobierno
paralelo" (o de transición) de Guaidó; netamente enfocado en boicotear las
finanzas del Estado venezolano para establecer un nuevo régimen de explotación
petrolera, que otorgue el crudo venezolano a las corporaciones estadounidenses
que hoy compiten por él.
Basta como ejemplo citar el caso de ExxonMobil, expulsada
durante el gobierno de Hugo Chávez por no aceptar el nuevo régimen de
explotación hidrocarburífera reconocido en la Constitución bolivariana.
Una vez expulsada, esta corporación presionó a Guyana para explotar los
recursos energéticos ubicados en el Esequibo venezolano, hoy en disputa
con Guyana.
De prosperar esta intención, y poder extraer estos recursos,
ExxonMobil se convertiría en uno de los principales exportadores de
petróleo en América Latina, según analistas de Wood Mackenzi.
Así es el tamaño de sus intereses en Venezuela, como se vio en los últimos días
cuando hizo que Washington presionara al Grupo de Lima para que incluyera un
rechazo a la detención por parte de la Armada Nacional Bolivariana de un
buque de la corporación en aguas venezolanas.
Eso guarda estrecha relación con que Estados Unidos tiene
como objetivo poder regular, hacia abajo o hacia arriba,
el mercado de energía global, de acuerdo a la estrategia
2018-2022 de la Agencia para el Desarrollo Internacional del Departamento
de Estado. Eso se traduce en políticas de intervención que alteran
principalmente los mercados petroleros, sometiendo a los actores que participan
allí mediante medidas de presión selectivas como sanciones energéticas,
agresiones financieras de diversas índole, e intentos de cambio de régimen como
el que hoy registra Venezuela.
El fin es sostener a los Estados Unidos en una posición
privilegiada dentro de la economía global, permitiéndole
regular el mercado energético en función de golpear las
economías de las potencias rivales: China y Rusia.
Venezuela, aliado fundamental de estos países, ha
configurado una política energética basada en la cooperación mixta, con el
predominio de la estatal PDVSA en los convenios de extracción de recursos
petroleros por encima de las empresas privadas y estatales foráneas,
manteniendo un control soberano del territorio y sus fuentes de energía.
Por eso, habla bastante por sí mismo que entre las primeras
medidas de Guaidó, en su intento de usurpar funciones presidenciales, sea
vender a futuro los recursos petroleros de Venezuela a las mismas corporaciones
que, sin injerencias, no quieren negociar en igualdad de condiciones con el
Estado venezolano.
viernes, 18 de enero de 2019
Francia: El decálogo de los chalecos amarillos
Francesc CasadóR . http://matrizur.org/2019/01/el-decalogo-de-los-chalecos-amarillos/
Un sábado más de movilizaciones en Francia de los indignados
por las reformas económicas del presidente Emmanuel Macron y en particular
contra el aumento de los impuestos sobre el carburante. Un movimiento
espontáneo surgido en las redes sociales, sin relación aparente con partidos o
sindicatos y con el objetivo último de destituir al actual gobierno. Otras
interpretaciones apuntan a la conspiración, similar a la revolución naranja
sucedida en Ucrania y vinculada al fascismo, dirigida contra Macron por sus recientes
declaraciones a favor de la creación de un ejército europeo que recupere su
soberanía territorial frente a los EEUU, una iniciativa que no habría gustado
al sector más antieuropeísta representado por la Agrupación Nacional de extrema
derecha liderada por Marine Le Pen. Incluso algunos medios afirman que las
protestas son la punta del iceberg de la rebelión contra la transición
energética en el seno de una UE empeñada en limitar el uso de hidrocarburos
para su desarrollo económico. En cualquier caso, son múltiples los motivos de
las reivindicaciones sociales y políticas en el discurso de los ‘chalecos
amarillos’.
