viernes, 23 de julio de 2010

Mandela y la falsificación de la historia

Ángel Guerra Cabrera - http://www.surysur.net/?q=node/14205


La hipocresía de Estados Unidos y sus aliados se ha podido corroborar en toda su magnitud al proclamar la Asamblea General de la ONU el 18 de julio como Día Internacional de Nelson Mandela, fecha del natalicio del legendario dirigente sudafricano.

Lo ejemplificaba espléndidamente el insustituible corresponsal de La Jornada en Estados Unidos, David Brooks, al contrastar los encendidos elogios de ocasión a Mandela de la secretaria de Estado Hillary Clinton con el testimonio de un veterano de la lucha contra el apartheid en ese país, quien recordaba que el prestigioso líder y su organización, el Congreso Nacional Africano (CNA), fueron mantenidos en la lista oficial de terroristas por el gobierno estadunidense nada menos que durante toda la presidencia de Bill Clinton, años después de que Mandela fuera electo presidente de Sudáfrica (1994). Pretenden que olvidemos el apoyo económico, político y militar a los racistas blancos de Washington y sus aliados de la OTAN y, por supuesto, de Israel, que dotó a Pretoria del arma nuclear por encargo de la Casa Blanca.

Mandela, por cierto, no fue el pacifista descafeinado inventado por la mafia mediática sino, desde su juventud, un recio combatiente por la liberación de su pueblo que cuando vio ahogados en sangre por el régimen de minoría blanca sus intentos de luchar por medios pacíficos no vaciló en encabezar y organizar la Umkhonto we Size (La lanza de la Nación, en lengua xosa), brazo militar del CNA que realizó riesgosas y audaces acciones armadas hasta que el apartheid entró en fase agónica. Tampoco su excarcelación obedeció a ningún milagro ni el fin del odioso régimen se consiguió simplemente mediante un diálogo y unas elecciones, como afirma hoy la fábula mediática.
El diálogo y las elecciones fueron la conclusión de un prolongado ciclo de lucha del pueblo negro y de algunos blancos revolucionarios o progresistas de Sudáfrica –entre ellos líderes veteranos del CNA como Joe Slovo, presidente del Partido Comunista de Sudáfrica– cuya última etapa va de los años 20 a los 90 del siglo XX, reprimida sin piedad por los racistas blancos. La lucha contra el apartheid experimentó un gran impulso y levantó una enorme solidaridad internacional a tenor de la descolonización de África y, por último, de la liberación de las colonias portuguesas y el ascenso de la SWAPO (por su sigla en inglés), movimiento de liberación de la entonces colonia sudafricana de Namibia


En este panorama se inserta otro dato fundamental que omite o falsea la historia oficial: las acciones internacionalistas de la revolución cubana en África. Éstas se extienden de tal manera en tiempo y espacio que sólo refiero sintéticamente lo relacionado con este artículo. A solicitud del gobierno de Agostinho Neto, del Movimiento Popular para la Liberación de Angola, La Habana envió en 1975 un contingente de tropas que destrozó el plan de Estados Unidos, la Sudáfrica racista y el Zaire de Mobutu para tronchar la flamante independencia y saquear en grande a ese país.

Una vez derrotada la invasión de Sudáfrica, de los mercenarios europeos y las facciones angolanas a su servicio, quedaron en Angola suficientes fuerzas cubanas para preservar su soberanía. Sin embargo, en 1988, después de constante incursiones sudafricanas a territorio angolano y una grave amenaza militar de los racistas, nuevamente a pedido de Luanda cruzó el Atlántico una fuerte agrupación de fuerzas cubanas, con aviación de combate, tanques y artillería pesada, que en la batalla de Cuito Cuanavale, librada muy al sur del territorio angolano, infligieron una derrota aplastante a los racistas, los forzaron a retirarse a sus bases y avanzaron hacia Namibia. Como escribió el subsecretario de Estado Chester Crocker a su jefe George Shultz: …"el avance cubano en el suroeste de Angola ha creado una dinámica militar impredecible".


Lo impredecible era que la acción de las fuerzas cubanas en cooperación con las angolanas y namibias había obligado a Estados Unidos y a los racistas sudafricanos a sentarse en la mesa de negociaciones y a aceptar la independencia de Namibia. El fin del apartheid se habría prolongado quien sabe hasta cuándo sin la derrota del ejército de Pretoria en Cuito Cuanavale y la amenaza de insurrección del pueblo negro de Sudáfrica inspirado por ésta. Nelson Mandela lo dijo así: Cuito Canavale marca el viraje en la lucha para librar al continente y a nuestro país del flagelo del apartheid. 

jueves, 22 de julio de 2010

Teología y biopolítica

Horacio González * - http://www.surysur.net/?q=node/14197

Las corrientes profundas de una sociedad no tienen por qué ser mayoritarias, se proponen ser intensas y visibles. Estos dos conceptos, visibilidad e intensidad, han cobrado vuelo en el lenguaje político contemporáneo. Hay una moral de las minorías activas que actúan con concentrado despliegue de identidades.


Esto puede dar lugar a expresiones urbanas características: se llaman marchas de orgullo. Hace tiempo que han abandonado los ocultos bastidores. Puede decirse que ha culminado la sigilosa gesta que está en el centro de monumentos literarios como En busca del tiempo perdido, de Proust. Allí se consideraba la homosexualidad como una secta secreta, un arte del lenguaje que recorría calladamente la historia misma de la humanidad. En los grandes conglomerados humanos postindustriales, la visibilidad y el cambio de nombre de la “secta secreta” propone nuevos temas existenciales, estéticos y jurídicos. Otro nombre propio, movimiento gay, surgido hace varias décadas en California, permite ahora sacarlo de los contextos prejuiciosos que tenían las otras denominaciones, aunque con el tiempo se encontrarán palabras sin duda más apropiadas que este fantasioso vocablo.

Al hacerse visible la cuestión de las libertades en cuanto a la preferencia sexual, inevitablemente se desplazaría la cuestión a un deseo de ampliación en el régimen jurídico del matrimonio. Todo movimiento social, moral o intelectual largamente forjado en las trastiendas de la sociedad procura garantías últimas en el ordenamiento legal. Se torna lenguaje público a costa de no evitar, en el caso del matrimonio de personas de sexo semejante y en el de la homopaternidad, cierta paradoja muchas veces señalada. Es que la institución matrimonial, cuyas mutaciones notorias durante el siglo XX la convirtieron en una forma plástica que mal ocultaba sus propias miserias, se reforzaría ahora en su estructura tradicional, aunque por la vía de la admisión plena de nuevos componentes ajenos a su figura clásica. La característica paradojal de los nuevos movimientos de renovación de la sensibilidad amorosa occidental es la de transitar por capítulos que refuerzan formas en muchos casos ligadas al orden tradicional.

Sin embargo, suponen una dirección de la historia pública hacia una creciente secularización, esto es, un crecimiento de la autonomía y autocreación de la existencia. Esta inclinación fue resistida por la Iglesia desde tiempos muy remotos, pero siempre en medio de diversas dificultades. Siempre habrá una última secularización que los mandos de la Iglesia resistirán. Pero en el seno de la milenaria congregación siguen actuando conciencias religiosas contrapuestas, una de las cuales desea recrear la experiencia sagrada originaria, en medio de un dramático autoexamen que consiste en asociar dolor a pensamiento; y otra percibe el oficio sacerdotal como un control de las pulsiones, con la oscura satisfacción de ejercerlas en privado. Vista conceptualmente, la pedofilia es el motor activo de una dialéctica entre un mundo anímico convulsionado y la fundación de las instituciones disciplinarias de la fe, 
que garantizan un dolorido goce institucional, patética y oscuramente atractivo. El misticismo cristiano surge en verdad de ambas corrientes, aunque parezca más sincera la que emana de la conciencia amorosa metaforizada, es decir, la que habla estrictamente con el lenguaje de la sacralidad del sacrificio místico real para decir lo insondable del amor.

La conmovedora fábula de Dostoievski en Los hermanos Karamazov sobre el Gran Inquisidor revela bien la naturaleza del corazón partido de la Iglesia, entre sus arcaicos postulados experienciales y su burocrático ordenamiento institucional. El primero sigue conservando valor profético y este último depende de una ética paternalista, de una caridad que no siempre oculta su carácter inquisitorial sobre los pobres. El poder inquisitorial no necesariamente se resuelve con prácticas coercitivas, pues su dominación se basa en la administración de un sentimiento que en última instancia es recóndito y de naturaleza metafísica: lo sagrado como enigma. La infinita soledad que subyace en esta apertura del ser es contenida por instituciones que manejan símbolos interesantes pero congelados, y se presentan como una solución absolutoria y reconfortante para suturar la grieta inconsolada de las conciencias.

El papa Ratzinger es un intelectual conservador –a nuestro juicio menos que Bergoglio, y más ilustrado que éste– que se expresa en el lenguaje básico del racionalismo tradicionalista. En un antiguo diálogo con Jürgen Habermas, Ratzinger casi explica más convincentemente que el filósofo alemán el papel de “la luz de la razón”, a la que le ve significado divino, aunque se muestra comprensivo hacia la secularización occidental. En sus encíclicas, sobre todo en Spe salvi –“salvados en la esperanza”–, con citas a la “dialéctica negativa” de Adorno y al propio Dostoievski, y no sin un toque kierkegaardiano, Ratzinger critica implícitamente al Gran Inquisidor y habla el lenguaje de las “estructuras”, aunque para señalar que a éstas les falta una “plusvalía”, que sólo puede proporcionar la oración, en su trascendente complejidad.


Cierto que estas palabras (y las Encíclicas seguramente surgen de una compleja redacción colectiva, y en ésta han metido mano, quizá, clérigos con estudios actualizados de filosofía) no superaron luego la prueba que ofrece el accionar efectivo de la Iglesia en el mundo. Teología en sí misma conservadora, cuando se convierte en pronunciamientos sociales efectivos, puede revestirse con las peores leyendas de dominio y arbitrariedad persecutoria de las que no se han privado históricamente las jerarquías religiosas.

Así, consiguen ponerse a la par de las realidades eclesiásticas más biliosas y crasas del mundo, como lo hacen en la Argentina, que sin embargo contó con los ministerios estimables de un obispo como Angelelli y de sacerdotes como Carlos Mugica y Jorge Galli, cuyos recordados ejemplos se prologan en muchos curas que comienzan a hablar ahora un lenguaje libertario dentro de los legados de la fe. En cambio, el lenguaje de las tinieblas que emplea Bergoglio, jefe político flamígero y mohoso, gesticulante desencajado, progresivamente fue agregando un modo demonológico a su probada oratoria, que antes supo ser demagógicamente melosa y exhibe ya la forma más disminuida de las prácticas pastorales en el país. Se percibe hasta qué punto llega al corazón más oscuro de una biopolítica, aunque parezca que trata cuestiones teológicas.

