martes, 27 de julio de 2010

Argentina y su legado a la democracia y la verdad

El Estado de la memoria
Natalia Brite  
http://www.prensamercosur.com.ar/apm/nota_completa.php?idnota=4752

Los argentinos asistimos a los juicios de los responsables militares y civiles del terrorismo estatal implantado por la última dictadura (1976-1983). Una sólida política de Derechos Humanos, desarrollada en los últimos años, terminó con la impunidad de los represores. Se trata de un modelo de Justicia que contrasta con las indefiniciones de Uruguay y Chile.
En 2003 prosperó el debate parlamentario que declaró nulas las leyes de obediencia debida y punto final. Esas normas, sancionadas entre 1986 y 1987, fueron el resultado de las negociaciones del entonces presidente Raúl Alfonsín con las Fuerzas Armadas, la cúpula eclesiástica y la derecha política. En aquellos años, el incipiente orden institucional debía dar respuesta al saldo de la dictadura: 30 mil detenidos-desaparecidos, 500 niños apropiados y miles de asesinados y exiliados.
En 1985 se condenó a los miembros de las juntas militares. La sentencia abrió, además, la posibilidad de seguir investigando. Pero al año siguiente, el Congreso Nacional, a instancias del bloque oficialista, sancionó la ley 23492 de Punto Final, que estipulaba un corto plazo para la presentación de denuncias judiciales referentes a la represión dictatorial. Pasado ese lapso, los casos no presentados prescribirían.
Ante aquella situación, los familiares de las víctimas se presentaron masivamente y la Justicia Federal dictó el procesamiento de unos 500 militares. El panorama enardeció a los uniformados y desató un alzamiento en marzo de 1987 bajo el liderazgo del coronel Aldo Rico.
La salida que encontró el gobierno de Alfonsín fue la inmediata sanción de la ley 23521 de Obediencia Debida, según la cual “los oficiales jefes, oficiales subalternos, suboficiales y personal de tropa de las Fuerzas Armadas, de seguridad, policiales y penitenciarias; no merecen castigo por haber obrado en virtud de obediencia debida”. Lo mismo se estableció para oficiales superiores que no fueran jefes de zona o subzona.
Las consecuencias de esa decisión fueron el desprocesamiento y recuperación de la libertad de numerosos represores.
El periplo que garantizó la impunidad se completó en diciembre de 1990, cuando se produjo otro levantamiento militar liderado -en ese caso- por el coronel Mohamed Alí Seineldín. Acto seguido, el entonces presidente Carlos Menem decretó el indulto de los pocos represores condenados en 1985, “convencido” de que Argentina necesitaba una reconciliación.
Durante la década de 1990 el escenario político fue adverso a las demandas de derechos humanos. Aun así, el reclamo de los organismos se articuló y potenció con otras demandas surgidas como respuesta a las desigualdades sociales intrínsecas al modelo neoliberal. La crisis integral que transitaba Argentina por aquellos años conducía a una conclusión certera: la exclusión social y la desintegración nacional de finales de siglo eran la consecuencia del proyecto iniciado en 1976.
El reclamo de memoria, verdad y justicia ganó respaldo social y debió discutirse aún en el seno de una dirigencia política sin voluntad de cambio respecto del escenario de impunidad. En 1998 el Congreso derogó las leyes de punto final y obediencia debida. Se trató de un gesto meramente formal porque, a diferencia del proyecto de nulidad, no permitía la retroactividad necesaria para juzgar a los represores.
A fines de 2000, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) presentó una querella por la desaparición de Liborio Poblete Roa y Gertrudis Marta Hlaczik, y la apropiación de su hija. El caso cayó en manos del Juez Federal Gabriel Cavallo, quien dictaminó que las leyes de impunidad debían ser anuladas. Ese fue el paso inicial para llevar nuevamente el debate al Congreso.
Finalmente, en 2003 se abrió un nuevo escenario en el cual los Derechos Humanos protagonizaron la agenda política. En agosto el Congreso declaró nulas las leyes y en setiembre el entonces presidente Néstor Kirchner firmó la promulgación.
Pasaron casi dos años hasta que la nulidad fue efectiva. En junio de 2005 la renovada Corte Suprema de Justicia declaró inconstitucionales las leyes de punto final y de obediencia debida. Además, avaló la nulidad sancionada por el Congreso. Ambas resoluciones se tomaron en el marco del caso Poblete.
Tras la crisis del 2001 y el reordenamiento que se registró al interior del bloque de poder, el gobierno que asumió en 2003, encabezado por Kirchner, reconoció que, para sortear esa crisis y “salir del infierno” –tal como lo expresaba el presidente-, se debía modificar la lógica de la gestión estatal.
El gobierno adoptó una retórica y una acción atravesadas por el sentido ético de juicio y castigo. La renovada política en Derechos Humanos atendía los reclamos de justicia y fue un modo contundente de romper con la discursiva neoliberal establecida con el golpe de Estado de 1976.
La Unidad de Coordinación Fiscal y Seguimiento de las Causas por Violaciones a los Derechos Humanos, órgano dependiente de la Procuraduría General de la Nación, informó que, hasta diciembre del 2007, eran 349 los represores procesados. Las causas referían a torturas, secuestros y homicidios cometidos en cuatrocientos noventa y ocho centros clandestinos de detención (CCD).
De los más de 260 detenidos que había en ese momento, sólo un 17 por ciento se encontraba alojado en instalaciones penitenciarias. Casi el 50 por ciento se cobijaba en unidades militares o policiales.
Un informe actualizado de la misma fuente da cuenta del incremento del número de procesados: hoy son 656. Entre ellos, hay 325 con al menos una causa en etapa de juicio y 140 imputados que alcanzarían en lo inmediato ese estadio procesal. Son casi 70 los condenados.
En lo que va de 2010 tuvieron lugar 5 juicios y 15 condenas. También se registran 9 debates en trámite -con más de 90 imputados-, y 8 más, que se desarrollarán en los próximos meses.
Las condiciones de detención también se modificaron de modo sustancial. 464 personas se encuentran detenidas, de las cuales el 55 por ciento está alojado en unidades penitenciarias. No quedan recluidos en unidades militares.
Las políticas de Justicia tuvieron un alcance inédito. Se siguió juzgando a la jerarquía militar, pero también a agentes penitenciarios, policías, personal de inteligencia, médicos y abogados. Entre los juzgados resaltan, también, un juez y un cura; y está procesado el ex ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz.
El primer sentenciado tras la nulidad de las leyes fue Julio Simón, más conocido como el “Turco Julián”, un torturador sin rango jerárquico que fue condenado a 25 años de cárcel común en 2006. Sin embargo, el proceso fue una muestra de las reticencias que aún ofrece el Poder Judicial. Los familiares de las víctimas habían solicitado 50 años de reclusión y cuestionado el papel del fiscal, por argumentar la falta de antecedentes penales del acusado.
La segunda condena fue paradigmática. En 2007 el tribunal de la ciudad de La Plata condenó al represor Miguel Etchecolatz a reclusión perpetua por su responsabilidad en "delitos de lesa humanidad cometidos en el marco de un genocidio". Fue la primera vez que se incluyó la figura del genocidio en una sentencia.
Meses después, en esa misma ciudad, la tercera sentencia recayó sobre el sacerdote católico Christian Von Wernich, quien fue condenado a cadena perpetua. El ex capellán de la policía, que actuó junto al represor Ramón Camps, también fue sentenciado por su participación en un “genocidio”.
En 2009 comenzaron los primeros procesos en Santa Fe. Uno de ellos se sustanció contra el ex juez federal Víctor Brusa, quien se convirtió en el primer funcionario del Poder Judicial condenado por crímenes de lesa humanidad. Durante la dictadura, Brusa trabajó con el juez Fernando Mántaras, un nazi confeso.
En Córdoba, sede de la jefatura del Tercer Cuerpo de Ejército, se lleva adelante un juicio que reubicó al dictador Jorge Rafael Videla en el banquillo de los acusados. En ese mismo proceso se juzga a Luciano Benjamín Menéndez, ex jefe de ese cuerpo.
En abril de 2010 comenzó el primer juzgamiento del personal penitenciario en La Plata. En julio se inició el primer proceso en Mendoza –que juzga, entre otros, a un médico y un abogado-, para agosto está previsto otro en Santiago del Estero y en ese mismo mes se juzgará a Luis Abelardo Patti, ex comisario, en la provincia de Buenos Aires.
El caso más resonante aún no ha llegado a juicio. Se trata de la denuncia presentada por Abuelas de Plaza de Mayo en 2002 por la probable apropiación de hijos de desaparecidos. La denunciada es la dueña del emporio mediático Clarín, Ernestina Herrera de Noble.
Herrera de Noble tuvo afinadas relaciones con la cúpula del régimen dictatorial, las cuales incluyeron la sesión de parte de la empresa Papel Prensa. Gabriel Cavallo, quien dictaminó una década atrás la necesidad de nulidad de las leyes de impunidad, hoy se desempeña como abogado defensor de la presunta apropiadora.
Sectores eclesiásticos, agrupamientos políticos de derecha y viejas estructuras militares han resistido la condena al genocidio. Son los mismos que han tramado oposiciones a medidas como el matrimonio igualitario, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la reconfiguración del régimen de retenciones a la agro-exportación y las estatizaciones de fondos previsionales.
La apertura en materia de Derechos Humanos fue parte constitutiva del rompimiento con la impunidad y con el escenario político que la sostenía. Justicia, memoria y reconfiguración socio-económica fueron expuestas en la misma fórmula.
Quizás esa ecuación es la que no logra visualizarse en igual medida en otros países de la región. En Uruguay y Chile se ha discutido largamente la política de Derechos Humanos. Sin embargo, en esos Estados, la crisis del modelo neoliberal no tomó la misma forma que en Argentina. En los enfrentamientos con los sectores más conservadores no tuvo centralidad la revisión del pasado dictatorial. Esto, entre otras razones, se explica por el menor peso relativo del movimiento de Derechos Humanos.
El Frente Amplio uruguayo gobierna desde 2006. Sin embargo sigue vigente la Ley de Caducidad, sancionada por el Congreso hace 24 años, para sostener la amnistía de los represores. En la actualidad se debate la posibilidad de derogación o nulidad de la norma en el seno del Parlamento.
La ley 15848 de la Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado fue llevada a plebiscito en 1989 a pedido de la izquierda, pero la misma fue refrendada por el voto popular.
En 2007 surgió una nueva campaña para plebiscitar una enmienda constitucional que anularía parcialmente la ley, lo que hubiera implicado efectos retroactivos. En junio de ese año la Corte Electoral confirmó que se habían alcanzado las firmas para realizar un nuevo referéndum. El mismo tuvo lugar junto a las elecciones nacionales de octubre de 2009, pero no alcanzaron las voluntades necesarias para su aprobación.
Sin embargo, a partir de 2006 fueron condenados algunos represores cuyo accionar no quedó contenido en la ley por interpretación de sus excepciones o por la referencia extraterritorial que supuso la articulación de las dictaduras del Cono Sur, conocida como Plan Cóndor. El caso más sobresaliente fue la sentencia por “dictador” a José María Bordaberry, presidente de facto entre 1973 y 1976.
La Concertación de centro-izquierda chilena no pudo mantenerse en el poder y perdió la elección presidencial frente al derechista Marcelo Piñera en 2010.
El titular de la Conferencia Episcopal de Chile, monseñor Alejandro Goic, se reunió con Piñera en el palacio de La Moneda, para peticionar en nombre de la jerarquía eclesiástica. Los religiosos plantearon que “La iniciativa Chile, una mesa para todos en el bicentenario” no estaría completa si no considerara a quienes cumplen penas por delitos contra los derechos humanos cometidos durante el Régimen Militar”. Los curas piden impunidad para los criminales de lesa humanidad.
Pese a que el ministro chileno de Justicia, Felipe Bulnes, descartó la política de indultos, se espera que la discusión tome cuerpo y el partido de gobierno no sería detractor pleno de la medida.
La solicitud de indultos había llegado a la ex presidenta Michelle Bachelet, quien no avanzó en ese sentido pero debió lidiar con su antecesor, también de la Concertación. Ricardos Lagos indultó a uno de los asesinos del líder sindical Tucapel Jiménez, durante la dictadura militar.
Además, sigue vigente el decreto-ley de amnistía que firmó el dictador Augusto Pinochet en 1978. La medida estuvo destinada a “las personas que, en calidad de autores, cómplices o encubridores hayan incurrido en hechos delictuosos durante la vigencia de la situación de Estado de Sitio, comprendida entre el 11 de Septiembre de 1973 y el 10 de Marzo de 1978”. En 2009 se hizo el primer intento parlamentario de derogarla. Pero la maniobra no prosperó, tanto por oposición de la derecha como por indecisión del gobierno. En Chile hay pocos represores condenados. Cada caso que llega a la Justicia se somete a la interpretación judicial respecto de la pertinencia de la ley de amnistía.