El aumento del impuesto ecológico sobre la gasolina y el
gasoil anunciado por el primer ministro, Édouard Philippe, ha sido finalmente
aplazado, también se han reducido las condiciones para superar el control
técnico de vehículos que de lo contrario hubiera supuesto tener que comprar uno
nuevo híbrido o eléctrico. Un auténtico problema para la población que habita
en ciudades periféricas, alejadas de París, donde el coche es imprescindible
para desplazarse. En Francia dos terceras partes de la población trabaja fuera
de la localidad donde reside, tras la desindustrialización de las ciudades, el
proceso de gentrificación ha ido alejando progresivamente a los trabajadores de
los centros urbanos afectando a su movilidad. También los inmigrantes, desde
los barrios periféricos de París y de otras grandes urbes galas donde habitan,
sufren los inconvenientes de las largas distancias que dificultan el normal
acceso a los distintos bienes y servicios. Fue en las regiones
desindustrializadas del Reino Unido, como consecuencia del proceso de
globalización, donde se gestó la victoria del Brexit, que ahora es erigido como
bandera por los antieuropeístas del continente.
Los ‘chalecos amarillos’ tuvieron su precedente en el
movimiento Nuit Debout que se celebró en la capital francesa durante el 2016
contra la Ley del Trabajo, unas movilizaciones con el objetivo de converger en
la lucha con otras plataformas sociales de izquierda. Las actuales protestas
han exigido desde el primer día la dimisión del presidente, esta premisa
política está dando alas a la líder de la oposición, la ultra Marine Le Pen, en
su campaña para las próximas elecciones europeas de mayo. El apoyo de la
población a los manifestantes es alta, especialmente entre los votantes de la
Francia Insumisa del izquierdista Mélenchon y del ultraderechista
Reagrupamiento Nacional, ambas formaciones son euroescépticas, la primera
defiende el euroescepticismo suave con preferencia por la soberanía nacional
frente a la mundialización de la economía neoliberal y el segundo un
euroescepticismo radical próximo a las nuevas doctrinas anglosajonas lideradas
por Trump en su empeño por un mundo unipolar.
Marine Le Pen asegura defender las reivindicaciones de la
calle, la seguridad contra el terrorismo y querer hacer de Francia un país
independiente y sostenible recurriendo a un discurso populista alejado de los
argumentos de clase. Los partidos ‘atrapalotodo’ aparecieron en la posguerra
transformando la formación ideológica en un simple órgano de gestión dedicado a
campañas de marketing centradas en captar el voto de los electores indecisos en
aquellas circunscripciones más fluctuantes. Las consecuencias de esta falta de
compromiso político se pueden comprobar en el explosivo cóctel en que se ha
convertido el Estado italiano, una coalición entre los euroescépticos del
Movimiento Cinco Estrellas y la Liga Norte, formación de extrema derecha.
En la Unión Europea a pesar del “cordón sanitario” acordado
por los principales países para excluir a las formaciones ultras están
gobernando o cogobernando en Austria, Bélgica, Italia, Finlandia, Eslovaquia,
Bulgaria, Letonia y Polonia. En un reciente manifiesto firmado por los
exdirigentes de Izquierda Unida, Cayo Lara y Gaspar Llamazares, se reprocha a
la actual dirección del partido que la izquierda no “ha sido capaz de superar
nítidamente la lógica neoliberal”. El documento pone el foco en la necesidad de
cerrar filas y enfrentar esta nueva amenaza desde la unidad. Advierten de los
últimos procesos electorales en Europa y América donde “lamentablemente, la
agitación, la frustración y el miedo han derivado más fácilmente hacia las
propuestas corporativas, autoritarias y xenófobas de la extrema derecha que
hacia las propuestas solidarias y progresistas de la izquierda”.
viernes, 28 de diciembre de 2018
El discreto encanto de la pequeña burguesía progresista
Por Mariano Dubin* (para La Tecl@ Eñe)- https://lateclaenerevista.com/el-discreto-encanto-de-la-pequena-burguesia-progresista-mariano-dubin/
Las clases medias que hacen de su progresismo un bien
cultural legitimado que luego traducen en mejorar sus posiciones objetivas
(beca, cargo, cátedra, posición jerárquica, etc.) y reproducen, por tanto, su
clase son las mismas que dicen: “los otros se aprovechan de los pobres”.
El progresismo, sabemos, es el monopolio de la sensibilidad
social.
Todo camino a las subsecretarías del Estado, las becas, las
mejores condiciones laborales, los privilegios sociales está asfaltado con
buenas intenciones. Eso sí el trabajo material de ese camino lo hacen siempre
los mismos negros de mierda. Porque la pregunta es clave para un programa
popular: ¿cuántos negros y negras ocupan voces relevantes de los espacios
públicos y políticos? De ese privilegio, bueno, mejor no hablar de ciertas
cosas.