Esgrimimos este conocido concepto de la filosofía política francesa de la última mitad del siglo XX –biopolítica–, para significar que se despliegan en el mundo vastos procesos de control de la vida, a través de tecnologías médicas masivas, cartillas de organización de los intercambios vitales y mecanismos de vigilancia poblacionales. Es que las luchas sociales y políticas argentinas son cada vez más “biopolíticas”, entendiendo este concepto como una crítica a los lenguajes políticos dominantes, que no perciben el modo en que las luchas anteriores y las del inmediato presente se están diferenciando. En efecto, las encrucijadas políticas ya vividas, en torno de las retenciones agropecuarias o la ley de medios, se caracterizan por ser conflictos clásicos, entre una visión de la competencia del Estado para promover intereses colectivos y la percepción privada de rentas financieras extraordinarias o rentas simbólico-mediáticas monopolizadas sobre el fondo del lenguaje social común.

En cambio, el matrimonio entre personas de igual sexo y, aunque parezca caprichoso, el conflicto en torno de la explotación minera a cielo abierto son diferendos nuevos que hacen a la cuestión biopolítica, ya que este término fue empleado. Los reclamos en cuanto a una minería responsable apuntan estrictamente a la cuestión de la organización de la vida, con sus componentes productivos y de preservación de las fuentes naturales del hogar humano. La movilización por el matrimonio con un nuevo cuño subjetivo y parental, como en el caso anterior, invita a nuevas hipótesis de relación entre los legados naturales biologizados y las formas contractuales históricas que cíclicamente se ponen en debate. En ambos casos, en el debate sobre la estructura matrimonial o la estructura de la relación económica con las fuentes naturales cuya existencia y sentido están a la escala de la humanidad en su conjunto, se desea –aunque son minorías activas los que reclamen– que la vida se exprese con nuevos puntos de equilibrio entre la naturaleza y la historia, la economía empresarial en gran escala y la economía justa, la forma familiar cerrada y las redes familiares abiertas, la razón biológica y la razón cultural, los derechos particulares y los derechos culturales, el pensamiento científico y el pensamiento mito-poético.

El país se encuentra en estos grandes debates cuya resolución adecuada hará crecer la nueva imaginación democrática. También sobre “los pobres”, o “los esclavos modernos”, se cierne el debate de conceptos emancipadores o biopolíticos. La misa de Bergoglio en la Estación Constitución –nada menos– llama la atención sobre realidades sociales inadmisibles, pero las expone con la marca de la demonología. Pensar demonológicamente es pensar sin subjetividad operante, reemplazando la alegría de la reflexión por el escándalo oportunista. Pensar demonológicamente es pensar sin lograr aprehender el objeto interno de las pasiones, sin diferenciar crítica de venganza, sin diferenciar protección social de libertad, sin ver lo que le debe la teología a la historia y lo que ésta puede reclamar en términos de pensar la sed de lo sagrado que habita en todo ser.

* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.

miércoles, 21 de julio de 2010

Juventud en Latinoamérica: de “promesa de futuro” a “sospechosa”

Marcelo Colussi* - http://www.surysur.net/?q=node/14202


En el que ahora parece muy lejano año 1972 –lejano no tanto por la distancia cronológica sino por otro tipo de lejanía– decía el en ese entonces presidente de Chile socialista, Salvador Allende, que “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”.


Hoy, casi cuatro décadas después y habiendo corrido mucha –¿quizá demasiada?– agua bajo el puente, esa afirmación parece fuera de contexto. ¿Se equivocaba Allende en aquel momento? ¿Cambiaron mucho las cosas en general? ¿Cambió la juventud en particular? Y si cambió, ¿por qué se dio ese fenómeno?


Por lo pronto, hablar de “la” juventud es un imposible. De hecho, “juventud” es una construcción socio-cultural, por tanto sujeta a los vaivenes de los juegos de fuerza de la historia, de los entrecruzamientos de poderes, cambiante, dinámica. Como mínimo, habría que hablar de distintos modelos de juventud, situándolos explícitamente: ¿juventud urbana, rural, de clase alta, pobre, marginalizada, varones, mujeres, estudiante, trabajadora, desocupada? ¿Juventud que emigra a los Estados Unidos? ¿Juventud rural emigrada a la ciudad viviendo en zonas precarias y marginales? ¿Juventud que practica golf y piensa en su doctorado en Harvard? El rompecabezas en cuestión es complejo. ¿De qué “juventud” hablamos? Para muchos –en las áreas rurales fundamentalmente– a los 30 años ya se es un adulto consumado, con hijos, quizá con nietos, mientras que en ciertas capas urbanas –minoritarias por cierto– a esa edad, siguiendo patrones del Norte del mundo, aún se vive lo que podríamos llamar “adolescencia tardía”, sin trabajar, disfrutando aún la condición de estudiante y el dulce pasar que trae la falta de carga familiar. En toda Latinoamérica este rompecabezas adquiere mayor complejidad aún si consideramos el tema étnico: ¿juventud indígena?, ¿juventud no-indígena? Más allá de la edad, no hay muchos elementos en común entre tantas y tan diversas realidades.

Las sociedades latinoamericanas en general tienen un perfil especialmente joven. O “joven”, al menos, para los parámetros que imponen las visiones dominantes, que no son las nacidas en estas latitudes precisamente. Es algo así como la noción de belleza: se es “bello” o “bella” siguiendo esquemas eurocéntricos; el hueso que atraviesa la nariz, el poncho o los ojos color castaño no gozan de la mejor reputación en este ámbito, y la belleza va de la mano del modelo de “conquistador blanco”. Dicho de otro modo: el esclavo piensa y reproduce la cabeza del amo. ¿Por qué es atractivo para los “morenitos” del Sur teñirse el cabello de rubio? La ideología dominante es la ideología de la clase dominante, sin dudas.

A partir de esa cosmovisión hegemónica que concibe expectativas de vida superiores a, por lo menos, 60 años, puede decirse que las categorías niñez, adolescencia y juventud comprenden, sumadas, más de la mitad de la población total de la región latinoamericana. Es decir: son colectivos jóvenes, con tasas de natalidad muy altas. A diferencia, por ejemplo, de Europa –donde la población envejece sin recambio generacional– en América Latina, con índices de crecimiento demográfico elevados, la población total se viene duplicando a gran velocidad en estas últimas décadas, lo que hace que el grupo etáreo menor de 30 años crezca muy rápidamente. Y justamente ahí, en ese gran segmento, se encuentran problemas crónicos que no están recibiendo las respuestas adecuadas.

Las poblaciones jóvenes de las mega-ciudades que cada vez se expanden más en la región (donde se encuentran algunas de las urbes más grandes del mundo, con alrededor de 20 millones de habitantes, y que siguen recibiendo sin parar inmigrantes internos que huyen de la pobreza crónica del campo), por una compleja sumatoria de factores, en vez de verse como el “futuro” del país, en muy buena medida esos grupos poblaciones constituyen un “problema”. Problema, claro está, para el discurso dominante. ¿Por qué problema? Porque los modelos de desarrollo económico-social vigentes no pueden dar salida a ese enorme colectivo, y lo que debería ser una promesa hacia el porvenir, una “semilla de esperanza” –para decirlo en clave de político en campaña proselitista– en muy buena medida es una carga, un trastorno para la lógica del poder que no encuentra salida digna para tanta gente.

Por lo pronto vemos que no hay “una” juventud, sino situaciones diversas, con proyectos disímiles, antagónicos en muchos casos. Pero hay un común denominador: en ningún caso está presente esta figura que evocaba Salvador Allende. La vocación revolucionaria de la juventud parece haberse extinguido; o, al menos, está muy adormecida. ¿Qué pasó? ¿Tanto se equivocaba el presidente chileno, o tanto han cambiado las circunstancias?

Según puede leerse en un análisis de situación sobre la realidad de los países centroamericanos –extensible a otros de Sudamérica también– formulado por una de las tantas agencias de cooperación (¿son realmente “cooperación”?, ¿con quién cooperan si no es con las mismas metrópolis?) que trabajan la problemática juvenil (en este caso, la estadounidense USAID), “la falta de oportunidades de educación, capacitación y empleo limita severamente las opciones de los jóvenes y la mayoría se ven obligados a ser trabajadores no calificados antes de los 15 años. Esto es particularmente grave entre los jóvenes del área rural. Desesperados, muchos de ellos emigran a las ciudades y otros países en busca de trabajo y un número cada vez mayor cae en el “dinero fácil” provisto por el crimen organizado y las pandillas juveniles”.

Es evidente que para la visión dominante hoy día la juventud, o buena parte de ella al menos, ha pasado a ser un “problema”; de esa cuenta, rápidamente pude “caer en el dinero fácil”, en los circuitos de la criminalidad, en la marginalidad peligrosa. En ese sentido, es siempre un peligro en ciernes. Sin negar que estas conductas delincuenciales en verdad sucedan, desde esa óptica de cooperación a que nos referimos, “juventud” –al menos una parte de la juventud: la juventud pobre, la que marchó a la ciudad y habita los barrios pobres y peligrosos, la que no tiene mayores perspectivas– es intrínsecamente una bomba de tiempo. Por tanto, hay que prevenir que estalle. Y ahí están a la orden del día las sacrosantas campañas de prevención.

¿Prevención de qué? ¿Qué se está previniendo con los tan mentados programas de prevención juvenil? ¿Cuáles son los supuestos implícitos ahí?

Es evidente que cierta juventud (la que no tiene oportunidades, la excluida, la que se encuentra en los grandes asentamientos urbanos pobres –que, dicho sea de paso, alberga a una cuarte parte de la población urbana de Latinoamérica–) constituye un “peligro” para la lógica de las élites dominantes. Hoy el peligro no es, como festejaba casi cuatro décadas atrás Salvador Allende, ser “joven revolucionario”. Pareciera que la sociedad bienpensante ya se sacó de encima eso; el peligro de la revolución social y las expropiaciones salió de agenda (al menos por ahora). En estos momentos la preocupación dominante respecto a los jóvenes –a estos jóvenes de urbanizaciones pobres, claro– es que puedan “ser un marginal”, caer en las pandillas, buscar el “dinero fácil”.

La idea de prevención en ciernes pareciera que apunta a prevenir que los jóvenes delincan, ¡pero no que no sean pobres! Este último punto pareciera no tocarse; lo que al sistema le preocupa es la incomodidad, la “fealdad” que va de la mano de lo marginal: ser un pandillero, ser un asocial, no entrar en los circuitos de la buena integración. Lo que está en la base de este pensamiento es una sumatoria de valores discriminatorios: ser morenito, estar tatuado, utilizar determinada ropa o provenir de ciertas áreas de la ciudad ya tiene un valor de estigma. Como dijo sarcásticamente alguien: “la peligrosidad de los jóvenes está en relación inversamente proporcional a la blancura de su piel”. ¿Por qué tanta policía de “gatillo fácil” ensañada con cierta juventud? ¿Qué es lo que se busca prevenir entonces cuando se hace “prevención” con los jóvenes?