nbrite@prensamercosur.com.ar

lunes, 26 de julio de 2010

Chile: La iglesia del olvido

Álvaro Ramis.* - http://www.surysur.net/?q=node/14234


Crecí en una Iglesia de la que era fácil sentirse orgulloso. Era la Iglesia de don Raúl, de don Carlos Gonzalez, de don Jorge Hourton, de don Enrique Alvear, de don Carlos Camus, de don Sergio Contreras. Una Iglesia en las antípodas de los obispos argentinos o españoles, que en el mejor de los casos cerraron los ojos ante el horror, cuando no derechamente lo empujaron. De esa Iglesia aprendí que ser católico era sinónimo de defender los derechos humanos, promover la justicia y optar siempre por lo pobres.

La primera vez que escuché de censura, detenidos desaparecidos, ejecutados políticos, torturados, exiliados o relegados no fue en mi familia, sino en la parroquia, leyendo por casualidad la revista de la Vicaría de la Solidaridad, cuando tenía diez años. Me acuerdo de varias noches sin dormir luego de enterarme por esa vía de lo que nunca me habían comentado mis padres, y sentir que el país en el que me creía tan seguro no era más que una parodia de espantos.

Fue como darse cuenta, de golpe, que el Chile de la televisión, de El Mercurio, incluso de una buena parte de mi familia, no era más que una caricatura, el decorado de un circo, los bastidores de una obra de terror. En medio de esa confusión, lo que me sostuvo fue aprender que Dios no era neutral en el Chile de Pinochet. Dios estaba con los perseguidos, quería que acabaran tantos sufrimientos, no le era indiferente la miseria y la penuria de la gente.
Aunque no entendía todo lo que pasaba, a esa edad para mi estaba claro que el Dios cristiano no era un dios de componendas ni de falsos equilibrios.

