
río Usumacinta, frontera natural Mexico - Guatemala en selva Lacandona, a photo by Sergio Elbio on Flickr.
HÉCTOR MONDRAGÓN - http://www.cronicon.net/paginas/edicanter/Ediciones60/nota17.htm Para algunos puede resultar novedoso leer la mezcla de ideas nacionalistas e individualistas del manifiesto de Anders Behring Breivik, el ultraderechista noruego, autor del atentado terrorista de Oslo y la masacre de la isla de Utøya. Para los latinoamericanos, la unidad entre fascismo y neoliberalismo individualista no es algo nuevo después del golpe de Pinochet, cuando los fusilamientos de izquierdistas se acompañaban de visitas de Milton Friedman y otros exponentes de la Escuela de Chicago, con sus "mamotretos" doctrinales. En Estados Unidos la extrema derecha, desde el siglo XIX vinculó el libre comercio y en particular la libertad de importaciones, con la esclavitud y luego, el racismo contra los afroamericanos y el Ku Klux Klan, con la oposición a la intervención económica del Estado. En cambio, la imagen del fascismo en Europa, está muy unida a los recuerdos de los años 30 y el estatismo de Mussolini, Hitler o Franco. El surgimiento de los movimientos fascistas clásicos ocurrió en el momento en que la ideología económica neoliberal del "dejar hacer, dejar pasar", estaba en plena bancarrota por la Gran Depresión. La extrema derecha pregonaba el nacionalismo, el racismo y la necesidad del aplastamiento del marxismo, como ahora, pero al mismo tiempo, reconocía e impulsaba la intervención económica del Estado, como única salida de la crisis y además, especialmente en Alemania, como poderoso mecanismo de guerra. Pero, desde los años 70, la derecha internacional se ató a la ideología neoliberal, opuesta a la socialdemocracia "estatista", pregonó la reducción de la intervención económica del Estado, y obtuvo, en los 80, como salida a la crisis capitalista, la privatización de la mayoría de las empresas y servicios de muchos países. La extrema derecha viró desde entonces, hacia la más cerrada posición neoliberal. Eso, que se hizo evidente en los golpes de Estado del cono sur, se ve ahora mucho más claramente desplegado en el neofascismo estadounidense y europeo. La derecha norteamericana ha centrado sus ataques contra la salud pública y contra el derecho a la salud, así como contra toda la inversión social y la asistencia social. El Tea Party, de Estados Unidos, ha llevado este discurso al extremo, a la vez que su racismo se desborda, contra los trabajadores inmigrantes y sus familias. Otro tanto pasa en Europa, donde en medio de la crisis económica la extrema derecha multiplica sus votos con propuestas contra los inmigrantes. El fascismo del siglo XXI se construye entonces en torno al discurso neoliberal y racista de la derecha y se exacerba con la ideología de restauración de, lo que Samuel Huntington llamó, la "cultura central". Para Huntington es necesario restaurar el papel dominante de la cultura central, anglo cristiana, para renovar la identidad nacional. En España, Portugal y América Latina, hace mucho la derecha defiende un concepto equivalente a la cultura central anglo cristiana (protestante) de Huntington: "la civilización cristiana occidental" (católica), pero, para Huntington, un aspecto fundamental de esa "cultura central" es el individualismo, que opone a los derechos colectivos o "de grupo". Para esta nueva derecha, salir del individualismo hacia cualquier conciencia de derechos colectivos, es quebrar la ética del trabajo y enfrentar la cultura central. Para esta derecha, los enemigos de la cultura central son internos y externos: en el interior, los inmigrantes y su influencia multicultural, en el exterior, donde se libra la "guerra de las civilizaciones", el islam (y eventualmente los chinos). El neofascismo asume en forma violenta estos planteamientos y ataca no solamente a los supuestos enemigos, señalados por los ideólogos de la derecha, sino además a los supuestos "traidores" que están permitiendo que los enemigos, inmigrantes y mahometanos, avancen. Y desde luego, contra los estatistas que se niegan a reducir el papel económico del Estado, que insisten en los derechos colectivos y destruyen la ética del individualismo. La bomba de Oklahoma, que incluso mató a los niños de una guardería infantil estatal; la masacre de Tucson, del 8 de enero de 2011, que despedazó un acto político por la salud pública y la masacre en Noruega, del pasado 22 de julio, que golpeó a la juventud del Partido de los Trabajadores, son hechos extremos de violencia neofascista, pero esta se despliega cotidianamente, tanto en Europa como en los Estados Unidos. Los ataques físicos contra inmigrantes o contra gitanos, ataques ilegales pero repetidos, en calles, metros y estaciones, se institucionalizan con nuevas leyes contra los inmigrantes, tanto en Estados Unidos como en Europa. Además con leyes que prohíben que las mujeres musulmanas usen velo o que ilegalizan las formas de vida de la cultura gitana, o leyes que restringen la enseñanza bilingüe. La islamofobia, no es compartida por todos los neofascistas. Así, en Hungría, el Jobbik y su "Guardia Húngara", mantienen los símbolos y uniformes de los nazis húngaros de los años 30 y 40 y, además, un rabioso odio contra los judíos, a lo Hitler. Incluso, algunos afectos al Jobbik, como Eduardo Rózsa y su grupo húngaro-rumano, que intentó desencadenar una guerra para separar a Santa Cruz de Bolivia, se declararon musulmanes. Por lo mismo, al contrario de los neofascistas noruegos, que admiran a los nacionalistas serbios, los nazis húngaros apoyaron a los bosnios musulmanes en su lucha contra los serbios y apoyan a los árabes contra Israel. Sin embargo, tanto los fascistas noruegos como el Tea Party, odian a los inmigrantes, detestan la intervención económica del Estado, las ayudas sociales y aman el libre comercio y la "libertad de empresa". Mientras los nazis húngaros desatan la violencia contra las comunidades gitanas que viven hace muchos años en el país, en Francia se aprueban leyes para expulsar a los gitanos inmigrantes y en Kosovo, Austria, Italia, Rumania, Bulgaria, Chequia y Eslovaquia se realizan múltiples ataques racistas, también contra los gitanos. Los nazis húngaros agreden a los inmigrantes, en la misma forma que en España los neofascistas propinan palizas a los africanos o a los sudamericanos. No es entonces una sorpresa que políticos de la Liga Norte italiana como el Francesco Speoni, o del Frente Nacional francés como Jacques Cutela, salgan a defender ahora las ideas de Anders Behring Breivik, como defensoras de la "civilización occidental". Puro odio, a los inmigrantes, a los musulmanes, a los árabes, a los judíos, a los gitanos, a los negros, a los indígenas… Entre tanto, la "reducción del Estado", que la derecha pregona y los neofascistas tratan de imponer mediante la intimidación, solamente opera para los programas sociales, pues está interrelacionada con el crecimiento del gigante presupuesto militar estatal y la multiplicación de las guerras, que aumentan la deuda pública y el déficit fiscal. Una locura que no es cosa de un loco suelto.