Las causas por las que se dan determinadas conductas –las delincuenciales para el caso– no se tocan allí; la prevención, en esa lógica, es ese mecanismo aséptico que apunta a los síntomas, a lo visible, lo superficial. Se busca cosméticamente que no se vea la punta desagradable del iceberg; pero la masa principal se desconoce. ¡Y ahí está justamente lo más importante! ¿Por qué ahora hay un imaginario que liga en muy buena medida juventud con peligro?


Porque ese sector, ese enorme colectivo, el que años atrás se movilizaba y, rebelde, emprendía la crítica al sistema –tomando las armas en más de un caso, con una mística de abnegación que hoy parece haberse esfumado– hoy día está pasando cada vez más a ser un problema para el equilibrio sistémico en tanto el capitalismo se empantana cada vez más no pudiendo asimilar cantidades crecientes de población que buscan incorporarse al mercado laboral y a los beneficios de la modernidad. Ante ello, ante esa cerrazón estructural del sistema capitalista, la masa crítica de jóvenes en vez de verse como “promesa de futuro” termina siendo una carga. Al no saber qué hacer con ella, y siempre desde autoritarios criterios adultocéntricos, termina identificándola en gran medida con la violencia, con el consumo de droga, con el alcoholismo y la haraganería; en definitiva, con todo lo que pueda ser negativo, reprochable. Si años atrás la policía podía detener a un joven por “sospechoso de guerrillero subversivo”, hoy día puede hacerlo por sospechoso de ¿“violento”?, de ¿“pobre”?, simplemente de ¿“joven”?


Ahora bien: el sistema también genera antídotos, prótesis que le permiten seguir funcionando. Si bien es cierto que la juventud dejó de ser ese fermento “biológicamente revolucionario” (y molesto para la dinámica dominante) de años atrás, y en buena medida hoy es sinónimo de “sospechosa”, paralelamente aparece otro modelo, nuevo sin dudas: el joven “comprometido”. Pero no con un compromiso como puede haber sido el de aquel modelo de juventud politizada de algunas décadas atrás, sino un compromiso mucho más “light”, para decirlo con términos que ya nos marcan el ámbito cultural dominante: globalización neoliberal triunfante, individualismo, ética del sálvese quien pueda, fin de las ideologías, pragmatismo y lengua inglesa como insignia del triunfo en juego: el “number one” como aspiración, para no ser un looser.


Cultura “light”, actitud “light”… ideología “light” por lo tanto. Eso pareciera que es lo que está en juego, y buena parte de la juventud, la que no es sospechosa de peligrosidad, la que no remeda la pandilla, ahora presenta este perfil. Hablamos de una juventud comprometida, pero no como lo era en otro momento histórico, lo cual la llevó en muchos países latinoamericanos a tomar actitudes radicales –que, no olvidar, se pagó con la propia vida–. Pareciera que esta juventud actual que se “compromete” con su entorno no pasa de participar en actividades de voluntariado social, ayudando a sus congéneres en servicios que, si bien no son llamadas “caritativos”, no están muy lejos de ello. ¿Qué son, si no, todos estos voluntariados que surgen cada vez más con más fuerza? El compromiso llega hasta ir a atender niños pobres en un orfelinato un fin de semana, o viejitos en un geriátrico. Loable, claro… pero ¿qué significa eso? ¿No es eso lo que siempre han hecho los Boys Scouts o las Damas de Caridad? ¿Eso es el “compromiso” social?


Aunque dicho demasiado esquemáticamente quizá, hoy pareciera que la juventud en América Latina básicamente discurre entre estos modelos: o se es sospechoso (por ser pobre, por estar excluido, por portar los emblemas de la disfuncionalidad –tatuajes, cierta ropa, provenir de una barriada pobre y marginal, el color de la piel, etc.–) o se es un joven “comprometido” desde estos nuevos esquemas de participación: compromiso light, despolitizado, en sintonía con la idea de responsabilidad social empresarial. Aunque, claro está, la realidad es infinitamente más compleja que eso: la juventud, retomando lo dicho por Allende, no puede dejar de ser rebelde. Y eso, guste o no guste, es un eterno fermento de cambio, aunque se la disfrace de lo que se quiera.


* Escritor y politólogo de origen argentino

martes, 20 de julio de 2010

La literatura homoerótica en Latinoamérca

Nieves y Miro Fuenzalida.* - http://www.surysur.net/?q=node/14191

Los tiempos cambian y con lentitud las layes que reglan las relaciones sociales se adaptan a esos cambios; las transiciones no son fáciles: ninguna lo es por más inevitablemente que se produzca. La polémica (y los exabruptos) a raíz de la reciente legislación argentina —que autoriza el matrimonio entre dos personas cualquiera sea su sexo— es buena prueba de ello. El texto que sigue es un pequeño muestrario de los exilios a que condena la divergencia en materia de sexualidad.


El exilio es amargo cuando es la única salida que le queda a un grupo subalterno perseguido por las estructuras de represión. Pero lo es mucho más cuando se aplica a la homosexualidad. Cuando hablamos de exiliados siempre hablamos del exiliado político y dentro de ellos el homosexual queda excluido.

Se nos hace difícil verlos como sujetos subalternos, no importa cuan obvio sea el que su mera existencia los condene en los países latinoamericanos a vivir en un mundo subterráneo y clandestino, con su cultura censurada, silenciada, invisible y secreta. Su exilio no se caracteriza por la deportación masiva, sino por la fuga individual.

Lesbianas y homosexuales han sido y continúan siendo victimas históricas de persecución al igual que los perseguidos por razones étnicas, religiosas o políticas, solo que a diferencia de estos últimos, siempre perseguidos como individuos solitarios que cuando la ley los atrapa los trata con una insidiosa crueldad diferente a la que se aplica a otros sectores de la población.

Durante la época de las dictaduras latinoamericanas los prisioneros políticos identificados como homosexuales eran objeto de una persecución mucho más siniestra, tortuosa y fatal al ser identificados no solo como enemigos políticos, sino también como síntomas de descomposición moral.


Hoy, cuando la carnicería militar finalmente ha sido contenida por la fuerza popular, la mayoría de los homosexuales todavía llevan una vida de marginalización y exilio interno. La trasgresión de los límites que separan al hombre de la mujer es universalmente considerada repugnante y en defensa de las "buenas costumbres" su visibilidad debe ser rechazada en todos los ámbitos sociales.

La herencia colonial del Código Napoleónico garantiza la privacidad del cuerpo, pero no la manifestación pública de la desviación sexual y su cultura. La opresión y la persecución de una identidad sexual transgresiva obligan al homosexual a una permanente emigración hacia ciudades donde las restricciones sean menos explicitas.

Según David William Foster (The Homoerotic Diaspora in Latin America) los comienzos de la literatura homo erótica en Latinoamérica, al igual que la literatura del "boom" de los años del neofascismo militar de los sesentas y ochentas, los encontramos mayormente en el exilio.

El beso de la mujer araña del escritor argentino Manuel Puig fue uno de los primeros escritos del continente que habla desde la perspectiva homo erótica dentro del contexto de la represión militar y su influencia en los escritores posteriores ha sido notable al proporcionar las bases de la crítica de la ideología sexual dominante.

Otros escritores cuyas obras han sido notablemente marcadas por el exilio homo erótico también dan cuenta de la trágica vida a la que están condenados socialmente quienes poseen un "sexo equivocado".


El también escritor argentino Héctor Bianciotti, nacido en 1930, ha vivido y trabajado en Francia desde 1961. En sus memorias —Lo que la noche le cuenta al día— el autor relata su experiencia en el Buenos Aires de los cincuentas después de haber dejado la tranquilidad pastoral de su vida en la pampa y la autoridad inflexible de su padre piamontés, que fueron el contexto de su infancia en que descubre su homosexualidad.

Uno podría creer, dice Foster, que el cuadro que pinta de Buenos Aires es el del derrumbe del proyecto peronista. Su intención, sin embargo, es la de evocar la pesadilla de la imposición draconiana del código heterosexual… la mas ligera desviación de las normas de la moda crea una rápida reacción de rechazo en los peatones… Esta imagen, según Bianciotti, no es solo una metáfora, sino literalmente la historia social de la represión homo fóbica de Argentina. Salirse del código de la moda es signo visible de homosexualidad y sus consecuencias son desastrosas si uno cae en las manos de la guardia de la decencia pública.

Es solo después de 1983 que la disidencia sexual empezó a adquirir alguna libertad de expresión en el país, aunque el despliegue público del llamado escándalo sexual continua sujeto a la persecución social.


El novelista cubano Reinaldo Arenas se suicida en 1990 después de completar el manuscrito de su novela Antes de que anochezca. Diez años antes había salido de Cuba y en sus memorias describe la larga serie de hostigamientos, persecuciones y cárcel que allí sufrió por ser homosexual. Fueron su insaciable panerotismo, su sensualidad corporal ilimitada y los incontables encuentros sexuales que vivió en Cuba brutalmente cercenados por el autoritarismo revolucionario y su compromiso con la opresión de la sexualidad.

Uno podría decir en defensa del régimen que la severidad moral de la revolución tiene que ver con su oposición a prácticas burguesas decadentes que no tienen lugar en la nueva sociedad o que Arenas usa demasiado simplísticamente la dicotomía binaria Eros contra civilización. Lo cierto, sin embargo, es que sus textos no son análisis antropológicos, como dice Foster.

Son la crónica del encuentro con la moralidad revolucionaria, el relato del fin del erotismo hedonístico por las fuerzas de Tanatos que destruyen la dignidad del individuo. Son textos llenos de detalles que proveen una rica descripción histórica de la homofobia encarnada en la fuerza revolucionaria militar y la persecución material de la disidencia sexual.


Estas historias de transgresión sexual seguidas de persecución y exilio las volvemos a encontrar con una insistencia odiosa en las obras de los autores portorriqueños Daniel Torres (Cabronerías o Historias de tres cuerpos…) y Luis Rafael Sánchez que no emigra ni se autoidentifica como homosexual, pero que ha tenido que publicar sus obras fuera de la isla porque contienen una sensibilidad queer que la hipocresía moral del país no permite.

Virgilio Piñera, otro cubano, que muere en 1979, pudiera muy bien elegirse como la figura paradigmática del exilio homosexual latinoamericano. A pesar de que sus historias y antologías fueron publicadas fuera de la isla, exiliado por la derecha y rechazado por la izquierda, el grueso de su obra permanece desconocida, perdida para la cultura cubana, que solo vio en él un ejemplo de la degeneración capitalista.


La obra de Piñera es valiosa, dice Foster, en cualquier intento de recuperación del grotesco impresionista latinoamericano y su subtexto homoerótico puede responder a las cuestiones relacionadas con la construcción de las diferencias y disidencias sexuales que en la década de 1951/60 no tenían ninguna resonancia.