Han pasado muchos años y las certezas de fe que esa Iglesia me regaló nunca me han abandonado. Sigo pensando que Dios no es neutral, ni ambiguo ni indiferente. Sin embargo, dudo que la Iglesia que me ayudó a entender eso sea la misma Iglesia que hoy aparece desfilando ante La Moneda para reclamar una anodina “mesa para todos” en la que se sienten los que nunca han reconocido culpa ni arrepentimiento por las atrocidades con las que cargan.

Veo los rostros de don Alejandro Goic, de Cristián Precht y no puedo creerlo. ¿Tanto han cambiado los vientos en la curia, tan lejos han llegado los poderes de la nunciatura, tan dura es la presión de los “bienechores” empresariales? ¿Tan poco queda de la Iglesia valerosa y corajuda que conocimos? ¿Tan poca la decencia y tan corta la dignidad para dejarse usar para cumplir la promesa más impopular de la campaña presidencial? ¿O tanto el miedo a la irrelevancia y al olvido de los poderosos?

Como me ocurre a mi, creo que esta indignación le sobreviene a muchas personas. Amanda Jara, la hija de Víctor, lo compartía al decir que “es impresentable que la Iglesia se olvide del cardenal Silva Henríquez”. Es fácil entender que algunos de los nuevos obispos como Gonzalo Duarte o Juan Ignacio Gonzalez, que siempre defendieron a los genocidas y criminales pinochetistas, hagan estas proposiciones. Pero que las avalen quienes acompañaron los dolores de las víctimas, quienes les vieron a la cara en su hora más angustiosa, me parece infame.

Haber llevado a juicio a los sesenta condenados que hoy cumplen penas por crímenes atroces y alevosos, cometidos al amparo del Estado y sus recursos, ha sido un esfuerzo extenuante y desgastador que ha supuesto décadas para los familiares y las organizaciones que les han apoyado. Se trata de un número irrisorio de casos, que han contado con condiciones judiciales y carcelarias incomparables frente a la masa de presidiarios comunes que abarrotan las cárceles.

La propuesta del Episcopado, junto con dar pié a que se reduzca este número de condenados a la mitad, permite que se apruebe, de manera encubierta, una ley de obediencia debida que deje fuera de los tribunales a oficiales de menor graduación que hoy están en proceso.

Si algo caracteriza al cristianismo es que exige definiciones. Jesús nunca evadió conflictos y supo resistir a las presiones de los poderes de su tiempo. Su delito capital fue proponer un Reino distinto al Imperio del César, lo que representaba un crimen de lesa majestad. Por eso su muerte no sólo es un acto de donación, sino el resultado de un tipo de práctica consecuente que acabó por detonar su asesinato judicial, por instigación del poder religioso.
A pesar de la condena, Jesús fue fiel a si mismo, a su fe y a la justicia. ¿Puede la Iglesia chilena hoy decir lo mismo? ¿Puede anunciar con alguna credibilidad estos misterios?

*Columna publicada en la página de la radio de la Universidad de Chile
 (http://radio.uchile.cl).

Addenda

El Presidente de la Repúbloca anunció este domingo que revisará caso a caso los indultos, que serán sólo por razones humanitarias y no contemplarán a condenados por crímenes graves, entre los que se cuentan los de lesa humanidad. En cambio, dijo, promoverá una modernización del sistema penitenciario.