¿Pero por qué esta recurrencia tópica de “perder los
privilegios”? Los verdaderos privilegios, en realidad, no pueden perderse
(“deconstruirse”, como dice la retórica de moda) porque básicamente son
estructurales, es decir, no se pueden desarmar en una cifra de 280 caracteres.
Lo estructural no es subjetivamente reversible; si lo es, no es estructural.
Nadie podría deconstruir, por caso, la propiedad privada. No
porque la propiedad privada no fuera un sentido históricamente construido (de
hecho hace poco más de 100 años había poblaciones en el actual territorio
argentino que la desconocía: como el pueblo Selknam que fue exterminado por los
Braun Menéndez). Los Selknam que cazaban guanacos no encontraron en esas mansas
ovejas traídas por la extensión de la frontera ganadera propiedad privada: ¿hoy
qué sentido más originario se produce en cualquier intercambio cotidiano –hasta
pidiendo prestado un encendedor para prender un pucho- que el de la propiedad
privada?
Porque la propiedad privada no puede ser arrojada en la
esquina a la primera alcantarilla de nuestras frustraciones personales sino que
estamos enajenados a ella por las relaciones materiales de producción
contemporáneas.
La supremacía moral
de las clases medias progresistas
Existe un proceso de secularización de larga duración donde
una clase que ya no puede legitimarse por orden divino troca su justificación
de ser en una “razón cultural superior”. Los modos de legitimación actuales
imposibilitan decir: el sistema nos permitió estar donde estamos y ustedes se
pudrirán donde nacieron.
Este proceso de secularización no elimina, por cierto, dos
elementos centrales de la tradición occidental (al menos, en sus inflexiones
oficiales): la idea de liberación postrera y la idea de que la acción social
esconde una verdad que los sentidos ocultan.
Quienes asumen la potestad de indicar cuál es esa liberación
y cuál es esa estructura oculta del mundo son los mismos y hacen de ese
supuesto saber una soberbia epistemológica que corresponde relativamente a su
posición objetiva en la sociedad. En el siglo XIX el gran tópico fue la raza,
en el siglo XX la clase y en este siglo XXI, aparentemente, el género. Sobre
este tópico, claro, hay apropiaciones diversas y derivas muy particulares. Sólo
nos referimos a sus modos legítimos, aquellos necesarios para la reproducción
social, que exigen hablar de un otro popular indefinido, monstruoso, oscuro.
En este marco, el discurso fantasmal sobre la pobreza y los
réditos civilizatorios de la cultura para constituirse como clase son perfectos
para establecer una clase social media (que en términos identitarios no ha
parado de crecer en la historia argentina: cada vez hay más personas que se
perciben “clase media”): la pérdida de una identidad proletaria, obrera, trabajadora,
popular (o cualquier otra identidad marcada por el trabajo y que unificara
mayorías) no es algo local sino global y parte del triunfo postrero del
capitalismo.
Por si fuera necesario aclarar: no nos referimos a las izquierdas, los feminismos, los peronismos, los
marxismos. El progresismo es una matriz ideológica que puede operar dentro de
esos campos y otros porque lo que determina no es una retórica o una
adscripción partidaria sino una perspectiva pequeño burguesa de supremacía
moral. Hay izquierdas, feminismos, peronismos, marxismos que no aplican a esta
definición.
Nunca los discursos se construyen por su contenido o
solamente por él. Por ejemplo, decir todos, todas o todes no significa –a
priori- ningún cambio que no sea retórico. Esto se sabe: no es el dictum, lo
dicho, lo que determina a una ideología sino, principalmente, su enunciación,
sus relaciones de posibilidad, su estructura de poder, su acumulación social. Y
si uno deja de lado el balbuceo de los discursos modernizadores (donde unos
siempre se presentan más allá del determinante social y se asumen a sí mismo
libres, autónomos, deconstruidos y a los otros siempre se los presenta como la
resaca social, el caso total de la no agencia, la decadencia) hay una
continuidad de siglos.