El colombiano Fernando Vallejo (El río del tiempo, Los caminos a Roma, El fuego secreto, Chapolas y El mensajero) desarrolla los temas del exilio interno y actual relacionados con el homoerotismo en el trasfondo de la moral católica represiva característica de Colombia y del resto del continente.

Pedro Lemebel, homosexual y cronista empedernido, retrata la realidad social chilena no con la perspectiva de un mero observador, sino con una experiencia profundamente comprometida, transgresora y desgarrada, llena de sarcasmos e ironías que ponen al descubierto el mundo de las minorías, de los desposeídos, de las mujeres, de las "poblaciones callampas" y de la vida doblemente marginal de la homosexualidad (Incontables, La esquina es mi Corazón, Crónica Urbana, Loco afán, Crónicas de Sidario, De perlas y cicatrices, Tengo miedo torero y Zanjon de la Aguada). Se hace conocer en los ochentas como integrante del colectivo de arte Las Yeguas del Apocalipsis.


Curiosamente la recepción de su obra pone de manifiesto la naturaleza tremendamente contradictoria del país sureño. La sociedad chilena es la sociedad más católicamente conservadora y moralmente represiva del continente. Y, sin embargo, en los centros urbanos siempre es posible encontrar grupos contraculturales que son los que aclamaron y recibieron favorablemente la obra de Lemebel. Su penúltima novela se mantuvo casi 60 semanas entre los libros más vendidos.

Jaime Bayly imagina el exilio en su novela No se lo digas a nadie como una simple extensión de los horrores de la vida social en Lima que es neuróticamente homofóbica. Miami, lugar de exilio del protagonista, no es el lugar en donde se pueda escapar a la hipocresía y encontrar algo positivo acerca de la propia vida. Al final es solo otro escenario para repetir el pasado.

Escribir acerca de la disidencia sexual en América Latina es una de las estrategias significativas que estos autores, entre otros, han venido usando para contrarrestar el impenetrable silencio que siempre rodea a la homosexualidad. Pero las prácticas homofóbicas en el continente en verdad no son diferentes ni peores que en otros lugares del mundo.


Y, al igual que esos otros lugares, también ha producido un exilio homoerótico que, mayormente, cubrimos con las sombras del pasado y del que no queremos hablar mucho.


* Escritores y docentes. Residen en Canadá.

lunes, 19 de julio de 2010

Ser anticlerical en la Argentina

Por: Roberto Di Stefano, Historiador. Autor de Ovejas Negras, historia de los anticlericales argentinos.  - http://sur.elargentino.com/notas/ser-anticlerical-en-la-argentina

Contra lo que ha sostenido la historiografía católica, el anticlericalismo no llegó a estas playas de la mano de extranjeros durante el impío siglo XIX. Algunas de sus manifestaciones pueden detectarse incluso en época colonial, y quienes lo abrazaron fueron por lo general tan criollos como el que más. Los motivos para ser anticlerical eran numerosos. Los había de carácter social –la imagen del cura zángano que vive a costa de sus fieles–, relativos a las relaciones entre los sexos –el cura que no tiene esposa y establece relaciones de sospechosa intimidad con las mujeres ajenas–, de tipo intelectual –el clero enemigo de la libertad de pensamiento– y de índole política –la Iglesia que se entromete en una esfera que no le incumbe–.

El anticlericalismo, además, cumplió funciones importantes para mucha gente: modeló identidades políticas, como las de algunos partidos o movimientos de izquierda; ofreció un espacio de diálogo entre personas provenientes de muy diferentes galaxias ideológicas y de también disímiles extracciones sociales, culturales y nacionales. Su época de auge fueron las décadas a caballo de los siglos XIX y XX, cuando se confundió con una fe inquebrantable en el progreso científico y con la causa de la laicidad. La ciencia conduciría a los hombres a una era áurea en que la luz de la razón iluminaría todos los aspectos de la vida social y pondría fin a las injusticias de este mundo. Para ello era necesario remover los obstáculos que el oscurantismo –la Iglesia, tal vez la religión misma– podía oponer a esa marcha.

De allí que los anticlericales abrazaran la causa de la laicidad, es decir, la sustracción al dominio eclesiástico de ciertas instituciones o funciones que había controlado hasta entonces: la educación, el registro civil, el matrimonio, los cementerios. Aunque no todos los defensores de la laicidad son anticlericales, los anticlericales militan siempre en las filas laicistas. Pero el anticlericalismo no es una mera expresión política, aunque actúe en ese plano en ciertas coyunturas. Sus motivaciones más profundas deben ser buscadas en otra esfera. ¿En cuál? En buena medida, en la de la religión misma. Si hay algo que no puede decirse de los anticlericales es que sean indiferentes en materia religiosa: en muchos casos padecen más bien de una especie de manía por todo lo que la concierne. Los librepensadores argentinos renegaron de toda fe religiosa, pero colocaban a su doctrina como eslabón último de la milenaria historia de las religiones. Sustituyeron el calendario católico con otro que comprendía otras fiestas sagradas, como el 14 de julio –toma de la Bastilla en 1789– y el 20 de septiembre –entrada de las tropas italianas en Roma en 1870–. Tuvieron sus propios santos –Copérnico, Spinoza, Descartes, Voltaire, Rousseau, Rivadavia, Darwin, Comte, Víctor Hugo, Zolá, Sarmiento, Spencer– y sus mártires del librepensamiento –Giordano Bruno, el Chevallier de la Barre, Michel Servet, Francisco Ferrer–. Para sustituir los ritos católicos crearon otros, suertes de sacramentos laicos que fungían como ritos de pasaje: desde contrabautismos hasta matrimonios y funerales civiles.

¿Es el anticlericalismo un resabio del pasado? No, por cierto: el debate público en curso en torno del matrimonio gay dio lugar a nuevas expresiones suyas. Las paredes de las iglesias amanecen a veces con pintadas elocuentes: “la única Iglesia que ilumina es la que arde”, “quiten sus rosarios de nuestros ovarios”, “Iglesia cómplice”. Sin embargo, desde mediados del siglo XX el anticlericalismo político ha perdido poder de movilización, debido a varios factores. Entre ellos se cuentan la renovación conciliar católica, que volvió anacrónicos algunos de sus tópicos, y el debilitamiento de la fe en la ciencia y en la razón. Pero también el lugar privilegiado que la Iglesia ocupa en el imaginario nacional y en su vida institucional, resultado en parte de las sucesivas crisis políticas y económicas que en el último medio siglo han golpeado a nuestra sociedad. Así, hoy los argentinos confían más en la Iglesia que en su clase política, que no raramente apela a la religión para compensar sus carencias de legitimidad: lo hemos visto durante la crisis del 2001, cuando se acudió al episcopado para legitimar el “Diálogo argentino”. Pero no es improbable que el anticlericalismo vuelva a hacer flamear sus banderas si la causa laica reanuda su sagrado combate.

domingo, 18 de julio de 2010

Cómo se financia el partido de la fe católica

Por: Eduardo Blaustein - http://sur.elargentino.com/notas/como-se-financia-el-partido-de-la-fe-catolica

Los diferentes fondos públicos con que cuenta el culto católico para su funcionamiento en el país superan los 2.500 millones de pesos anuales. Tras la sanción de la ley de matrimonio igualitario, durísimo golpe contra la presunta autoridad espiritual de la Iglesia sobre los asuntos terrenales de los argentinos, el tema del dinero invertido por el Estado en el sostenimiento del culto católico y/o en su inmenso sistema de colegios confesionales es una discusión que aguarda algún escenario mediato. Con dos mil años de comunicación y propaganda a cuestas las autoridades eclesiásticas tienen perfecta conciencia del asunto. De hecho se vienen anticipando al debate con cálculos como el que todavía hoy pueden leerse en la web del Plan Compartir de la Conferencia Episcopal Argentina, en la que se asegura que en 2007 el Estado dedicaba “una partida de sólo 17.323.913 pesos” para el sostenimiento de la Iglesia, lo cual apenas “representa el 0,014% del total del Presupuesto Nacional”. Así como los documentos de trabajo eclesiales llegaron a sostener más o menos que los homosexuales son proclives a convertirse en hombres lobo, el número es un recorte falaz. En 2010, el dinero derivado al sostenimiento de la Iglesia se incrementó a 35.868.353 pesos. Pero esa cifra es ínfima si se toman en cuenta el dinero estatal que van a las escuelas confesionales, hasta redondear un monto estimable en bastante más de 2.500 millones de pesos anuales.


Consultado por Miradas al Sur , Guillermo Olivieri, titular de la Secretaría de Culto de la Nación –organismo responsable de pagar el sueldo de los religiosos– informa que la partida que recibe esa cartera del Presupuesto nacional asciende a 32 millones de pesos anuales. Desde el sitio oficial de esta Secretaría, se informa que se asignan “por medio de sus diócesis y otros organismos, en concepto de sostenimiento del culto que incluye la colaboración económica para visitas ad limina , sínodos, conferencias regionales y viajes en cumplimiento de acciones pastorales”. También se destinan a una red de “437 institutos de vida consagrada inscriptos, que actúan a través de 4.500 casas y obras apostólicas existentes en todo el país”.

En el desagregado sobre el destino de esos fondos se hace mención a “Asistencia Financiera/Culto Católico”, dinero que va a 122 arzobispos y obispos, 1.600 seminaristas y 640 sacerdotes. El sueldo de un arzobispo, actualmente es de 8.200 pesos. Sin embargo, Olivieri precisa que “debería ascender a 13.000 pesos”, por ser el equivalente al 70 por ciento de un juez nacional de primera instancia. Sin embargo, los purpurados, amén de sus discursos en torno de la equidad y los pobres, no pagan impuestos, no tienen cargas sociales, no aportan a Ganancias ni a la jubilación.

Jorge Horacio Gentile, un ex diputado demócrata cristiano y docente de las universidades Nacional y Católica de Córdoba, explica que los dineros del Estado van también a parroquias de frontera o zonas desfavorables, a jubilaciones graciables para sacerdotes (las pueden cobrar Antonio Basseotto, Christian Von Vernich o Juan Carlos Maccarone, el obispo echado de Santiago del Estero presuntamente por sostener relaciones non sanctas para la Iglesia), o a pasajes para obispos, sacerdotes y agentes pastorales. En cuanto a los curas de parroquias, el secretario de Culto de la Nación aclara que no cobran, excepto los de frontera.

Lo poderosamente llamativo es que la asignación de estas partidas deviene de tiempos en los que reinaba la paz social, primaban el diálogo y el consenso. Todas y cada una de las normas relacionadas con los sueldos clericales nacieron de “acuerdos con la Santa Sede” y de leyes surgidas en tiempos dictatoriales: de la Revolución Libertadora al Onganiato y, de allí, al Proceso. Sólo durante la última dictadura fue que se sancionó la Ley 21.540 en 1977 –que fija las asignaciones mensuales vitalicias a arzobispos, obispos y auxiliares eméritos–, además de otras… ¡Siete! leyes que ampliaron el número de curas e instituciones confesionales beneficiadas.