domingo, 25 de julio de 2010

La milicia sanitaria de Eva Perón, una historia silenciada por la intolerancia



 Por Cynthia Ottaviano -


Tenían el día organizado “para cultivar el espíritu, la mente y las condiciones físicas”. Se despertaban al alba, hacían gimnasia, se duchaban y tomaban clases teóricas. Incluían Anatomía, Fisiología y también Doctrina Peronista. Almorzaban “respondiendo a un régimen alimentario científico”. Volvían a hacer deporte y se retiraban a limpiar su cuarto, “bajo el más estricto aseo”, sus tres uniformes reglamentarios, y su alma: “antes del sueño reparador” debían realizar “un examen de conciencia, preguntándose qué han hecho para la felicidad de la comunidad y de la patria”. No podían mentir. Estas eran algunas de las normas que cumplieron las mujeres, de entre 16 y 21 años, que se sumaron a la Escuela de Enfermeras de la Fundación Eva Perón. Esta verdadera milicia sanitaria fue creada a principios de 1948 y llegó a formar 858 enfermeras y 430 especialistas, cifra récord para la época. Pero el sueño dorado duró poco: con el golpe del ’55, las persiguieron, les allanaron las casas y les quemaron hasta los uniformes. Su historia fue silenciada hasta hoy.
En su mayoría eran chicas humildes, a las que no les importaba nada más que “servir a su pueblo”. Todo lo que pudieran hacer, para ellas, era poco, porque la escuela significaba “la dignidad, la vida”. El rigor era lo de menos. Así lo recuerda María Luisa Fernández, en diálogo con Tiempo Argentino: “Abnegación, desinterés y amor, esa era la frase de Evita. Y nosotras lo vivíamos así, no se nos ocurría cuestionarlo”.
Lo mismo cree Nilda Cabrera, egresada de la escuela en 1951: “En nuestras vidas no habíamos ido ni a La Salada –relató a este diario–. Era un sueño para nosotras. La primera vez que me subí a un avión fue para ir a Ecuador. Después a Perú. Y nos recibía el presidente del país”.
Por eso se sentían elegidas, por conocer países latinoamericanos y europeos, príncipes y presidentes. Sentían que las habían transformado y, en definitiva, ese era el objetivo de la Escuela: formar “misioneras de paz”, siempre “dentro de la norma disciplinaria”. Así lo explicó Adelina Fiora, la primera regenta: “muchas venían de hogares muy humildes y desconocían por completo el sentido de la disciplina, indispensable para el estudio que emprendían. Se me ocurrió que una manera de enseñarles a organizarse era izar y arriar la bandera en el patio. Tal como hacen en la escuela primaria y secundaria.” Y funcionó.
La idea tenía dos fuentes de inspiración muy concretas: el justicialismo, de raíz socialcristiana, y el proyecto del médico Ramón Carrillo para cambiar el mapa sanitario argentino. En 1945, por ejemplo, en la provincia de Jujuy, se morían 300 bebés de cada mil que nacían. Carrillo sostenía que debía formar a 20 mil enfermeras profesionales, para el cuidado de la población civil, pero también para la defensa nacional en casos extremos, como guerras y catástrofes. En su “Plan Analítico de Salud Pública” (1947) sostuvo que por medio de la medicina asistencial, la sanitaria y la social podía cambiarse la realidad. 
Y el plan se puso en práctica. Hasta ese momento, la escuela de enfermería más conocida, tal vez, era la de la Cruz Roja Argentina. Para el peronismo, ninguna de las dos servía: eran del sistema capitalista. Bajo los parámetros de Eva y Carrillo, las alumnas debían tener otros principios: “No creen ofrecer limosnas, no entienden que van a regalar ayuda a los pobres: están regidas por el concepto justicialista, que constituye la base de la entidad central a la que pertenece. No esperan el llamado de los necesitados, se dedican organizadamente a buscar a quienes necesitan auxilio”, detalla una publicación de 1949, de la propia escuela. Para las alumnas era sencillo: la Cruz Roja era para la aristocracia. “Era gente de dinero, de doble y de triple apellido. Se anotaban para casarse con un médico. Nosotras éramos el Pueblo, las grasitas”, explica María Luisa. Grasitas o no, tenían que pasar exámenes, bolillero de por medio “Llegábamos re nerviosas”, agrega. 
El programa se considera de los más completos del momento: en primer año tenían Anatomía y Fisiología, Semiología (Médica), Higiene y Epidemiología General, Defensa Nacional, Historia de la Enfermería y Moral y Doctrina Peronista. En segundo: Enfermería Quirúrgica, Enfermería Clínica, Primeros Auxilios, Medicina Social y Doctrina Peronista. Y en tercero: Obstetricia y Ginecología, Infecciosas, Puericultura y Pediatría, Dietética y Arte Culinario, Neuropsiquiatría y Doctrina Peronista. Además, podían optar por estudiar un año más y recibirse como especialistas en Anestesia, Hemoterapia, Laboratorio y Asistencia Dental, entre otras. Resulta evidente que la única materia que se repetía año tras año era Doctrina Peronista. El objetivo era muy concreto, formar enfermeras, pero justicialistas: “la alumna es preparada para el civismo –remarcaban los escritos–, pues con la conquista de los derechos políticos de la mujer, adquiere gran importancia la capacitación de la juventud femenina en ese campo”. Se buscaba revolucionar la enfermería y el país. Como consideraban que no había material de formación suficiente, la escuela contaba con un equipo auxiliar de taquígrafas. De esa manera, se tomaba nota de las clases, para preparar los apuntes que después repartían en forma gratuita. Igual que los uniformes (reglamentario interno, de labor y de gala) y que las habitaciones individuales para las que venían del interior y la comida.
“Todo era revolucionario –sostiene Nilda–. Nos enseñaban a manejar, motos, jeeps y ambulancias.” Es que a su cargo tenían 200 motos, los jeeps blancos, equipados con carpas, camillas y botiquines y las varias “ambulancia-hospital”, una suerte de motor-home, con diez camas en su interior y una cabina de operaciones. Contaban también con equipo para realizar transfusión y oxigenoterapia. Tenían, además, hasta perros amaestrados, que transportaban botiquines de aluminio.
 “La disciplina era una cosa que se nos inculcaba mucho –detalló Delia Maldonado–. La primera lección que se nos dio fue la de saludar siempre al paciente. Y preguntarle cómo se sentía. Jamás se prendían las luces de la sala ni se despertaba a los pacientes batiendo las manos o gritando.”
Así se los había pedido la propia Evita, el 14 de septiembre de 1950, cuando la Escuela se incorporó a la Fundación Eva Perón. “En este acto le prometo al Presidente –sostuvo– que vamos a formar muchas enfermeras para ofrecerles a la patria, mujeres sacrificadas, capaces y dignas del pueblo argentino. Ustedes nunca podrán saber lo mucho que las quiero, nunca podrán comprender el profundo cariño que siente su presidenta hacia todas sus colaboradoras, nunca podrán comprender el amor entrañable y la satisfacción enorme que siento cuando veo una enfermera de la Fundación. Este afecto nace porque ustedes son artífices de esta gran obra, porque ponen no sólo el trabajo incansable sino el espíritu, porque colaboran conmigo para demostrar a nuestro presidente y al Pueblo  de lo que somos capaces las mujeres argentinas, cuando  amamos y trabajamos.”
Los deseos de Evita se apagaron con su muerte. No pudo, como hubiera querido, verlas egresar, ni darles sus diplomas, aunque algunos llegó a firmarlos. “Ella nos creó, pero como enfermeras, no pudimos hacer nada –dice Nilda, quien todavía conserva el título con la rúbrica de Evita –. Tuvimos mucho dolor, lloramos mucho.” Ese, tal vez, fue el prólogo de la tragedia: con el golpe del ’55, las enfermeras fueron perseguidas, allanaron sus casas, quemaron sus uniformes, sus apuntes y hasta los legajos de los hospitales. “Se vivió todo el odio”, resume María Luisa  “Ese día –agrega Nilda– empezamos a ver los aviones, los médicos corrían como locos. Yo trabajaba en el Policlínico San Martín, al rato empezaron a abrir puertas y se robaron todo: vajilla, nebulizadores, aparatos de presión. Todo. Fueron a mi casa, y mi mamá les tuvo que dar hasta las fotos. Pobrecita, estaba muy asustada.”
Con la dedicación y el esmero que sólo el odio rumiado durante años puede dar, los militares llegaron, incluso, a quitar una placa de un monumento que homenajeaba a dos enfermeras. Todavía hoy se lo puede ver en la avenida Costanera. Al fijar la vista se ve a dos mujeres, como recortadas por las llamas, sobre las alas de un avión. Son Amanda Allen y Luisa Komel. 

El 27 de septiembre de 1949, las enfermeras volvían en avión de Ecuador, adonde habían viajado para socorrer a las víctimas de un terremoto. Cuando estaban por llegar a la base de Morón, la máquina empezó a incendiarse. Dicen que, para ahogar el pánico,  cantaron “Los muchachos peronistas”. Evita había querido recibirlos. Así lo recordó su hermana Erminda Duarte: “Querías ser la primera en darles la bienvenida. En abrazar a las abnegadas muchachas. Y de pronto la noticia: el avión había caído. El pueblo que te acompañaba permaneció en un silencio consternado. Y de pronto te sacudió un llanto sin consuelo.”


La angustia por las cuatro muertes y los heridos fue tanta que decidieron homenajear a las enfermeras con el monumento que, incluso hoy, algunos creen que es por el accidente de LAPA. Pero no. Así como los golpistas prohibieron hasta la mención de Perón y el peronismo, sacaron la placa que recordaba a las “misioneras de la paz”, al “cuerpo de samaritanas”, a las mismas que con su relato empiezan a reconstruir esta historia. Silenciada, hasta hoy, por la intolerancia.

sábado, 24 de julio de 2010

El día después del fósforo blanco

https://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-150052-2010-07-24.html
 