Tomás Lukin - http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-173792-2011-08-05.html
Desde 1976 hasta 2003 hubo una marcada tendencia de deterioro del poder adquisitivo de la jubilación mínima. La situación empezó a revertirse desde ese último año y se consolidó con la ley de movilidad.
Desde que comenzó a funcionar hace tres años, la ley de movilidad jubilatoria permitió un aumento del 107,9 por ciento en los haberes de 6,8 millones de personas. El incremento de las jubilaciones entre 2009 y 2011 se ubicó por encima de cualquier medición de inflación, ya sea el índice que produce el Indec o los datos que elaboran las consultoras privadas. Si se extiende el período de referencia desde 2003 hasta hoy, el aumento en las prestaciones también supera la evolución de los precios. Los cambios estructurales en el sistema previsional permitieron marcar un quiebre con respecto a la tendencia de deterioro del poder adquisitivo en el haber mínimo evidenciada desde 1976. A pesar de la evidente recuperación que experimentó la mínima, los jubilados todavía son uno de los sectores más vulnerables de la sociedad y las prestaciones permanecen en niveles bajos. La automatización por ley de los aumentos jubilatorios, la extensión de la cobertura y la renacionalización del sistema permitieron por primera vez en 35 años que el haber mínimo medido en términos reales refleje una trayectoria positiva. Durante la última dictadura militar, el gobierno de Raúl Alfonsín y la década de la convertibilidad, la capacidad de compra de las jubilaciones estuvo en retroceso. A partir de 2003, la tendencia se revirtió y la variación real de las prestaciones volvió a mejorar su poder adquisitivo. Si se usa para las comparaciones el relevamiento de precios del IPC-7 Provincias –un promedio de la inflación de acuerdo con los relevamientos de las direcciones provinciales de esos distritos–, la tasa de crecimiento mensual promedio de la jubilación durante el período 2003–2011 llega a 1,03 por ciento. Con los datos del Indec, la cifra es superior: 1,6 por ciento mensual. Sin embargo, la recuperación en la capacidad de compra del haber mínimo, la jubilación que percibe la mayoría de los beneficiarios, parte del nivel más bajo de la historia. El piso de las prestaciones estuvo congelado en 150 pesos durante diez años hasta que volvió a aumentar en julio de 2002. La revalorización integral del sistema desde 2003 permitió que el poder adquisitivo de la jubilación mínima tenga hoy un poder adquisitivo 17,6 por ciento superior al promedio observado durante 1984-1990 y 91,2 por ciento por encima del promedio de la convertibilidad. Los datos surgen de un informe elaborado por Carlos Cañete, miembro del Programa de Formación Popular en Economía (Profope). Aunque volvió a registrarse una tendencia creciente, el haber inicial actual todavía se encuentra 26,4 por ciento por debajo del promedio registrado entre 1971 y 1975, y es 7,7 por ciento inferior al promedio de 1976-1983. La mejora relativa en el poder adquisitivo de los jubilados y las limitaciones de ese proceso evidencian la necesidad de profundizar las reformas del sistema de la seguridad social. En ese sentido, investigadores como Demián Panigo, del Ceil-Piette del Conicet, resaltan la importancia de buscar nuevos mecanismos de recaudación que permitan impulsar mayores aumentos en los haberes, más allá del nivel de crecimiento económico. El docente de la Universidad de Moreno advierte que antes que establecer una relación directa entre el nivel de la jubilación mínima y el salario mínimo vital y móvil (SMVM) como hacía el proyecto aprobado por el Congreso el año pasado, que vetó CFK, el objetivo del sistema debe buscar garantizar la calidad de vida de la clase pasiva. La ley que no llegó a entrar en vigencia fijaba que la prestación mínima debía representar el 82 por ciento del SMVM. Sin embargo, ese mecanismo es engañoso: durante la convertibilidad, la relación entre ambas variables era del 75 por ciento, cinco puntos porcentuales por encima de los parámetros que se registran en la actualidad. Pero en los ’90 los dos pisos salariales estaban estancados y su poder adquisitivo era significativamente inferior. Por eso, para profundizar los cambios estructurales y reducir la brecha distributiva entre los jubilados son necesarias fuentes de financiamiento adicionales. Analizar alternativas como la restitución del nivel de alícuotas de contribuciones patronales rebajadas por Domingo Cavallo o la creación de un impuesto a la renta financiera son algunos de los posibles abordajes que postulan los especialistas previsionales.