Pero más allá del andamiaje legal que supo conseguir, la jerarquía eclesiástica cita como argumento de base para justificar los fondos que eroga el Estado para solventar su funcionamiento en el artículo 2º de la Constitución Nacional: “El Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano”.

Recursos pesados.
Como se dijo más arriba, lo abrumadoramente sustancial de lo que el Estado invierte en el sostenimiento de la Iglesia no pasa por los casi 36 millones derivados por el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto (35 millones de pesos fue la primera partida que destinó el Gobierno Nacional en 2009 para financiar un programa de protección de los bosques nativos en las provincias; igual suma invirtió el gobierno de Santa Fe para repavimentar un tramo de la Ruta 4 y construir un nuevo puente sobre el Salado), sino por los miles de millones que van a escuelas confesionales. Desde que en los ’90 se descentralizaron (mal) los recursos, el Ministerio de Educación de la Nación no destina recursos con eventuales destinos a “privada o pública”. Los fondos van a las provincias y éstas deciden su distribución. Hoy, el presupuesto total del Ministerio de Educación es de $17.514 millones (20 mil millones si se incluyen otros programas de gobierno que involucran a las FF.AA. o la construcción de escuelas). A esto se suma la cifra que este año invertirán las provincias: 64 mil millones, de los cuales cerca del 10 por ciento son transferencias a la educación privada.

Cuánto de ese sector de la educación privada representa a las confesionales es un rompecabezas complejo de armar. Pero hay pistas evidentes que permiten rehacer un mapa cercano al real. De acuerdo al relevamiento oficial de 2008, en todo el país existen 9.114 establecimientos escolares privados de los niveles inicial, primario y secundario. De ese total, 3.638 son confesionales, 3.220 no lo son y queda un número de 2.256 establecimientos “sin información”. Si se aplicara una proyección prudente acerca de cuánto de ese 11 por ciento de los 53 mil millones transferidos a la educación privada va a las confesionales, la cifra superaría largamente los 2.000 millones de pesos anuales destinados a colegios religiosos, fundamentalmente para pagar salarios. A ese número hay que añadir un 15 por ciento de lo que el Estado destina a través del Fondo de Incentivo Docente y Compensación salarial –cuyo total es de 3.000 millones de pesos–, que implican 450 millones más.

Como en tantas áreas, ni desde el Estado ni desde la investigación académica abundan cifras definitivas, ciertas y precisas sobre este tema que tradicionalmente incomoda a los funcionarios, incluso a los más progresistas. Hace un par de años Horacio Verbitsky publicó una investigación en la que decía que “la aproximación más confiable indica que el sistema privado consume el 13,5 por ciento de todos los recursos estatales para educación, que en 2006 ascendieron a 24.500 millones de pesos, y la confesional más de la mitad de ese monto, el 7,5 por ciento del total, es decir 1.837 millones de pesos”.

No sólo en términos nominales o por el crecimiento de la inversión educativa a escala nacional, parecería que la cifra actualizada es bastante mayor, hasta superar los 2.500 millones. Más pistas para intentar armar el rompecabezas son las que pueden tomarse de dos distritos tan importantes como el de la provincia de Buenos Aires y el de la Capital (ver subnota en estas páginas). En la Provincia existen poco más de 5.000 escuelas privadas, de las que 1.452 son confesionales y, de nuevo, 1.954 aparecen como “sin información”. Por lo menos hacia el 2008, más de 2.600 escuelas recibían el 100 por ciento del subsidio para pagar salarios docentes, 1.315 recibían el 80, y otras 868 entre el 20 y el 80 por ciento. Estos últimos datos son de una investigación de la periodista Nora Veiras, especializada en el tema educativo. En la gran mayoría de los casos se trataba de escuelas confesionales.

Hasta aquí no entran a tallar los inmensos dineros privados asociados a la Iglesia ya sea por colectas, en depósitos bancarios, asociaciones de empresarios cristianos o complejos sojeros, para lo cual el lector deberá ir a otras páginas de esta edición. Aún así, los números reseñados demuestran lo forzado del argumento de la Conferencia Episcopal Argentina allí donde se dice que “el aporte del Estado a la Iglesia representa el 0,014 % del total del Presupuesto Nacional”. O cuando asegura que “concretamente, el aporte del Estado representa menos del 7% de los ingresos que tiene la Iglesia argentina”, sin mencionar de dónde proviene el 93% restante de una cifra total de ingresos no citada.

El pecado Rivadavia.
Los defensores del sostenimiento del culto católico con recursos estatales suelen retroceder casi 200 años de historia argentina para fundamentar el por qué de ese gasto. En palabras del ex diputado Gentile lo que “aparenta ser un privilegio tiene una razón histórica en la cuantiosa confiscación de bienes que hizo el Estado a la Iglesia y a las ordenes religiosas” durante los gobiernos de Martín Rodríguez y Bernardino Rivadavia, hacia 1822.

Dos siglos después, tres países cercanos de la católica América latina (Brasil, Uruguay, Chile) no sostienen ningún culto. El gobierno de España firmó un acuerdo con la Conferencia Episcopal Española a través del cual se acabó con la donación directa del Estado y se subieron los aportes voluntarios del impuesto a las rentas, algo que también se practica en Alemania. Difícilmente pueda decirse que la Argentina es un país más católico que Chile o España.

Y si se trata del respeto a una identidad religiosa, habrá que tomar las principales conclusiones de la Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas realizada, entre otros por Fortunato Malimacci y Juan Cruz Esquivel en 2008 desde el Conicet. “Los datos destacan el pluralismo y la diversidad presente en el campo religioso, junto con la preservación de una cultura cristiana”, decía una de las conclusiones centrales de esa encuesta. Lejos de la cifra tirada al bulto de un 85 a 90 por ciento de católicos practicantes que suele manejar la Iglesia, el estudio hablaba de un 76,5 por ciento de la población que se define como católica. Pero de ese porcentaje casi dos tercios, el 61,1 por ciento, “se relaciona con Dios por su cuenta” y no a través de la institución eclesial.

Siempre según la encuesta, en la Argentina existe un 9 por ciento de personas que se declaran evangélicas, mientras que el 11.3 manifiesta ser ateo, agnóstico, o no tener ninguna religión. El 23,3 por ciento no se casó o piensa hacerlo por iglesia. El 76 afirma concurrir “poco o nunca” a los lugares de culto. Según Malimacci y sus colaboradores, se está “frente a complejos procesos de desinstitucionalización religiosa y de individuación de las creencias”.

¿Y el pago de los salarios para los obispos y curas? Según el trabajo, sólo es aceptado por el 27 por ciento de los entrevistados.

Ayuda social. El cálculo realizado en esta nota de los recursos estatales de los que dispone la IglesIa, no incluyen los aportes de Desarrollo Social, que recibe Cáritas. Sin embargo, no se puede desconocer el importante trabajo social que desarrollan curas y religiosos con los sectores más vulnerables. En este punto, según el estudio mencionado anteriormente, la contribución financiera del Estado a esta tarea tiene un amplio grado de aceptación en la población, que llega al 75 por ciento.

sábado, 17 de julio de 2010

La ostra cerrada

Por Osvaldo Bayer - http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-149685-2010-07-17.html

Los diarios alemanes informaron a página entera sobre la ley que acaba de aprobar el Parlamento argentino sobre el matrimonio de personas del mismo sexo. Bueno, por lo menos ya no dedican ese tamaño importante, como antes, sólo cuando se producían dictaduras militares en nuestro país o cuando habla Maradona. Ahora fue en algo muy serio y de gran responsabilidad ética y política. El Frankfurter Zeitung titula: “Argentina permite –como primer país latinoamericano– el matrimonio entre personas del mismo sexo. Y el General Anzeiger, de Bonn, lo titula –con ironía– con un término de la Iglesia Católica argentina: “Un proyecto demoníaco”, y aclara: “Argentina permite, contra la dura protesta de la Iglesia Católica, el casamiento de personas del mismo sexo”. En la crónica detalla la furiosa oposición de la Iglesia Católica contra esa ley. Justo en este momento, cuando la Iglesia Católica ha quedado en una posición ética muy difícil, al difundirse los casos de pedofilia de sus sacerdotes y monjes en escuelas y establecimientos educacionales con menores de edad.


Aquí, en Alemania, los medios les han dado un lugar de privilegio a todos esos casos y a los que van quedando en descubierto en todos los países donde el credo católico es mayoría. Y lo hemos visto, hasta el Vaticano ha tenido que reaccionar ante tantas denuncias comprobadas, en las que han caído hasta obispos. Justamente, como segunda noticia en la misma página que trae ese triunfo de la racionalidad y la libertad en Argentina, el Vaticano anunció la elevación de penas en el Derecho Eclesiástico a todo aquel que cometa delitos de pedofilia y abuso de enfermos mentales. (Pero aprovecha la ocasión y también incluye “a todos aquellos clérigos que consagran como sacerdote a una mujer, a quienes también se los excomulgará”. Como se ve, no pueden con sus discriminaciones, en lo que a la mujer atañe.)

¿Y por qué esto? Porque ya se escuchan muchas voces dentro de la Iglesia Católica que piden, como primera medida para acabar con los delitos sexuales de pedofilia y otros de violaciones que se han producido, terminar con algo tan discriminante como exigir la castidad a todos los sacerdotes y monjes.

Esto se puede comprobar en la actualidad: la Iglesia Protestante alemana –que tiene un parecido número de sacerdotes (pastores) que la Iglesia Católica– no ha tenido ni la quinta parte de casos de pedofilia en sus líneas de las que han tenido hasta ahora, y según las últimas investigaciones, los católicos. Es porque los religiosos protestantes pueden casarse y la mujer puede ejercer también el papel del sacerdocio y ocupar las más altas jerarquías. Por ejemplo, hoy mismo acaba de renunciar la primera obispa protestante, María Jepsen, porque se la ha acusado de no haber actuado con severidad ante denuncias contra un pastor de su iglesia. Una actitud que muestra su sentido del honor y la responsabilidad.

Al contrario de lo que ocurre en la Iglesia Católica, ya que en vez de comenzar con el gran debate que cada vez más se está originando entre los católicos en cuanto a la llamada “castidad” y a la discriminación de la mujer, lo que ha hecho el Vaticano fue aumentar las penas de castigo a los curas pecadores. Como si en los países donde impera la pena de muerte hubiera menos crímenes que en aquellos en que se ha desterrado para siempre esa pena irracional.