El aumento en la mortalidad infantil, casos de cáncer y leucemia en Faluja, bombardeada en el 2004, excede el de Hiroshima y Nagasaki en 1945 y los médicos están abrumados por tratar a bebés deformes.
El importante aumento en la mortalidad infantil, casos de cáncer y leucemia en la ciudad iraquí de Faluja, que fue bombardeada por marines de Estados Unidos en 2004, excede los informados por los sobrevivientes de las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945, según un nuevo estudio. Los médicos iraquíes en Faluja se han quejado desde 2005 de estar abrumados por el número de bebés con serios defectos de nacimiento, que van desde una niña que nació con dos cabezas a parálisis de los miembros inferiores. Dijeron que también estaban viendo más casos de cáncer de lo que veían antes de la batalla de Faluja entre las tropas estadounidenses y los insurgentes.
Sus afirmaciones están apoyadas por una encuesta que muestra un aumento cuadruplicado de todos los tipos de cáncer y un aumento multiplicado por doce de cáncer en niños menores de 14 años. La mortalidad infantil en la ciudad es cuatro veces más alta que en la vecina Jordania y ocho veces más alta que en Kuwait.
El doctor Chris Busby, un profesor visitante en la Universidad de Ulster y uno de los autores de la encuesta sobre 4800 individuos en Faluja, dijo que es difícil establecer la causa exacta de los cánceres y los defectos de nacimiento. Añadió que “para producir un efecto como éste debe haber ocurrido una muy importante exposición en 2004 cuando sucedieron los ataques”.
Los marines estadounidenses primero sitiaron y bombardearon Faluja, a 48 kilómetros de Bagdad, en abril de 2004, después de que cuatro empleados de la empresa de seguridad estadounidense Blackwater murieron y sus cuerpos fueron quemados. Después de enfrentamientos durante ocho meses, los marines atacaron la ciudad en noviembre usando artillería y bombas aéreas contra las posiciones rebeldes. Las fuerzas estadounidenses luego admitieron que habían empleado fósforo blanco así como otras municiones.
En el ataque, comandantes estadounidenses tomaron a Faluja como una zona de fuego libre para tratar de reducir el número de bajas entre su propia tropa. Los oficiales británicos estaban espantados por la falta de preocupación por las bajas civiles. “Durante las operaciones preparatorias en la operación de limpieza de Faluja en noviembre de 2004, cierta noche más de cuarenta municiones de artillería de 155 mm fueron disparadas a un pequeño sector de la ciudad”, recordaba el brigadier Nigel Aylwin-Foster, un comandante británico sirviendo para las fuerzas estadounidenses en Bagdad.
Añadió que el comandante estadounidense que ordenó este devastador uso de fuego no consideró que fuera lo suficientemente significativo para mencionarlo en su informe diario al general estadounidense al mando. Busby dice que mientras él no podía identificar el tipo de armamentos usados por los marines, el grado de daño genético sufrido por los habitantes sugiere el uso de uranio en alguna forma. Dice: “Creo que usaron un arma nueva contra los edificios para penetrar las paredes y matar a los que estaban adentro”.
El sondeo fue llevado a cabo en enero y febrero de este año por un equipo de once investigadores que visitó 711 hogares en Faluja. Los dueños de casa llenaron un cuestionario dando detalles de cánceres, resultados de partos y mortalidad infantil. Hasta ahora el gobierno iraquí se ha resistido a responder a las quejas de los civiles sobre el daño a su salud durante las operaciones militares.
Los investigadores fueron inicialmente mirados con cierto recelo por los locales, especialmente después de que un canal de televisión de Bagdad emitió un informe diciendo que los terroristas estaban llevando a cabo un sondeo y que cualquiera que lo estuviera conduciendo o contestando preguntas sería arrestado. Aquellos que organizaron el sondeo subsecuentemente arreglaron para ir acompañados por una persona importante en la comunidad para disipar sospechas.
El estudio, titulado “Cáncer, Mortalidad Infantil y Tasa de Género en Faluja, Irak 2005-2009” es realizado por el doctor Busby, Malak Handam y Entesar Ariabi y concluye que la evidencia sobre el importante aumento en casos de cáncer y defectos congénitos de nacimientos es correcta. Se descubrió que la mortalidad infantil era de 80 cada mil nacimientos, comparados con los 19 en Egipto, 17 en Jordania y 9,7 en Kuwait. El informe decía que los tipos de cáncer eran similares en las consecuencias a los de los sobrevivientes de Hiroshima que estuvieron expuestos a la radiación ionizante de la bomba atómica y el uranio.
Los investigadores descubrieron aumento en leucemia de más de treinta veces, diez veces más de aumento en cáncer de mama femenino y un aumento significativo en linfomas y tumores cerebrales en adultos. En Hiroshima, los sobrevivientes mostraron un aumento de 17 veces más en leucemia, pero en Faluja Busby dice que lo llamativo no es sólo la mayor prevalencia del cáncer sino la rapidez con la que está afectando a la gente.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Páginal12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

viernes, 23 de julio de 2010

Mandela y la falsificación de la historia

Ángel Guerra Cabrera - http://www.surysur.net/?q=node/14205


La hipocresía de Estados Unidos y sus aliados se ha podido corroborar en toda su magnitud al proclamar la Asamblea General de la ONU el 18 de julio como Día Internacional de Nelson Mandela, fecha del natalicio del legendario dirigente sudafricano.

Lo ejemplificaba espléndidamente el insustituible corresponsal de La Jornada en Estados Unidos, David Brooks, al contrastar los encendidos elogios de ocasión a Mandela de la secretaria de Estado Hillary Clinton con el testimonio de un veterano de la lucha contra el apartheid en ese país, quien recordaba que el prestigioso líder y su organización, el Congreso Nacional Africano (CNA), fueron mantenidos en la lista oficial de terroristas por el gobierno estadunidense nada menos que durante toda la presidencia de Bill Clinton, años después de que Mandela fuera electo presidente de Sudáfrica (1994). Pretenden que olvidemos el apoyo económico, político y militar a los racistas blancos de Washington y sus aliados de la OTAN y, por supuesto, de Israel, que dotó a Pretoria del arma nuclear por encargo de la Casa Blanca.

Mandela, por cierto, no fue el pacifista descafeinado inventado por la mafia mediática sino, desde su juventud, un recio combatiente por la liberación de su pueblo que cuando vio ahogados en sangre por el régimen de minoría blanca sus intentos de luchar por medios pacíficos no vaciló en encabezar y organizar la Umkhonto we Size (La lanza de la Nación, en lengua xosa), brazo militar del CNA que realizó riesgosas y audaces acciones armadas hasta que el apartheid entró en fase agónica. Tampoco su excarcelación obedeció a ningún milagro ni el fin del odioso régimen se consiguió simplemente mediante un diálogo y unas elecciones, como afirma hoy la fábula mediática.
El diálogo y las elecciones fueron la conclusión de un prolongado ciclo de lucha del pueblo negro y de algunos blancos revolucionarios o progresistas de Sudáfrica –entre ellos líderes veteranos del CNA como Joe Slovo, presidente del Partido Comunista de Sudáfrica– cuya última etapa va de los años 20 a los 90 del siglo XX, reprimida sin piedad por los racistas blancos. La lucha contra el apartheid experimentó un gran impulso y levantó una enorme solidaridad internacional a tenor de la descolonización de África y, por último, de la liberación de las colonias portuguesas y el ascenso de la SWAPO (por su sigla en inglés), movimiento de liberación de la entonces colonia sudafricana de Namibia


En este panorama se inserta otro dato fundamental que omite o falsea la historia oficial: las acciones internacionalistas de la revolución cubana en África. Éstas se extienden de tal manera en tiempo y espacio que sólo refiero sintéticamente lo relacionado con este artículo. A solicitud del gobierno de Agostinho Neto, del Movimiento Popular para la Liberación de Angola, La Habana envió en 1975 un contingente de tropas que destrozó el plan de Estados Unidos, la Sudáfrica racista y el Zaire de Mobutu para tronchar la flamante independencia y saquear en grande a ese país.

Una vez derrotada la invasión de Sudáfrica, de los mercenarios europeos y las facciones angolanas a su servicio, quedaron en Angola suficientes fuerzas cubanas para preservar su soberanía. Sin embargo, en 1988, después de constante incursiones sudafricanas a territorio angolano y una grave amenaza militar de los racistas, nuevamente a pedido de Luanda cruzó el Atlántico una fuerte agrupación de fuerzas cubanas, con aviación de combate, tanques y artillería pesada, que en la batalla de Cuito Cuanavale, librada muy al sur del territorio angolano, infligieron una derrota aplastante a los racistas, los forzaron a retirarse a sus bases y avanzaron hacia Namibia. Como escribió el subsecretario de Estado Chester Crocker a su jefe George Shultz: …"el avance cubano en el suroeste de Angola ha creado una dinámica militar impredecible".