Fuera de las neurosis de las clases medias progresistas, hay
un sistema que en su irracionalidad extrema, en su destrucción inmediata, en su
colonización de Marte y la Luna al compás de millones que beben agua de zanjas
podridas como perros, hace que estalle la crisis (que además de ser material se
vive en términos de zozobra, tristeza, odio, rabia, locura). Todo es posible.
La destrucción del mundo, por ejemplo. En este contexto, hay tres elementos a
señalar: 1) la agudización de la lucha interimperialista (principalmente,
Estados Unidos y China pero en un mapa de aliados y enemigos más complejo); 2)
el alza creciente de la lucha de clases en términos mundiales (sin síntesis
programáticas); 3) la pérdida del “consenso democrático” entre las clases
populares (que hoy está siendo vehiculizado, principalmente, por las derechas
occidentales).
Momento urgente para articular una política nacional,
popular, revolucionaria. No para dejarse zozobrar en esa radicalidad ideológica
con nula extensión social a las que nos quieren condenar las clases medias
progresistas.
El imperialismo: un
tigre de neurosis
¿Estamos discutiendo política? ¿O estamos discutiendo
performáticas del yo, laboratorios posibles de un lenguaje cada vez más barroco
y dispositivos de autoafirmación de clase?
Frente a derrotas ideológicas y políticas de larga duración
y procesos de fragmentación social crecientes, la pequeña burguesía progresista
se ha tornado endogámica en sus obsesiones y frustraciones (y, a veces,
intolerante en su incapacidad de entender la complejidad de las relaciones
humanas y sociales). A su vez, los niveles relativamente bajos, en los últimos
años, de la lucha de clases y ciertos niveles de vida que le producían un
excedente de tiempo dedicado al ocio (al menos hasta el año 2016) le han
facilitado vivir, provisoriamente, en sus precarios paraísos artificiales; en
un desmadre social generalizado, esos paraísos se hubieran destruido en mil
pedazos de manera inmediata porque sus propias condiciones de existencia
desaparecerían. No es el caso. Tal vez, pronto.
Hay una disociación general en estas clases medias
progresistas entre su discurso de radicalidad ideológica total y su nula
extensión social. Hay un contexto de producción discursiva evidente e
inmediato: la fragmentación social. Es lógico, en este marco, que las clases o
las subclases -cada vez más pronunciadas en sus sociabilidades intramuros- se
comporten ajenas a un patrón cultural general, y más dependientes de sus
propios patrones, sistemas de legitimidad, prácticas, lecturas, valores y
creencias, etc. Al mismo tiempo como cada subclase tiene a su interior cantidad
importante de actores y, asimismo, circuitos y jergas y guiños de
autolegitimación constante, pueden vivir en la ilusión de ser una mayoría.
Las clases medias progresistas no poseen como objetivo de
representación a las clases populares. Son centro y fin de todas sus
proyecciones ideológicas. Se autoperciben como “territorios libres” en una
lucha imaginaria donde el imperialismo ha desaparecido como enemigo y se ha convertido
en figuras cada vez más fantasmales, imprecisas, neuróticas. El imperialismo
hacia el interior de este sector opera básicamente como enajenación completa.
El enemigo ya no es el imperialismo sino las leyes culturales opresivas que nos
conformaron como sujeto: la autoincriminación.
El capital, hoy, produce atomización radical. Toda ideología
que apele al fraccionamiento, en términos objetivos, no hace ningún movimiento
disruptivo. Sólo reproduce la lógica del capital. De hecho, mientras el capital
se sigue reproduciendo y concentrando y saqueando al mundo, y la guerra
interimperialista agudiza todas las contradicciones, y en la Argentina el
hambre crece día a día, las clases medias progresistas hacen de su indignación
moral un capital cultural que no deja de ser altamente rentable y enmarcado en
los modos de producción material contemporáneos.
El imperialismo es un tigre de neurosis que hace ver
enemigos en todos lados y en ningún lado. En este fantasmal escenario,
las clases medias progresistas poseen el monopolio de la sensibilidad social. Y
su discurso político se ahoga en la supremacía moral. Son el enemigo ideal
(grotesco e inofensivo) de las nuevas derechas.
Berisso, 18 de diciembre de 2018
* Docente, escritor y poeta. Universidad Nacional de La
Plata.
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