Debemos reconocerle a la sociedad alemana que ya hace tiempo ha terminado con la discriminación de los homosexuales. Se nota en los cargos políticos. Actualmente, por ejemplo, el Dr. Westerwelle, viceprimer ministro del gobierno nacional, es un declarado homosexual; lo mismo que los gobernadores de Hamburgo y Berlín, que nunca lo ocultaron. Los que los votaron –en este caso, las mayorías de esas dos grandes ciudades– no vieron ningún impedimento en que ellos pertenecieran al llamado “tercer sexo”. Es que negarlo es caer en una discriminación ante lo natural, caer en la irracionalidad de verlos hijos del diablo o del pecado, o santiguarse cuando se sostiene que tal persona es o no es. Hay que reconocer que la naturaleza los hizo así, son plenos hijos de la naturaleza y hay que aceptarlos como miembros igualitarios de la sociedad. Pero está claro que pese a su actitud, la jerarquía del Vaticano se ve venir tiempos de mucho debate. Aquí ya se ha iniciado. Y sorprende que intelectuales siempre subordinados a la disciplina católica hayan salido en los últimos tiempos a tomar como tema de polémica ese lado oscuro del catolicismo. Por ejemplo, el intelectual del Partido Conservador Demócrata Cristiano, quien fue dos veces ministro para la Ciencia y el Arte, y presidente del Comité Central de los Católicos Alemanes, Hans Joachim Meyer, acaba de sostener públicamente: “Los casos de pedofilia de sacerdotes y monjes en escuelas católicas es algo muy terrible. Yo siento –como todo católico que cree en su religión– que es la consecuencia de la falta de transparencia en las decisiones de la Iglesia. El primer caso ya tendría que haber servido de alerta para debatir y tomar las medidas adecuadas. En el nombramiento de puestos clave existe falta de visión y arbitrariedad, tanto en los obispados como en Roma. Los sucesos nos demuestran con toda claridad que es necesario proceder a reformas. Y en especial a todas aquellas reformas que ya comenzaron a debatirse en al Segundo Concilio Vaticano. Por ejemplo, los laicos tienen que intervenir en la designación de los obispos. Porque la Iglesia vive en la comunidad y en el mundo, al mismo tiempo. El celibato para todo el clero debe terminar. La Iglesia puede caer para siempre porque ya no está cumpliendo con su misión pastoral. Sobre ese aspecto no se puede tomar una medida general para todos. Lo mismo que la posición de la Iglesia ante la mujer. Eliminarlas de todos los cargos espirituales no es nada tranquilizador. Se sigue un falso camino si no comienza a discutirse el tema. Ya esto no lo puede ignorar, porque siempre estará presente”.

Sí, es que ya hasta la mujer católica está reaccionando contra esa política de negarla totalmente y seguir con la leyenda de la Virgen María, Madre de Dios. Virgen y Madre. ¿Por qué? ¿Acaso la unión de los cuerpos no es algo natural y bello más aún cuando a esos cuerpos los une el amor?

Pero se sigue con la discriminación y las medidas del Medioevo. Acaba de producirse un hecho que causó indignación pública: el médico director del Hospital Católico de Dusseldorf fue despedido porque se casó por segunda vez. El médico inició un juicio y la Justicia lo repuso en el cargo. En las directivas del hospital está también que será despedido todo aquel profesional que participe de un aborto. Los comentarios están de más.

El pronto reemplazo por el Papa del obispo de Augsburg, Mixa –acusado de golpear a niños de un internado de huérfanos y de otros casos de pedofilia– por un nuevo obispo, Konrad Zdarsa, dice a las claras que no pueden mantenerse situaciones que antes se podían esconder. Lo mismo que lo ocurrido en el internado del convento de Ettal y en otros colegios católicos. En todos sus discursos, los obispos dejaron en claro que reconocían los delitos cometidos pero hasta ahora la frase más pronunciada por ellos es: “Hay que volver a comenzar”. No, tal vez lo único que les sirva es pensar esto: “Tenemos que aprender de lo sucedido para que todo esto no vuelva a suceder”.

De cualquier manera, la sociedad ha sabido reaccionar. Y destaca la decisión de la asociación de periodistas alemanes, Netzwerk Recherche, que todos los años entrega un premio llamado la “Ostra cerrada” a los que han callado ante los hechos y mostrado su desprecio por la opinión pública, de otorgar ese premio negativo nada menos que a la Iglesia Católica. En la lectura de la “laudatio”, el periodista orador recordó la figura de San Francisco de Sales quien, para denunciar cómo el calvinismo había sometido a su región, salió a la calle y comenzó a publicar en papel los hechos sin tener miedo a la reacción. Siempre con la verdad y también con la autocrítica. Finalmente, San Francisco de Sales triunfó y el pueblo volvió a su antigua religión. Y añadió el periodista: “San Francisco de Sales hizo lo que la Iglesia Católica no hace más: él sostuvo la verdad, él empleó el idioma propio del pueblo para ser escuchado y creído, cosa que la Iglesia Católica actual no usa más. Una comunidad que vive de la palabra como pocas guarda silencio cuando se habla de sexualidad. La discusión acerca del celibato, junto a la sexualidad de los sacerdotes, es tabú para la Iglesia Católica. También todo lo que atañe a la anticoncepción y protección de la mujer. Cuando existen tantos tabúes quiere decir que ya no existe la verdad, no interesa la verdad”.

En ese discurso –que fue transmitido por los medios– agregó el representante de los periodistas alemanes: “La Iglesia no fue la autora de los abusos sexuales. Pero ella fue y es el refugio de los que cometieron el delito. Ella puso a disposición de ellos los santos lugares en los cuales pudieron actuar sintiéndose tan protegidos y donde las víctimas estuvieron totalmente desprotegidas. Son muchos los eclesiásticos que han sido descubiertos en la impudicia pero, ante todos los hechos, la Iglesia miró hacia otro lado. Y por eso quienes también pagan son los que no practicaron esa violencia, tanto sacerdotes como educadores, ya que siempre serán sospechados. La Iglesia debe tener la responsabilidad de que ningún delito se cometa en su interior y castigar a los autores. Pero no, la Iglesia sencillamente trasladó de lugar a los pedófilos y los ha encubierto durante años. Y recién ahora, cuando hemos comenzado a correr los velos, empiezan a aclarase esos delitos por el coraje de las víctimas y de los medios. Aunque se nos quiere presentar como perseguidores de la Iglesia, como representantes de una ‘energía criminal’, el problema de la Iglesia no son los medios sino la violencia sexual interna y su silencio sobre ello”. Y agregó: “Existe una Iglesia cuya autocompasión es mayor que su compasión por sus víctimas. Por eso le otorgamos el premio de la Ostra cerrada”.

Por último, el orador invitó a la Iglesia a hacer su propio “Glasnost y Perestroika”, cuyo primer paso debería ser el fin del celibato y permitir la ordenación de mujeres. La Iglesia necesita lo que sostienen los médicos: la “restitutio in integrum”, la cura integral. La Iglesia sólo será creída si investiga a fondo las causas de la violencia sexual y su encubrimiento durante siglos.

Los testimonios de quienes siendo niños fueron víctimas sexuales de los que usaron sus títulos de representantes de Dios para imponerse son verdaderamente indignantes. Ojalá que se aprenda y la Iglesia pase a ser aquello con que tanto soñaron esos verdaderos pastores del bien y la convivencia: los obispos Angelelli y De Nevares –para nombrar solamente a dos de tantos otros– que dieron todo para lograr una sociedad sin injusticias, una sociedad de mano abierta, como es la que en verdad tendrían que perseguir siempre las llamadas religiones.

viernes, 16 de julio de 2010

Las razones del apartheid

Por Carlos Figari * - http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-1470-2010-07-09.html

Si la extensa sesión parlamentaria que terminó con la media sanción de la ley que amplía la institución del matrimonio a todas las parejas mostró una corrección política tal que hasta quienes votaron en contra parecían argumentar a favor, el debate que siguió en la Comisión de Legislación General del Senado revolvió la ola reaccionaria desnudando las peores armas conservadoras: falsos argumentos “científicos”, agresiones desembozadas, manipulación semántica y de contenidos religiosos, agitación del supuesto conflicto entre la Capital y las provincias, y hasta imposición de supuestas mayorías que se construyen sacando a la calle el público cautivo de los colegios confesionales. Como frutilla de esta torta de bodas, la sensiblería de apelar al amor “por los chicos” en nombre del odio hacia la diversidad. A modo de servicio para senadores y senadoras que deberán votar el próximo miércoles, quedan aquí expuestas las cortas patas del discurso del pánico moral.


Aún circula un documento que contiene ya más de 500 firmas de investigadores/as, docentes argentinos e investigadores, en su gran mayoría pertenecientes al Conicet, en apoyo a la ley de igualdad.
El dato no es menor, ya que quienes dicen producir científicamente argumentos en contra, trabajan desde el más absoluto dogmatismo y falta de rigurosidad. En sus informes no se cansan de comenzar los párrafos con un contundente “es un dato objetivo” o “resulta evidente que”. Nada más alejado de la ciencia que esto.
De esa galera mágica que les permite hablar en nombre de un objetivismo casi divino (no es para menos cuando hablan en nombre de Dios), sentencian que la familia, además del latiguillo de que es la célula básica de la sociedad, sería una institución que devendría necesariamente de una ley moral universal.


La antropología, la historia, la sociología y otras tantas disciplinas han producido un vasto material que refuta este supuesto. No sólo a lo largo de la historia han existido muchas formas de agrupación humana asimilables a la familia actual sino que, también, existen formas muy diversas en otras culturas hoy en el mundo.
Si nos tomamos el trabajo de mirar un poco hacia atrás y hacer historia, es fácil deducir que la afirmación de algunos de que “el matrimonio está escrito en la misma naturaleza y en el corazón de los hombres” es falsa, ya que deliberadamente ignora sus vaivenes en el tiempo y el contexto de aparición relativamente reciente del sentido que atribuimos hoy al término. Ese tipo de afirmaciones demuestra perfectamente cómo una formación cultural es “naturalizada”, como si siempre hubiese existido así en el tiempo y el espacio.


Para mantener la figura tradicional del matrimonio se recurre a lo que denominan “discriminación justa”. Para ello sostienen que el propio derecho a la igualdad impide que se otorgue un trato igualitario a dos realidades que son radicalmente diversas y que, por eso, no merecen igual tratamiento. Puro racismo disfrazado.
Este es el mismo principio que avaló durante muchos años que las mujeres no tuvieran derechos civiles ni políticos, o que se establecieran prohibiciones matrimoniales entre personas de etnias o razas diferentes. Este razonamiento sirvió, además, para sostener las leyes nazis que prohibían el matrimonio mixto entre judíos y arios (Ley de Protección de la Sangre, 1935).

Los prejuicios de la homosexualidad como enfermedad

Nuevamente hoy tenemos que escuchar cómo se agita la aún frecuente y prejuiciosa vinculación de la homosexualidad con lo patológico, para establecer un criterio de normalidad. Cabe aclarar, sin embargo, que la definición de homosexualidad como enfermedad tiene una localización cultural y una duración bastante acotada en el tiempo. Aparece, y siempre como una gran discusión sin un claro consenso, recién a fines del siglo XIX y se extiende aproximadamente hasta la década de 1970.