Lo impredecible era que la acción de las fuerzas cubanas en cooperación con las angolanas y namibias había obligado a Estados Unidos y a los racistas sudafricanos a sentarse en la mesa de negociaciones y a aceptar la independencia de Namibia. El fin del apartheid se habría prolongado quien sabe hasta cuándo sin la derrota del ejército de Pretoria en Cuito Cuanavale y la amenaza de insurrección del pueblo negro de Sudáfrica inspirado por ésta. Nelson Mandela lo dijo así: Cuito Canavale marca el viraje en la lucha para librar al continente y a nuestro país del flagelo del apartheid. 

jueves, 22 de julio de 2010

Teología y biopolítica

Horacio González * - http://www.surysur.net/?q=node/14197

Las corrientes profundas de una sociedad no tienen por qué ser mayoritarias, se proponen ser intensas y visibles. Estos dos conceptos, visibilidad e intensidad, han cobrado vuelo en el lenguaje político contemporáneo. Hay una moral de las minorías activas que actúan con concentrado despliegue de identidades.


Esto puede dar lugar a expresiones urbanas características: se llaman marchas de orgullo. Hace tiempo que han abandonado los ocultos bastidores. Puede decirse que ha culminado la sigilosa gesta que está en el centro de monumentos literarios como En busca del tiempo perdido, de Proust. Allí se consideraba la homosexualidad como una secta secreta, un arte del lenguaje que recorría calladamente la historia misma de la humanidad. En los grandes conglomerados humanos postindustriales, la visibilidad y el cambio de nombre de la “secta secreta” propone nuevos temas existenciales, estéticos y jurídicos. Otro nombre propio, movimiento gay, surgido hace varias décadas en California, permite ahora sacarlo de los contextos prejuiciosos que tenían las otras denominaciones, aunque con el tiempo se encontrarán palabras sin duda más apropiadas que este fantasioso vocablo.

Al hacerse visible la cuestión de las libertades en cuanto a la preferencia sexual, inevitablemente se desplazaría la cuestión a un deseo de ampliación en el régimen jurídico del matrimonio. Todo movimiento social, moral o intelectual largamente forjado en las trastiendas de la sociedad procura garantías últimas en el ordenamiento legal. Se torna lenguaje público a costa de no evitar, en el caso del matrimonio de personas de sexo semejante y en el de la homopaternidad, cierta paradoja muchas veces señalada. Es que la institución matrimonial, cuyas mutaciones notorias durante el siglo XX la convirtieron en una forma plástica que mal ocultaba sus propias miserias, se reforzaría ahora en su estructura tradicional, aunque por la vía de la admisión plena de nuevos componentes ajenos a su figura clásica. La característica paradojal de los nuevos movimientos de renovación de la sensibilidad amorosa occidental es la de transitar por capítulos que refuerzan formas en muchos casos ligadas al orden tradicional.

Sin embargo, suponen una dirección de la historia pública hacia una creciente secularización, esto es, un crecimiento de la autonomía y autocreación de la existencia. Esta inclinación fue resistida por la Iglesia desde tiempos muy remotos, pero siempre en medio de diversas dificultades. Siempre habrá una última secularización que los mandos de la Iglesia resistirán. Pero en el seno de la milenaria congregación siguen actuando conciencias religiosas contrapuestas, una de las cuales desea recrear la experiencia sagrada originaria, en medio de un dramático autoexamen que consiste en asociar dolor a pensamiento; y otra percibe el oficio sacerdotal como un control de las pulsiones, con la oscura satisfacción de ejercerlas en privado. Vista conceptualmente, la pedofilia es el motor activo de una dialéctica entre un mundo anímico convulsionado y la fundación de las instituciones disciplinarias de la fe, 
que garantizan un dolorido goce institucional, patética y oscuramente atractivo. El misticismo cristiano surge en verdad de ambas corrientes, aunque parezca más sincera la que emana de la conciencia amorosa metaforizada, es decir, la que habla estrictamente con el lenguaje de la sacralidad del sacrificio místico real para decir lo insondable del amor.

La conmovedora fábula de Dostoievski en Los hermanos Karamazov sobre el Gran Inquisidor revela bien la naturaleza del corazón partido de la Iglesia, entre sus arcaicos postulados experienciales y su burocrático ordenamiento institucional. El primero sigue conservando valor profético y este último depende de una ética paternalista, de una caridad que no siempre oculta su carácter inquisitorial sobre los pobres. El poder inquisitorial no necesariamente se resuelve con prácticas coercitivas, pues su dominación se basa en la administración de un sentimiento que en última instancia es recóndito y de naturaleza metafísica: lo sagrado como enigma. La infinita soledad que subyace en esta apertura del ser es contenida por instituciones que manejan símbolos interesantes pero congelados, y se presentan como una solución absolutoria y reconfortante para suturar la grieta inconsolada de las conciencias.

El papa Ratzinger es un intelectual conservador –a nuestro juicio menos que Bergoglio, y más ilustrado que éste– que se expresa en el lenguaje básico del racionalismo tradicionalista. En un antiguo diálogo con Jürgen Habermas, Ratzinger casi explica más convincentemente que el filósofo alemán el papel de “la luz de la razón”, a la que le ve significado divino, aunque se muestra comprensivo hacia la secularización occidental. En sus encíclicas, sobre todo en Spe salvi –“salvados en la esperanza”–, con citas a la “dialéctica negativa” de Adorno y al propio Dostoievski, y no sin un toque kierkegaardiano, Ratzinger critica implícitamente al Gran Inquisidor y habla el lenguaje de las “estructuras”, aunque para señalar que a éstas les falta una “plusvalía”, que sólo puede proporcionar la oración, en su trascendente complejidad.


Cierto que estas palabras (y las Encíclicas seguramente surgen de una compleja redacción colectiva, y en ésta han metido mano, quizá, clérigos con estudios actualizados de filosofía) no superaron luego la prueba que ofrece el accionar efectivo de la Iglesia en el mundo. Teología en sí misma conservadora, cuando se convierte en pronunciamientos sociales efectivos, puede revestirse con las peores leyendas de dominio y arbitrariedad persecutoria de las que no se han privado históricamente las jerarquías religiosas.

Así, consiguen ponerse a la par de las realidades eclesiásticas más biliosas y crasas del mundo, como lo hacen en la Argentina, que sin embargo contó con los ministerios estimables de un obispo como Angelelli y de sacerdotes como Carlos Mugica y Jorge Galli, cuyos recordados ejemplos se prologan en muchos curas que comienzan a hablar ahora un lenguaje libertario dentro de los legados de la fe. En cambio, el lenguaje de las tinieblas que emplea Bergoglio, jefe político flamígero y mohoso, gesticulante desencajado, progresivamente fue agregando un modo demonológico a su probada oratoria, que antes supo ser demagógicamente melosa y exhibe ya la forma más disminuida de las prácticas pastorales en el país. Se percibe hasta qué punto llega al corazón más oscuro de una biopolítica, aunque parezca que trata cuestiones teológicas.

Esgrimimos este conocido concepto de la filosofía política francesa de la última mitad del siglo XX –biopolítica–, para significar que se despliegan en el mundo vastos procesos de control de la vida, a través de tecnologías médicas masivas, cartillas de organización de los intercambios vitales y mecanismos de vigilancia poblacionales. Es que las luchas sociales y políticas argentinas son cada vez más “biopolíticas”, entendiendo este concepto como una crítica a los lenguajes políticos dominantes, que no perciben el modo en que las luchas anteriores y las del inmediato presente se están diferenciando. En efecto, las encrucijadas políticas ya vividas, en torno de las retenciones agropecuarias o la ley de medios, se caracterizan por ser conflictos clásicos, entre una visión de la competencia del Estado para promover intereses colectivos y la percepción privada de rentas financieras extraordinarias o rentas simbólico-mediáticas monopolizadas sobre el fondo del lenguaje social común.