La clasificación de la homosexualidad como una enfermedad mental se produjo recién en 1952, cuando la Asociación Psiquiátrica Americana (APA) publicó el primer DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales). Esa inclusión duró apenas veinte años, ya que en 1973 la dirigencia de esa asociación profesional aprobó en forma unánime retirar la homosexualidad de la lista de trastornos que componían la sección “Desviaciones sexuales” de la segunda edición del DSM (el DSM-II).



Los grupos en contra de la ley de igualdad suelen argumentar que esto se debió nada más que a la presión de los grupos militantes sobre la APA, lo cual es profundamente malintencionado.


Parten del supuesto equivocado de que la ciencia es aséptica. Esto implica suponer que los cambios de la ciencia nada tienen que ver con los acontecimientos sociales y políticos que se producen en la sociedad. ¿Alguien hoy podría sostener, desde la disciplina que fuese, que la ciencia no cambia gracias a procesos eminentemente políticos? En gran parte del siglo XIX y principios del XX, los estudios antropométricos determinaban las diferencias raciales (y de paso las diferencias entre hombres y mujeres) en virtud de una estadística craneana. Se determinaban los tamaños cerebrales relacionados con los niveles de inteligencia y desarrollo cultural de agrupamientos a los que denominaban razas. La que tenía entonces los cráneos más grandes y permitía el desarrollo de cerebros superiores era, lógicamente, la raza blanca. De allí venían, en escala decreciente, los amarillos, los colorados –indígenas de Norteamérica– y, al final de la cadena, cercanos al mono, sin ninguna sorpresa: la raza negra. Algo similar, se deducía, pasaba en la relación cerebral entre hombres y mujeres: de allí su diferencia “natural”. La metodología era impecable; los juicios, punto de partida de los razonamientos deleznables. La patologización o justificación biológica de los grupos disminuidos en virtud de la raza ha cambiado porque el movimiento de afrodescendientes y blancos de buena voluntad presionaron a la ciencia de su época, y produjeron saberes y conocimientos a costa de marginación e incluso de persecución. Lo mismo pasó con las mujeres y con los indígenas. Con gays, lesbianas, travestis, transexuales e intersexuales, eso aún está pasando.

Los ataques y el odio a la diversidad sexual

En diversas alocuciones, especialmente en las reuniones de comisión del Senado que tuvieron lugar en el interior, las personas gays, lesbianas y trans han sido agredidas verbal y físicamente, tratadas de lacras y de porquerías. Incluso en documentos pseudo científicos como los producidos por la ignota Universidad Austral, hablan de las personas homosexuales como seres sometidos a todo tipo de desórdenes de la “conducta”, trastornos mentales, enfermedades, depresión, tendencia al suicidio, consumo de drogas (las lesbianas especialmente consumirían alcohol, según los “serios” estudios que invocan). También lxs tratan de promiscuos, violentos y, de paso, ampliamente portadores de HIV.


Esta ola de discriminación y odio la propagan y difunden en provincias sensibles. Las movilizaciones en el interior, así como el uso de chicos y chicas de los colegios confesionales para hacer campaña –que, dicho sea de paso, en gran parte son financiados por el Estado, o sea, que todxs los y las ciudadanas estamos contribuyendo a estos actos discriminatorios– no cesan de agitar fantasmas de violencia.


Hace más de 10 años denunciamos en mi provincia (Catamarca), por lo menos, un crimen de odio por año, sea de mujeres, sea de gays y travestis. No separamos los casos, y cada vez que hacemos una denuncia pública volvemos a publicar toda la lista, porque para nosotros no son específicos, ni aislados. Todos ellos se originan en una manera de construcción de sexo-género en que el varón heterosexual puede, a su antojo, determinar el carácter humano o no de las otras personas. De allí los abusos permanentes, la violencia, los crímenes aberrantes y una Justicia que claramente favorece este esquema. Hay mucho que hacer en el interior para desmontar instituciones opresivas en muchos campos. Por eso debemos hoy responsabilizar a quienes agitan odios por la sangre de esa gente.


Para muchos de nosotros, la altísima tasa de suicidio del Noroeste, sobre todo de adolescentes, se relaciona de alguna manera con estos esquemas opresivos. Por eso les pregunto a los senadores de Salta, por ejemplo, que demandan con preocupación hipócrita informes sobre las consecuencias del matrimonio homoparental en el cuidado de niños y niñas: ¿ustedes tienen algún informe de por qué un o una adolescente se suicida por día en Rosario de la Frontera, una ciudad de su jurisdicción? Si ustedes no se preocupan por los niños, niñas y adolescentes de su provincia, que evidentemente están en un estado de indefensión absoluta, ¿les vamos a creer que están profundamente preocupadxs por lo que les pueda venir a pasar a nuestrxs hijos e hijas?

El interés superior de niños y niñas

Y acá entramos en las argumentaciones que desplazan la discusión al supuesto daño que pudiesen sufrir los hijos e hijas de parejas homoparentales.


Un primer argumento es que van a ser discriminados. Algo contradictorio: sólo serán discriminados en tanto quienes así lo afirman mantengan las situaciones de discriminación. Como sostenemos en nuestro “Informe de la Ciencia”, no se puede plantear como impedimento matrimonial que un niño/a pueda sufrir a futuro porque la sociedad es discriminatoria. Todos/as podemos llegar a sufrir o no discriminación por los más variados motivos. No se les dice a los afrodescendientes o a los judíos que no se reproduzcan en las sociedades donde subsisten prejuicios contra ellos porque sus hijos/as van a sufrir. La diputada Cynthia Hotton, forzando este argumento hasta el absurdo, sostiene que “las Naciones Unidas desaconsejan la adopción interracial o intercultural, para evitarle más problemas a un niño abandonado que ya trae sus problemas”. Es decir que, con esta perspectiva, los hijos de una pareja compuesta por una persona blanca y otra afrodescendiente, por ejemplo, serán seguramente discriminados por ser mestizos y en consecuencia no debería permitirse el casamiento entre personas de color, raza o etnia diferentes.


Por otro lado, sin tapujos, se supone que habría un daño. Así, en abierta contradicción con los estudios científicos y basándose sólo en lo que denominan “la experiencia”, un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe dirigido a los legisladores católicos sostiene que: “Como demuestra la experiencia (...), la integración de niños en las uniones homosexuales a través de la adopción significa someterlos de hecho a violencias de distintos órdenes, aprovechándose de la débil condición de los pequeños, para introducirlos en ambientes que no favorecen su pleno desarrollo humano”.


Hasta acá lo único que la “experiencia” nos ha demostrado es que quienes emiten esta declaración son los únicos que han provocado graves abusos a los niños y niñas sometidos a su cuidado o influencia. ¿Cómo pueden estos señores ser considerados una fuente moralmente autorizada para, siquiera, opinar al respecto?
A todo esto están las investigaciones producidas sobre las diferencias o no que podrían existir entre niños y niñas criados en hogares homoparentales y heterosexuales. Debemos, no obstante, dejar bien claro que el hecho de someter a estudio la existencia de las familias homoparentales es ya un punto de partida discriminatorio. ¿O alguien estudia a las familias heterosexuales para ver si tienen derecho a existir? A pesar de ello, entrar en esta discusión nos ayuda a visualizar los procedimientos hipócritas que intentan forzar conclusiones científicas a favor de la discriminación. El problema –para ellos– es que no consiguen forzar a la ciencia para que siga manteniendo sus prejuicios. En el Informe que produjo la Universidad Austral se sostiene que su investigación es abordada a partir de fundamentos científicos y racionales, y agrega que “la inadmisibilidad del matrimonio homosexual en el Congreso de la Nación no es una cuestión religiosa sino un debate público, laico, civil”. Eso no es cierto. Primero no dan los nombres de quienes escriben ese trabajo, ni sus credenciales institucionales. No las tienen. Se forman en el grado en instituciones de cuño católico conservador, siguen el posgrado en la misma red, publican sólo en sus revistas sin ningún reconocimiento académico, y el financiamiento de sus investigaciones proviene de las mismas instituciones o de fuentes privadas. No figuran prácticamente en el Conicet, pues no califican. Y todo esto no es por discriminación: simplemente no cumplen con requisitos mínimos para que su trabajo sea considerado científico por sus pares. Son comunidades pseudo científicas y endogámicas.


En el campo del conocimiento científico, en cambio, la abrumadora mayoría de estudios realizados en los últimos 40 años en varios países, una y otra vez, concluyen que no hay ninguna diferencia sustantiva entre los niños y niñas por haber sido criados en uno u otro entorno familiar. En el mismo sentido se han pronunciado las principales asociaciones profesionales y académicas. Existen cada vez más estudios con muestras más contundentes y períodos más extensos de observación.


La gran mayoría de quienes están en contra de la ley de igualdad, como contraargumentación, presentan meras revisiones de estudios realizados, intentando discutir aspectos metodológicos para deslegitimarlos. Sólo por dar un ejemplo, este mismo mes, en la revista Pediatrics, se publicó la investigación de Gartrell y Bos que durante 17 años estudiaron la evolución de 78 niños y niñas de madres lesbianas. Según dicho estudio, “los adolescentes que han sido criados desde el nacimiento en familias de lesbianas demuestran un ajuste psicológico saludable y, por lo tanto, nuestros resultados no proveen justificación para restringir el acceso a tecnologías reproductivas o a la custodia de niños con base en la orientación sexual” **.


Para terminar, y contestando al reciente editorial anónimo de La Nación y el pobre informe de la Universidad Austral: “Los hijos de la gente lesbiana, gay o trans no son cobayos, ni experiencias de ingeniería social con los menores huérfanos y abandonados”. No lo fueron, ni lo serán, porque simplemente ya están. Nacieron porque la vida, la felicidad y la reunión afectiva de las personas no piden permiso. Están ahí formando familias, buenas o malas, con mayores o menores problemas. En definitiva, como cualquier otra familia.

* REDACTOR DEL I INFORME “PER SCIENTIAM AD JUSTITIAM! CONSIDERACIONES DE CIENTIFICOS/AS DEL CONICET E INVESTIGADORES/AS DE LA ARGENTINA ACERCA DE LA LEY DE MATRIMONIO UNIVERSAL Y LOS DERECHOS DE LAS FAMILIAS DE LESBIANAS GAYS, BISEXUALES Y TRANS”, QUE PUEDE LEERSE EN: HTTP://CIENCIASYJUSTICIA.BLOGSPOT.COM 

** LA INVESTIGACION PUEDE SER CONSULTADA EN: PEDIATRICS.AAPPUBLICATIONS.ORG

jueves, 15 de julio de 2010

LA RELACIÓN IGLESIA Y ESTADO: LA DICTADURA DE LA FE

Por Héctor Bernardo - http://www.revista2010.com.ar/noticia.php?id=39

En base a tres leyes de la dictadura el Estado aún hoy debe encargarse del sueldo de los obispos y contribuir a la formación del clero entregándole a la Iglesia dinero por cada alumno del seminario y además debe costear los viajes fuera del país de las autoridades eclesiásticas. ¿Por qué un Estado laico debe seguir haciendose cargo de los sueldos de la Iglesia Católica, la institución religiosa más poderosa del mundo?