En cambio, el matrimonio entre personas de igual sexo y, aunque parezca caprichoso, el conflicto en torno de la explotación minera a cielo abierto son diferendos nuevos que hacen a la cuestión biopolítica, ya que este término fue empleado. Los reclamos en cuanto a una minería responsable apuntan estrictamente a la cuestión de la organización de la vida, con sus componentes productivos y de preservación de las fuentes naturales del hogar humano. La movilización por el matrimonio con un nuevo cuño subjetivo y parental, como en el caso anterior, invita a nuevas hipótesis de relación entre los legados naturales biologizados y las formas contractuales históricas que cíclicamente se ponen en debate. En ambos casos, en el debate sobre la estructura matrimonial o la estructura de la relación económica con las fuentes naturales cuya existencia y sentido están a la escala de la humanidad en su conjunto, se desea –aunque son minorías activas los que reclamen– que la vida se exprese con nuevos puntos de equilibrio entre la naturaleza y la historia, la economía empresarial en gran escala y la economía justa, la forma familiar cerrada y las redes familiares abiertas, la razón biológica y la razón cultural, los derechos particulares y los derechos culturales, el pensamiento científico y el pensamiento mito-poético.

El país se encuentra en estos grandes debates cuya resolución adecuada hará crecer la nueva imaginación democrática. También sobre “los pobres”, o “los esclavos modernos”, se cierne el debate de conceptos emancipadores o biopolíticos. La misa de Bergoglio en la Estación Constitución –nada menos– llama la atención sobre realidades sociales inadmisibles, pero las expone con la marca de la demonología. Pensar demonológicamente es pensar sin subjetividad operante, reemplazando la alegría de la reflexión por el escándalo oportunista. Pensar demonológicamente es pensar sin lograr aprehender el objeto interno de las pasiones, sin diferenciar crítica de venganza, sin diferenciar protección social de libertad, sin ver lo que le debe la teología a la historia y lo que ésta puede reclamar en términos de pensar la sed de lo sagrado que habita en todo ser.

* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.

miércoles, 21 de julio de 2010

Juventud en Latinoamérica: de “promesa de futuro” a “sospechosa”

Marcelo Colussi* - http://www.surysur.net/?q=node/14202


En el que ahora parece muy lejano año 1972 –lejano no tanto por la distancia cronológica sino por otro tipo de lejanía– decía el en ese entonces presidente de Chile socialista, Salvador Allende, que “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”.


Hoy, casi cuatro décadas después y habiendo corrido mucha –¿quizá demasiada?– agua bajo el puente, esa afirmación parece fuera de contexto. ¿Se equivocaba Allende en aquel momento? ¿Cambiaron mucho las cosas en general? ¿Cambió la juventud en particular? Y si cambió, ¿por qué se dio ese fenómeno?


Por lo pronto, hablar de “la” juventud es un imposible. De hecho, “juventud” es una construcción socio-cultural, por tanto sujeta a los vaivenes de los juegos de fuerza de la historia, de los entrecruzamientos de poderes, cambiante, dinámica. Como mínimo, habría que hablar de distintos modelos de juventud, situándolos explícitamente: ¿juventud urbana, rural, de clase alta, pobre, marginalizada, varones, mujeres, estudiante, trabajadora, desocupada? ¿Juventud que emigra a los Estados Unidos? ¿Juventud rural emigrada a la ciudad viviendo en zonas precarias y marginales? ¿Juventud que practica golf y piensa en su doctorado en Harvard? El rompecabezas en cuestión es complejo. ¿De qué “juventud” hablamos? Para muchos –en las áreas rurales fundamentalmente– a los 30 años ya se es un adulto consumado, con hijos, quizá con nietos, mientras que en ciertas capas urbanas –minoritarias por cierto– a esa edad, siguiendo patrones del Norte del mundo, aún se vive lo que podríamos llamar “adolescencia tardía”, sin trabajar, disfrutando aún la condición de estudiante y el dulce pasar que trae la falta de carga familiar. En toda Latinoamérica este rompecabezas adquiere mayor complejidad aún si consideramos el tema étnico: ¿juventud indígena?, ¿juventud no-indígena? Más allá de la edad, no hay muchos elementos en común entre tantas y tan diversas realidades.

Las sociedades latinoamericanas en general tienen un perfil especialmente joven. O “joven”, al menos, para los parámetros que imponen las visiones dominantes, que no son las nacidas en estas latitudes precisamente. Es algo así como la noción de belleza: se es “bello” o “bella” siguiendo esquemas eurocéntricos; el hueso que atraviesa la nariz, el poncho o los ojos color castaño no gozan de la mejor reputación en este ámbito, y la belleza va de la mano del modelo de “conquistador blanco”. Dicho de otro modo: el esclavo piensa y reproduce la cabeza del amo. ¿Por qué es atractivo para los “morenitos” del Sur teñirse el cabello de rubio? La ideología dominante es la ideología de la clase dominante, sin dudas.

A partir de esa cosmovisión hegemónica que concibe expectativas de vida superiores a, por lo menos, 60 años, puede decirse que las categorías niñez, adolescencia y juventud comprenden, sumadas, más de la mitad de la población total de la región latinoamericana. Es decir: son colectivos jóvenes, con tasas de natalidad muy altas. A diferencia, por ejemplo, de Europa –donde la población envejece sin recambio generacional– en América Latina, con índices de crecimiento demográfico elevados, la población total se viene duplicando a gran velocidad en estas últimas décadas, lo que hace que el grupo etáreo menor de 30 años crezca muy rápidamente. Y justamente ahí, en ese gran segmento, se encuentran problemas crónicos que no están recibiendo las respuestas adecuadas.

Las poblaciones jóvenes de las mega-ciudades que cada vez se expanden más en la región (donde se encuentran algunas de las urbes más grandes del mundo, con alrededor de 20 millones de habitantes, y que siguen recibiendo sin parar inmigrantes internos que huyen de la pobreza crónica del campo), por una compleja sumatoria de factores, en vez de verse como el “futuro” del país, en muy buena medida esos grupos poblaciones constituyen un “problema”. Problema, claro está, para el discurso dominante. ¿Por qué problema? Porque los modelos de desarrollo económico-social vigentes no pueden dar salida a ese enorme colectivo, y lo que debería ser una promesa hacia el porvenir, una “semilla de esperanza” –para decirlo en clave de político en campaña proselitista– en muy buena medida es una carga, un trastorno para la lógica del poder que no encuentra salida digna para tanta gente.

Por lo pronto vemos que no hay “una” juventud, sino situaciones diversas, con proyectos disímiles, antagónicos en muchos casos. Pero hay un común denominador: en ningún caso está presente esta figura que evocaba Salvador Allende. La vocación revolucionaria de la juventud parece haberse extinguido; o, al menos, está muy adormecida. ¿Qué pasó? ¿Tanto se equivocaba el presidente chileno, o tanto han cambiado las circunstancias?

Según puede leerse en un análisis de situación sobre la realidad de los países centroamericanos –extensible a otros de Sudamérica también– formulado por una de las tantas agencias de cooperación (¿son realmente “cooperación”?, ¿con quién cooperan si no es con las mismas metrópolis?) que trabajan la problemática juvenil (en este caso, la estadounidense USAID), “la falta de oportunidades de educación, capacitación y empleo limita severamente las opciones de los jóvenes y la mayoría se ven obligados a ser trabajadores no calificados antes de los 15 años. Esto es particularmente grave entre los jóvenes del área rural. Desesperados, muchos de ellos emigran a las ciudades y otros países en busca de trabajo y un número cada vez mayor cae en el “dinero fácil” provisto por el crimen organizado y las pandillas juveniles”.

Es evidente que para la visión dominante hoy día la juventud, o buena parte de ella al menos, ha pasado a ser un “problema”; de esa cuenta, rápidamente pude “caer en el dinero fácil”, en los circuitos de la criminalidad, en la marginalidad peligrosa. En ese sentido, es siempre un peligro en ciernes. Sin negar que estas conductas delincuenciales en verdad sucedan, desde esa óptica de cooperación a que nos referimos, “juventud” –al menos una parte de la juventud: la juventud pobre, la que marchó a la ciudad y habita los barrios pobres y peligrosos, la que no tiene mayores perspectivas– es intrínsecamente una bomba de tiempo. Por tanto, hay que prevenir que estalle. Y ahí están a la orden del día las sacrosantas campañas de prevención.

¿Prevención de qué? ¿Qué se está previniendo con los tan mentados programas de prevención juvenil? ¿Cuáles son los supuestos implícitos ahí?

Es evidente que cierta juventud (la que no tiene oportunidades, la excluida, la que se encuentra en los grandes asentamientos urbanos pobres –que, dicho sea de paso, alberga a una cuarte parte de la población urbana de Latinoamérica–) constituye un “peligro” para la lógica de las élites dominantes. Hoy el peligro no es, como festejaba casi cuatro décadas atrás Salvador Allende, ser “joven revolucionario”. Pareciera que la sociedad bienpensante ya se sacó de encima eso; el peligro de la revolución social y las expropiaciones salió de agenda (al menos por ahora). En estos momentos la preocupación dominante respecto a los jóvenes –a estos jóvenes de urbanizaciones pobres, claro– es que puedan “ser un marginal”, caer en las pandillas, buscar el “dinero fácil”.

La idea de prevención en ciernes pareciera que apunta a prevenir que los jóvenes delincan, ¡pero no que no sean pobres! Este último punto pareciera no tocarse; lo que al sistema le preocupa es la incomodidad, la “fealdad” que va de la mano de lo marginal: ser un pandillero, ser un asocial, no entrar en los circuitos de la buena integración. Lo que está en la base de este pensamiento es una sumatoria de valores discriminatorios: ser morenito, estar tatuado, utilizar determinada ropa o provenir de ciertas áreas de la ciudad ya tiene un valor de estigma. Como dijo sarcásticamente alguien: “la peligrosidad de los jóvenes está en relación inversamente proporcional a la blancura de su piel”. ¿Por qué tanta policía de “gatillo fácil” ensañada con cierta juventud? ¿Qué es lo que se busca prevenir entonces cuando se hace “prevención” con los jóvenes?

Las causas por las que se dan determinadas conductas –las delincuenciales para el caso– no se tocan allí; la prevención, en esa lógica, es ese mecanismo aséptico que apunta a los síntomas, a lo visible, lo superficial. Se busca cosméticamente que no se vea la punta desagradable del iceberg; pero la masa principal se desconoce. ¡Y ahí está justamente lo más importante! ¿Por qué ahora hay un imaginario que liga en muy buena medida juventud con peligro?


Porque ese sector, ese enorme colectivo, el que años atrás se movilizaba y, rebelde, emprendía la crítica al sistema –tomando las armas en más de un caso, con una mística de abnegación que hoy parece haberse esfumado– hoy día está pasando cada vez más a ser un problema para el equilibrio sistémico en tanto el capitalismo se empantana cada vez más no pudiendo asimilar cantidades crecientes de población que buscan incorporarse al mercado laboral y a los beneficios de la modernidad. Ante ello, ante esa cerrazón estructural del sistema capitalista, la masa crítica de jóvenes en vez de verse como “promesa de futuro” termina siendo una carga. Al no saber qué hacer con ella, y siempre desde autoritarios criterios adultocéntricos, termina identificándola en gran medida con la violencia, con el consumo de droga, con el alcoholismo y la haraganería; en definitiva, con todo lo que pueda ser negativo, reprochable. Si años atrás la policía podía detener a un joven por “sospechoso de guerrillero subversivo”, hoy día puede hacerlo por sospechoso de ¿“violento”?, de ¿“pobre”?, simplemente de ¿“joven”?


Ahora bien: el sistema también genera antídotos, prótesis que le permiten seguir funcionando. Si bien es cierto que la juventud dejó de ser ese fermento “biológicamente revolucionario” (y molesto para la dinámica dominante) de años atrás, y en buena medida hoy es sinónimo de “sospechosa”, paralelamente aparece otro modelo, nuevo sin dudas: el joven “comprometido”. Pero no con un compromiso como puede haber sido el de aquel modelo de juventud politizada de algunas décadas atrás, sino un compromiso mucho más “light”, para decirlo con términos que ya nos marcan el ámbito cultural dominante: globalización neoliberal triunfante, individualismo, ética del sálvese quien pueda, fin de las ideologías, pragmatismo y lengua inglesa como insignia del triunfo en juego: el “number one” como aspiración, para no ser un looser.


Cultura “light”, actitud “light”… ideología “light” por lo tanto. Eso pareciera que es lo que está en juego, y buena parte de la juventud, la que no es sospechosa de peligrosidad, la que no remeda la pandilla, ahora presenta este perfil. Hablamos de una juventud comprometida, pero no como lo era en otro momento histórico, lo cual la llevó en muchos países latinoamericanos a tomar actitudes radicales –que, no olvidar, se pagó con la propia vida–. Pareciera que esta juventud actual que se “compromete” con su entorno no pasa de participar en actividades de voluntariado social, ayudando a sus congéneres en servicios que, si bien no son llamadas “caritativos”, no están muy lejos de ello. ¿Qué son, si no, todos estos voluntariados que surgen cada vez más con más fuerza? El compromiso llega hasta ir a atender niños pobres en un orfelinato un fin de semana, o viejitos en un geriátrico. Loable, claro… pero ¿qué significa eso? ¿No es eso lo que siempre han hecho los Boys Scouts o las Damas de Caridad? ¿Eso es el “compromiso” social?


Aunque dicho demasiado esquemáticamente quizá, hoy pareciera que la juventud en América Latina básicamente discurre entre estos modelos: o se es sospechoso (por ser pobre, por estar excluido, por portar los emblemas de la disfuncionalidad –tatuajes, cierta ropa, provenir de una barriada pobre y marginal, el color de la piel, etc.–) o se es un joven “comprometido” desde estos nuevos esquemas de participación: compromiso light, despolitizado, en sintonía con la idea de responsabilidad social empresarial. Aunque, claro está, la realidad es infinitamente más compleja que eso: la juventud, retomando lo dicho por Allende, no puede dejar de ser rebelde. Y eso, guste o no guste, es un eterno fermento de cambio, aunque se la disfrace de lo que se quiera.


* Escritor y politólogo de origen argentino