En la actualidad, la relación entre la Iglesia y el Estado ha vuelto a las primeras planas. Las declaraciones de los arzobispos Jorge Bergoglio y Héctor Aguer sobre la posibilidad de que el Estado argentino apruebe la Ley de Matrimonio Igualitario (que otorgaría una serie de derechos a las parejas del mismo sexo), volvieron a mostrar el pensamiento reaccionario de una institución que siempre ha sido totalitaria.

Como ya se ha hecho público, el primado de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires envió una carta a las distintas diócesis para convocar a “una guerra de Dios”, en contra de este proyecto.

Tal vez los máximos referentes de la Iglesia Católica extrañen aquellos momentos en que los límites entre el Estado y la Iglesia eran poco claros. La época en que, mientras miles de personas eran secuestradas, torturadas y desaparecidas; mientras los torturadores se apropiaban de los hijos de sus víctimas; mientras el país se regalaba a la Banca extranjera y todos los trabajadores sufrían las consecuencias del ajuste del modelo de Martínez de Hoz, la cúpula de la Iglesia guardaba silencio cómplice, bendecía a los presidentes de facto y  se beneficiada por las medidas que tomaban los usurpadores del Estado.

En aquel momento los máximos referentes católicos no organizaban marchas ni reclamaban contra un Estado genocida. Muy por el contrario, gozaba con el corrimiento de los límites del Estado, que aquella nefasta época sancionó tres las leyes que hoy siguen beneficiando a la Iglesia Católica.

La Ley 21.950 (de Sueldo de los Obispos) que señala que los arzobispos y obispos gozaran de una asignación mensual equivalente al 80% de la remuneración fijada para el cargo de Juez Nacional de primera instancia.

La Ley 22.950 (de Formación del Clero) que señala que el Gobierno Nacional contribuirá a la formación del clero instaurando que “Los señores obispos percibirán en concepto de sostenimiento mensual por cada alumno del seminario mayor el equivalente al salario de la categoría 10 del escalafón del personal civil de la administración pública nacional”.

Finalmente el Decreto 1991 (de subsidios para los viajes de los representantes de la iglesia) que lleva la firma del dictador Jorge Rafael Videla, y que establece que los representantes de la Iglesia que necesiten viajar tanto al exterior como dentro del país pueden pedir sus pasajes en la Cancillería.

Por más que le duela a los nuevos jinetes del Apocalipsis, es hora de separar las aguas. La Iglesia tiene derecho a ponerle normas a sus fieles, pero no al resto de la sociedad. Un Estado laico no debe permitir que se legisle para un solo sector religioso y tampoco debe seguir haciéndose cargo de los sueldos de la Iglesia Católica, la institución religiosa económicamente más poderosa del mundo. A Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar.

miércoles, 14 de julio de 2010

El fútbol según Galeano: El reino mágico

Eduardo Galeano* - http://www.surysur.net/?q=node/14153

Pacho Maturana, colombiano, hombre de vasta experiencia en estas lides, dice que el fútbol es un reino mágico donde todo puede ocurrir. El Mundial reciente ha confirmado sus palabras: fue un Mundial insólito.


• Insólitos fueron los 10 estadios donde se jugó, hermosos, inmensos, que costaron un dineral. No se sabe cómo hará Sudáfrica para mantener en actividad esos gigantes de cemento, multimillonario derroche fácil de explicar pero difícil de justificar, en uno de los países más injustos del mundo.

• Insólita fue la pelota de Adidas, enjabonada, medio loca, que huía de las manos y desobedecía a los pies. La tal Jabulani fue impuesta, aunque a los jugadores no les gustaba ni un poquito. Desde su castillo de Zurich, los amos del futbol imponen, no proponen. Tienen costumbre.

• Insólito fue que por fin la todopoderosa burocracia de la FIFA reconociera, al menos, al cabo de tantos años, que habría que estudiar la manera de ayudar a los árbitros en las jugadas decisivas. No es mucho, pero algo es algo. Ya era hora. Hasta estos sordos de voluntaria sordera tuvieron que escuchar los clamores desatados por los errores de algunos árbitros, que en el último partido llegaron a ser horrores. ¿Por qué tenemos que ver en las pantallas de televisión lo que los árbitros no vieron y quizá no pudieron ver? Clamores de sentido común: casi todos los deportes, el basquetbol, el tenis, el beisbol y hasta la esgrima y las carreras de autos, utilizan normalmente la tecnología moderna para salir de dudas.
El futbol, no. Los árbitros están autorizados a consultar una antigua invención llamada reloj para medir la duración de los partidos y el tiempo a descontar, pero de ahí está prohibido pasar. Y la justificación oficial resultaría cómica, si no fuera simplemente sospechosa: el error forma parte del juego, dicen, y nos dejan boquiabiertos descubriendo que errare humanum est.

• Insólito fue que el primer Mundial africano en toda la historia del futbol quedara sin países africanos, incluyendo al anfitrión, en las primeras etapas. Sólo Ghana sobrevivió, hasta que su selección fue derrotada por Uruguay en el partido más emocionante de todo el torneo.

• Insólito fue que la mayoría de las selecciones africanas mantuvieran viva su agilidad, pero perdieran desparpajo y fantasía. Mucho corrieron, pero poco bailaron. Hay quienes creen que los directores técnicos de las selecciones, casi todos europeos, contribuyeron a este enfriamiento. Si así fuera, flaco favor han hecho a un futbol que tanta alegría prometía. África sacrificó sus virtudes en nombre de la eficacia, y la eficacia brilló por su ausencia.

• Insólito fue que algunos jugadores africanos pudieran lucirse, ellos sí, pero en las selecciones europeas. Cuando Ghana jugó contra Alemania se enfrentaron dos hermanos negros, los hermanos Boateng: uno llevaba la camiseta de Ghana y el otro la de Alemania.
De los jugadores de la selección de Ghana, ninguno jugaba en el campeonato local de Ghana.
De los jugadores de la selección de Alemania, todos jugaban en el campeonato local de Alemania.
Como América Latina, África exporta mano de obra y pie de obra.

• Insólita fue la mejor atajada del torneo. No fue obra de un golero, sino de un goleador. El atacante uruguayo Luis Suárez detuvo con las dos manos, en la línea del gol, una pelota que hubiera dejado a su país fuera de la Copa. Y gracias a ese acto de patriótica locura, él fue expulsado, pero Uruguay no.

• Insólito fue el viaje de Uruguay, desde los abajos hasta los arribas. Nuestro país, que había entrado al Mundial en el último lugar, a duras penas, tras una difícil clasificación, jugó dignamente, sin rendirse nunca, y llegó a ser uno de los mejores. Algunos cardiólogos nos advirtieron, desde la prensa, que el exceso de felicidad puede ser peligroso para la salud. Numerosos uruguayos, que parecíamos condenados a morir de aburrimiento, celebramos ese riesgo, y las calles del país fueron una fiesta. Al fin y al cabo el derecho a festejar los méritos propios es siempre preferible al placer que algunos sienten por la desgracia ajena.
Terminamos ocupando el cuarto puesto, que no está tan mal para el único país que pudo evitar que este Mundial terminara siendo nada más que una Eurocopa. Y no fue casual que Diego Forlán fuera elegido mejor jugador del torneo.

• Insólito fue que el campeón y el subcampeón del Mundial anterior volvieron a casa sin abrir las maletas.
En el año 2006, Italia y Francia se habían encontrado en el partido final. Ahora se encontraron en la puerta de salida del aeropuerto. En Italia, se multiplicaron las voces críticas de un futbol jugado para impedir que el rival juegue. En Francia, el desastre provocó una crisis política y encendió las furias racistas, porque habían sido negros casi todos los jugadores que cantaron la Marsellesa en Sudáfrica.
Otros favoritos, como Inglaterra, tampoco duraron mucho. Brasil y Argentina sufrieron crueles baños de humildad. Medio siglo antes, la selección argentina había recibido una lluvia de monedas cuando regresó de un Mundial desastroso, pero esta vez fue bienvenida por una abrazadora multitud que cree en cosas más importantes que el éxito o el fracaso.

• Insólito fue que faltaran a la cita las superestrellas más anunciadas y más esperadas. Lionel Messi quiso estar, hizo lo que pudo, y algo se vio. Y dicen que Cristiano Ronaldo estuvo, pero nadie lo vio: quizás estaba demasiado ocupado en verse.

• Insólito fue que una nueva estrella, inesperada, surgiera de la profundidad de los mares y se elevara a lo más alto del firmamento futbolero. Es un pulpo que vive en un acuario de Alemania, desde donde formula sus profecías. Se llama Paul, pero bien podría llamarse Pulpodamus.
Antes de cada partido del Mundial, le daban a elegir entre los mejillones que llevaban las banderas de los dos rivales. Él comía los mejillones del vencedor, y no se equivocaba.
El oráculo octópodo influyó decisivamente sobre las apuestas, fue escuchado en el mundo entero con religiosa reverencia, fue odiado y amado, y hasta calumniado por algunos resentidos como yo, que llegamos a sospechar, sin pruebas, que el pulpo era un corrupto.

• Insólito fue que al fin del torneo se hiciera justicia, lo que no es frecuente en el futbol ni en la vida.
España conquistó, por primera vez, el campeonato mundial de futbol.
Casi un siglo esperando.
El pulpo lo había anunciado, y España desmintió mis sospechas: ganó en buena ley, fue el mejor equipo del torneo, por obra y gracia de su futbol solidario, uno para todos, todos para uno, y también por las asombrosas habilidades de ese pequeño mago llamado Andrés Iniesta.
Él prueba que a veces, en el reino mágico del futbol, la justicia existe.

* * *
Cuando el Mundial comenzó, en la puerta de mi casa colgué un cartel que decía: Cerrado por fútbol.
Cuando lo descolgué, un mes después, yo ya había jugado 64 partidos, cerveza en mano, sin moverme de mi sillón preferido.
Esa proeza me dejó frito, los músculos dolidos, la garganta rota; pero ya estoy sintiendo nostalgia.
Ya empiezo a extrañar la insoportable letanía de las vuvuzelas, la emoción de los goles no aptos para cardiacos, la belleza de las mejores jugadas repetidas en cámara lenta. Y también la fiesta y el luto, porque a veces el futbol es una alegría que duele, y la música que celebra alguna victoria de ésas que hacen bailar a los muertos suena muy cerca del clamoroso silencio del estadio vacío, donde ha caído la noche y algún vencido sigue sentado, solo, incapaz de moverse, en medio de las inmensas gradas sin nadie.